sábado, 7 de julio de 2012

Acerca de “El escuchar: el lado oculto del lenguaje”

                

          Rafael Echeverría aborda, en este capítulo "El escuchar: el lado oculto del lenguaje", la importancia que tiene el escuchar en las relaciones interpersonales, por cuanto el escuchar convertido en una "inquietud" se hace importante en las relaciones personales. Nuestro interés radica en presentar la disertación realizada por el autor de una manera abreviada para comprensión más directa de la misma.
                El problema de la conversación se da porque las relaciones interpersonales están signadas por una "comunicación inefectiva". Lo cual es una las principales razones del bajo rendimiento conversacional, ya que las personas no escuchan. El problema para superar este inconveniente radica, por una parte, en ¿Cómo hacerlo?, por otra, ¿En qué consiste saber escuchar?
                Echeverría señala que: “Mientras mantengamos nuestro tradicional concepto del lenguaje y la comunicación, difícilmente podremos captar el fenómeno del escuchar. Más aún, no seremos capaces de desarrollar las competencias requeridas para producir un escuchar más efectivo”.
                ¿Cuál es nuestro tradicional concepto del lenguaje?, ¿Cuál el de la comunicación? ¿En qué consiste el fenómeno del escuchar? ¿Cuáles son las competencias requeridas para un escuchar efectivo? A estas interrogantes intentará Echeverría responder.
                La comunicación, para Echeverría, radica principalmente en el escuchar. Por esto, escuchar es el factor fundamental del lenguaje. Nos dice: "hablamos para ser escuchados". El "hablar efectivo" sólo se logra cuando es seguido de un "escuchar efectivo". ¿En qué consiste un hablar efectivo? ¿En qué un escuchar efectivo?
                Según Echeverría, lo que confiere sentido a lo que decimos es el escuchar. De allí que sea el escuchar quien determine "todo el proceso de la comunicación".
                En la comunicación humana, el "sentido" de lo que se comunica tiene importancia primordial. De allí la importancia sobre el "modo en que las personas entienden lo que se les dice". De esto se derivan dos aspectos. Primero, la forma como hacemos "sentido de lo que se dice" es constitutiva de la comunicación humana. Segundo, este "sentido de lo que se dice" es un aspecto fundamental del acto de escuchar.
                Por otra parte, señala Echeverría: "no escuchamos los sonidos que existen en el medio ambiente independientemente de nosotros. Los sonidos que escuchamos son aquellos predeterminados por nuestra estructura biológica". Por lo cual, concluye que: "que decimos lo que decimos y los demás escuchan lo que escuchan; decir y escuchar son fenómenos diferentes".
                Desde este punto de vista, podemos estar inmersos en un escepticismo con respecto a lo que nos rodea; por cuanto no podemos estar seguros si lo externo es realmente como lo percibo o sólo es una apariencia de mis sentidos. E incluso una percepción individual, que no corresponde con los otros.
                De allí que, normalmente damos por sentado que lo que escuchamos es lo que se ha dicho y suponemos que lo que decimos es lo que las personas van a escuchar. Comúnmente no nos preocupamos siquiera de verificar si el sentido que nosotros damos a lo que escuchamos corresponde a aquel que le da la persona que habla.
                Una "comunicación inefectiva" surge cuando "lo que se ha dicho no es escuchado en la forma esperada". En este caso, quien escucha reconstruye lo que se ha dicho.    
                ¿Qué es escuchar? "Escuchar pertenece al dominio del lenguaje, y se constituye en nuestras interacciones sociales con otros", nos dice Echeverría. Escuchar genera una acción de interpretación. "El acto de escuchar siempre implica comprensión y, por lo tanto, interpretación".
                Desde esta perspectiva, escuchar es una dimensión activa. Lo mismo que el hablar. Para Echeverría, el factor interpretativo es de tal importancia que es posible "escuchar" aun cuando no haya ni sonidos ni nada que oír.
                Efectivamente, podemos escuchar los silencios. Por ejemplo, cuando pedimos algo, el silencio de la otra persona puede ser escuchado como una negativa. También escuchamos los gestos, las posturas del cuerpo y los movimientos en la medida en que seamos capaces de atribuirles un sentido.
                El concepto de escuchar tal como lo plantea Echeverría en este párrafo no se remite al acto auditivo. También al visual, ya que está hablando de la gestualidad o expresión corporal. Escuchar es un concepto más amplio. En este aspecto, escuchar es interpretar. Pero interpretar todo aquello que es una expresión, una comunicación de sentido, sea ésta auditiva o corporal.
