AFIRMACIÓN Y NEGACIÓN
La ciudad es configurada en función de
diferencias y jerarquías, por medio de las cuales se establece un conjunto de
significaciones que son alcanzadas en la medida que las estructuras
relacionales se consolidan entre sí. La ciudad constituye el conjunto operativo
de las relaciones colectivas entre los hombres; ésta es un territorio de
prácticas sociales y de representaciones organizadas que se manifiestan en
lugares reales o imaginarios, que permiten crear los límites colectivos en los
cuales se enmarca el devenir de los significados urbanos. La ciudad representa
la relación de uno con el otro, que no necesariamente es una relación
presencial, de allí la presencia del monumento, del obelisco, la plaza, el
edificio gubernamental, la avenida, el puente, de lo religioso, de lo
político; en las cuales están expresadas
las formas de concebir el mundo.
La ciudad, en tanto imagen, permite a
los hombres identificarse con su pasado y su presente como una entidad
cultural, política y social. La ciudad es el territorio donde el poder se hace
visible, donde el simbolismo del poder se materializa; donde la colectividad se
fotografía o queda desdibujada; ésta es el terreno privilegiado de la política,
en ésta cualquier asunto es enunciado políticamente, donde el discurso, el
interés y el propósito constituye una acción política. La ciudad es el
escenario donde los «lugares privilegiados» son marcas fijas.
La configuración urbana no es un acto
ingenuo, en ella se estampa la concepción política y antropológica dejando su
huella de manera muy profunda. La ciudad es un conjunto de signos y símbolos
que establece ritmos de vida y comunica categorías de valores, con el objeto de
consolidar un determinado sistema socio-político y de reproducir dicho sistema;
por lo que los significados urbanos son la expresión de una ideología de
dominio. El espacio urbano, en consecuencia, es constitutivo de la ideología,
esto es, la ideología expresada en el espacio.
La lectura de la ciudad está mediada
por una comprensión del mundo al que ésta pertenece, tal lectura es contextual
y connotativa. La ciudad es un texto visual, que narra vínculos de coherencia e
incoherencia emitidos al mismo tiempo de manera continua, este texto permite
percibir las formas discursivas y los poderes de representación que configuran
la ciudad, pues quien maneja el poder político, maneja también el poder de
representación.
Los objetivos del Plan Monumental no
coinciden con los intereses reales de la ciudad. El análisis y exposición de
motivos sólo justifica ideológicamente al plan mismo, éste no es una etapa del
proceso proyectivo. El urbanista impone a la ciudad un futuro que es el más
conveniente[1] a su previa concepción,
asigna de antemano una forma de crecimiento específica. De esta manera, cuando
se señala que “Caracas no debe aplazar más su vital necesidad de ser urbanizada
conforme a un vasto programa que solucione con eficacia la marcha regular de
los servicios públicos de la población y prevea su futuro de gran ciudad
moderna”[2],
previamente estamos ante un discurso que moldea a Caracas según las
representaciones del lopecismo.
El principio de modernización de la
ciudad fue la ruptura del casco antiguo, tanto para ensanchar las calles como
para organizar fáciles comunicaciones con las nuevas áreas edificadas. No
obstante, este esquema preservaba la vocación barroca que se manifestó en la
preferencia por edificios públicos monumentales con amplia perspectiva,
monumentos emplazados en lugares destacados, grandes avenidas, servicios
públicos modernos y eficaces que debían asombrar al viajero, según una
reiterada frase de comienzos del siglo XX[3].
De allí que la ciudad quedará sometida a la acción de una racionalidad
positivista, la cual consideró que:
El casco viejo no podría dejarse
intacto, pero faltó la audacia de pensar en el desplazamiento de las grandes
oficinas municipales y del Estado hacia las nuevas zonas libres en el Este,
sacrificando en este modo la ciudad tradicional, que a partir de entonces
empieza a desaparecer. Se quiso colocar la ciudad nueva encima de la antigua, y
en esto la escuela francesa actuó a base de las experiencias de Hausmann y de
Napoleón III[4].
