La constante antropológica
del lopecismo es que el hombre debe ser disciplinado y ordenado. Lo que
conlleva a que éste sea trabajador, productivo, planificador, eficiente,
exitoso y responsable, esto en función de la Patria, necesitada “calma y
cordura”[1].
Hemos señalado que esta caracterización corresponde al hombre positivo, el paradigma
antropológico.
Lo diametralmente opuesto
a este paradigma lo representa, por una parte, el Juan Bimba, quien carece de
toda iniciativa, disciplina… La otra figura es el adversario político del
lopecismo, esto es, anarquistas y comunistas, quienes representan la actitud de
intolerancia y constante diatriba; éstos avivan la discordia y siembran “la
anarquía y los odios de clase, que son elementos de disgregación que debilitan
cuando se rompe la unidad espiritual del República”[2]. Por
lo que, la libertad de pensamiento, de conciencia y de trabajo, según López
Contreras, “ha resultado perjudicial, porque carecemos efectivamente, por falta
de educación del verdadero concepto del deber y del derecho y hemos abusado de
ellas no para la obra constructiva que demanda el momento sino para la anarquía
y el escándalo”[3].
La actitud para toda
condición humana radica en la frase de López Contreras «calma y cordura». El orden constituye sumisión, la condición
fundamental y necesaria para el progreso del individuo y del Estado. Porque, según los positivistas, el deber primordial del
gobierno es el de contener toda tentativa de alteración del orden, ya que
ninguna nación puede vivir ni prosperar en el desorden.
A pesar de todos los
llamados de López por establecer el orden positivista, el gobierno de éste fue
una época de intensas luchas. Las fuerzas opuestas al gobierno plantearon una
propuesta democrática que se contraponía a la propuesta democrática hecha por
el lopecismo[4].
Con respecto a estas luchas, López Contreras señala que “el momento no es de
luchas estériles ni de pugnas ideológicas, sino de intención honrada y de
armonía de las distintas corrientes que concurran a los debates parlamentarios
con un solo y único propósito: el bien común”[5].
Aferrado en el principio
del orden, el régimen lopecista desconoció la opinión de la mayoría, por
considerar que los reclamos y peticiones de éstas fomentaban la indisciplina,
el desorden y no acataban la máxima de calma
y cordura.
La actitud del lopecismo
estuvo enfocada hacia la reorganización social, más acorde con el punto de
vista positivista, sobre los principios de la moral cívica, la conciencia por
las tradiciones republicanas y en el encauzamiento hacia “la absoluta
observancia de las leyes”[6]. El
gobierno de López se desarrolló entre las alternativas de civilización y
barbarie, a partir de esta alternativa se explica la necesaria acción redentora
propuesta por el lopecismo. Acción que conlleva a la ausencia de movimiento que
supone la negación de toda disidencia; pues la disidencia supone una transformación,
la cual el lopecismo rechaza.
[1] Eleazar López Contreras. “Gobierno y época
del Presidente Eleazar López Contreras”, El pensamiento político venezolano del
siglo XX, Vol. 17, p. 89.
[2] Ibid., p. 120.
[3] Ibid., pp. 131-132.
[4] Cfr. Oscar Battaglini. Legitimación del
Poder y Lucha Política en Venezuela 1936-1941, Caracas, Universidad Central de
Venezuela, 1993, p. 32.
[5] Eleazar López Contreras. Op. cit., p. 160.
[6] Ibid., pp. 324-325.
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