                Hablar es actuar, y cuando se actúa se modifica la realidad. Es "La capacidad generativa del lenguaje, ya que el lenguaje genera realidad".
                De esta manera, "cuando escuchamos, no escuchamos solamente palabras, escuchamos también acciones".
                El lenguaje es acción. No obstante, esto corresponde a una "comprensión parcial de la naturaleza activa y generativa del lenguaje. Lo que falta es ir más allá de la formula "hablar => acción" y descubrir la naturaleza activa del escuchar".
                La interpretación del escuchar es parte del escuchar mismo, ésta es un aspecto primordial del "escuchar efectivo". Se trata, nos dice Echeverría, de un aspecto fundamental del fenómeno del escuchar humano. "Al escuchar, escuchamos las palabras que se hablan y escuchamos las acciones implícitas en el hablar.
                Escuchar estas acciones es sólo una parte de lo que escuchamos. Escuchar las acciones implícitas en el acto de hablar no es suficiente para asegurar un escuchar efectivo. ¿Qué falta? ¿Qué más incluye el escuchar?"
                Cuando actuamos, hablamos y escuchamos, estamos constituyendo el "yo" que somos. Cada vez que actuamos lo hacemos para hacernos cargo de algo. A este "algo", sea ello lo que sea, lo llamamos "inquietud".
                Una acción se lleva a cabo para atender una "inquietud". ¿Qué es una inquietud? A lo cual responde Echeverría: “Una inquietud es la interpretación que damos sobre aquello de lo que nos hacemos cargo cuando llevamos a cabo una acción. Por lo tanto, es lo que le confiere sentido a la acción. Si no podemos atribuir una inquietud a una acción, ésta pierde sentido”.
                Un aspecto interesante en esta definición es el de "que nos hacemos cargo", esto es, nos hacemos responsables, nos comprometemos con tanto con la interpretación como con la acción que se lleva a cabo.
                ¿Es lo mismo inquietudes que intenciones? La diferencia entre inquietud e intención radica en que: “Las inquietudes radican en quien escucha, no en el orador”.
                La inquietud es: Una interpretación que confiere sentido a las acciones que realizamos. Un relato que fabricamos para darle sentido al actuar. En vez de buscar "razones" para actuar en la forma en que lo hacemos tenemos relatos, "historias".
                Las inquietudes radican en cómo las interpretamos o escuchamos. Una inquietud es siempre un asunto de interpretación y de reinterpretación. Nadie es dueño de las inquietudes, nadie tiene autoridad final para dar con la "inquietud verdadera". Cada uno tiene derecho a sus propias interpretaciones, a sus propias historias sobre sus acciones y las de los demás.
                No obstante, el hecho de que tengamos historias acerca de nuestras propias acciones no las hace verdaderas. Las inquietudes son interpretaciones del sentido de nuestras acciones. Son historias que son capaces de conferir sentido por cuanto responden a la pregunta sobre el qué es aquello de lo que el actuar se hace cargo.
                Así como el sentido de las palabras remite a las acciones que realizamos con ellas, el sentido de las acciones remite a las interpretaciones que construimos a través del lenguaje. Estas interpretaciones residen en el escuchar de las acciones.
                Puesto que somos capaces de escuchar y observar nuestras propias acciones, también podemos atribuirles un sentido. En el sentido de los antes expuesto, señala Echeverría: “cuando escuchamos, escuchamos las inquietudes de las personas. Escuchamos el porqué las personas realizan las acciones que realizan”.
                Cuando escuchamos no somos receptores pasivos de lo que se está diciendo. Por el contrario, somos activos productores de historias.            El escuchar es completamente activo de la comunicación. Las personas que saben escuchar son personas que se permiten interpretar constantemente lo que la gente a su alrededor está diciendo y haciendo.
                Para escuchar debemos permitir que los otros hablen, pero también debemos hacer preguntas. Estas preguntas nos permiten comprender los hechos, emitir juicios bien fundados y elaborar historias coherentes. Los que saben escuchar siempre están pidiendo otra opinión, mirando las cosas desde ángulos diferentes. De este modo, el escuchar es una acción a realizar, una acción que puede ser diseñada, una acción que se basa en competencias específicas que pueden ser aprendidas.
El escuchar como acción implica un compromiso. Por esto, "los seres humanos estamos obligadamente comprometidos con el mundo en que vivimos". Lo que nos será posible, lo que nos acontezca en este mundo, al que estamos atados y que llevamos siempre con nosotros, no depende sólo de nosotros. Puesto que, el fenómeno primario de la existencia humana es "ser-en-el-mundo".
