jueves, 29 de mayo de 2014

EL SUJETO, PARADOJA Y AMBIVALENCIA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La discordancia entre el contacto de las cosas se ha vuelto natural en el decurso del tiempo; cada parte aunque quiere concordar con la otra no concuerda. El ahora está separado del antes y del después; se da un abismo sin puente, nada lo cruza. Este ahora es algo independiente, algo irrecusable del ayer y del mañana, es puro periplo de todo lo que le ha precedido, y le ha de acontecer. Es una desmemoria.

La desestructuración simbólica conduce a una pobreza de la experiencia. Ésta deja de ser un punto de referencia para la construcción de la identidad se personal o colectiva. Asimismo, el lugar no es un parámetro de la experiencia, pues no ofrece la seguridad del carácter familiar propio de las localizaciones tradicionales. De allí que no nos reconocemos en el espacio.

El lugar deja de tener valor simbólico, deja de configurar la identidad. El tiempo, por otro lado, se sobre acelera en la búsqueda de la felicidad, del éxito, en la búsqueda de un algo. La novedad, en el siglo XX, se ha impuesto hasta dejar de ser verdaderamente algo nuevo, de allí la pregunta de Bugs Bunny: “¿Qué hay de nuevo viejo?” Pregunta ambigua por demás.  Ya que quien impone la novedad es el mismo sistema.

Las situaciones son ambivalentes y contradictorias, se caracterizan por una crisis permanente, que se asienta en la duda y la sospecha, la lógica del simulacro, diría Baudrillard. La aparición del sujeto es agazapada, es la crisis de él mismo. El sujeto es ambivalente porque aparece como un centro que, a la vez, se disuelve en sí mismo. Que se pierde en el bosque de su cogito poderoso.

El sujeto está inmerso en la época de los «humanismos», pero, a la vez, de los «anti humanismos». El individuo es el pluralismo y el relativismo; es el dogmatismo y el totalitarismo. La persona se caracteriza por su ambivalencia y su paradoja. Es algo sólido que se desvanece, de allí su paradoja y ambivalencia. El sujeto es una forma de experiencia vital —de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y los peligros de la vida— pero una experiencia que parece moribunda, aunque vital.

Este conjunto de experiencias ambivalentes nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo. Sin embargo, al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias atraviesan todas las fronteras, une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, es la unidad de la desunión. Ésta nos arroja en una vorágine de desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia.

Todo lo sólido, lo perdurable es dejado de lado por mercancías rápidas y reemplazables. La crisis del sujeto es generalizada porque abarca todos y cada uno de los elementos de su vida. Hay un elemento, entre otros, que resulta particularmente importante para la cuestión de la crisis del individuo, a saber: el lenguaje. La práctica de la autoayuda, en uno de sus ámbitos, se caracteriza por una búsqueda del lenguaje, como dadora de sentido.

A partir del lenguaje, el fluir de la vida se resiste a ser objetivado en formas distintas y discretas en las cuales se realiza, pero a la vez se anquilosa. De esta matriz nace la crisis de la palabra, la insuficiencia de la palabra y la desconfianza en ella, que caracteriza la cultura de la experiencia que se distancia en la pluralidad lingüística.

La crisis que engendra la palabra se convierte en la crisis del sujeto, porque éste ya no se sitúa en el centro jerárquico de la frase para organizar el mundo. Se abre un abismo entre las palabras y las cosas, entre el lenguaje y el mundo. Estamos en un mundo en el que el lenguaje neutro, el lenguaje de la informática, de la publicidad, en el que la manipulación del lenguaje está presente las veinticuatro horas del día.

El sujeto se adentra en la época de la post-palabra, porque ésta se desgasta. La ruptura entre la palabra y el mundo constituye una de las definiciones de la crisis del sujeto. No hay en las palabras afinidad con los objetos, no hay misterio con el mundo, todo es develado. La palabra es efímera, como lo es ahora la imagen. La palabra no tiene relación o contigüidad sustantiva con lo que supuestamente designa. Lo expresa de manera magistral Magritte en el cuadro “Esto no es un pipa”.

