El
sentimiento de lo sublime produce un movimiento
del espíritu que está enlazado con el juicio del objeto. La imaginación, por su
parte, lo refiere, por una parte, a la facultad de
conocer, que en este caso la finalidad es atribuida al objeto como
una determinación matemática. Lo
sublime matemático es del intelecto y se opone a la comprensión.
Lo
sublime, en cuanto a la determinación matemática, es una infinidad en magnitud,
de un objeto que nos rebasa en poder y tamaño. “La representación matemática de
la magnitud inconmensurable del universo, las consideraciones de la metafísica
acerca de la eternidad, de la providencia, de la inmortalidad de nuestra alma,
contienen un cierto carácter sublime y majestuoso”[1].
La
apreciación de la inmensidad suscita también el sentimiento sublime. En tanto
ésta es una cosa grande y de una magnitud absolutamente grande que está fuera
de toda comparación.
Llamamos sublime lo que es absolutamente grande. Pero ser
grande y ser de una magnitud son dos conceptos enteramente diferentes (magnitudo y quantitas). Asimismo, decir
sin más (simpliciter) que
algo es grande es completamente distinto a decir que es grande absolutamente (absolute non comparative magnum). Lo
último es aquello que es grande fuera de
toda comparación[2].
En
lo sublime se halla una satisfacción cuantitativa, que parece inapropiada para la
cualidad representativa, como si ésta violentara la imaginación. En este
sentido, lo grande absolutamente no es un concepto puro del entendimiento, dirá
Kant, menos una intuición de los sentidos, y de ningún modo un concepto
racional. Porque no hay en él ningún principio de conocimiento. Por tanto, es
un concepto de la facultad de juzgar o deriva de ésta, y tiene su principio en
una finalidad subjetiva de la representación.
No
se trata, señala Kant, de una gran unidad sino de un movimiento progresivo
hacia lo siempre más grande. La imaginación sigue al entendimiento en este
movimiento progresivo, pero experimenta cierto vértigo, ya que toda magnitud aparece
pequeña en comparación con lo ilimitado.
La
determinación de la magnitud sólo proporciona un concepto de comparación, no un
concepto absoluto de la magnitud. Puesto que, la experiencia de lo
absolutamente grande, en lo sublime matemático, de aquellos paisajes o eventos
que exceden toda medida de la memoria del cuerpo hace fracasar a la
imaginación, en su intento por aportar una comprensión estética sobre la dispersión
de sensaciones, a la que ha sido lanzada en el proceso de aprehensión sin fin.
El
juicio estético reclama para sí el asentimiento de todos, semejante a los
juicios teóricos. Con respecto a la magnitud se da en el juicio estético una medida a la cual es
posible atribuir un valor universal. Ya que tal magnitud es un principio
subjetivo para el juicio reflexivo. El cual sirve para formar un juicio
estético, no uno juicio lógico.
El
juicio estético, en cuanto a lo sublime, lleva el libre juego de la imaginación
a la facultad a la razón
concertándola subjetivamente con las ideas
racionales indeterminadas, con el objeto de producir en el espíritu un estado
conforme al que se produce en el sentimiento la influencia de ideas determinadas
prácticas.
Kant
aplica las reglas lógicas para exponer el sentimiento de lo sublime. La
estética no pertenece al orden del entendimiento ni a los procesos
cognoscitivos. Ésta se ocupa del afecto y de la facultad de desear, pues los
principios de la razón son constitutivos de la facultad de desear y regulativos
para la facultad de conocer. De allí la facultad de juzgar que articula las
relaciones entre el entendimiento y la razón.
La
magnitud aunque considerada como informe produce, a la vez, una satisfacción
universal y una conciencia de una finalidad subjetiva en el uso de las
facultades de conocer. Esta satisfacción está referida a la extensión de la
imaginación. En la analítica de lo sublime, Kant expone el proceso de fundación
del sentimiento de lo sublime desde la perspectiva interna del ejercicio entre
las distintas facultades.
El
espectáculo de una enorme e irregular cadena de montañas, del tenebroso mar
agitado por la fuerza de los vientos deja una herida en el ánimo. La herida del
exceso de la imaginación, que es un sentimiento de dolor, angustia o temor, el
cual está unido a la conciencia de nuestro ser diminuto y débil puesto ante la
inmensidad o el caos.