                En este sentido, Echeverría nos dice: En función de nuestra relación indisoluble con un mundo, todo lo que acontece en él nos concierne. Una dimensión ontológica básica de la existencia humana es una inquietud permanente por lo que acontece en el mundo y por aquello que lo modifica.
                Así cuando escuchamos "lo hacemos desde nuestro compromiso actual con el mundo". Puesto que escuchar es acción, todo escuchar trae consecuencias en nuestro mundo. Todo escuchar es capaz de abrirnos o cerrarnos posibilidades. Todo escuchar tiene el potencial de modificar el futuro y lo que nos cabe esperar de él.
                En este "ser-en-el-mundo", la convivencia con los otros descansa en la capacidad de atendernos mutuamente, de hacernos mutuamente cargo de las inquietudes que tenemos. Esto está en relación con la preocupación y cuidado por el otro. "Una de las maneras de realizar esto es a través del cumplimiento de las peticiones que el otro nos hace".
                Una buena relación interpersonal, dice Echeverría, descansa, en medida importante, en la capacidad de hacernos cargo del otro antes de que éste lo pida. Esto se logra escuchando las inquietudes del otro y haciéndolas nuestras. Con ello se evita que la otra persona llegue al punto en que tenga que pedir.
                En toda relación basada en el cuidado y el esfuerzo por procurar la satisfacción del otro, el "momento de la petición" implica que llegamos tarde; que el otro ya alcanzó el punto de la insatisfacción.
                Mientras menos el cliente tenga que recurrir a nosotros para encontrar satisfacción, mejor será el producto que le vendamos… El saber escuchar las inquietudes del cliente, para luego poder hacernos cargo de ellas, es factor determinante en nuestra capacidad de producir calidad.
                En muchas circunstancias esto no se puede evitar. Cuando escuchamos en el ámbito de lo posible, nos transformamos por el poder del lenguaje. Nos preguntarnos sobre las consecuencias que trae aquello que se dijo.
                Sobre cómo ello se relaciona con nuestras inquietudes. Sobre las nuevas acciones que a partir de lo dicho es ahora posible tomar. Nos preguntamos sobre las nuevas oportunidades que se generan a partir del hablar. Sobre las nuevas amenazas que se levantan. Sobre las acciones que permiten hacerse cargo tanto de unas como de las otras.
                El escuchar "ontológico" trata de un escuchar que trasciende lo dicho y que procura acceder al "ser", éste es el tipo de escuchar que es propio del "coaching ontológico". Ya que al hablar revelamos quiénes somos; y quien escucha, escucha lo que decimos; escucha el ser que se constituye al decir aquello que decimos. Pues el hablar nos crea y nos da a conocer, nos abre al otro. Por otra parte, quien escucha tiene una llave de acceso a nuestra forma de ser, a lo que llamamos el alma humana.
                No obstante, Echeverría pregunta: ¿Qué se necesita para que el escuchar ocurra?       
                El acto de escuchar está basado en el respeto mutuo.  En aceptar que los otros son diferentes de nosotros. Que en tal diferencia son legítimos. Que se capacidad para tomar acciones es autónoma. El respeto mutuo es esencial para poder escuchar.
                Sin la aceptación del otro como diferente, legítimo y autónomo, el escuchar no puede ocurrir. Si ello no está presente sólo podemos proyectar en los otros nuestra propia manera de ser. Cuando escuchamos nos colocamos en la disposición de aceptar la posibilidad de que existan otras formas de ser, diferentes de la nuestra. Si no aceptamos al otro como un legítimo otro, el escuchar estará siempre limitado y se obstruirá la comunicación entre los seres humanos.
                Cada vez que rechazamos a otro producimos la fantasía de escuchar al otro mientras nos estamos, básicamente, escuchando a nosotros mismos. ¿Qué circunstancias afectan la apertura del escuchar? Cada vez que ponemos en duda la legitimidad del otro.
                Cada vez que nos planteamos como superiores al otro sobre la base de la religión, sexo, raza, (o cualquier otro factor que podamos utilizar para justificar posiciones de egocentrismo, de etnocentrismo, de chauvinismo, etcétera). Cada vez que sostenemos tener acceso privilegiado a la Verdad y a la Justicia.

                Cada vez que presumimos que nuestra particular manera de ser es la mejor manera de ser. Cada vez que olvidamos que somos sólo un particular observador, dentro de un haz de infinitas posibilidades de observación. Cada una de estas veces, nuestro escuchar se resiente.
                El fenómeno del escuchar, nos señala Echeverría, está fundado en dos dimensiones fundamentales de la existencia humana: El "ser ontológico" y la "persona".