Ahora bien, la crisis del lenguaje está unida al acontecimiento de la lógica del burócrata, la figura del funcionario especializado en todos los niveles del orden social. La lógica del funcionariado, de la especialización, de la intercambiabilidad conlleva en sí un incesante proceso de anonimia. A la lógica burocrática no le interesa saber quiénes somos, para ésta la persona es un expediente, un número de registro. En toda instancia burocrática lo que somos es un número, sea la entidad bancaria, la empresa eléctrica, el pasaporte, la cédula o cartón de identidad…     

La lógica burocrática es el principio administrativo de la sociedad, un principio inevitable en una sociedad cada vez más compleja. La autoridad no se manifiesta a través de la persona, sino a través del cargo que uno desempeña en el sistema social, y a su vez en el lenguaje anónimo que esta lógica encarna. Un lenguaje, sea verbal o emocional, que hay que aprender.


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miércoles, 28 de mayo de 2014

DE LAS CONTINGENCIAS Y LAS HISTORIAS EN EL MUNDO COMO INTERPRETACIÓN: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El mundo como interpretación es un mundo sin asideros fijos a los cuales poder agarrarse, es un universo sin apoyos definitivos. Lo cual hace que éste sea un andar sin seguridad posible. Vivir en un entorno que es interpretación supone habitar en la incertidumbre, en el que las verdades definitivas han desaparecido. Esto nos hace libres, pero a la vez inciertos.

En este andar lo propio de la existencia consiste en no tener nada propio, por ello existir es interpretar. En donde no hay una definición definitiva. En este sentido, el sujeto, como ha dicho Sartre, es un proyecto no terminado, pues mientras vive es tarea para sí mismo y de sí mismo. Este estar inacabado pertenece a la condición humana. El ser sujeto consiste en inventarse, en construirse, en devenir. Vivimos interpretando, creando y recreando las distintas historias que entretejen nuestras circunstancias, nuestra identidad y las relaciones con los demás.

Siempre estamos en el camino, como diría Kerouac. Interpretar significa arrancarse de toda determinación definitiva, de-construir lo simbólico para reconstruir una nueva simbólica que parte de una historia, de un contexto particular. Por eso el intento de responder a ¿qué es el sujeto? Conlleva a situar al individuo en unas circunstancias particulares, en un espacio-tiempo de una tradición simbólica particular.

Que el sujeto pertenece a un espacio-tiempo determinado significa que es contingente, que puede suceder o no suceder. Que hay la posibilidad de una disponibilidad. Comenzamos a existir a partir de un punto X, donde se dan elementos de la existencia que resultan disponibles o no. En unos casos existen elementos sobre los cuales no puedo decidir: el lugar de mi nacimiento, mi familia, mi la lengua materna... En este sentido, ciertas interpretaciones, referencias, historias que fabricamos sobre nosotros mismos son creadas a partir del otro, no las construimos absolutamente a partir de nosotros mismos.

El sujeto en el aquí y ahora está conformado por su pasado, no puede escapar de él. La capacidad de construir y reconstruir que tiene el individuo se da a partir de aquello que le viene dado, su pasado, sus circunstancias, su devenir. Y en esto es contingente. Conformarse en la contingencia es esencial al ser humano, de allí que yo no pueda eliminar mi contingencia, ésta me constituye. Siempre me comporto de un modo u otro según la contingencia que vivo, y jamás puedo superarla del todo. Si el sujeto llegara a superar de modo absoluto la contingencia dejaría de ser humano.  Absolutizar al individuo supone, entonces, divinizarlo.

Desde este punto de vista, la conformación del sujeto es una suerte de trato con la contingencia, es la forma en que cada individuo se enfrenta a su contingencia, y le da sentido a ésta. En este aspecto, la persona tiene la voluntad de decidir lo que es y lo que quiere ser, aunque siempre tendrá que enfrentarse a un conjunto de circunstancias. Lo que hace que tal afirmación sea una certeza a medias.

