martes, 15 de enero de 2013

PSEUDO LONGINO: CAUSAS DE LO SUBLIME


Pseudo Longino en su tratado indaga la estética de la palabra en el sentido estilístico que la retórica clásica le había asignado. El tratado concibe lo sublime como una majestad del lenguaje que busca el correlato emocional del alma a través de  la poesía y la prosa. Persigue el entusiasmo en una mezcla de placer, admiración y sorpresa; lo que se impone es el brillo del relámpago, que todo lo eclipsa, sobre el espíritu del espectador.
            El lenguaje sublime proviene tanto de la naturaleza como del arte. El pensamiento elevado y el arrebato emocional son atributos del alma más que fórmulas de estilo. La disposición de las figuras y la nobleza en la expresión y el tono, en cambio, son fuentes de sublimidad que obedecen más al estudio que a la buena fortuna.
            El patetismo sublime se diferencia de la emoción trivial y, sobre todo, del discurso inflado de los oradores, cuya grandilocuencia es proporcional a su pobreza de sentimiento. No hay que confundir el arrebato, que el genuino esplendor del lenguaje produce, con el furor de naturaleza divina.
            La elevación del ánimo y del pensamiento por sobre los límites de lo percibido, no conducen hacia un más allá de lo humano. En el Pseudo-Longino, lo sublime es la promoción de lo humano hacia su máxima realización frente al enorme espectáculo del mundo: la admiración se vuelve sobre el oyente como si fuera él mismo el creador de la frase que acaba de escuchar, un arrebato cuyo resorte es el amor por lo inconmensurable. Lo sublime conduce, paradójicamente, a la revelación de la angostura del mundo frente al ilimitado afán del espíritu por intentar saltar los márgenes de la naturaleza.
            Según el concepto original de Longino, que sería recuperado por filósofos y críticos de arte posteriores, lo sublime se caracteriza por una pasión extrema que produce en quien lo percibe una pérdida de la racionalidad, una filiación total con el proceso creativo del artista y gran placer estético.
            Para Longino, una obra sublime tiene grandeza, no depende de la forma, prescinde de opiniones, se dirige más al interior, a la cualidad psicológica. Lo sublime sobrepasa todo límite de la pasión. Lo sublime es incontinente; lo sublime extravía las formas; lo sublime involucra y sorprende; en lo sublime el objeto desaparece. Lo sublime se sumerge en un océano de pasiones turbulentas. Lo sublime puede llegar a producir dolor en vez de placer.
            En este aspecto, el pseudo Longino critica a Cecilio de Calatte, en particular, y a la escuela de Apolodoro de Pergamo (Aticista), en general; ya que esta escuela considera que la retórica es una ciencia, y considera, siguiendo a Aristóteles, que es posible reglamentar la retórica por medio de principios racionales y científicos.
            Para los aticistas, la retórica debe ser ejercida por medio de argumentos racionales apoyándose en los hechos y la experiencia; no en la ilusión, la sugestión, el embelesamiento, la exaltación y el éxtasis. La retórica debe fundarse, según éstos, en cánones racionalmente sistematizados, ya que ésta es un saber de formas objetivas. El aticismo es fiel a Demóstenes y sobre todo a Lisias, para quienes el discurso debe ser: demostrativo, sin ornamento y sin seducciones pasionales.
Para pseudo Longino, el aticista está en un error al afirmar que lo patético y lo sublime son una y la misma cosa. Por el contrario, éste afirma que “existen pasiones que no tienen nada que ver con lo sublime y que son insignificante, como los lamentos, las tristezas y los temores; y, a su vez, hay muchas veces sublimidad sin pasión”[1].
Cecilio considera que la pasión no contribuye a lo sublime y no debe ser considerada con respecto a éste. En cambio, pseudo Longino considera “que nada hay tan sublime como una pasión noble, en el momento oportuno, que respira entusiasmo como consecuencia de una locura y una inspiración especiales que convierte a las palabras en algo divino”[2].
Lo sublime, para Cecilio de Calatte, se alcanza por medio de la perfección técnica, y ser sometido a las reglas técnicas de la retórica. Para pseudo Longino, no es posible reducir lo sublime a la técnica, por cuanto la grandeza del alma no se adquiere por enseñanza técnica[3]. Pseudo Longino es partidario del poeta arrebatado acentuando el carácter pasional y el talento innato de éste.
            La escuela de Teodoro de Gadara (Asianista), por el contrario, de la cual es partidario pseudo Longino, considera que la retórica no es una ciencia sino un arte práctico. Los asianistas asignan a la pasión y al sentimiento el papel predominante en la oratoria. Lo más importante es excitar la parte afectiva e irracional del alma[4]. Para ello el discurso debe ser pomposo y metafórico.
            El asianismo sigue a Isócrates, para quien el discurso no sólo debe convencer, sino persuadir, mover las pasiones y conmover. En este sentido, pseudo Longino señala “el lenguaje sublime conduce a los que escuchan no a la persuasión, sino al éxtasis”[5]
            Según Longino, cinco son las causas para alcanzar lo sublime, a saber:

La primera y más importante es el talento para conseguir grandes pensamientos… La segunda es la pasión vehemente y entusiasta. Pero estos dos elementos de lo sublime son, en la mayoría de los casos, disposiciones innatas; las restantes por el contrario, son productos de un arte: cierta clase de formación de figuras (éstas son de dos clases, figuras de pensamiento y figuras de dicción), y, junto a éstas la noble expresión, a la que pertenecen la elección de palabras y la dicción metafórica y artística. La quinta causa de la grandeza de estilo y que encierra todas las anteriores, es la composición digna y elevada[6].

