Pseudo
Longino en su tratado indaga la estética de la palabra en el sentido
estilístico que la retórica clásica le había asignado. El tratado concibe lo
sublime como una majestad del lenguaje que busca el correlato emocional del
alma a través de la poesía y la prosa. Persigue
el entusiasmo en una mezcla de placer, admiración y sorpresa; lo que se impone
es el brillo del relámpago, que todo lo eclipsa, sobre el espíritu del
espectador.
El lenguaje sublime proviene tanto
de la naturaleza como del arte. El pensamiento elevado y el arrebato emocional
son atributos del alma más que fórmulas de estilo. La disposición de las
figuras y la nobleza en la expresión y el tono, en cambio, son fuentes de
sublimidad que obedecen más al estudio que a la buena fortuna.
El patetismo sublime se diferencia
de la emoción trivial y, sobre todo, del discurso inflado de los oradores, cuya
grandilocuencia es proporcional a su pobreza de sentimiento. No hay que
confundir el arrebato, que el genuino esplendor del lenguaje produce, con el
furor de naturaleza divina.
La elevación del ánimo y del
pensamiento por sobre los límites de lo percibido, no conducen hacia un más
allá de lo humano. En el Pseudo-Longino, lo sublime es la promoción de lo
humano hacia su máxima realización frente al enorme espectáculo del mundo: la
admiración se vuelve sobre el oyente como si fuera él mismo el creador de la
frase que acaba de escuchar, un arrebato cuyo resorte es el amor por lo
inconmensurable. Lo sublime conduce, paradójicamente, a la revelación de la
angostura del mundo frente al ilimitado afán del espíritu por intentar saltar
los márgenes de la naturaleza.
Según el concepto original de
Longino, que sería recuperado por filósofos y críticos de arte posteriores, lo
sublime se caracteriza por una pasión extrema que produce en quien lo percibe
una pérdida de la racionalidad, una filiación total con el proceso creativo del
artista y gran placer estético.
Para Longino, una obra sublime tiene
grandeza, no depende de la forma, prescinde de opiniones, se dirige más al
interior, a la cualidad psicológica. Lo sublime sobrepasa todo límite de la
pasión. Lo sublime es incontinente; lo sublime extravía las formas; lo sublime
involucra y sorprende; en lo sublime el objeto desaparece. Lo sublime se
sumerge en un océano de pasiones turbulentas. Lo sublime puede llegar a
producir dolor en vez de placer.
En este aspecto, el pseudo Longino
critica a Cecilio de Calatte, en particular, y a la escuela de Apolodoro de
Pergamo (Aticista), en general; ya que esta escuela considera que la retórica es
una ciencia, y considera, siguiendo a Aristóteles, que es posible reglamentar
la retórica por medio de principios racionales y científicos.
Para los aticistas, la retórica debe
ser ejercida por medio de argumentos racionales apoyándose en los hechos y la
experiencia; no en la ilusión, la sugestión, el embelesamiento, la exaltación y
el éxtasis. La retórica debe fundarse, según éstos, en cánones racionalmente
sistematizados, ya que ésta es un saber de formas objetivas. El aticismo es
fiel a Demóstenes y sobre todo a Lisias, para quienes el discurso debe ser:
demostrativo, sin ornamento y sin seducciones pasionales.
Para
pseudo Longino, el aticista está en un error al afirmar que lo patético y lo
sublime son una y la misma cosa. Por el contrario, éste afirma que “existen
pasiones que no tienen nada que ver con lo sublime y que son insignificante,
como los lamentos, las tristezas y los temores; y, a su vez, hay muchas veces
sublimidad sin pasión”[1].
Cecilio
considera que la pasión no contribuye a lo sublime y no debe ser considerada
con respecto a éste. En cambio, pseudo Longino considera “que nada hay tan
sublime como una pasión noble, en el momento oportuno, que respira entusiasmo
como consecuencia de una locura y una inspiración especiales que convierte a
las palabras en algo divino”[2].
Lo
sublime, para Cecilio de Calatte, se alcanza por medio de la perfección
técnica, y ser sometido a las reglas técnicas de la retórica. Para pseudo
Longino, no es posible reducir lo sublime a la técnica, por cuanto la grandeza
del alma no se adquiere por enseñanza técnica[3].
Pseudo Longino es partidario del poeta arrebatado acentuando el carácter
pasional y el talento innato de éste.
La escuela de Teodoro de Gadara
(Asianista), por el contrario, de la cual es partidario pseudo Longino,
considera que la retórica no es una ciencia sino un arte práctico. Los
asianistas asignan a la pasión y al sentimiento el papel predominante en la
oratoria. Lo más importante es excitar la parte afectiva e irracional del alma[4].