Como he señalado antes, la decisión sobre lo que soy tiene sentido a partir de las relaciones que establezco con lo que ya soy. Buena parte de mis decisiones, sobre lo que quiero ser, se configuran a partir de la interpretación que consigo establecer con mi modo de ser en el mundo, con mi situación espacio-temporal que no he elegido y me ha sido dada. Esta es mi contingencia.
De este modo, no hay la posibilidad de una elección absoluta. Ya que somos finitos, existimos como seres en camino, pero estar en camino quiere decir estar en “un” camino, que en mayor medido, dentro de mi responsabilidad, de la construcción de mí mismo, he decido. En este camino establezco narrativas propias, me enredo en historias mías y de otros. Me conformo en un ser que vive entre la tensión de “lo que hago” y “lo que me sucede”.

Soy un ser contingente, histórico, existo en un tiempo y un espacio, soy un proyecto a futuro que tiene un pasado, en el cual no estoy completamente fijado. En la medida en que soy capaz de dar un sentido a mi contingencia, de intervenir en mi presente con miras al futuro estoy innovando, me estoy proyectando. Todo proyecto depende, en mayor o en menor medida, de las circunstancias que cada uno vive, de su tiempo y su espacio, de la situación de su tradición.

En esta tensión entre mi pasado (lo que se ha dado) y mi futuro (lo que deseo) configuro mi presente. En mi presente estoy entre uno y otro. En esta tensión soy mis contingencias y las casualidades que mis elecciones. A veces lo contingente no lo puedo cambiar, pero sí puedo cambiar las relaciones que establezco con lo que me ha sido legado. No obstante, puedo cambiar la forma que le doy a mis contingencias, la manera de configurarlas.


Este conjunto de historias que somos pueden entenderse como formas de configurar el sentido del espacio-tiempo de cada vida. La configuración del sujeto tiene el propósito de situar a éste en un mundo-con-sentido, de ubicarle simbólicamente en su tiempo y espacio. Esta conformación de sentido en el espacio-tiempo personal está en crisis. Pues ni el presente del pasado ni el presente del futuro encuentran sentido en el interés de los hombres y las mujeres. La crisis se manifiesta en lo simbólico, sea el espíritu, el cuerpo, lo otro, las relaciones conmigo mismo y los demás.

lunes, 19 de mayo de 2014

DE LA BIOPOLÍTICA A LA BIOGERENCIA (DESPLIEGUE): CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

De la mano de la ciencia y la tecnología se expande sin cesar la capacidad de intervenir en todos los asuntos que conciernen a las formas de vida. La biogerencia incluye estos instrumentos en su gestión de los asuntos humanos, junto con los mecanismos de información y gestión que tiene a su disposición.

Foucault señala que hay múltiples poderes, al interpretar el poder como una forma de dominación que funciona en los diferentes ámbitos del hacer humano. De esta manera, debemos hablar de poderes y sus variadas formas de manifestarse, pues la sociedad no es un cuerpo unitario y en ésta se ejerce una yuxtaposición, un enlace, una coordinación y también una jerarquía de diferentes poderes. En este sentido, la sociedad es un archipiélago de poderes diferentes, según el autor de Vigilar y Castigar.

Este conjunto de procesos relativos a las formas de hacer y poder, aparecen los problemas que atañen el interés de la biogerencia.  Ahora interesan los datos de las emociones, esto es, forma, duración, intensidad de las pasiones que atacan a una población en particular; extensión, que no es fácil de controlar porque no tienen el carácter de epidemias.

Sin embargo, juegan papel importante en la disminución de la fuerza de trabajo, disminución del tiempo de trabajo, aumento de costos económicos, y por tanto disminución de los beneficios. Estos hechos preocupantes para las tareas de la biogerencia, sirven de motivación para introducir mejoras en la institución emotiva, que ya existía; pero se ha hecho de forma más imperativa con la terapéutica anímico-espiritual.

