domingo, 22 de julio de 2012

PLAN MONUMENTAL DE CARACAS: EL PLAN NO REALIZADO, LA ATOPÍA URBANA




El Plan Monumental de Caracas fue un proyecto irrealizable porque en sí mismo contenía las contradicciones de su imposibilidad. Las contradicciones entre la propuesta de nueva ciudad, como escenario de las acciones humanas, sustentada en el racionalismo y en la retórica de los expertos urbanos, en tanto proyección política y arquitectónica que minimiza las contradicciones; y la ciudad como el complejo conjunto de actividades humanas resultado del diálogo y del hacer de los habitantes, contiene en sí los conflictos dados por la oposición entre diversas voluntades que determinan la estructura de la ciudad.

Al proyectar la ciudad, escenario de las acciones humanas, se instaura el paradigma de la valoración arquitectónica sobre el complejo conjunto de actividades humanas. La técnica se hace superior a lo social. La instrumentación de la ciudad, con su carácter científico-técnico, considera a ésta como un objeto perfectible; en consecuencia, se proyecta lo ideal que pretende imponer un modelo de orden y armonía a los hombres.

El Plan Monumental configura una nueva dimensión urbana. Sin embargo, los postulados y principios que sustentan a éste son postulados que no se corresponden con el momento histórico que vive el país; dichos postulados están en decadencia, no dan respuestas a las inquietudes y aspiraciones de los venezolanos; éstos son la imposición de quienes proclaman el futuro basado en el pasado, esto es, el pasado es el futuro.

El futuro que se proclama niega la realidad, porque se afirma en unos postulados que están históricamente superados, desfasados, en decadencia. Para finales de la década de los treinta, la estética y el paradigma formalista de la École Française d’Urbanisme ya era obsoleta y estaba desgastada en el contexto internacional. El Plan Monumental muestra el agotamiento de la era afrancesada en medio de la americanización de la ciudad[1].

El neoclasicismo del Plan Monumental se destaca por el eje monumental y el edificio-símbolo. La monumentalidad de la Gran Avenida más por razones estéticas que funcionales; la simetría cartesiana bifurcada artificialmente en ambos extremos de ésta, el ecléctico despliegue de edificios públicos reforzaba la imagen Beaux Arts del conjunto coronado por el piramidal Sagrario del Libertador, monumento que asociaba la tumba de Napoleón en los Inválidos con la Pirámide de la Luna en Teotihuacan[2].

El esquema divino subsiste en el Sagrario del Libertador, como el templo de lo divino que corona la ciudad. Eleva la figura del Libertador al rango de héroe mítico, se transforma el ideario bolivariano en credo, el nombre en símbolo de hombre universal, sus oraciones en máximas, su historia en leyenda.

El mito asegura el orden inmutable del mundo. El Libertador es convertido en el ideario del discurso urbano. El mito Bolívar proporciona el punto indiscutible de la identidad nacional, todo es remitido a él para su identificación. El progreso se funda en la voluntad del Libertador. La razón histórica de la ciudad se universaliza a través de la voluntad del Libertador[3]. En él se funda el modelo de reconocimiento que afirma la conciencia patria, y se sobrepone al lenguaje afrancesado; se da un deslinde con lo afrancesado, lo cual acusa las contradicciones existentes. No obstante, todo esto está sobrepuesto a una realidad existente.

Las contradicciones del lopecismo se encarnan en el Plan Monumental, esto hace que el mismo no se lleve a cabo o se realice en parte, por ejemplo, el trazado de la Avenida Bolívar. Ante dicho plan se da una actitud ambigua, no se lleva a cabo, pero tampoco se realiza otro proyecto urbano, cabe señalar que la permanencia e influencia de Maurice Rotival, en el urbanismo caraqueño, se extendió hasta la década de los setenta. El Plan Monumental permanece como lo inconcluso, a la vez, es una presencia permanente; que lo convierte en una utopía. Sin embargo, considero más acertado considerar que el Plan Monumental es, en realidad, una atopía urbana.
               
Con respecto a la utopía, ésta se vincula a múltiples realidades más o menos lejanas. La utopía social considera que el hombre será más feliz, más productivo si se movilizan y dirigen las energías sociales de forma apropiada. La utopía urbanística, por su parte, espera un futuro mejor por medio del ordenamiento y perfeccionamiento de la ciudad; esta utopía supone que los hombres disfrutarán de mejor salud, de mayor sentido de responsabilidad cívica, se sentirán más satisfechos y serán más sensibles a la belleza si el ámbito urbano en el cual habitan es acertadamente acondicionado y ordenado.