Para ello el discurso debe ser pomposo y metafórico.
El asianismo sigue a Isócrates, para
quien el discurso no sólo debe convencer, sino persuadir, mover las pasiones y
conmover. En este sentido, pseudo Longino señala “el lenguaje sublime conduce a
los que escuchan no a la persuasión, sino al éxtasis”[5]
Según Longino, cinco son las causas
para alcanzar lo sublime, a saber:
La primera y más importante es el talento para conseguir grandes
pensamientos… La segunda es la pasión vehemente y entusiasta. Pero estos dos
elementos de lo sublime son, en la mayoría de los casos, disposiciones innatas;
las restantes por el contrario, son productos de un arte: cierta clase de
formación de figuras (éstas son de dos clases, figuras de pensamiento y figuras
de dicción), y, junto a éstas la noble expresión, a la que pertenecen la
elección de palabras y la dicción metafórica y artística. La quinta causa de la
grandeza de estilo y que encierra todas las anteriores, es la composición digna
y elevada[6].
Las causas de lo sublime son de dos
tipos. Las causas innatas y las técnicas. Las innatas son: el talento del poeta
para concebir grandes pensamientos y la pasión vehemente y entusiasta de éste.
Las causas técnicas, por su parte, son: la formación de figuras (la figura de
pensamiento y de dicción); la expresión noble y la grandeza del estilo.
Las
causas innatas están constituidas por las particularidades psicológicas del
poeta; éste estará dotado por naturaleza del poder de expresión, por la fuerza
expresiva capaz de aspirar a la grandeza de lo sublime. A través de esta fuerza,
el poeta trasciende la simple acción de comunicar hechos, de manifestar deseos
y sentimientos.
El
poder de expresión revela una aptitud plena para el entusiasmo y el éxtasis que
no se da en el poeta común. Pseudo Longino, consecuente con la escuela
asianista, otorga preeminencia a la “natural grandeza de espíritu” [7]
del poeta.
El
talento y la pasión impetuosa constituyen la causa primera de lo sublime, que
es potencia generadora. La pasión arrebatadora hace al lenguaje sublime y conduce
al espectador al éxtasis. Lo que arrebata y es maravilloso va acompañado del
asombro, éste siempre es superior a la persuasión y a lo que sólo es agradable[8].
Es
condición necesaria que el poeta sea de espíritu elevado y noble, ya que sólo
son sublime las palabras de quien tiene pensamientos profundos, pues “el
lenguaje sublime se encuentra en hombres dotados de pensamientos elevados”[9].
Quien posee estas características es el verdadero poeta. Por el contrario,
quien posee un espíritu mezquino, pensamientos y hábitos bajos no realiza nada
digno de admiración ni de estima[10].
En consecuencia, no puede aspirar a lo sublime.
La
imitación, la amplificación y la imaginación son elementos retóricos
complementarios a las causas innatas y cualidades adjuntas a éstas. Con
respecto a la imitación, el poeta al trabajar sobre un pasaje que demanda
sublimidad debe imaginar como “hubiera dicho eso mismo Homero, cómo lo hubieran
hecho sublime Platón o Demóstenes o en su historia Tucídides”[11].
Pues imitando los más grandes modelos literarios adquiere el estilo de
aquellos.
La
ampliación acumula los detalles y los tópicos del discurso e insiste en el
motivo central del tema. La correcta amplificación logra “el desarrollo de un
lugar común o por la vehemencia o por insistencia en circunstancias o
argumentos o por una cuidadosa construcción de acciones o emociones”[12].
La
imaginación, por su parte, es el medio adecuado para “producir grandeza,
elevación y vehemencia en el lenguaje. En este sentido las usamos nosotros,
pero algunos las llaman figuraciones mentales. Pues se designa comúnmente por
imaginaciones a todo pensamiento capaz de cualquier forma de producir una
expresión”[13].
La
imaginación en la retórica contribuye a la pasión, y por medio de ésta se
alcanzan momentos sublimes. La imaginación es para el arte el motivo
psicológico más importante, ya que ésta realiza una selección libre entre la
abundancia de motivos combinándolas libremente.
Las
causas técnicas, por su parte, son producto del estudio y de la aplicación de
los métodos e instrumentos de la retórica. Aun cuando la grandeza del espíritu
tiene primacía sobre la técnica, el poeta debe educarse en el arte de la
retórica, ya que nada debe quedar al azar; éste debe hacer uso de su intuición
y de la inspiración natural, además de hacer uso de los recursos retóricos para
alcanzar el sentimiento sublime.
