Por
qué el olvido. El olvidado texto del cómo vivir de venta ambulante en las
calles de la ciudad, ese texto que quiere representar lo particular en lo
general; que desea proclamar quién es individuo, quién es ciudadano, que quiere
establecer el conjunto de reglas por medio de las cuales el sujeto puede llegar
a constituirse en sujeto. La referencia externa que quiere encarnar la
identificación espiritual con el todo de la vida siendo éste inabarcable, texto
que quiere determinar la razón universal dentro lo particular como el referente
externo haciendo lo interno en sí.
El
sujeto pertenece a lo general pero no como algo adosado, el cual en un momento dado
puede desprenderse de éste. El sujeto pertenece a lo general como se pertenece
a sí mismo, en su razón individual de existir; existencia en él y en el otro
que es su mismo yo. Pero este sujeto individual tras la búsqueda de su
identidad, no se reconoce a sí mismo en lo general; lo general le es extraño a
sí mismo. A lo individual sólo es posible reconocerse como ser singular, puesto
que no se tiene mas que a sí mismo.
Por de
pronto la voluntad tiene que constituirse en general a partir de la voluntad de
los singulares de que ésta parezca el principio y elemento, cuando, al
contrario, es ella lo primero y la esencia y las voluntades singulares tienen
que convertirse en voluntad general mediante su propia negación, enajenación y
formación; la voluntad general es antes que las voluntades singulares, existe
absolutamente para ellas, que de ningún modo son ellas inmediatamente[1].
Sin
embargo, esta voluntad general no existe, es pura vacuidad que consume el
espíritu del ser, ésta es la oscura noche de la voluntad pura. El libre
arbitrio que se apodera de lo particular. Lo singular al desgarrarse sólo ve la
nada, el vacío de su alma sangrante, el cuerpo inerte que lo constituye
yaciendo en el suelo, lo general derribado. Ajeno en cuanto obra de la voluntad
particular que se ha hecho en sí y para sí. Ante el sujeto se alza la voluntad
particular. La voluntad general caída y hecha jirones no puede dar respuesta a
lo singular, porque no es de suyo mas que lo extraño en sí. Lo general no se
muestra como obra de lo particular, en la cual el todo no es lo particular y lo
particular niega ser el todo. La multiplicidad en la unidad y la unidad en la
multiplicidad no llega a nosotros de afuera sino que vive en nuestro interior.
Tal unidad múltiple se encuentra escindida desde el momento que ha dejado de
ser unidad verdadera, para convertirse en una unidad abstracta.
Lo
general establecido como resultado histórico, es lo real de lo particular en sí
y para sí; es lo particular convertido en lo general que de sí obtiene su
identidad, pero su identidad ha sido a partir de un universal abstracto de un
particular que se ha apropiado para sí de este universal que es ajeno a lo
singular y de suyo ajeno a lo general mismo, ya que no es la vida quien la
sustenta. Esto que funge como vida general son puros estamentos cristalizados en
lo cual lo singular no tiene existencia, no tiene identidad consigo mismo, en
consecuencia, no puede reconocerlo como parte de sí, puesto que lo general y lo
particular se encuentran escindidos, lo general es lo general y lo particular
es lo particular, son sólo existentes abstractos, cada uno vive sólo en sí, sin
identidad y sin diferencia; mera existencia abstracta condicionada a la vacua
introspección, desarraigada de sí y de lo otro.
Lo
individual no tiene existencia real porque no posee identidad consigo mismo. Lo
general, no tiene existencia real porque su identidad es la pura abstracción,
lo que está alejado de lo particular. Lo particular se pretende encontrar en un
conjunto de deberes o derechos, de costumbres, de hábitos, de subterfugios que
han sido arrastradas sin misericordia a través del tiempo, las cuales pretenden
dar razón de una validez general asentada en lo que no es; se erigen como el
sistema de una vida que es de esta manera, pero estas instituciones no derivan
de lo real, del movimiento mismo de la vida, sino de realidades elaboradas en
la abstracción que pretenden dar legitimidad a un conjunto de decires
proclamados como razón general. Pero tal razón general no pasa de ser algo
aislado, sin relación alguna con la vida.
Tales
sentencias se desarrollan a la sombra de lo particular, de lo desigual, de la
no identidad, escindida en última instancia de lo particular y lo general se
convierten en entidades meramente formales, cuerpos muertos que mantienen una
condición preexistente aquí y ahora, dictámenes sacros que no son nada mas que
el resultado despótico de la infamia; maneras de un despotismo naturalizado que
ha consumido en sus entrañas a lo particular. Entonces es necesario remontarse
más allá de apacible mares cálidos para buscar alguna respuesta para la vida.
Esa
unidad y esa identidad establecida a priori en los marasmos apresurados de los
dominios del espíritu constituyen una manera natural de limitar y definir los
linderos de la existencia legitimando el derecho y la eticidad de la vida
misma. Legitima la conquista universal de lo infame, el surgimiento de una
sustancia natural yuxtapuesta a la creación, a la libertad, a la autonomía de
la voluntad.
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