En este sentido, se iniciaron una serie de figuras más enfocadas a lo emotivo que a lo racional, conducentes a establecer mecanismos de terapia personal, entre otros. La biogerencia tiene que ver con lo personal, y éste como problema lingüístico, como problema biológico y, a la vez, como problema de poder. Aborda los acontecimientos aleatorios que se producen en las personas y los reconvierte en motivo de su visión y misión.

Lo importante a destacar es que todos estos nuevos procesos llegaron precedidos de una medicina que cumple una función de higiene pública. Ahora se centraliza toda la preocupación en aspectos no corporales ni cognitivos, sino emocionales. La higiene terapéutica se dirige a otro ámbito de lo humano de la mano de la filosofía analítica, se adoptan campañas de difusión para el aprendizaje de la higiene mental, emocional; pues la medicalización de la población parece que no es suficiente.

La «anatomogerencia» es una modalidad mediante la cual los poderes en general logran, en última instancia, no sólo tocar los cuerpos y aferrarse a ellos, sino tomar en cuenta los gestos, los comportamientos, los hábitos, las palabras, las emociones. La manera como la gerencia al concentrarse, no sólo en los cuerpos, trabaja, modifica y dirige  las fibras blandas de las emociones. Pues como dice Camp, todas las emociones no hacen susceptibles. Se trataba ahora de sujetos dominados por prejuicios, a quienes se les revela su responsabilidad por su hacer a través de ellos.

La acción disciplinaria en el cual el hacer del sujeto se ajusta a la singularidad somática y del ser, esto es, del cuerpo, de sus gestos, su lugar, sus desplazamientos, su fuerza, sus discursos, su lenguaje, sus pasiones se constituyen dentro de la congregación de una comunidad dada. Esto podemos englobarlo mediante un sistema de jerarquías, inspecciones, informes, que se traducen en la tecnología y la técnica del ser-hacer del y en el trabajo. En este sentido, la biogerencia está orientada a una masa global con visión holística, que incluye aspectos y procesos propios de la vida y hacer de cada individuo.

La preocupación que ha mostrado la biogerencia por la terapéutica anímica de  los individuos, se inicia con el problema que constituye la morbilidad, la cual afecta el rendimiento y productividad de todos ellos. El ámbito de epidemias anímicas constituye, entonces, una inquietud permanente de los estados gerenciales. Las consecuencias emocionales se abordan como epidemias que constituyen verdaderos dramas, porque se trata, en sentido metafórico, de muertes laborales, la muerte que era inminente para todos. Pues se trata de evitar ahora las endemias emotivas, esto es, la forma, naturaleza, extensión, duración e intensidad de las enfermedades afectivas que se circunscriben a una determinada población de sujetos laborales.

En el caso de las endemias afectivas, las causas de las preocupaciones gerenciales obedecen principalmente a la disminución de la fuerza de trabajo, baja rentabilidad de las energías por individuo, aumento de los costos económicos por cuanto decrece ostensiblemente la producción y los enfermos requieren de una atención inmediata. En consecuencia, a finales del siglo XX e inicio del siglo XXI se introduce la terapéutica emotiva con una función específica de higiene laboral, que luego deviene a higiene pública.

Se organizan las estadísticas que permite conocer toda la información, se  multiplica la coordinación de atención emocional, se inician las campañas y programas de prevención a través del aprendizaje de los aspectos de la higiene pasional y del desarrollo personal. Aparece, entonces, el sujeto emocional. En esta línea de pensamiento, el área de preocupación de la biogerencia es el ser, pero el ser emocional.


Disciplinar el cuerpo, entonces, ya no es suficiente. Ahora son las dos formas constitutivas del sujeto, en torno a las cuales se desarrolla la organización  sobre la vida, lo que permitió hacerla funcional al desarrollo productivo. Este bio-poder es un elemento indispensable en el desarrollo de la producción, de la abundancia, de las relaciones personales; éste se afirma en la inserción controlada del aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos del sujeto. Es este uno de los alcances esenciales de la biogerencia, a saber, contribuir a través de la regulación, protección y potenciación de la vida, al mantenimiento y expansión de su producción.

viernes, 16 de mayo de 2014

DE LA INTERPRETACIÓN DEL SER AL EXTREMISMO DEL LENGUAJE: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

            El siglo XX es la interpretación filosófica del sujeto como lenguaje. Aunque no es la única interpretación del sujeto, pues la filosofía no es ni ha sido monolítica al respecto. No sería filosofía si tal cosa llegara a suceder. De la interpretación del sujeto como lenguaje, la biogerencia ha hecho uso y abuso de la misma, por diferentes causas; ya que le ha resultado de mucho beneficio al desarrollo de sus propósitos.

