En Filebo, Platón sostiene que
todas las afecciones pertenecen al alma independientemente del cuerpo (Filebo 32c; 34a-b). En consecuencia, no
hay deseos o afecciones corporales. Ya que “el principio motor de todo animal
es el alma”, lo que se mueve a sí
mismo es principio de movimiento para todo aquello que es movido por otro (Filebo 35c-d).
Al análisis sobre la génesis y forma general del placer, Platón antepone
la investigación del deseo. ¿Qué es y cómo se engendra? (Filebo 34d). Previamente, indica que en el alma se dan afecciones anticipadas
de placer y dolor (Filebo 32c). Protarco,
en el diálogo, afirma que tales afecciones son de otro tipo y se dan independiente
del cuerpo. En Filebo 34c, Platón señala
que el placer del alma está en ella misma, no pertenece al cuerpo. En Filebo 33d, indica que las afecciones
corporales, como el hambre, la sed y otras de este género constituyen un cierto
tipo de deseo, «un estar vacío que desea llenarse» (Filebo 34e–35b)
No obstante, quien desea llenarse es el alma (Filebo 35d) mediante la memoria; la cual se impulsa hacia lo que apetece.
No es el cuerpo quien apetece; ya que éste está vacío y no engendra ningún tipo
de apetito (Filebo 35 b-c). Es decir,
el cuerpo no desea.
El que desea, esto es, el alma desea algo porque esta vacía de lo que
desea y desea llenarse de lo deseado. Propio a la naturaleza del alma es el
deseo de llenarse. Por lo que ésta constantemente se encuentra en medio de dos
estados. Entre el estado de vacío y el deseo de estar llena. ¿Qué genera este
estar en medio? Por una parte, la «esperanza» de llenarse; por otra, la «desesperanza»
de estar vacío (Filebo 36b).
La concepción del deseo determina, en primer lugar, un hombre que desea;
esto es, una antropología del ser que desea o del ser deseante. Según Filebo 36b, este ser que desea puede ser
esperanzado o desesperanzado. El esperanzado goza, por el recuerdo, de lo que
desea; pero, a la vez, sufre por el vacío que siente (Filebo 32c; 36b). El desesperanzado, por su parte, sufre un doble dolor.
Primero, sufre el dolor por estar vacío; segundo, sufre el dolor por no tener
esperanza de llenarse (Filebo 36a).
Se manifiesta una antropología de esperanza-desesperanza. En esta situación
contradictoria de presencia-ausencia se da en sí la antropología cognitiva.
Este ser deseante nos remite el Banquete.
Diálogo en el cual Platón señala que el amor es, en primer término, amor de
algo, amor de aquello de lo que se tiene necesidad, amor de lo que se carece. “Se
desea lo que no se tiene a su disposición, lo que no se posee, lo que no se es
y de lo que se está falto” (Banquete 200c–201a). De acuerdo con estas
palabras el amor es vacío, carencia y pobreza. EL amor desea colmar ese vacío
esencial, que lo define, al intentar satisfacer sus necesidades y carencias. El
amor es intermediario entre el vacío y lo lleno. De este modo, el encuentro
erótico del placer comienza con la visión de lo deseado, que es el deseo de
algo.
El alma es sujeto de los deseos. El recuerdo, que tiene su asiento en el
alma, impele a ésta hacia lo apetecible. La sensación, afección que surge de la
unidad alma-cuerpo ― más preciso de la unidad del alma consigo misma ―, tiene
asidero en el recuerdo (Filebo 34b).
Por el deseo y el recuerdo el hombre es un ser deseante, esperanzado o desesperanzado,
según pueda hacer posible el objeto que desea.
La condición del «ser deseante», por otra parte, determina a la
antropología del Filebo en la problemática
del discurso, signada por una estructura proposicional. Puesto que, entre el
deseo y el placer media una actividad discursiva-cognitiva. Sócrates (Filebo 36c-e) señala que los dolores y
placeres pueden ser falsos o verdaderos, lo mismo que las opiniones. Protarco,
por su parte, no acepta tal propuesta. La negativa de Protarco se funda en que el
placer y el dolor son hechos, no un problema del discurso como pretende
Sócrates.
El placer, señala Sócrates, adviene principalmente con la opinión falsa
y no con la opinión correcta (Filebo
37e) Que una opinión sea falsa o verdadera no inválida el hecho que se opine,
lo mismo con respecto al dolor y al placer. Por otra parte, el placer es
afectado por cualidades, puede ser grande o pequeño; si al placer se une el mal
se hace malo. No existe diferencia entre el placer unido a la opinión recta y
la ciencia. Aquel que se hace malo es producto de la ignorancia (Filebo 38a-b).