            Las causas de lo sublime son de dos tipos. Las causas innatas y las técnicas. Las innatas son: el talento del poeta para concebir grandes pensamientos y la pasión vehemente y entusiasta de éste. Las causas técnicas, por su parte, son: la formación de figuras (la figura de pensamiento y de dicción); la expresión noble y la grandeza del estilo.
Las causas innatas están constituidas por las particularidades psicológicas del poeta; éste estará dotado por naturaleza del poder de expresión, por la fuerza expresiva capaz de aspirar a la grandeza de lo sublime. A través de esta fuerza, el poeta trasciende la simple acción de comunicar hechos, de manifestar deseos y sentimientos. 
El poder de expresión revela una aptitud plena para el entusiasmo y el éxtasis que no se da en el poeta común. Pseudo Longino, consecuente con la escuela asianista, otorga preeminencia a la “natural grandeza de espíritu” [7] del poeta.
El talento y la pasión impetuosa constituyen la causa primera de lo sublime, que es potencia generadora. La pasión arrebatadora hace al lenguaje sublime y conduce al espectador al éxtasis. Lo que arrebata y es maravilloso va acompañado del asombro, éste siempre es superior a la persuasión y a lo que sólo es agradable[8]. 
Es condición necesaria que el poeta sea de espíritu elevado y noble, ya que sólo son sublime las palabras de quien tiene pensamientos profundos, pues “el lenguaje sublime se encuentra en hombres dotados de pensamientos elevados”[9]. Quien posee estas características es el verdadero poeta. Por el contrario, quien posee un espíritu mezquino, pensamientos y hábitos bajos no realiza nada digno de admiración ni de estima[10]. En consecuencia, no puede aspirar a lo sublime.
La imitación, la amplificación y la imaginación son elementos retóricos complementarios a las causas innatas y cualidades adjuntas a éstas. Con respecto a la imitación, el poeta al trabajar sobre un pasaje que demanda sublimidad debe imaginar como “hubiera dicho eso mismo Homero, cómo lo hubieran hecho sublime Platón o Demóstenes o en su historia Tucídides”[11]. Pues imitando los más grandes modelos literarios adquiere el estilo de aquellos.
La ampliación acumula los detalles y los tópicos del discurso e insiste en el motivo central del tema. La correcta amplificación logra “el desarrollo de un lugar común o por la vehemencia o por insistencia en circunstancias o argumentos o por una cuidadosa construcción de acciones o emociones”[12].
La imaginación, por su parte, es el medio adecuado para “producir grandeza, elevación y vehemencia en el lenguaje. En este sentido las usamos nosotros, pero algunos las llaman figuraciones mentales. Pues se designa comúnmente por imaginaciones a todo pensamiento capaz de cualquier forma de producir una expresión”[13].
La imaginación en la retórica contribuye a la pasión, y por medio de ésta se alcanzan momentos sublimes. La imaginación es para el arte el motivo psicológico más importante, ya que ésta realiza una selección libre entre la abundancia de motivos combinándolas libremente.
Las causas técnicas, por su parte, son producto del estudio y de la aplicación de los métodos e instrumentos de la retórica. Aun cuando la grandeza del espíritu tiene primacía sobre la técnica, el poeta debe educarse en el arte de la retórica, ya que nada debe quedar al azar; éste debe hacer uso de su intuición y de la inspiración natural, además de hacer uso de los recursos retóricos para alcanzar el sentimiento sublime.
El método de la retórica fija los límites del discurso y determina el momento oportuno que conduce a lo sublime, ya que “los grandes genios son especialmente  peligrosos, confiados a sí mismos, sin disciplina, sin apoyo y si lastres, abandonados a su solo impulso y a su ignorante temeridad”[14].
Las causas técnicas, antes indicadas, son los instrumentos técnicos de los que hacen uso la retórica para alcanzar lo sublime. Entre las figuras retóricas tenemos el juramento, que imprime a la acción grandeza, arrogancia, temeridad  y acrecienta las emociones de los espectadores. El poeta en un momento dado detiene el discurso y realiza el juramento con vehemencia conduciendo a los oyentes hacia lo sublime.
            Demóstenes dirigiéndose a los helenos los encomia “No, vosotros no habéis cometido falta alguna; no, os lo juro por los que se expusieron al peligro en Maratón”[15]. Por medio del juramento, Demóstenes convierte a los antepasados en dioses de los helenos.; transforma “la naturaleza de la demostración en un pasaje sublime y patético en grado sumo y dándole el poder de la convicción que hay e un juramento y sorprendente”[16]
El apóstrofe, como segunda figura retórica, consiste en corta el discurso para dirigir la palabra con vehemencia a una persona presente o ausente aprisionando los sentimientos de los espectadores en una arrebatada pasión[17]
El interrogar, el poeta inquiere vehemente al oyente. En las Filípicas, Demóstenes utiliza “el tono inspirado y el juego rápido de preguntas y respuestas y el modo como responde a sus propias objeciones, como si contestara a las de otro”[18]. El poeta la interrogar ha de hacerlo con vehemencia para apasionar y arrebatar al oyente; pues quine es interrogado inesperadamente contesta con vigor.
El asíndeton, en cuestión, consiste en omitir las conjunciones con el objeto de dar rapidez a las frases y al discurso. Pues las frases rápidas y desconectadas, una de detrás de otra, producen la impresión de una agitación, éstas acosan y frenan el discurso. Para reforzar el asíndeton es necesario reunir diferentes figuras, que dan movilidad, fuerza, persuasión al discurso.
Asimismo, el hipérbaton; el cambio en el número de persona en la oración; transformar los hechos pasados en presentes y transmutar los personajes de la narración, por ejemplo, cuando el poeta asume el papel del personaje de quien está hablando. Todas estas figuras y las anteriores constituyen parte de la primera causa técnica de las que hace uso el poeta para exacerbar las pasiones de los espectadores y alcanzar así lo sublime.
La segunda causa técnica está conformada por la correcta elección de las palabras. Tal elección conforma la noble expresión del discurso a través de la apropiada dicción metafórica del poeta. La elección de palabras justas y elevadas atrae y fascina al oyente; ya que ésta proporciona grandeza, fuerza, poder y cierto brillo a las palabras del poeta, éstas son “la verdadera luz del pensamiento”[19].
La elección de las palabras apropiadas conduce a la creación de las metáforas; ésta al ser apasionada e impetuosa arrastra en su movimiento a las pasiones. La metáfora logra que el discurso sea elegante y distinguido, con el objeto de logar que los sentimientos se conviertan en un caudal de pasiones desbordadas[20].
No obstante, para pseudo Longino señorea la grandeza del espíritu y la virtud del poeta sobre la técnica. O acaso:

¿No preferirías tú ser Homero más que Apolonio?… en poseía lírica, ¿preferirías ser tú Baquílides más que Píndaro y en tragedia Ión de Quíos más que Sófocles? Pues los unos no tienen faltas y escriben con elegancia y finura, pero Píndaro y Sófocles, a veces, lo abrasan todo con su ímpetu, pero también se apagan con frecuencia incomprensiblemente y caen en los defectos más desafortunados[21].

La composición de las palabras constituye la tercera causa técnica. La armonía del determina la grandeza del discurso en la consecución de lo sublime, pues excita el alma  al suscitar diversas clases de palabra, de pensamientos, de acciones y melodías naturales a ésta. La armonía por medio de la combinación de sonidos introduce la pasión en el alma y hace a ésta participe de lo sublime.


[1] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 8, 2. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 159.
[2] Pseudo Longino. Sobre lo Sublime 8, 4. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 159.
[3] Cfr. Pseudo Longino. Sobre lo sublime 1. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 149.
[4] Cfr. Rosario Assunto. Naturaleza y razón en la estética del setecientos. Madrid, Editorial Visor, 1989, pp. 17-18. Ver, además, David Estrada. “Quintiliano: aticismo y asianismo”. Estética, Barcelona, Editorial Herder, 1988, pp. 51-57.
[5] Pseudo Longino. Sobre lo sublime, I 4, Madrid, Editorial Gredos, 1979, pp. 148-149.
[6] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 8, 1-2. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p.158.
[7] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 9, 1. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 160.
[8] Cfr. Pseudo Longino. Sobre lo sublime 1. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  pp. 148-149
[9] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 9, 3-4. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 160.
[10] Cfr. Pseudo Longino. Sobre lo sublime 9, 3. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 160.
[11] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 14, 1. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 173.
[12] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 11, 2. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 169.
[13] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 15, 1. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 174.
[14] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 2, 1-2. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  pp. 149-150.
[15] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 16, 2. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 179.
[16] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 16, 2. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 180.
[17] Cfr. Pseudo Longino. Sobre lo sublime 16, 2. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 179.
[18] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 18, 1. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 183.
[19] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 30, 1. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 194.
[20] Cfr. Pseudo Longino. Sobre lo sublime 32, 4. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 196.
[21] Pseudo Longino. Sobre lo sublime 33, 4. Madrid, Editorial Gredos, 1979,  p. 199-200.



2 comentarios:

  1. Gracias, tu trabajo me ayudó a hacer uno mio en la universidad, jajaja cariños

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  2. GRACIAS, TU TRABAJO ME AYUDO DEMACIADO

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