¿Por qué no ubicar las oficinas al
oeste o al sur-oeste? Más adelante veremos que Zawisza es partidario de la
segregación establecida en el plan urbano. Sin embargo, se percibe que el texto
urbano se comienza a escribir desde una ideología determinada. París seguía
encandilando a los gobernantes de turno. La concepción de dominio estableció la
configuración del espacio urbano y los símbolos de la ciudad propuesta. La
codificación cultural no atiende a signos de identidad colectiva, se plantea
como práctica cultural de la élite.
La forma de concebir la calle, la
plaza, de subdividir los ámbitos de trabajo, de reposo, de negocio y ocio se
resume como la estratégica concepción positivista aupada por el lopecismo.
La ciudad en su esfuerzo natural de expansión
querrá desplazarse rápidamente desde sus calles estrechas hacia superficies más
amplias, aireadas y soleadas. Los lugares modernos de hoy, reservados a las
habitaciones, se cubrirán de inmuebles comerciales y la ciudad actual se
tornará en una ciudad antigua e insalubre donde no podrán vivir sino elementos
infelices de la población[5].
El
interés económico justifica la intervención sobre la memoria colectiva de la
ciudad, las mejoras urbanas deben efectuarse rápidamente para evitar “una
rápida desvalorización de toda la ciudad actual”[6]
Lo importante era la revalorización del suelo, la protección de los bienes
inmuebles de quienes los poseían, que eran pocos. Como señala Egaña: “apretar
gente y riqueza en los lugares altos y salubres se nos presenta como objetivo
fundamental de un programa demográfico y económico de penetrantes proyecciones
en lo futuro”[7]
La intervención urbana afirma los
imperativos que guían los principios lopecistas, se elaboró una estrategia de
clase que apuntaba a la remodelación de la ciudad prescindiendo de su propia
realidad. La formula urbana replantea hasta su disolución el rol socio-cultural
y político de la vida urbana hasta el presente. La ciudad lopecista plantea la
preeminencia del eje monumental que desplaza el centro histórico como centro de
la ciudad, en éste se ubican los edificios gubernamentales y los símbolos del
poder; además, plantea la segregación residencial de acuerdo con las clases
sociales.
Ante la ciudad criticada por insalubre
e infuncional, el plan urbano conlleva en sí las representaciones y
contradicciones que acusan al Estado de tradicional y atrasado. Entre el Plan
Monumental y la cultura no existe una relación, el plan urbano sólo se refiere
a la función y al funcionamiento de la ciudad en el interior del sistema total
impuesto a la fuerza.
El plan urbano refleja una cultura
decimonónica y descubre la capacidad para cumplir las tareas institucionales de
un pasado imperial que nunca ha existido en el país; este plan concierne a la
institución y organización de un ser socio-político, el cual da cuerpo y
estructura a la acción elitista del hombre y da significado a sus
representaciones urbanas. El modelo urbano cuadricular fue suplantado por la
supremacía de París. La ciudad asumió la imagen metropolitana de los trazados
de Haussmann. La elite local asimilaba el ritmo de las vanguardias
metropolitanas a través del constante vínculo especular con los modelos
artísticos y culturales de Europa[8].
La estructura arquitectónica aparece
como la expresión constitutiva y expresiva de un Estado sin presente,
sobrepuesta a un plan de vialidad, de continuidad viaria que sirve para ignorar
las zonas subalternas, El Plan urbano es “articulado y jerarquizado alrededor
del proyecto arquitectónico para el nuevo centro cívico, y la Avenida Bolívar
como justificación fundamental para una vía comercial”[9]
Todo esto garantizaba la ruptura
urbana, al desarrollar las tendencias e innovaciones de la estructura
mercantil. Caracas crecería a partir del centro por medio de autopistas que
conducirían a las nuevas urbanizaciones, el automóvil es ahora quien dicta la
forma urbana. Así se cumplía el cuarto principio de Haussmann, para París, que
consistía en facilitar la circulación que condujera directamente a los centros
comerciales y residenciales, evitando retrasos y congestionamiento vehicular.
