viernes, 18 de enero de 2013

KANT I.: DE LO SUBLIME MATEMÁTICO


El sentimiento de lo sublime produce un movimiento del espíritu que está enlazado con el juicio del objeto. La imaginación, por su parte, lo refiere, por una parte, a la facultad de conocer, que en este caso la finalidad es atribuida al objeto como una determinación matemática. Lo sublime matemático es del intelecto y se opone a la comprensión.  

Lo sublime, en cuanto a la determinación matemática, es una infinidad en magnitud, de un objeto que nos rebasa en poder y tamaño. “La representación matemática de la magnitud inconmensurable del universo, las consideraciones de la metafísica acerca de la eternidad, de la providencia, de la inmortalidad de nuestra alma, contienen un cierto carácter sublime y majestuoso”[1].

La apreciación de la inmensidad suscita también el sentimiento sublime. En tanto ésta es una cosa grande y de una magnitud absolutamente grande que está fuera de toda comparación.

Llamamos sublime lo que es absolutamente grande. Pero ser grande y ser de una magnitud son dos conceptos enteramente diferentes (magnitudo y quantitas). Asimismo, decir sin más (simpliciter) que algo es grande es completamente distinto a decir que es grande absolutamente (absolute non comparative magnum). Lo último es aquello que es grande fuera de toda comparación[2].


En lo sublime se halla una satisfacción cuantitativa, que parece inapropiada para la cualidad representativa, como si ésta violentara la imaginación. En este sentido, lo grande absolutamente no es un concepto puro del entendimiento, dirá Kant, menos una intuición de los sentidos, y de ningún modo un concepto racional. Porque no hay en él ningún principio de conocimiento. Por tanto, es un concepto de la facultad de juzgar o deriva de ésta, y tiene su principio en una finalidad subjetiva de la representación.
No se trata, señala Kant, de una gran unidad sino de un movimiento progresivo hacia lo siempre más grande. La imaginación sigue al entendimiento en este movimiento progresivo, pero experimenta cierto vértigo, ya que toda magnitud aparece pequeña en comparación con lo ilimitado.

La determinación de la magnitud sólo proporciona un concepto de comparación, no un concepto absoluto de la magnitud. Puesto que, la experiencia de lo absolutamente grande, en lo sublime matemático, de aquellos paisajes o eventos que exceden toda medida de la memoria del cuerpo hace fracasar a la imaginación, en su intento por aportar una comprensión estética sobre la dispersión de sensaciones, a la que ha sido lanzada en el proceso de aprehensión sin fin.

El juicio estético reclama para sí el asentimiento de todos, semejante a los juicios teóricos. Con respecto a la magnitud se da en el  juicio estético una medida a la cual es posible atribuir un valor universal. Ya que tal magnitud es un principio subjetivo para el juicio reflexivo. El cual sirve para formar un juicio estético, no uno juicio lógico.

El juicio estético, en cuanto a lo sublime, lleva el libre juego de la imaginación a la facultad a la razón concertándola subjetivamente con las ideas racionales indeterminadas, con el objeto de producir en el espíritu un estado conforme al que se produce en el sentimiento la influencia de ideas determinadas prácticas.

Kant aplica las reglas lógicas para exponer el sentimiento de lo sublime. La estética no pertenece al orden del entendimiento ni a los procesos cognoscitivos. Ésta se ocupa del afecto y de la facultad de desear, pues los principios de la razón son constitutivos de la facultad de desear y regulativos para la facultad de conocer. De allí la facultad de juzgar que articula las relaciones entre el entendimiento y la razón.

La magnitud aunque considerada como informe produce, a la vez, una satisfacción universal y una conciencia de una finalidad subjetiva en el uso de las facultades de conocer. Esta satisfacción está referida a la extensión de la imaginación. En la analítica de lo sublime, Kant expone el proceso de fundación del sentimiento de lo sublime desde la perspectiva interna del ejercicio entre las distintas facultades.

El espectáculo de una enorme e irregular cadena de montañas, del tenebroso mar agitado por la fuerza de los vientos deja una herida en el ánimo. La herida del exceso de la imaginación, que es un sentimiento de dolor, angustia o temor, el cual está unido a la conciencia de nuestro ser diminuto y débil puesto ante la inmensidad o el caos.