            La interpretación del lenguaje como parte incita del sujeto no es algo nuevo. Ya esto lo sabían los sofistas, quienes dedicaron sus enseñanzas del lenguaje durante el mandato de Pericles y de la democracia ateniense. Platón, por su parte, dedica el diálogo “Crátilo” a este asunto; Aristóteles lo aborda en la “Retórica”. Así mismo lo harán los retóricos romanos, por ejemplo, Cicerón, Marco Fabio Quintiliano. La tradición medieval es prolija es los asuntos del lenguaje, desde el punto de vista del “Órganon” de Aristóteles. Luego en la Edad Moderna podemos mencionar a John Locke con su “Ensayo sobre el entendimiento humano”. Hasta llegar a nuestros días. Pero, repito, ésta es una interpretación dentro del corpus filosófico. 

            Ya en el siglo XX, la interpretación del lenguaje alcanza otros niveles y abre las puertas a la interpretación del sujeto como lenguaje tal como se maneja en la biogerencia. Los trabajos de lógica matemática de Gottlob Frege son fundamentales; la “Principia Mathematica” de Alfred North Whitehead y Bertrand Russell sienta definitivamente las bases de la lógica formal. El Círculo de Viena —Positivismo Lógico— hará su gran aporte a través de las figuras de Moritz Schlick, Rudolf Carnap, Otto Neurath, Hans Reichenbach, Kurt Gödel, Alfred Tarski, A. J. Ayer; entre otros grandes pensadores.

            En la tradición de la lógica-matemática y la filosofía de lenguaje se inserta el “Tractatus logico-philosophicus” de Ludwig Wittgenstein, cuya tesis fundamental es la estrecha vinculación entre el lenguaje y el mundo. Donde el autor señala «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Como podemos apreciar, en estos casos mencionados, la interpretación del siglo XX está en el marco de la lógica-matemática y la filosofía.
           
            La interpretación ontológica del sujeto como lenguaje la llevará a cabo Martin Heidegger en “Ser y tiempo”. Al haber re-interpretado la expresión de Aristóteles de que el “hombre es un animal racional”, donde el Estagirita usa el término griego de “logos”, que se interpretó como racional. Heidegger, por el contrario, interpreta “logos” como habla, lenguaje. Por lo cual, la interpretación heideggeriana de Aristóteles dirá que el hombre es un animal del lenguaje, de hablar. Lo cual ha signado el siglo XX como la interpretación del sujeto como lenguaje.

            De la interpretación del sujeto como lenguaje se ha apropiado la biogerencia, pues es afecta a sus propósitos. Y la pregunta forzada es ¿por qué de tal apropiación? ¿Cuáles son los beneficios que ella adquiere al asumir para sí esta interpretación del sujeto? Ya decía Tucidides en la “Guerra del Peloponeso” que cuando las obras son buenas no requieren muchas palabras para alabarlas; mas para paliar y dorar un mal hecho, son menester discursos artificiosos.

            Se pueden hacer muchas interpretaciones al respecto, y aventurarse por caminos inciertos. El lenguaje es amoral, podemos plantear, no se compromete de ninguna manera, pues cada quien dice algo. Hay un decir, actualmente, que expresa algo así: “soy responsable de lo que dijo, no de lo que escuchas”. No hay compromiso con el otro, sólo tengo un compromiso para conmigo mismo, en tal caso. En este caso, el lenguaje no conlleva al diálogo, más bien es destructor de la posibilidad del diálogo. Siempre puedo argumentar que el otro no escucho lo que yo le dije, escucho otra cosa. Argumento simplón pero efectivo.
           