Para este utopismo, el bienestar social y el comportamiento individual están condicionados por las características del entorno físico, las aspiraciones humanas pueden ser colmadas en gran parte, sino del todo, por un medio urbano apropiado; el mejoramiento del entorno urbano comporta, por sí solo, un fortalecimiento de los valores morales. La misión explícita del urbanismo es conseguir que la ciudad sea un lugar mejor para vivir[4].

El utópico está convencido que con sólo colocar al hombre en un medio social o físico adecuado éste se comportará inevitablemente tal y como él lo ha previsto; en ambos casos, la utopía tiene un marcado sentido ambiental y moral. Selecciona determinadas instituciones sociales, ciertas condiciones urbanas y las proyecta hacia un futuro; es selectivo y arbitrario en el proyecto que elabora[5].

El utopista sabe que esta imagen no se realizará, coloca la ciudad en un espacio y en un tiempo imposible, proyecta la ciudad en el futuro como la dimensión más incierta o en un pasado inmemorial. El lugar de la ciudad es distante e indefinido, al margen del horizonte o más allá; el habitante de la ciudad ideal es una estatua animada. El utopista imagina un proceso histórico neto y lineal, con un recorrido sin obstáculos, ni errores ni caídas. La utopía significa desconfianza en la eficacia de la acción. El diseño de la ciudad finge prefigurar el porvenir, sin embargo, en tanto modo de pensamiento, es arcaico[6].

Toda reforma esbozada sobre el fondo ilusorio de la utopía es el resultado de una crítica cerrada y metódica de destrucción de la tradición, en cuanto esa tradición se configura como un problema actual. El utopista vincula elementos urbanísticos, sociales, religiosos y políticos para los cuales proyecta una ciudad especial, que sólo es una idea, un entretenimiento intelectual o una solución óptima que carece de realidad fáctica. El fin de lo utópico es la utopía.

La ciudad ideal está fundada en la disciplina, el orden y la armonía. Lo decididamente estable constituye un ensueño; porque lo perecedero, lo que deviene, constituye la dimensión inherente a la realidad; es esto lo que la ciudad ideal pretende eliminar. La ciudad ya no tiene su fundamento y causa en sí misma, sino en un ser distinto de ella; lo sensible es declarado nulo, no existente; y lo que no existe, el ser distinto de la ciudad, es declarado real y existente, en esto consiste la inversión idealista de la ciudad.

En la ciudad ideal, la actividad humana es un antihumanismo porque el hombre no conoce ni domina su designio, puesto que no determina su acción en la ciudad. Esto significa que quien decide en el destino ciudad es una entidad que está más allá del hombre.

El Plan Monumental de Caracas, en tanto ideal urbano del lopecismo, está fundado en el imaginario antropológico representado por el hombre positivo y en el ideal político de orden y disciplina. En suma, es la idea positivista. Lo antropológico, lo político y lo urbano configuran la totalidad positivista. Sin embargo, el lopecismo representa el ocaso del positivismo; con él el Plan Monumental es el crepúsculo de una concepción urbana agónica, que ya no podía tener cabida en el movimiento de la historia.

El Plan Monumental de 1939 no es utopía, es más bien una atopía urbana. Un plan extraño y excéntrico para Caracas y para el momento histórico. Este plan urbano está fuera de lugar, por eso es un atopos, es absurdo en el contexto de la situación que vive Venezuela. Pero, a la vez, es algo admirable y maravilloso, por esto también es una atopía, porque es el primer plan urbano de gran envergadura que se proyecta en la historia de la ingeniería, la arquitectura y el urbanismo venezolano. El proyecto para Caracas es una excentricidad, un atopos, si se aprecian las propuestas urbanas que realizan los arquitectos que impulsan los postulados de la arquitectura moderna. A esta característica de atopía se debe su permanencia y presencia en el imaginario arquitectónico y urbanístico del país. Él inaugura la posibilidad para pensar la ciudad como una totalidad.







[1] Cfr. Arturo Almandoz. “El Plan Monumental de 1939: conclusión del ciclo europeo de Caracas”, Urbana 20, Caracas, 1997, pp. 97–98.
[2] Cfr. Arturo Almandoz. “El Plan Monumental de 1939: conclusión del ciclo europeo de Caracas”, Urbana 20, Caracas, 1997, p. 96.
[3] Cfr. Luis Castro Leiva. De la patria boba a la teología bolivariana, Caracas, Monte Ávila Editores, 1991, p. 180.
[4] Cfr. Lowdon Wingo (editor) Ciudades y espacio (el uso futuro del suelo urbano) Barcelona, Ediciones Oikos-Tau, 1976, p. 6.
[5] Cfr. Martin Meyerson. “Tradiciones utópicas y urbanismo”, La metrópoli del futuro, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1967, pp. 272-278.
[6] Cfr. Giulio Carlo Argan. Proyecto y Destino, Caracas, U. C. V, 1969, pp. 12-13.

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