jueves, 5 de julio de 2012

Platón: La antropología cognitiva de Filebo



En Filebo, Platón sostiene que todas las afecciones pertenecen al alma independientemente del cuerpo (Filebo 32c; 34a-b). En consecuencia, no hay deseos o afecciones corporales. Ya que “el principio motor de todo animal es el alma”, lo que se mueve a sí mismo es principio de movimiento para todo aquello que es movido por otro (Filebo 35c-d).
Al análisis sobre la génesis y forma general del placer, Platón antepone la investigación del deseo. ¿Qué es y cómo se engendra? (Filebo 34d). Previamente, indica que en el alma se dan afecciones anticipadas de placer y dolor (Filebo 32c). Protarco, en el diálogo, afirma que tales afecciones son de otro tipo y se dan independiente del cuerpo. En Filebo 34c, Platón señala que el placer del alma está en ella misma, no pertenece al cuerpo. En Filebo 33d, indica que las afecciones corporales, como el hambre, la sed y otras de este género constituyen un cierto tipo de deseo, «un estar vacío que desea llenarse» (Filebo 34e–35b)
No obstante, quien desea llenarse es el alma (Filebo 35d) mediante la memoria; la cual se impulsa hacia lo que apetece. No es el cuerpo quien apetece; ya que éste está vacío y no engendra ningún tipo de apetito (Filebo 35 b-c). Es decir, el cuerpo no desea.
El que desea, esto es, el alma desea algo porque esta vacía de lo que desea y desea llenarse de lo deseado. Propio a la naturaleza del alma es el deseo de llenarse. Por lo que ésta constantemente se encuentra en medio de dos estados. Entre el estado de vacío y el deseo de estar llena. ¿Qué genera este estar en medio? Por una parte, la «esperanza» de llenarse; por otra, la «desesperanza» de estar vacío (Filebo 36b).
La concepción del deseo determina, en primer lugar, un hombre que desea; esto es, una antropología del ser que desea o del ser deseante. Según Filebo 36b, este ser que desea puede ser esperanzado o desesperanzado. El esperanzado goza, por el recuerdo, de lo que desea; pero, a la vez, sufre por el vacío que siente (Filebo 32c; 36b). El desesperanzado, por su parte, sufre un doble dolor. Primero, sufre el dolor por estar vacío; segundo, sufre el dolor por no tener esperanza de llenarse (Filebo 36a). Se manifiesta una antropología de esperanza-desesperanza. En esta situación contradictoria de presencia-ausencia se da en sí la antropología cognitiva.
Este ser deseante nos remite el Banquete. Diálogo en el cual Platón señala que el amor es, en primer término, amor de algo, amor de aquello de lo que se tiene necesidad, amor de lo que se carece. “Se desea lo que no se tiene a su disposición, lo que no se posee, lo que no se es y de lo que se está falto” (Banquete 200c–201a). De acuerdo con estas palabras el amor es vacío, carencia y pobreza. EL amor desea colmar ese vacío esencial, que lo define, al intentar satisfacer sus necesidades y carencias. El amor es intermediario entre el vacío y lo lleno. De este modo, el encuentro erótico del placer comienza con la visión de lo deseado, que es el deseo de algo.
El alma es sujeto de los deseos. El recuerdo, que tiene su asiento en el alma, impele a ésta hacia lo apetecible. La sensación, afección que surge de la unidad alma-cuerpo ― más preciso de la unidad del alma consigo misma ―, tiene asidero en el recuerdo (Filebo 34b). Por el deseo y el recuerdo el hombre es un ser deseante, esperanzado o desesperanzado, según pueda hacer posible el objeto que desea.
La condición del «ser deseante», por otra parte, determina a la antropología del Filebo en la problemática del discurso, signada por una estructura proposicional. Puesto que, entre el deseo y el placer media una actividad discursiva-cognitiva. Sócrates (Filebo 36c-e) señala que los dolores y placeres pueden ser falsos o verdaderos, lo mismo que las opiniones. Protarco, por su parte, no acepta tal propuesta. La negativa de Protarco se funda en que el placer y el dolor son hechos, no un problema del discurso como pretende Sócrates.
El placer, señala Sócrates, adviene principalmente con la opinión falsa y no con la opinión correcta (Filebo 37e) Que una opinión sea falsa o verdadera no inválida el hecho que se opine, lo mismo con respecto al dolor y al placer. Por otra parte, el placer es afectado por cualidades, puede ser grande o pequeño; si al placer se une el mal se hace malo. No existe diferencia entre el placer unido a la opinión recta y la ciencia. Aquel que se hace malo es producto de la ignorancia (Filebo 38a-b).