            El lenguaje es una relación de poder, de allí que éste no necesariamente construya el diálogo, como dice Zizek es un destructor del mismo. O si el lenguaje no se da entre iguales se agudiza la relación de poder, pues quien tenga el poder de establecer las premisas y las determinaciones se hará propietario del discurso, e impondrá sus determinaciones lingüísticas. Y desde allí guiará el curso de las acciones. Pues, lenguaje y diálogo no es lo mismo.

            A través de la determinación del lenguaje colocamos en el sujeto lo que deseamos, eso lo sabían bien los sofistas, sabios del discurso. Y no sólo colocamos lo que deseamos, sino que manipulamos a los sujetos, de manera magistral lo expone Aristóteles en la Retórica. ¿Qué se manipula? Las emociones. Reducto abandonado del sujeto, cuando se abandonó la retórica. La biopolítica ha desempolvado este recurso, y la biogerencia hace uso de tal recurso. Porque como dice Camp, las emociones nos hacen vulnerables.

            Se buscan todos los resquicios del sujeto, ya el cuerpo ha sido explorado. Ahora le toca a las emociones. Y el lenguaje, en tanto instrumento retórico, es el más indicado para ese fin. Conmover e indicar que puedes construir todo lo que desees por medio del lenguaje olvidando que hay un conjunto de circunstancias entorno que también lo determinan. Este reduccionismo o extremismo del lenguaje simplifica la situación. El sujeto es lenguaje, con él puede hacer todo lo que desea, aparentemente. No obstante, con el lenguaje puedo hacerle al sujeto todo lo que deseo.

            La interpretación aristotélica y heideggeriana del animal como ser que habla, se inscribe en la polis, en lo social; en el dialogar, que sólo se hace con otro. Donde se construye una relación entre iguales, que tiene el propósito de la preocupación por la polis, por el mundo, por los asuntos humanos. Que van más allá del éxito, de la abundancia, del bienestar individual. El ser que habla es un ser colectivo, responsable de lo que él dice y de lo que el otro escucha. 

jueves, 15 de mayo de 2014

DE LA FILOSOFÍA A LA FILOGRAFÍA: LA DESVENTURA DEL PENSAR

   El pensar en los estudios de filosofía está mal encaminado. O tal vez es una desventura del pensamiento. Me refiero en los estudios académicos. 

Un ingeniero estudia un puente para diseñar otro puente, un médico estudia un cuerpo para sanar otro, un arquitecto estudia un edificio para diseñar otro edificio. Estudian una realidad para abordar otra realidad, o estudian tal realidad para intervenir en la realidad. El licenciado en filosofía no.

Este último, el licenciado en filosofía, estudia una realidad para retornar a la misma realidad, es decir, da vuelta sobre la misma realidad. Pero la realidad que éste estudia empieza y termina en el libro, su realidad es el libro. Por ello, su mirada al mundo es incierta, temerosa, porque ante éste no hay, aparentemente, libro que sirva de salvavidas al cual aferrarse.

    El estudiante de filosofía analiza el concepto, la categoría… de un filósofo; con el objeto de llegar a determinar qué fue lo que dijo o no dijo ese filósofo. E incluso podría llegar enmendarle la plana a tal filósofo. No obstante, siempre permanece en el libro.

Y este permanecer en la realidad del libro no puede ser filosofía. No puede llamarse a tal estudio o análisis filosofía. De tal estudio lo que se ha engendrado es una morbosa filografía. Un amor por el grafo, por la escritura, por el texto. Lo que se lleva a cabo es el estudio de una temática relacionada con la escritura del autor, del filósofo que se estudia, no con la vida. Sócrates sentiría vergüenza de tal desvergüenza filosófica.