La opinión tiene su origen en el recuerdo y la sensación (Filebo 38c). El placer y el dolor son
posteriores a la opinión. Por tanto, son posteriores al deseo. Esta es la
secuencia lógica y causal que va construyendo Sócrates en Filebo.
Con este razonamiento el filósofo pretende ubicar el status de la
esperanza en la problemática del discurso. El ejemplo que da es el siguiente: si
alguien ve algo a lo lejos hace un «juicio», emite una opinión de aquello que
ve, es decir, emite un enunciado, una proposición (Filebo 38c). Además, señala: escritos y pinturas se hacen impronta en
el alma, según sea el caso. Sí escritos y pinturas son verdaderos serán
enunciados verdaderos, de lo contrario serán falsos (Filebo 39a-c).
El enunciado, emitido por Sócrates, es la esperanza que cada uno se hace
a sí mismo (Filebo 40a). Por tener un
carácter proposicional hace de todo placer una proposición, que media entre la opinión
y el placer. Esta es la actividad discursiva por la cual el placer y el dolor pueden
ser verdaderos o falsos.
La arquitectura del placer está constituida por: vacío – deseo de
llenarse – recuerdo y sensación – opinión verdadera o falsa - esperanza verdadera
o falsa – placer verdadero o falso. Tal arquitectura se asemeja a la alegoría de la línea de República. No obstante, la línea del
placer no es totalmente secuencial, pues ésta puede bifurcarse. Ya que el deseante
puede ser esperanzado o desesperanzado, según el deseo tenga o no esperanza de
llenarse.
Esta línea del placer se remonta
hasta la ciencia. Puesto que, el placer verdadero está unido a la opinión recta
y la ciencia. El falso a la mentira y la ignorancia (Filebo 38a). La relación entre opinión y placer confiere a este
último carácter cognitivo, en razón de que puede ser verdadero o falso al ser
actividad discursiva.
Tal actividad discursiva se convierte
en formaciones (Bildungen), sean
éstas positivas o negativas, según los éxitos o fracasos que laurear la
esperanza del hombre. Tales esos éxitos o fracasos, en la antropología de Filebo, dan su legitimidad a la polis y al modelo del hombre feliz o
desgraciado. El discurso permite, por una parte, definir la estructura de la
sociedad donde el discurso se despliega. Por otra, valora las actuaciones que
el hombre realiza o puede llegar realizar a través de este discurso.
La relación entre placer y actividad cognitiva conduce a los placeres de
la ciencia, placer epistémico. Los cuales están precedidos por el deseo de
aprender. En tales placeres no se engendra el dolor. Además, éstos son no-mezclados
(Filebo 52a-b). El placer epistémico está
constituido causalmente por: el deseo―el recuerdo—la opinión verdadera o
enunciado verdadero—la esperanza verdadera. Estos constituyen la actividad
cognoscitiva del placer.
La arquitectónica del placer confiere a la antropología del Filebo el carácter de una antropología
cognitiva. Pues ésta se convierte en discurso del alma. La constitución del
compuesto es actividad cognitiva y está determinada por ésta.
La esperanza
pertenece al campo de los enunciados, donde tienen cabida las comprobaciones de
verdad o falsedad. En este sentido, el ser deseante es movido por el discurso
que es parte de su naturaleza. Sólo aquí puede hablarse de la esperanza del ser
deseante en cuanto él es discurso (anthropos
logos). A partir de la esperanza es posible determinar la última
antropología de Platón. Pues, la esperanza coincide con las determinaciones de
la razón.
La desesperanza,
por otra parte, no supera el nivel del deseo. Cuando la opinión verdadera no es
alcanzada adviene la desesperanza. Ésta surge cuando el discurso es errado y
permanece en el puro deseo. La desesperanza consiste en el falso discurso. En
este sentido, haga lo que haga, el hombre es incapaz de encontrar la razón, ya
que está enraizado en la ignorancia.
La desesperanza no
se despliega contra la vida. La desesperanza no es ni aislamiento ni muerte. A
Platón no le fascina la idea de la propia destrucción. La desesperanza es el
conjunto de actos errados, de fracasos que inducen a permanecer en la
ignorancia. Es la permanencia ante las imágenes que se proyectan contra la
pared.
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