jueves, 5 de julio de 2012

PLAN MONUMENTAL DE CARACAS DE 1939: CONFIGURACIÓN Y REPRESENTACIÓN








AFIRMACIÓN Y NEGACIÓN

La ciudad es configurada en función de diferencias y jerarquías, por medio de las cuales se establece un conjunto de significaciones que son alcanzadas en la medida que las estructuras relacionales se consolidan entre sí. La ciudad constituye el conjunto operativo de las relaciones colectivas entre los hombres; ésta es un territorio de prácticas sociales y de representaciones organizadas que se manifiestan en lugares reales o imaginarios, que permiten crear los límites colectivos en los cuales se enmarca el devenir de los significados urbanos. La ciudad representa la relación de uno con el otro, que no necesariamente es una relación presencial, de allí la presencia del monumento, del obelisco, la plaza, el edificio gubernamental, la avenida, el puente, de lo religioso, de lo político;  en las cuales están expresadas las formas de concebir el mundo.

La ciudad, en tanto imagen, permite a los hombres identificarse con su pasado y su presente como una entidad cultural, política y social. La ciudad es el territorio donde el poder se hace visible, donde el simbolismo del poder se materializa; donde la colectividad se fotografía o queda desdibujada; ésta es el terreno privilegiado de la política, en ésta cualquier asunto es enunciado políticamente, donde el discurso, el interés y el propósito constituye una acción política. La ciudad es el escenario donde los «lugares privilegiados» son marcas fijas.

La configuración urbana no es un acto ingenuo, en ella se estampa la concepción política y antropológica dejando su huella de manera muy profunda. La ciudad es un conjunto de signos y símbolos que establece ritmos de vida y comunica categorías de valores, con el objeto de consolidar un determinado sistema socio-político y de reproducir dicho sistema; por lo que los significados urbanos son la expresión de una ideología de dominio. El espacio urbano, en consecuencia, es constitutivo de la ideología, esto es, la ideología expresada en el espacio.

La lectura de la ciudad está mediada por una comprensión del mundo al que ésta pertenece, tal lectura es contextual y connotativa. La ciudad es un texto visual, que narra vínculos de coherencia e incoherencia emitidos al mismo tiempo de manera continua, este texto permite percibir las formas discursivas y los poderes de representación que configuran la ciudad, pues quien maneja el poder político, maneja también el poder de representación.

Los objetivos del Plan Monumental no coinciden con los intereses reales de la ciudad. El análisis y exposición de motivos sólo justifica ideológicamente al plan mismo, éste no es una etapa del proceso proyectivo. El urbanista impone a la ciudad un futuro que es el más conveniente[1] a su previa concepción, asigna de antemano una forma de crecimiento específica. De esta manera, cuando se señala que “Caracas no debe aplazar más su vital necesidad de ser urbanizada conforme a un vasto programa que solucione con eficacia la marcha regular de los servicios públicos de la población y prevea su futuro de gran ciudad moderna”[2], previamente estamos ante un discurso que moldea a Caracas según las representaciones del lopecismo.

El principio de modernización de la ciudad fue la ruptura del casco antiguo, tanto para ensanchar las calles como para organizar fáciles comunicaciones con las nuevas áreas edificadas. No obstante, este esquema preservaba la vocación barroca que se manifestó en la preferencia por edificios públicos monumentales con amplia perspectiva, monumentos emplazados en lugares destacados, grandes avenidas, servicios públicos modernos y eficaces que debían asombrar al viajero, según una reiterada frase de comienzos del siglo XX[3]. De allí que la ciudad quedará sometida a la acción de una racionalidad positivista, la cual consideró que:  

El casco viejo no podría dejarse intacto, pero faltó la audacia de pensar en el desplazamiento de las grandes oficinas municipales y del Estado hacia las nuevas zonas libres en el Este, sacrificando en este modo la ciudad tradicional, que a partir de entonces empieza a desaparecer. Se quiso colocar la ciudad nueva encima de la antigua, y en esto la escuela francesa actuó a base de las experiencias de Hausmann y de Napoleón III[4].

¿Por qué no ubicar las oficinas al oeste o al sur-oeste? Más adelante veremos que Zawisza es partidario de la segregación establecida en el plan urbano. Sin embargo, se percibe que el texto urbano se comienza a escribir desde una ideología determinada. París seguía encandilando a los gobernantes de turno. La concepción de dominio estableció la configuración del espacio urbano y los símbolos de la ciudad propuesta. La codificación cultural no atiende a signos de identidad colectiva, se plantea como práctica cultural de la élite.

La forma de concebir la calle, la plaza, de subdividir los ámbitos de trabajo, de reposo, de negocio y ocio se resume como la estratégica concepción positivista aupada por el lopecismo.

La ciudad en su esfuerzo natural de expansión querrá desplazarse rápidamente desde sus calles estrechas hacia superficies más amplias, aireadas y soleadas. Los lugares modernos de hoy, reservados a las habitaciones, se cubrirán de inmuebles comerciales y la ciudad actual se tornará en una ciudad antigua e insalubre donde no podrán vivir sino elementos infelices de la población[5].