El
método de la retórica fija los límites del discurso y determina el momento
oportuno que conduce a lo sublime, ya que “los grandes genios son
especialmente peligrosos, confiados a sí
mismos, sin disciplina, sin apoyo y si lastres, abandonados a su solo impulso y
a su ignorante temeridad”[14].
Las
causas técnicas, antes indicadas, son los instrumentos técnicos de los que hacen
uso la retórica para alcanzar lo sublime. Entre las figuras retóricas tenemos
el juramento, que imprime a la acción grandeza, arrogancia, temeridad y acrecienta las emociones de los
espectadores. El poeta en un momento dado detiene el discurso y realiza el
juramento con vehemencia conduciendo a los oyentes hacia lo sublime.
Demóstenes dirigiéndose a los
helenos los encomia “No, vosotros no habéis cometido falta alguna; no, os lo
juro por los que se expusieron al peligro en Maratón”[15].
Por medio del juramento, Demóstenes convierte a los antepasados en dioses de
los helenos.; transforma “la naturaleza de la demostración en un pasaje sublime
y patético en grado sumo y dándole el poder de la convicción que hay e un
juramento y sorprendente”[16]
El
apóstrofe, como segunda figura retórica, consiste en corta el discurso para
dirigir la palabra con vehemencia a una persona presente o ausente aprisionando
los sentimientos de los espectadores en una arrebatada pasión[17].
El
interrogar, el poeta inquiere vehemente al oyente. En las Filípicas, Demóstenes utiliza “el tono inspirado y el juego rápido
de preguntas y respuestas y el modo como responde a sus propias objeciones,
como si contestara a las de otro”[18].
El poeta la interrogar ha de hacerlo con vehemencia para apasionar y arrebatar
al oyente; pues quine es interrogado inesperadamente contesta con vigor.
El
asíndeton, en cuestión, consiste en omitir las conjunciones con el objeto de
dar rapidez a las frases y al discurso. Pues las frases rápidas y
desconectadas, una de detrás de otra, producen la impresión de una agitación,
éstas acosan y frenan el discurso. Para reforzar el asíndeton es necesario
reunir diferentes figuras, que dan movilidad, fuerza, persuasión al discurso.
Asimismo,
el hipérbaton; el cambio en el número de persona en la oración; transformar los
hechos pasados en presentes y transmutar los personajes de la narración, por
ejemplo, cuando el poeta asume el papel del personaje de quien está hablando.
Todas estas figuras y las anteriores constituyen parte de la primera causa técnica
de las que hace uso el poeta para exacerbar las pasiones de los espectadores y alcanzar
así lo sublime.
La
segunda causa técnica está conformada por la correcta elección de las palabras.
Tal elección conforma la noble expresión del discurso a través de la apropiada
dicción metafórica del poeta. La elección de palabras justas y elevadas atrae y
fascina al oyente; ya que ésta proporciona grandeza, fuerza, poder y cierto
brillo a las palabras del poeta, éstas son “la verdadera luz del pensamiento”[19].
La
elección de las palabras apropiadas conduce a la creación de las metáforas;
ésta al ser apasionada e impetuosa arrastra en su movimiento a las pasiones. La
metáfora logra que el discurso sea elegante y distinguido, con el objeto de
logar que los sentimientos se conviertan en un caudal de pasiones desbordadas[20].
No
obstante, para pseudo Longino señorea la grandeza del espíritu y la virtud del
poeta sobre la técnica. O acaso:
¿No preferirías tú ser Homero más que Apolonio?… en poseía
lírica, ¿preferirías ser tú Baquílides más que Píndaro y en tragedia Ión de
Quíos más que Sófocles? Pues los unos no tienen faltas y escriben con elegancia
y finura, pero Píndaro y Sófocles, a veces, lo abrasan todo con su ímpetu, pero
también se apagan con frecuencia incomprensiblemente y caen en los defectos más
desafortunados[21].
La
composición de las palabras constituye la tercera causa técnica. La armonía del
determina la grandeza del discurso en la consecución de lo sublime, pues excita
el alma al suscitar diversas clases de
palabra, de pensamientos, de acciones y melodías naturales a ésta. La armonía
por medio de la combinación de sonidos introduce la pasión en el alma y hace a
ésta participe de lo sublime.
[4] Cfr.
Rosario Assunto. Naturaleza y razón en la estética del setecientos. Madrid,
Editorial Visor, 1989, pp. 17-18. Ver, además, David Estrada. “Quintiliano:
aticismo y asianismo”. Estética, Barcelona, Editorial Herder, 1988, pp. 51-57.
Gracias, tu trabajo me ayudó a hacer uno mio en la universidad, jajaja cariños
ResponderEliminarGRACIAS, TU TRABAJO ME AYUDO DEMACIADO
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