viernes, 11 de enero de 2013

LYOTARD J. F.: LA INADECUACIÓN DE LA REPRESENTACIÓN

Auschwitz[1] es el acto oculto que abre el sendero de la posmodernidad, y hace enmudecer a la poesía, tal como dijo Adorno. Es preciso, nos dice Lyotard “dejar en claro que no nos toca de realidad sino inventar alusiones a lo concebible que no puede ser presentado… Los siglos XIX y XX nos han proporcionado terror hasta el hartazgo. Ya hemos pagado suficientemente la nostalgia del todo y de lo uno, de la reconciliación del concepto y de lo sensible, de la experiencia transparente y comunicable”[2]

Para Lyotard lo posmoderno es aquello que alega lo impresentable en lo moderno y en la representación misma. Lo que niega la  consolación de las formas bellas, e indaga presentaciones nuevas no para gozar de éstas, sino para hacer sentir lo que es impresentable[3], es decir, lo sublime. Lo cual es lo impresentable, por ser en sí un contenido ausente que escapa a la claridad conceptual de la razón.

Podremos decir que esta  «representación prohibida» intercepta la imposibilidad que ha sellado Auschwitz, sobre la posibilidad de mostrar incluso lo que mata toda posibilidad de imagen, para ubicarse por fuera de la pretensión de ser una representación.

El sentimiento de lo sublime con lleva, a la vez, a la dualidad entre el placer y la pena. El placer, en lo sublime, es provocado por la percepción de ese peligro que conlleva a la destrucción de sí mismo. Peligro que es terror y dolor, que en su ocultamiento se muestra presente sin poder llegar a ser expresado.

Para Lyotard, esta contradicción del sentimiento sublime es el conflicto que se presenta entre las facultades del sujeto, la facultad de concebir una cosa y la facultad de «presentar» una cosa[4]. Tal vez, de no poder representar lo que se concibe, pues lo sublime contiene la imposibilidad de no poder ser representado.

Toda representación es tan imposible como posible. No hay una interdicción expresa ante tal o cual tema, pues ese desconcierto es inherente a la representación, y no es una prohibición externa que la aniquila. Tal interdicción prohíbe tanto como permite, y es en este doble juego en el que se instala la idea de la imposibilidad como condición de posibilidad. 

En el siglo XX se ha mostrado que la experiencia transparente y comunicable es inexistente. Pues, la experiencia estética de lo sublime nos muestra que tal experiencia no es transparente, sino oculta. Asimismo, la experiencia en vez de ser comunicable, es el silencio; que al intentar comunicarse se detiene en lo que no puede expresar, se detiene en el silencio que acecha en lo oculto.

En lo sublime la imaginación fracasa, ya que no consigue presentar el objeto de representación. En este sentimiento se tiene la idea del mundo, pero no se tiene la capacidad de mostrar una representación de ella[5]. Mostrar las imágenes más terribles siempre es posible, pero mostrar lo que mata toda posibilidad de imagen es imposible.
 
Lo que prohíbe, en este sentido, la representación es el impresentable. Ante tal escenario no es posible ni la representación ni la finitud que se abre al infinito. Sólo es posible una finitud equívoca que muestra la imposibilidad de la imagen, que sólo permite percibir las imágenes del displacer.

Es posible concebir lo oculto, el silencio, la aprehensión de lo absolutamente grande, de lo absolutamente poderoso. Sin embargo, toda representación destinada a hacer ver esta potencia se muestra como dolorosamente insuficiente. Por cuanto lo sublime se inscribe dentro de las ideas que no tienen presentación[6].

De allí, la imposibilidad de expresión, la impotencia del lenguaje, y el silencio se convierte, entonces, en la posibilidad de lo posible. Por lo cual, se hace preciso inventar alusiones a lo concebible que no puede ser presentado[7]. La dualidad del displacer y el placer se hace patente.

Entonces, nada puede ser representado, pues el significado de la representación misma falla. En el representar se aniquila toda posibilidad representativa, lo que implica que no se puede mostrar la posibilidad de la imagen. Lo inexpresable no reside en un allá lejos, en un otro mundo, en otra dimensión, éste reside en que suceda algo, en que se exprese algo. Así, el terror se convierte en una manera de dar cuenta de la indeterminación de lo que ocurre en lo oculto[8].

Lo que está retraído, en lo que no quiere ser público, es desconocido para la conciencia, ya que no puede constituirlo. Lo oculto, el que suceda algo es lo que desampara la conciencia, lo que la destituye, lo que ésta no logra pensar e incluso lo que ella quiere olvidar para constituirse a sí misma[9].

La impresentabilidad intercepta la imposibilidad que ha determinado Auschwitz, acerca de la posibilidad de mostrar incluso lo que posibilita la imagen ubicándose fuera de la  pretensión de ser una representación. Pone en juego, en cambio, la  posibilidad de toda representabilidad, que se dice  de sí misma.

Las imperfecciones, las infracciones al gusto, la fealdad, lo retorcido tengan su parte en el efecto de lo aprehensivo. Lo sublime no imita la naturaleza, más bien crea un mundo paralelo, donde lo monstruoso y lo informe tienen su derecho porque pueden ser sublimes. Por ser informe, oscuro, el sentimiento de lo sublime es indeterminado, éste es un placer mezclado con lo doloroso, un placer que proviene del pesar[10].

Cuando se alude a la imposibilidad de representación, se alude al intento fallido de restablecer la realidad por medio de presencia significante. Pero la alusión a tal imposibilidad de representación, en términos de imposibilidad afecta toda representación en tanto tal; pues ésta se configura en un sentido de encuentro palpable con algo como la realidad representada.