                El interés económico justifica la intervención sobre la memoria colectiva de la ciudad, las mejoras urbanas deben efectuarse rápidamente para evitar “una rápida desvalorización de toda la ciudad actual”[6] Lo importante era la revalorización del suelo, la protección de los bienes inmuebles de quienes los poseían, que eran pocos. Como señala Egaña: “apretar gente y riqueza en los lugares altos y salubres se nos presenta como objetivo fundamental de un programa demográfico y económico de penetrantes proyecciones en lo futuro”[7]

La intervención urbana afirma los imperativos que guían los principios lopecistas, se elaboró una estrategia de clase que apuntaba a la remodelación de la ciudad prescindiendo de su propia realidad. La formula urbana replantea hasta su disolución el rol socio-cultural y político de la vida urbana hasta el presente. La ciudad lopecista plantea la preeminencia del eje monumental que desplaza el centro histórico como centro de la ciudad, en éste se ubican los edificios gubernamentales y los símbolos del poder; además, plantea la segregación residencial de acuerdo con las clases sociales.

Ante la ciudad criticada por insalubre e infuncional, el plan urbano conlleva en sí las representaciones y contradicciones que acusan al Estado de tradicional y atrasado. Entre el Plan Monumental y la cultura no existe una relación, el plan urbano sólo se refiere a la función y al funcionamiento de la ciudad en el interior del sistema total impuesto a la fuerza.

El plan urbano refleja una cultura decimonónica y descubre la capacidad para cumplir las tareas institucionales de un pasado imperial que nunca ha existido en el país; este plan concierne a la institución y organización de un ser socio-político, el cual da cuerpo y estructura a la acción elitista del hombre y da significado a sus representaciones urbanas. El modelo urbano cuadricular fue suplantado por la supremacía de París. La ciudad asumió la imagen metropolitana de los trazados de Haussmann. La elite local asimilaba el ritmo de las vanguardias metropolitanas a través del constante vínculo especular con los modelos artísticos y culturales de Europa[8].

La estructura arquitectónica aparece como la expresión constitutiva y expresiva de un Estado sin presente, sobrepuesta a un plan de vialidad, de continuidad viaria que sirve para ignorar las zonas subalternas, El Plan urbano es “articulado y jerarquizado alrededor del proyecto arquitectónico para el nuevo centro cívico, y la Avenida Bolívar como justificación fundamental para una vía comercial”[9] 

Todo esto garantizaba la ruptura urbana, al desarrollar las tendencias e innovaciones de la estructura mercantil. Caracas crecería a partir del centro por medio de autopistas que conducirían a las nuevas urbanizaciones, el automóvil es ahora quien dicta la forma urbana. Así se cumplía el cuarto principio de Haussmann, para París, que consistía en facilitar la circulación que condujera directamente a los centros comerciales y residenciales, evitando retrasos y congestionamiento vehicular.

La pérdida del centro histórico significó que la ciudad estuviese dominada por el flujo vehicular. La pérdida del centro urbano supuso la configuración de una nueva ciudad a partir de circuitos conectados a un ordenamiento que privilegiaba avenidas y autopistas, con capacidad para operar como enlaces y conexiones de flujos que estaban en contra de la intensidad del encuentro y la aglomeración que posibilita la calle y la plaza.

La fragmentación, producto del flujo vehicular, conduciría al desuso del centro de la ciudad como espacio público cargado de significado durante mucho tiempo. La ciudad adquirió el régimen general de la velocidad; “la ciudad en su esfuerzo natural de expansión, querrá desplazarse rápidamente, desde sus calles estrechas, hacia superficies más amplias, aireadas y soleadas”[10] El andar se impuso sobre el estar.

El movimiento rápido priva al individuo de la sensibilidad social, lo hace sufrir la perdida táctil, al convertir a la ciudad en un territorio de espacios neutros. El individuo, en movimiento incesante, pierde su vínculo con otros individuos y con los lugares por los cuales se desplaza. Los urbanistas trataron de convertir a Caracas en un lugar en el cual el individuo pudiera «desplazarse y respirar con libertad», tal libertad se expresa como un espacio meramente sometido. La logística de la velocidad separa al individuo de los espacios por los que se mueve.

La avenida es convertida, en el Plan Monumental, en el centro ceremonial del vehículo, ésta se planifica para que en ella se pueda celebrar la ceremonia de movimiento hacia un objeto determinado, convirtiendo al movimiento en un fin en sí mismo. Esta mecánica del movimiento considera indigna o injusta la resistencia social, ambiental o personal. “Allí, donde se vive confortable y plácidamente, desaparecen las dificultades sociales, los trastornos políticos y los odios de clases”[11], la soltura, la comodidad, la facilidad en las relaciones de movimiento se presentan como garantía de la libertad individual.