Lo
sublime hace temblar las expectativas de sentido frente a la naturaleza dejando
una especie de parálisis. Como el exceso de toda medida imaginativa éste es el
signo de algo que desborda los límites de la experiencia. El entendimiento no
puede fijar este vacío en la precisión del concepto. La razón, por su parte, ofrece
un contenido capaz de llenar el vacío producido por el exceso de la
imaginación, esto es, la idea del todo absoluto.
Esta
idea no se presenta como una certeza. Es, en tal caso, una exigencia de la
razón frente a lo que se muestra como una falta; para la imaginación una
exigencia que permita componer sensiblemente la idea del todo absoluto. El
fracaso de la imaginación en intentar alcanzar esta idea provoca el sentimiento
de lo sublime, que sólo de manera ilusoria remite a la naturaleza. Aquí es “donde
la facultad de juzgar reflexionante se encuentra acordada en conformidad a fin
con respecto al conocimiento en general, sino en la ampliación de la
imaginación en sí misma”[3].
La
capacidad de juicio reflexionante consiste en un proceso de búsqueda que aspira
a lo universal, y condena a lo particular. “La razón por la cual ha de buscarse
en que, sea lo que fuere lo que podamos, conforme a la prescripción de la
facultad de juzgar, presentar en la intuición (y, por tanto, representar
estéticamente), ello es en su fenómeno y, con eso, también un quantum”[4].
A saber es que cualquier cosa que se
halla en una manifestación de la intuición es representada estéticamente, y es
siempre un fenómeno; en consecuencia, es una cantidad de algo.
Mas cuando llamamos a algo no sólo grande, sino
absolutamente grande, grande en absoluto, grande en todo respecto (por sobre
toda comparación), es decir, sublime, al punto se observa que no permitimos
buscar para ello ninguna medida adecuada fuera de él. Es una magnitud que es
igual sólo a sí misma. De aquí se sigue, pues, que lo sublime no haya de ser
buscada en la naturaleza, sino únicamente en nuestras ideas; más en cuáles
resida, debe ser reservado para la deducción[5].
Así
como la magnitud sólo es igual a sí misma, por lo cual es inconveniente buscar
tal fuera de sí misma. Lo mismo ocurre con lo sublime, a éste sólo es necesario
buscarlo en las ideas, no en la naturaleza. “La verdadera sublimidad sólo tiene
que ser buscada en el ánimo del que juzga, no en el objeto natural, cuyo
enjuiciamiento da ocasiona al temple del sujeto”[6].
El espíritu se eleva en su propia estimación cuando contempla sin prestar atención
a su forma, él se abandona a la imaginación y a la razón.
Lo
sublime no admite comparación. Asimismo, la magnitud no es objeto de una
comparación objetiva. Por lo que, “ha de ser llamado sublime el temple del
ánimo debido a una cierta representación que da que hacer a la facultad de
juzgar reflexionante, y no el objeto”[7].
En
la imaginación y en la razón se dan un esfuerzo a lo infinito, una demanda a la
absoluta totalidad. La discordancia entre la facultad de estimar la magnitud de
las cosas sensibles y la idea de la absoluta totalidad despierta el sentimiento
de una facultad suprasensible, ésta es el uso que el juicio hace de ciertos
objetos en favor de este sentimiento.
De
lo anterior, podemos indicar que lo sublime es la disposición del espíritu
producida por determinada representación que ocupa el juicio reflexivo, no el
objeto de la naturaleza. Señala Kant, “sublime es aquello cuyo solo pensamiento
da prueba de una facultad del ánimo que excede toda medida de los sentidos”[8]
Esta facultad
del espíritu que excede toda medida de los sentidos, en la estimación de la
magnitud “tiene que consistir simplemente en que se la pueda
aprehender de modo inmediato en una intuición, y usarla, mediante imaginación,
para la presentación de conceptos numéricos; es decir, que toda estimación de
magnitudes de los objetos de la naturaleza es en última instancia estética (o
sea, determinada subjetiva y no objetivamente)”[9].
En
el sentimiento de lo sublime, la magnitud es un juicio de la reflexión sobre la
representación del objeto. El objeto es sólo ocasión del sentimiento sublime. De
allí que el objeto de lo sublime sea algo colosal pero sin forma, y el sentimiento
sublime una emoción violenta y ambivalente que el pensamiento experimenta con
ocasión de lo sin forma.