La pérdida del centro histórico
significó que la ciudad estuviese dominada por el flujo vehicular. La pérdida
del centro urbano supuso la configuración de una nueva ciudad a partir de
circuitos conectados a un ordenamiento que privilegiaba avenidas y autopistas,
con capacidad para operar como enlaces y conexiones de flujos que estaban en
contra de la intensidad del encuentro y la aglomeración que posibilita la calle
y la plaza.
La fragmentación, producto del flujo
vehicular, conduciría al desuso del centro de la ciudad como espacio público
cargado de significado durante mucho tiempo. La
ciudad adquirió el régimen general de la velocidad; “la ciudad en su esfuerzo
natural de expansión, querrá desplazarse rápidamente, desde sus calles
estrechas, hacia superficies más amplias, aireadas y soleadas”[10]
El andar se impuso sobre el estar.
El movimiento rápido priva al
individuo de la sensibilidad social, lo hace sufrir la perdida táctil, al convertir
a la ciudad en un territorio de espacios neutros. El individuo, en movimiento
incesante, pierde su vínculo con otros individuos y con los lugares por los
cuales se desplaza. Los urbanistas trataron de convertir a Caracas en un lugar
en el cual el individuo pudiera «desplazarse y respirar con libertad», tal
libertad se expresa como un espacio meramente sometido. La logística de la
velocidad separa al individuo de los espacios por los que se mueve.
La avenida es convertida, en el Plan
Monumental, en el centro ceremonial del vehículo, ésta se planifica para que en
ella se pueda celebrar la ceremonia de movimiento hacia un objeto determinado,
convirtiendo al movimiento en un fin en sí mismo. Esta mecánica del movimiento
considera indigna o injusta la resistencia social, ambiental o personal. “Allí,
donde se vive confortable y plácidamente, desaparecen las dificultades
sociales, los trastornos políticos y los odios de clases”[11],
la soltura, la comodidad, la facilidad en las relaciones de movimiento se presentan
como garantía de la libertad individual.
El Plan Monumental, a semejanza del de
Haussmann, privilegia el movimiento de los individuos segregando el de las
masas urbanas, al intentar “encausar el sentido principal de la circulación por
medio de una avenida central que, por sus proporciones y las fachadas de sus
edificios de a la ciudad un aspecto monumental imprimiéndole un carácter
especial”[12], se separa y divide a la
comunidad por medio del tráfico. La avenida central establece el control social
que implica la forma lineal, al dividir a la masa urbana en grupos antagónicos.
Las anchas avenidas conectan
monumentos con otros monumentos, no con grupos sociales; con lo cual se
pretende crear un espacio transparente de libertad, esto es una mera vaciedad,
una apatía inducida; puesto que se pretende un espacio de libertad sin conexión
humana permanente.
El ejemplo de Haussmann, con su
impulso demoledor, alimentó la decisión lopecista y de la burguesía caraqueña
de borrar el pasado urbano y transformar la fisonomía de la ciudad. Una
suntuosa avenida, una arquitectura de progreso, revelaron esta decisión; aunque
no se logró desvanecer el fantasma de la vieja ciudad[13].
La pretensión positivista se avergonzaba de la ciudad colonial; “porque el
atractivo de nuestra capital no irradia en las angostas calles del viejo núcleo
pseudo colonial, sino de las modernas barriadas de los alrededores”[14],
así demolieron sectores cargados de tradición.