Lo sublime hace temblar las expectativas de sentido frente a la naturaleza dejando una especie de parálisis. Como el exceso de toda medida imaginativa éste es el signo de algo que desborda los límites de la experiencia. El entendimiento no puede fijar este vacío en la precisión del concepto. La razón, por su parte, ofrece un contenido capaz de llenar el vacío producido por el exceso de la imaginación, esto es, la idea del todo absoluto.

Esta idea no se presenta como una certeza. Es, en tal caso, una exigencia de la razón frente a lo que se muestra como una falta; para la imaginación una exigencia que permita componer sensiblemente la idea del todo absoluto. El fracaso de la imaginación en intentar alcanzar esta idea provoca el sentimiento de lo sublime, que sólo de manera ilusoria remite a la naturaleza. Aquí es “donde la facultad de juzgar reflexionante se encuentra acordada en conformidad a fin con respecto al conocimiento en general, sino en la ampliación de la imaginación en sí misma”[3].

La capacidad de juicio reflexionante consiste en un proceso de búsqueda que aspira a lo universal, y condena a lo particular. “La razón por la cual ha de buscarse en que, sea lo que fuere lo que podamos, conforme a la prescripción de la facultad de juzgar, presentar en la intuición (y, por tanto, representar estéticamente), ello es en su fenómeno y, con eso, también un quantum[4].

            A saber es que cualquier cosa que se halla en una manifestación de la intuición es representada estéticamente, y es siempre un fenómeno; en consecuencia, es una cantidad de algo.

Mas cuando llamamos a algo no sólo grande, sino absolutamente grande, grande en absoluto, grande en todo respecto (por sobre toda comparación), es decir, sublime, al punto se observa que no permitimos buscar para ello ninguna medida adecuada fuera de él. Es una magnitud que es igual sólo a sí misma. De aquí se sigue, pues, que lo sublime no haya de ser buscada en la naturaleza, sino únicamente en nuestras ideas; más en cuáles resida, debe ser reservado para la deducción[5].


Así como la magnitud sólo es igual a sí misma, por lo cual es inconveniente buscar tal fuera de sí misma. Lo mismo ocurre con lo sublime, a éste sólo es necesario buscarlo en las ideas, no en la naturaleza. “La verdadera sublimidad sólo tiene que ser buscada en el ánimo del que juzga, no en el objeto natural, cuyo enjuiciamiento da ocasiona al temple del sujeto”[6]. El espíritu se eleva en su propia estimación cuando contempla sin prestar atención a su forma, él se abandona a la imaginación y a la razón.

Lo sublime no admite comparación. Asimismo, la magnitud no es objeto de una comparación objetiva. Por lo que, “ha de ser llamado sublime el temple del ánimo debido a una cierta representación que da que hacer a la facultad de juzgar reflexionante, y no el objeto”[7].

En la imaginación y en la razón se dan un esfuerzo a lo infinito, una demanda a la absoluta totalidad. La discordancia entre la facultad de estimar la magnitud de las cosas sensibles y la idea de la absoluta totalidad despierta el sentimiento de una facultad suprasensible, ésta es el uso que el juicio hace de ciertos objetos en favor de este sentimiento.

De lo anterior, podemos indicar que lo sublime es la disposición del espíritu producida por determinada representación que ocupa el juicio reflexivo, no el objeto de la naturaleza. Señala Kant, “sublime es aquello cuyo solo pensamiento da prueba de una facultad del ánimo que excede toda medida de los sentidos”[8]

            Esta facultad del espíritu que excede toda medida de los sentidos, en la estimación de la magnitud “tiene que consistir simplemente en que se la pueda aprehender de modo inmediato en una intuición, y usarla, mediante imaginación, para la presentación de conceptos numéricos; es decir, que toda estimación de magnitudes de los objetos de la naturaleza es en última instancia estética (o sea, determinada subjetiva y no objetivamente)”[9].

En el sentimiento de lo sublime, la magnitud es un juicio de la reflexión sobre la representación del objeto. El objeto es sólo ocasión del sentimiento sublime. De allí que el objeto de lo sublime sea algo colosal pero sin forma, y el sentimiento sublime una emoción violenta y ambivalente que el pensamiento experimenta con ocasión de lo sin forma.