La
estimación estética de lo
sublime excede el poder de la imaginación, como sentimiento de una aprehensión
que tiende progresivamente a la intuición, donde se percibe la incapacidad de
la imaginación. “Sublime es, pues, la naturaleza en aquellos de sus fenómenos
cuya intuición conlleva la idea de si infinitud. Y esto último no puede ocurrir
de otro modo que por la inadecuación aun del más grande esfuerzo de nuestra
imaginación en la estimación de la magnitud de un objeto”[10].
Lo
sublime contiene la idea de lo infinito, cuyo progreso no tiene límites para
percibir un gran esfuerzo de la imaginación en la estimación de la magnitud.
“Esa magnitud de un objeto natural que la imaginación
infructuosamente aplica a toda potencia de comprehensión debe llevar al
concepto de naturaleza a un substratum
suprasensible (que esté en el fundamento de ésta y, a la vez, de nuestra
facultad de pensar), el cual es grande por sobre toda medida de los sentidos, y,
por eso, permite juzgar como sublime,
no tanto al objeto, cuanto más bien al temple del ánimo en la estimación de
éste”[11].
La
imaginación derrocha su facultad de comprensión en el intento de alcanzar un
soporte suprasensible que sirva de sostén a la naturaleza y a la facultad de
pensar. Lo cual es el estado del espíritu en la estimación del objeto sublime.
Lo
sublime representa a nuestra imaginación en toda su ilimitación y con ella a la
naturaleza, como desvaneciéndose ante la ideas de la razón, cuando debe proveer
una presentación que sea adecuada a éstas. No obstante, el «respeto» es el
sentimiento de la inadecuación de nuestra facultad para alcanzar una idea.
El sentimiento de lo sublime en la naturaleza es, pues
respeto hacia nuestra propia destinación, el cual mostramos a un objeto de la
naturaleza a través de una cierta subrepción (sustitución de un respeto por el
objeto en lugar de respeto hacia la idea de la humanidad en nuestro sujeto), lo
que nos hace, por así decir, intuible la superioridad de la destinación relacional
de nuestras facultades de conocimiento por sobre la más grande potencia de la
sensibilidad[12].
El
sentimiento de nuestra incapacidad para alcanzar una idea es lo que Kant
denomina «respeto» o estima,
siempre que esta idea sea «para nosotros una ley». Tal sentimiento referido a
la naturaleza hace ver la superioridad del destino racional de la facultad de
conocer. Lo que en última instancia crea en el ánimo un sentimiento de
aflicción.
La
inconveniencia de toda medida sensible con la estimación racional supone inconformidad
con la razón; ya que esta inconveniencia encierra una pena producida por el
sentimiento de impotencia, que es el displacer de hallar toda medida de
sensibilidad inferior a las ideas del entendimiento.
El ánimo se siente conmovido en la representación de lo
sublime en la naturaleza… Este movimiento puede ser comparado (sobre todo en su
inicio), con un sacudimiento, es decir, con una repulsa y una atracción
rápidamente cambiantes hacia uno y el mismo objeto… Pero el juicio mismo permanece
así siempre y solamente estético, porque sin tener su fundamento un concepto
determinado del objeto, representa simplemente como armónico el juego subjetivo
de las fuerzas del ánimo (imaginación y entendimiento) aun a través de su
contraste[13].
Tal
emoción es un sacudimiento que atrae y repele simultáneamente, donde la
imaginación es llevada a la aprehensión de la intuición como a un abismo donde
teme perderse. Para lo racional es legítimo intentar un esfuerzo semejante de
imaginación, por lo que se da una atracción que es equivalente a la repulsión
que obra sobre la sensibilidad.
Lo
absoluto de la razón no parece posible para la imaginación; ya que lo absoluto
de la imaginación sólo es un momento de lo absoluto de la razón. Uno de los
rasgos esenciales de lo sublime kantiano obedece al desastre que sufre la
imaginación en el sentimiento sublime. Puesto que, como toda presentación
consiste en la «puesta en forma» de la materia de los datos, “el desastre
sufrido por la imaginación puede entenderse como el signo de que las formas no
son pertinentes para el sentimiento de lo sublime”[14].
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