                Por el "ser ontológico" somos capaces de escucharnos entre nosotros, porque compartimos una forma común de ser y, a este respecto, todo otro es como nosotros. Nuestro "ser ontológico" nos permite entender a otros, ya que cualquier otro ser humano es un camino posible de realización de nosotros mismos, de nuestro propio ser.
                Al mismo tiempo, somos "personas" diferentes. Porque somos diferentes es que el acto de escuchar se hace necesario. Si no fuésemos diferentes, ¿para qué escuchar, en primer lugar? Si no fuésemos diferentes, el acto de escuchar sería superfluo.
                Debido a que compartimos una misma condición ontológica, el escuchar se hace posible. De acuerdo a Echeverría. Esto es lo que nos permite comprender las acciones de otras personas, comprender a las personas que son diferentes de nosotros. A partir de este terreno común es que interpretamos al otro, que fabricamos nuestras historias acerca de las acciones que los otros realizan. Todo otro es el reflejo de un alma diferente en el trasfondo de nuestro ser común.
                De esta manera, nos despojamos de lo que "nos hace ser un individuo particular y observamos a otros desde lo que tenemos en común con ellos". El fenómeno del escuchar implica dos movimientos diferentes: El primero, nos saca de nuestra "persona", de esa forma particular de ser que somos como individuos. El segundo, afirma y nos acerca a nuestro "ser ontológico", a aquellos aspectos constitutivos del ser humano que compartimos con los demás.
                Sólo podemos escuchar a los demás porque sus acciones son para nosotros acciones posibles, acciones que nosotros mismos podríamos ejecutar.  La interacción comunicativa, el contexto de conversación, el hablar-escuchar, Implica la coordinación de acciones con otra persona.
                El estado emocional es otro factor que afecta el escuchar. El estado emocional es una distinción a través de la cual damos cuenta de una predisposición (o falta de ella) para la acción. Siempre estamos en un estado emocional u otro. Según el estado emocional el mundo y el futuro nos parecerán diferentes. Nuestro estado emocional tiñe la forma en que vemos el mundo y el futuro.
                Asimismo, también tiñe lo que escuchamos.
                En algunos casos, habrá acciones que nuestro estado emocional nos impide escuchar. En muchos otros casos, el significado que daremos a ciertas acciones y las posibilidades que veamos como consecuencia de ellas serán completamente diferentes si el estado emocional es distinto. Si nos interesa "escuchar efectivamente", debemos: En primer lugar, nuestro estado emocional cuando conversamos. En segundo término, el estado emocional de la persona con quien conversamos.
                No importa cuán claramente nos hayamos expresado ni cuan claras sean todas las acciones que esa conversación implica. No seremos escuchados como esperamos si el estado emocional no es el adecuado para llevar a cabo la conversación.
                La conversación está permanentemente generando cambios de estados emocionales en quienes participan en ella. La "historia personal" de cada personal es otro factor que influye en el contexto de conversación. La gente escucha según sus experiencias personales.
                Nuestra historia personal desempeña un importante papel en determinar quiénes somos y quiénes seremos en el futuro. Siempre escuchamos a partir de esa historia. El presente hereda del pasado inquietudes y posibilidades que aceptamos o negamos. Nuestra historia de experiencias personales se reactualiza en la capacidad de escuchar que tenemos en el presente.
                La historia personal abre o cierra nuestro escuchar. Nuestra historia es uno de los principales filtros que siempre tenemos con nosotros cuando nos comunicamos. Para realizar una "comunicación efectiva" es importante preguntarse: ¿Cómo nuestra historia personal puede estar afectando la forma en que escuchamos? ¿Cómo la historia personal de la persona con quien estamos hablando puede afectar su capacidad de escuchar?
                Siempre hablamos para ser escuchados. Debemos hablar en una forma tal que la persona con quien hablamos escucha "aquello que queremos decir". Echeverría plantea "el dominio de la confianza", el cual es de suma importancia en la "interacción comunicativa". Ya que, la confianza afecta directamente la credibilidad de lo que decimos y, por consiguiente, la forma en que somos escuchados.
                Concluye Echeverría, el escuchar no es un fenómeno sencillo. En un mundo tan diversificado escuchar ha llegado a ser un asunto de vital importancia para asegurar no sólo la comunicación efectiva y el éxito personal, sino la convivencia misma.




El presente ensayo se basa en el texto de Rafael Echeverría. Ontología del Lenguaje, “Capítulo 5: El escuchar: El lado oculto del lenguaje”, Dolmen Ediciones, S.A., 1997, pp. 141-183.
         





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