El Plan Monumental, a semejanza del de Haussmann, privilegia el movimiento de los individuos segregando el de las masas urbanas, al intentar “encausar el sentido principal de la circulación por medio de una avenida central que, por sus proporciones y las fachadas de sus edificios de a la ciudad un aspecto monumental imprimiéndole un carácter especial”[12], se separa y divide a la comunidad por medio del tráfico. La avenida central establece el control social que implica la forma lineal, al dividir a la masa urbana en grupos antagónicos.

Las anchas avenidas conectan monumentos con otros monumentos, no con grupos sociales; con lo cual se pretende crear un espacio transparente de libertad, esto es una mera vaciedad, una apatía inducida; puesto que se pretende un espacio de libertad sin conexión humana permanente.

El ejemplo de Haussmann, con su impulso demoledor, alimentó la decisión lopecista y de la burguesía caraqueña de borrar el pasado urbano y transformar la fisonomía de la ciudad. Una suntuosa avenida, una arquitectura de progreso, revelaron esta decisión; aunque no se logró desvanecer el fantasma de la vieja ciudad[13]. La pretensión positivista se avergonzaba de la ciudad colonial; “porque el atractivo de nuestra capital no irradia en las angostas calles del viejo núcleo pseudo colonial, sino de las modernas barriadas de los alrededores”[14], así demolieron sectores cargados de tradición.

La demolición de lo viejo daría paso a un nuevo trazado urbano, a una nueva arquitectura que resumía el supremo triunfo del progreso. “La gran ciudad, con sus bellos bulevares, parques, teatros, jardines, clubs, etc. Las afueras, con sus hermosas ciudades-jardín y sus clubs deportivos unidos a la urbe por medio de cómodas y hermosas arterias de rápida circulación… harán de nuestra ciudad uno de los centros más atractivos del Nuevo Mundo”[15].

La pretendida comodidad vehicular reducía la intensidad del intercambio urbano que puede presentarse en una comunidad heterogénea. El Plan Monumental se convertía en una propuesta de homogenización, porque “el atractivo de nuestra capital no irradia en las angostas calles del viejo núcleo pseudo colonial, sino de las modernas barriadas de los alrededores”[16], lo urbano se convierte en un garante del continuo orden social del Estado. En lo sucesivo, el cauce de la acción social debe quedar domesticado, la acción social será reemplazada por la planificación social; el conflicto es excluido como amenaza a una vida urbana mejor.

El núcleo fundacional de Caracas quedaría aislado al separar los viejos barrios de la ciudad colonial del moderno eje dominante. El planificador superpuso a la ciudad colonial una nueva red de calles anchas y rectilíneas formando un sistema de comunicaciones entre los nuevos centros principales de la vida ciudadana. Aseguraba, de esta manera, las directrices eficaces de tráfico que aíslan el espacio político (por excelencia) de la ciudad, esto es, la Plaza Bolívar.
































[1] Cfr. María Fernanda Jaua. “Lógica y eclecticismo o los buenos modales de Maurice Rotival”, El Plan Rotival (la Caracas que no fue) Caracas, U C V, 1991, p. 136.
[2] Elbano Mibelli. “Creación de la Dirección de Urbanismo”, Revista Municipal del Distrito Federal, número 1, Caracas, noviembre, 1939, p. 3.
[3] Cfr. José Luis Romero. Latinoamérica: las ciudades y las ideas, México, Siglo Veintiuno Editores, 1976, p. 275.
[4] Leszek Zawisza. “El Silencio: arquitectura y urbanismo”, El Silencio y sus alrededores, Caracas, Fundarte, 1985, pp. 47-48.
[5] Elbano Mibelli. “Exposición del Gobernador”, Revista Municipal del Distrito Federal, número 1, Caracas, noviembre, 1939, pp. 14-15.
[6] Ibid., p. 24.
[7] Manuel R. Egaña (Ministro de Fomento) “Gobierno y época del Presidente Eleazar López Contreras”, El pensamiento político venezolano del siglo XX, Vol. 18, p. 375.
[8] Cfr. Antonio Vélez y Roberto Segre. “¿Por qué hablar de modelo europeo de ciudad en América Latina?”, Revista de Occidente, julio-agosto 2001, Nº 230-231, Madrid, p. 19.
[9] Juan J. Martín Frechilla. Planes, planos y proyectos para Venezuela: 1908-1958 (Apuntes para una historia de la construcción del país) Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1994, p.357.
[10] Elbano Mibelli. “Exposición del Gobernador”, Revista Municipal del Distrito Federal, número 1, Caracas, noviembre, 1939, pp. 14-15.
[11] Ibid., p. 20.
[12] Elbano Mibelli. “Solución escogida”, Revista Municipal del Distrito Federal, número 1, Caracas, noviembre, 1939, p. 25.
[13] Cfr. José Luis Romero. Latinoamérica: las ciudades y las ideas, México, Siglo Veintiuno Editores, 1976, p. 249.
[14] Luis Roche. Sur-América vista por un venezolano, Caracas, Tipografía La Nación, 1945, p. 43.
[15] Elbano Mibelli. Op. cit., p. 21.
[16] Luis Roche. Op. cit. p. 43.

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