La demolición de lo viejo daría paso a
un nuevo trazado urbano, a una nueva arquitectura que resumía el supremo
triunfo del progreso. “La gran ciudad, con sus bellos bulevares, parques,
teatros, jardines, clubs, etc. Las afueras, con sus hermosas ciudades-jardín y
sus clubs deportivos unidos a la urbe por medio de cómodas y hermosas arterias
de rápida circulación… harán de nuestra ciudad uno de los centros más
atractivos del Nuevo Mundo”[15].
La pretendida comodidad vehicular
reducía la intensidad del intercambio urbano que puede presentarse en una
comunidad heterogénea. El Plan Monumental se convertía en una propuesta de
homogenización, porque “el atractivo de nuestra capital no irradia en las
angostas calles del viejo núcleo pseudo colonial, sino de las modernas
barriadas de los alrededores”[16],
lo urbano se convierte en un garante del continuo orden social del Estado. En
lo sucesivo, el cauce de la acción social debe quedar domesticado, la acción
social será reemplazada por la planificación social; el conflicto es excluido
como amenaza a una vida urbana mejor.
El núcleo fundacional de Caracas
quedaría aislado al separar los viejos barrios de la ciudad colonial del
moderno eje dominante. El planificador superpuso a la ciudad colonial una nueva
red de calles anchas y rectilíneas formando un sistema de comunicaciones entre los
nuevos centros principales de la vida ciudadana. Aseguraba, de esta manera, las
directrices eficaces de tráfico que aíslan el espacio político (por excelencia)
de la ciudad, esto es, la Plaza Bolívar.
[1] Cfr. María
Fernanda Jaua. “Lógica y eclecticismo o los buenos modales de Maurice Rotival”,
El Plan Rotival (la Caracas que no fue) Caracas, U C V, 1991, p. 136.
[2] Elbano
Mibelli. “Creación de la Dirección de Urbanismo”, Revista Municipal del
Distrito Federal, número 1, Caracas, noviembre, 1939, p. 3.
[3] Cfr. José
Luis Romero. Latinoamérica: las ciudades y las ideas, México, Siglo Veintiuno
Editores, 1976, p. 275.
[4] Leszek
Zawisza. “El Silencio: arquitectura y urbanismo”, El Silencio y sus
alrededores, Caracas, Fundarte, 1985, pp. 47-48.
[5] Elbano
Mibelli. “Exposición del Gobernador”, Revista Municipal del Distrito Federal,
número 1, Caracas, noviembre, 1939, pp. 14-15.
[6] Ibid., p.
24.
[7] Manuel R.
Egaña (Ministro de Fomento) “Gobierno y época del Presidente Eleazar López
Contreras”, El pensamiento político venezolano del siglo XX, Vol. 18, p. 375.
[8] Cfr.
Antonio Vélez y Roberto Segre. “¿Por qué hablar de modelo europeo de ciudad en
América Latina?”, Revista de Occidente, julio-agosto 2001, Nº 230-231, Madrid,
p. 19.
[9] Juan J.
Martín Frechilla. Planes, planos y proyectos para Venezuela: 1908-1958 (Apuntes
para una historia de la construcción del país) Caracas, Universidad Central de
Venezuela, 1994, p.357.
[10] Elbano Mibelli.
“Exposición del Gobernador”, Revista Municipal del Distrito Federal, número 1,
Caracas, noviembre, 1939, pp. 14-15.
[11] Ibid., p. 20.
[12] Elbano Mibelli.
“Solución escogida”, Revista Municipal del Distrito Federal, número 1, Caracas,
noviembre, 1939, p. 25.
[13] Cfr. José Luis
Romero. Latinoamérica: las ciudades y las ideas, México, Siglo Veintiuno
Editores, 1976, p. 249.
[14] Luis Roche.
Sur-América vista por un venezolano, Caracas, Tipografía La Nación, 1945, p.
43.
[15] Elbano Mibelli. Op.
cit., p. 21.
[16] Luis Roche. Op. cit. p.
43.
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