No sé si tal amor es un amor enfermizo o desviado. Pero es un modo de circunloquio, un rodeo de palabras más palabras para expresar nuevamente lo que aquel autor ha dicho, o debió haber dicho. Lo que Hegel llamó una conciencia desventurada, en este caso particular, la conciencia de la filosofía. Pues la realidad queda a un lado, la realidad se limita al texto. A éste se circunscribe. De allí que el estudio de la filosofía se errabundo, ya que no lleva a pensar el mundo y sus circunstancias. Otra consecuencia es que la mayoría de los graduados en filosofía son mudos, la autoridad del libro no les da para hablar sobre lo que acontece.

El libro es un acontecimiento, es cierto. Pero debe servir como instrumento, como herramienta para el estudio de las circunstancias del mundo. No como la realidad misma y absoluta. De allí que el silencio de la filosofía sobre el mundo sea ensordecedor. Sin embargo, la filosofía si habla mucho sobre lo que dicen los libro o lo que han dicho en los libros. En eso se ha convertido, en general, los estudios filosóficos. Ya dice Deleuze, del libro hay que hacer uso de él. No convertirlo en un amante insuperable.
Cualquier intento de salir de los libros es mal visto, e incluso puede considerarse una traición a la filosofía. De esta manera, los estudios de la filosofía se han convertido en filografía. Y ese es su fin, su objetivo. Desentrañar lo que otro ha dicho, para decir lo que aquel realmente dijo. El estudioso de los libros del filósofo o de los filósofos se convierte en un intérprete de los libros de ese filósofo. En un especialista de un filósofo. Es él quien más sabe sobre lo que dijo Kant o Hegel, o lo que quiso decir Kant o Hegel. Es un especialista de cada concepto, de cada categoría, de cada término que el filósofo, en que recae su especialidad, ha dicho.
                
Son especialistas muy sabios, pero vacíos. Porque tal vez, como dijo el barbudo Tréveris, arrastran la filosofía de la miseria o la miseria de la filosofía. Así el graduado en filosofía sólo puede aspirar a dar clases, porque allí está el reino de la filografía, del citar fuentes documentales y autores; del pensar por medio del principio de autoridad que él lo ha puesto en el otro. Sufre este graduado de la parálisis de pensar al mundo por su cuenta, sin las ataduras de la autoridad. Es un esclavo del texto, de la cita, de la revista indexada, arbitrada. Una filosofía sumisa no existe, y si existe eso no es filosofía.

La filosofía a de mirar, con los ojos muy abiertos, las circunstancias, los acontecimientos del mundo. No puede seguir encadenada a los libros. No niego los libros. Lo que niego es que la filosofía haya convertido al libro en las circunstancias, en los acontecimientos del mundo. En la autoridad absoluta de esta mundo. La filosofía es pensar, pensar abiertamente. De allí que la filosofía sea siempre una fiesta. 

martes, 13 de mayo de 2014

DE LA BIOPOLÍTICA A LA BIOGERENCIA (PREFACIO): CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Biopolítica es un concepto que alude a la relación entre política y vida, es decir, la política de la salud del pueblo. Tal concepto lo desarrolla Michel Foucault a lo extenso de su obra. La biopolítica es la manera en que, a partir del siglo XVIII, se ha agrupado y estudiado desde la práctica gubernamental los fenómenos propios de la población, a saber: salud, higiene, la natalidad, morbilidad, longevidad, razas, entre otros. Estos aspectos, en la actualidad, forman parte de los programas de gobierno y cada día se reformulan planes y programas orientados a la optimización de la salud del pueblo.

            Ahora bien, ¿cuál es la relación o vínculos entre la biopolítica la biogerencia? Intentar responder a esta pregunta es el propósito de estos artículos. La gerencia o el estado gerencial han ido abandonando, a lo externo, la concepción de ser una entidad jurídica que establece un contrato social entre quienes participan de ella. Ahora debe entenderse como un conjunto de personas que actúan como un organismo único, espiritual y corpóreo. A partir de esto, la gerencia la podemos determinar como una vida biológica y cultural que se materializa en el hacer de un conjunto de individuos que tienen existencia.