La opinión tiene su origen en el recuerdo y la sensación (Filebo 38c). El placer y el dolor son posteriores a la opinión. Por tanto, son posteriores al deseo. Esta es la secuencia lógica y causal que va construyendo Sócrates en Filebo.
Con este razonamiento el filósofo pretende ubicar el status de la esperanza en la problemática del discurso. El ejemplo que da es el siguiente: si alguien ve algo a lo lejos hace un «juicio», emite una opinión de aquello que ve, es decir, emite un enunciado, una proposición (Filebo 38c). Además, señala: escritos y pinturas se hacen impronta en el alma, según sea el caso. Sí escritos y pinturas son verdaderos serán enunciados verdaderos, de lo contrario serán falsos (Filebo 39a-c).
El enunciado, emitido por Sócrates, es la esperanza que cada uno se hace a sí mismo (Filebo 40a). Por tener un carácter proposicional hace de todo placer una proposición, que media entre la opinión y el placer. Esta es la actividad discursiva por la cual el placer y el dolor pueden ser verdaderos o falsos.
La arquitectura del placer está constituida por: vacío – deseo de llenarse – recuerdo y sensación – opinión verdadera o falsa - esperanza verdadera o falsa – placer verdadero o falso. Tal arquitectura se asemeja a la alegoría de la línea de República. No obstante, la línea del placer no es totalmente secuencial, pues ésta puede bifurcarse. Ya que el deseante puede ser esperanzado o desesperanzado, según el deseo tenga o no esperanza de llenarse.
Esta línea del placer se remonta hasta la ciencia. Puesto que, el placer verdadero está unido a la opinión recta y la ciencia. El falso a la mentira y la ignorancia (Filebo 38a). La relación entre opinión y placer confiere a este último carácter cognitivo, en razón de que puede ser verdadero o falso al ser actividad discursiva.
Tal actividad discursiva se convierte en formaciones (Bildungen), sean éstas positivas o negativas, según los éxitos o fracasos que laurear la esperanza del hombre. Tales esos éxitos o fracasos, en la antropología de Filebo, dan su legitimidad a la polis y al modelo del hombre feliz o desgraciado. El discurso permite, por una parte, definir la estructura de la sociedad donde el discurso se despliega. Por otra, valora las actuaciones que el hombre realiza o puede llegar realizar a través de este discurso.
La relación entre placer y actividad cognitiva conduce a los placeres de la ciencia, placer epistémico. Los cuales están precedidos por el deseo de aprender. En tales placeres no se engendra el dolor. Además, éstos son no-mezclados (Filebo 52a-b). El placer epistémico está constituido causalmente por: el deseo―el recuerdo—la opinión verdadera o enunciado verdadero—la esperanza verdadera. Estos constituyen la actividad cognoscitiva del placer.
La arquitectónica del placer confiere a la antropología del Filebo el carácter de una antropología cognitiva. Pues ésta se convierte en discurso del alma. La constitución del compuesto es actividad cognitiva y está determinada por ésta.
La esperanza pertenece al campo de los enunciados, donde tienen cabida las comprobaciones de verdad o falsedad. En este sentido, el ser deseante es movido por el discurso que es parte de su naturaleza. Sólo aquí puede hablarse de la esperanza del ser deseante en cuanto él es discurso (anthropos logos). A partir de la esperanza es posible determinar la última antropología de Platón. Pues, la esperanza coincide con las determinaciones de la razón.
La desesperanza, por otra parte, no supera el nivel del deseo. Cuando la opinión verdadera no es alcanzada adviene la desesperanza. Ésta surge cuando el discurso es errado y permanece en el puro deseo. La desesperanza consiste en el falso discurso. En este sentido, haga lo que haga, el hombre es incapaz de encontrar la razón, ya que está enraizado en la ignorancia.
La desesperanza no se despliega contra la vida. La desesperanza no es ni aislamiento ni muerte. A Platón no le fascina la idea de la propia destrucción. La desesperanza es el conjunto de actos errados, de fracasos que inducen a permanecer en la ignorancia. Es la permanencia ante las imágenes que se proyectan contra la pared. 

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