La expresión «a ese lo cambio yo» es muy
común en mujeres veinteañeras que están iniciando el convivir o están de
noviazgo con un hombre; no así en mujeres de más edad. Ya que a éstas últimas
parece que las vivencias le han demostrado, por alguna vía, que eso parece no ser
posible. Ahora bien, ¿por qué se persiste en este intento? ¿A qué se debe esta aspiración veinteañera?
La
expresión en cuestión se tiende a expresar cuando el hombre hace alguna acción
o acciones que «parecen» no gustar. Primero, tales acciones parecen no gustar a
la mujer; segundo, las acciones parecen no gustar al entorno femenino de la
mujer. Ante la crítica de tales acciones ¿Por qué se da esa solidaridad con el
entorno femenino? ¿Por qué se hace esa declaración de cambiarlo?
¿Qué
influencia tiene el entorno femenino sobre el pensar de la mujer? Para que ésta
se vea en el trance de prometer llevar a cabo tal acción. Acaso tal expresión
¿es solo un tropo de la conversación inter-femenina? Por otra parte, si la
mujer gusta de un hombre o quiere a un hombre, ¿por qué ésta quiere cambiar al
sujeto de su gusto o de su querer? ¿Qué hace que se sienta con el poder de
transformar al otro?
¿Cuáles
son las pulsiones que anidan en esta frase? La expresión debe tener una
arqueología en la emocionalidad femenina. En el mejor de los casos, las mujeres
terminan aceptando que ese hombre es así y no hay ninguna consecuencia que
lamentar. En el peor, ya es otro cantar. Pero, la frase se repite, es algo
cíclico. Propio de la observación de Úrsula Iguarán, quien veía que el mundo
parecía que se repetía una y otra vez.
¿Por
qué se promete cambiar al sujeto? Incluso se dice con cierta arrogancia, para
afirmarse ante los demás. ¿Hay acaso cierto atisbo de inseguridad? Y a ésta hay
que exorcizarla invocando tal declaración. En muchos casos, creo que tal
declaración es algo que se plantea en la conversación inter-femenina y ahí
termina. Sin embargo, ¿por qué termina allí, si en verdad existe una molestia
por las acciones del hombre? ¿Por qué no se aborda el tema con el sujeto en
cuestión? Ya que es éste quien puede producir el cambio.
¿Qué pretende,
en verdad, la mujer que dice tal expresión? La piensa de manera reflexiva o tal
frase es solo «un aliento de aire». O es una fanfarronada femenina, así como
existen las masculinas. Algo que se dice al boleo sin ningún contenido. No
obstante, la aspiración fallida de cambiar al otro conlleva a intensas
decepciones, cuando la situación degenera en comportamientos violentos.
Con respecto a
la fanfarronada femenina, en muchos casos hay un mal manejo conversacional o
comunicacional entre los implicados en la situación. No se sabe llevar a cabo
un diálogo constructivo, por muchas causas. No estoy diciendo que la mujer no
sabe realizar un diálogo constructivo, digo a los implicados. Porque un diálogo
se hace entre dos. En el caso, de querer que una persona cambie una acción que
realiza, es necesario hacer una «declaración de deseo»
¿Se
llega a hacer esta declaración? Y otra cosa ¿cómo se hace tal declaración?
Porque puede ser que se haga, pero el cómo se hace influye es importante. Ya
que puede ser que no sea una «declaración de deseo». Otro aspecto, la
arrogancia es potestad de ambos sexos, si la declaración de «a ese lo cambio
yo» tiene un acento imperativo, lo más probable es que haya un choque de
personalidades. Otro aspecto a considerar.
Retorno,
a unas interrogantes iniciales. ¿Por qué la mujer se siente obligada a hacer
esa declaración? ¿Qué le hace creer que tiene la potestad para cambiar a otro
sujeto? La primera pregunta es una trampa entre el mundo femenino, porque hay
algo que la hace que ella se comprometa ante éste. Incluso, sin que
aparentemente nadie se lo haya exigido. Es una trampa porque parece una
declaración de feminismo, está obligada a hacer tal fanfarronada. A darse
importancia a sí misma, sin medir la dimensión de tal declaración.
Además, la importancia de sí misma está
mediada por el otro. En hacer una conquista como quien conquista un botín. En
esta apuesta le va la vida, en muchos casos la apuesta es triste. Se compromete
con el mundo inter-femenino no con ella, y aquí está la segunda trampa. Ahora
no puede desistir de llevar a cabo el cambio que ha prometido, el orgullo está
de por medio. El orgullo es mal consejero.
En
medio de esta trampa, se persiste de manera ciega. «A trancas y barrancas». Se
permanece en una declaración inicial irreflexiva, lo que no da cabida a la
reflexión. En muchos casos, se persiste por tener una vida constituida por
sentimientos que generan relaciones confusas. Y en estas relaciones confusas,
el orgullo parece un adalid de salvación. No obstante, permanece la
interrogante, ¿Qué hace que una mujer declare «a ese lo cambio yo»?
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