La estimación estética de lo sublime excede el poder de la imaginación, como sentimiento de una aprehensión que tiende progresivamente a la intuición, donde se percibe la incapacidad de la imaginación. “Sublime es, pues, la naturaleza en aquellos de sus fenómenos cuya intuición conlleva la idea de si infinitud. Y esto último no puede ocurrir de otro modo que por la inadecuación aun del más grande esfuerzo de nuestra imaginación en la estimación de la magnitud de un objeto”[10].

Lo sublime contiene la idea de lo infinito, cuyo progreso no tiene límites para percibir un gran esfuerzo de la imaginación en la estimación de la magnitud.

“Esa magnitud de un objeto natural que la imaginación infructuosamente aplica a toda potencia de comprehensión debe llevar al concepto de naturaleza a un substratum suprasensible (que esté en el fundamento de ésta y, a la vez, de nuestra facultad de pensar), el cual es grande por sobre toda medida de los sentidos, y, por eso, permite juzgar como sublime, no tanto al objeto, cuanto más bien al temple del ánimo en la estimación de éste”[11].


            La imaginación derrocha su facultad de comprensión en el intento de alcanzar un soporte suprasensible que sirva de sostén a la naturaleza y a la facultad de pensar. Lo cual es el estado del espíritu en la estimación del objeto sublime.

Lo sublime representa a nuestra imaginación en toda su ilimitación y con ella a la naturaleza, como desvaneciéndose ante la ideas de la razón, cuando debe proveer una presentación que sea adecuada a éstas. No obstante, el «respeto» es el sentimiento de la inadecuación de nuestra facultad para alcanzar una idea.

El sentimiento de lo sublime en la naturaleza es, pues respeto hacia nuestra propia destinación, el cual mostramos a un objeto de la naturaleza a través de una cierta subrepción (sustitución de un respeto por el objeto en lugar de respeto hacia la idea de la humanidad en nuestro sujeto), lo que nos hace, por así decir, intuible la superioridad de la destinación relacional de nuestras facultades de conocimiento por sobre la más grande potencia de la sensibilidad[12].


El sentimiento de nuestra incapacidad para alcanzar una idea es lo que Kant denomina «respeto» o estima, siempre que esta idea sea «para nosotros una ley». Tal sentimiento referido a la naturaleza hace ver la superioridad del destino racional de la facultad de conocer. Lo que en última instancia crea en el ánimo un sentimiento de aflicción.

La inconveniencia de toda medida sensible con la estimación racional supone inconformidad con la razón; ya que esta inconveniencia encierra una pena producida por el sentimiento de impotencia, que es el displacer de hallar toda medida de sensibilidad inferior a las ideas del entendimiento.

El ánimo se siente conmovido en la representación de lo sublime en la naturaleza… Este movimiento puede ser comparado (sobre todo en su inicio), con un sacudimiento, es decir, con una repulsa y una atracción rápidamente cambiantes hacia uno y el mismo objeto… Pero el juicio mismo permanece así siempre y solamente estético, porque sin tener su fundamento un concepto determinado del objeto, representa simplemente como armónico el juego subjetivo de las fuerzas del ánimo (imaginación y entendimiento) aun a través de su contraste[13].


Tal emoción es un sacudimiento que atrae y repele simultáneamente, donde la imaginación es llevada a la aprehensión de la intuición como a un abismo donde teme perderse. Para lo racional es legítimo intentar un esfuerzo semejante de imaginación, por lo que se da una atracción que es equivalente a la repulsión que obra sobre la sensibilidad.

Lo absoluto de la razón no parece posible para la imaginación; ya que lo absoluto de la imaginación sólo es un momento de lo absoluto de la razón. Uno de los rasgos esenciales de lo sublime kantiano obedece al desastre que sufre la imaginación en el sentimiento sublime. Puesto que, como toda presentación consiste en la «puesta en forma» de la materia de los datos, “el desastre sufrido por la imaginación puede entenderse como el signo de que las formas no son pertinentes para el sentimiento de lo sublime”[14].


[1] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, pp. 139.
[2] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 179.
[3] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 181.
[4] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 181.
[5] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, pp. 181-182.
[6] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 189.
[7] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 182.
[8] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 182.
[9] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 183.
[10] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 188.
[11] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, pp. 188-189.
[12] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, pp. 190-191.
[13] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 192.
[14] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 140.

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