La afirmación que alude a la imposibilidad de la representación no desnuda en modo alguno la especificidad tan representable y tan irrepresentable como cualquier otra, y mucho menos la verdadera sentencia supuso a la representación. La especificidad de la no-representación habrá que indagarla en una interdicción  que pueda sujetarla en todo su ser, y que emana, como consecuencia, de algo como el tenor del terror. La representación en Auschwitz ha sido aplastada, porque pone a prueba la representación de que no puede representar nada.

El alma, en lo sublime, está petrificada por el estupor, está inmovilizada, como si estuviera viva, pero, a la vez, muerta. El arte al intentar alejar esta amenaza del terror procura el placer del alivio, del deleite, el conjuro de lo encubierto. Gracias al arte, el alma se entrega a la agitación entre la vida y la muerte[11]. Lo sublime es cuestión de intensificación. Es la ausencia del aliento, el estar en vilo.

Lo que está en juego es el orden de una verdad que ha sido dejada abierta, inacabada, para que sea verdad. La posibilidad de representación sólo se puede encontrar en semejante abertura no mostrada como un objeto, sino inscrita directamente en la no-representación.

El arte empujado por la estética de lo sublime va tras la búsqueda de efectos intensos, intenta realizar combinaciones sorprendentes, insólitas, chocantes. El intento del arte es, por excelencia, que suceda algo, en lugar de que no suceda nada, que no se produzca la privación suspendida[12]. Pero en esta pena está el placer, que es condición de lo sublime.

Si la representación no puede tener lugar, debe encontrar en lo impresentable su modo de existencia. El arte debe ensayar el intento de restituir la posibilidad de esa opacidad que le es propia. En la dualidad placer-pena es la manifestación del arte, pues éste no consigue expresar lo que quiere expresar. La realidad del mundo, el terror incoado, lo sobre pasa, no obstante no abandona el intento de decirlo, he allí su placer la expresión que intenta decir, he allí su carencia no poder decir. En la pretensión del querer ronda la frustración.

En este sentido, a través de lo sublime se intentado un planteamiento que el arte moderno quiebra con la representación, que es por esencia un arte de lo irrepresentable. Al desvanecerse lo sublime en el instante, en el ahora, como un signo que interroga y al cual no hay respuesta, es el enmudecimiento ante lo ominoso. Ante el acontecimiento, ante el pensamiento desarmado. No hay disciplina sólo contacto directo.

No se puede entender Auschwitz a partir de una reflexión, sólo se mira estupefacto el horror de lo ocurrido. En lo sublime la reflexión queda apartada, velada ante el acontecimiento que sobreviene. Por ello, la eventualidad se asocia a menudo a la sensación de angustia, a una espera cargada de contradicción. Este sentimiento contradictorio de alegría y angustia es lo sublime.

Aún cuando cualquier aproximación artística a la cuestión del horror está signada por la dificultad de representarlo, ésta concibe tal imposibilidad frente al silencio como el inicio de un lenguaje nuevo en la imposibilidad. Estos intentos permiten la aparición del sinsentido, del acontecimiento; ponen a prueba el propio mecanismo de la representación del ver que no puede ser visto.

La inconmensurabilidad entre el sentimiento y el mundo real da testimonio de lo desligado que está lo sublime de las reglas preestablecidas, sólo existe lo que se siente inmediatamente. Lo sublime desarregla la armonía de lo bello. Armonía que ha sido expulsada por el hombre. Pues, lo sublime en el siglo XX, con antes he indicado, no está referida a la naturaleza, sino a los actos llevados a cabo por éste.

Lo sublime está en relación al horror absolutamente grande, con el terror absolutamente poderoso. La estética de lo sublime convierte al arte en testigo de lo que hay de indeterminado en el siglo XX, en la destrucción oculta. Por lo cual, lo que está en juego en el arte ya no es lo bello, sino algo que compete a lo sublime[13].

Tales obras desnudan la imposibilidad de mostrar imágenes en el horizonte de imposibilidad, ya que trabajan en la aproximación estética del sentimiento del horror.  “La paradoja del arte «después de lo sublime» es que se vuelve hacia una cosa que no se vuelve hacia el espíritu, que quiere una cosa o tiene algo contra una cosa que no quiere nada para él. Después de lo sublime, nos encontramos después del querer”[14]. El terror de que ya nada acontezca es el terror de la privación del lenguaje, del silencio, de la vida; pero también alivio por la privación de esta miseria.





[1] Señala Lyotard: “Siguiendo a Adorno, empleé el nombre de “Auschwitz” para significar hasta qué punto la materia de la historia occidental reciente parece inconsistente a la luz del proyecto “moderno” de emancipación de la humanidad”. En, La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 91.
[2] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 26.
[3] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 25.
[4] Cfr. J. F. Lyotard. La posmodernidad explicada a los niños, Barcelona, Editorial Gedisa, 1996, p. 20.
[5] Cfr. J. F. Lyotard. La posmodernidad explicada a los niños, Barcelona, Editorial Gedisa, 1996, p. 21.
[6] Cfr. J. F. Lyotard. La posmodernidad explicada a los niños, Barcelona, Editorial Gedisa, 1996, p. 21.
[7] Cfr. J. F. Lyotard. La posmodernidad explicada a los niños, Barcelona, Editorial Gedisa, 1996, p. 26.
[8] Cfr. J. F. Lyotard. La posmodernidad explicada a los niños, Barcelona, Editorial Gedisa, 1996, p. 66.
[9] Cfr. J F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 96.
[10] Cfr. J F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 102.
[11] Cfr. J F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 104.
[12] Cfr. J F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 105.
[13] Cfr. J F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 139.
[14] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 146.

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