Si en una primera instancia, lo que importa para la biopolítica es lo somático, lo corporal. Asimismo, para el estado gerencial lo que importa, en un primer término también, es lo biológico, lo somático, lo corporal. El cuerpo como una entidad productora, de allí la relación médica como una estrategia biopolítica. Pero ahora esto no es suficiente. 

Por otra parte, Foucault plantea que el control de la sociedad ya no sólo se realiza a través de la ideología, recordemos que vivimos en una época post-ideológica, sino que requiere del conocimiento y control del cuerpo de los individuos. En este sentido, la anatomopolítica está en relación con el ejercicio del poder, es la forma de control sobre los individuos a través de regulaciones en un sistema disciplinar[1]. En esta primera instancia, insisto sólo sobre el cuerpo; pero ya esto, es decir el cuerpo, no es suficiente.

La biogerencia, al asumir a plenitud el ejercicio de la anatomopolítica, busca ahora que los individuos, que conforman el conjunto de personas que actúan como un organismo único, se auto-regulen y controlen, que busquen crear una "forma de vida verdadera". De manera que, la biogerencia no sólo se extiende a la identidad, sino también hacia las resistencias de los sujetos. ¿Cuáles son estas resistencias? Ya lo veremos más adelante.

Una definición provisional de biogerencia puede ser: «conjunto de saberes, técnicas y tecnologías que convierten la capacidad de los individuos en el medio por el cual el estado gerencial alcanza sus objetivos». Desde una nueva perspectiva, la «anatomogerencia» se esfuerza por potenciar las capacidades físicas, intelectuales y emocionales que consideran valiosas en los individuos, ya que éstas constituyen el instrumento gracias al cual éstos lograrán sus propósitos dentro del organismo único espiritual y corpóreo.

Puede objetarse la ambigüedad de tal definición, ya que todos los grupos que disfrutan de poder usan las capacidades humanas para sus objetivos. Puede ser que todos hayan sido definidos ambiguamente. Sin embargo, en la época contemporánea —donde la industria ha dejado de ser la fuente principal de generación de riqueza y puestos de trabajo, porque esta función recae en el sector terciario  o cuaternario, es decir, la investigación científica y tecnológica— estamos ante realidades creadas y desarrolladas por el mismo estado-gerencia. Estamos ante individuos que no son dejados a las fuerzas del azar y del medio ambiente. En la era biogerencia encontramos una concepción del individuo distinta; disciplinado, sometido y  escrutado a las capacidades de las autoridades, que intervienen a favor o en contra de la expansión de los sujetos.

Para la «anatomogerencia», el ser humano constituye una materia prima, como un recurso natural; que los agentes con poder se esfuerzan en potenciar para extraer todos los beneficios posibles. Dentro de esta concepción la gerencia es concebida como un agricultor, quien todos los días vigila las plantas y abona, poda, injerta, elimina las malas hierbas, riega y cosecha cada fruto en el tiempo adecuado, cada momento varía de una planta a otra. Atiende y está al tanto de todos los aspectos inherente de los individuos.

Cabe entonces pensar en la importancia de lo biológico, lo cognitivo y lo emocional como constituyentes del modo de producción actual, de la necesidad que tiene la gerencia de extraer beneficio de todo lo que constituye al sujeto. En ese caso, la biogerencia es un producto del modo de producción. Este planteamiento considera al sujeto emocional como una realidad desatendida; desde entonces no ha dejado de cobrar relevancia, como lo muestra la importancia de las disciplinas y las técnicas de gestión o desarrollo personal para la producción.

Frente al cuerpo dado y atendido desde el siglo XVIII, ahora la gerencia se esfuerza por construir una representación más acorde del individuo a través de dispendios emotivos, ya ha superado lo económico. Ahora el estado-gerencia asume no sólo el cuerpo para que éste se adapte a los ritmos y conocimientos técnicos que necesita la producción. A ello añade la prolongación emotiva, en consonancia con el aumento de una esperanza de vida alentada por los propios beneficios de una realidad económica, que guarda relación con las filosofías del lenguaje del poder biopolítico.



[1] Recordemos que para Foucault los términos poder y disciplina se dan en un contexto bastante amplio y variado.