La
metafísica de lo Bello está signada por la relación entre lo Bello y lo Uno. No
obstante, dicha relación es problemática. En el sentido, que la exposición de esta
relación se convierte en una odisea, la cual, en su conjunto, se hace brumosa.
Ya que la problemática de esta relación no queda resuelta del todo, mucho
girones a atar. Si nos atenemos al orden cronológico de los tratados apreciaremos
que el periplo plotiniano en torno a esta cuestión es un peregrinaje impreciso,
a través del cual una veces considera lo Bello como lo Uno, y otras veces no.
Tal
periplo está conformado por tres periodos cronológicos. El periodo inicial está
conformado por Enéada I 6 (1). El intermedio, por Enéada VI 9 (9), Tratado V 8 (31), Tratado V 5 (32) y Tratado VI 7
(38). El último periodo, por Enéada VI 2 (43) y el tratado I 8 (51).
En
la Enéada I, 6, “Sobre la belleza”, el filósofo expone su tesis inicial sobre
el tema en cuestión.
Por eso se dice con razón que, para el alma, el
hacerse buena y bella consiste en asemejarse a Dios, porque de él nacen la
Belleza y la otra porción de los seres… también en Dios son la misma cosa
bondad y beldad, o mejor, el Bien y la Beldad[1]
Según
el pasaje ambos son análogos o la misma cosa, esto es, lo Uno. De esta manera
continúa la tradición clásica de lo bello-bueno. Lo divino es simultáneamente
Belleza y Bien. Por esto la Belleza-Bien debe colocarse en la primera
hipóstasis; de ésta emana la Inteligencia divina que posee la belleza como
atributo divino. Los restantes seres son bellos por esta belleza.
Más
adelante, agrega: “así, lo primero de todo hay que colocar a la Beldad, que es
lo mismo que el Bien, De éste procede inmediatamente la Inteligencia en calidad
de lo bello”[2]. Coloca
lo bello en la primera hipóstasis. Se trata de una belleza que lo abarca todo
para que no haya nada que se encuentre privada de ésta. Es la causa productora
superior cualitativamente a lo producido.
Esta
afirmación contiene ciertos elementos a considerar, a saber: si lo bello es lo
Uno, entonces éste no sería ni género ni categoría. Pues lo Uno está fuera de
los géneros; supuesto que éstos, que son iguales entre sí, reciben su ser de
aquel. No puede ser género porque su unidad quedaría destruida. Asimismo, lo bello
estaría allende de toda determinación, definición y distinción. Sería anterior
a la esencia. Por tanto, sería supra-categorial.
Siendo la naturaleza del Uno engendradora de todas
las cosas, no es en modo alguno ninguna de las cosas que engendra. No es algo
que pueda tener cualidad y cantidad; ni es por otra parte inteligencia o alma,
ser en movimiento o en reposo, ser en el lugar o en el tiempo. Es simple por sí
misma, y mejor aún, algo sin forma que está antes de toda forma, antes de todo
movimiento y de todo reposo[3]
Lo
que determinaría que lo Bello fuese algo supra-bello. Lo que convertiría a la
metafísica de lo bello en una metafísica de lo inenarrable, de lo no predicable
excluyendo todo discurso racional de la misma. Lo que daría como resultado una
metafísica negativa, esto es, que lo bello tendría su fundamento en lo que no
es. En el mismo sentido de una teología negativa.
Lo
bello sería unidad. Principio y devenir de toda cosa bella. Eterno. Lo bello sería
real e idéntico a sí. No afectado ni por generación ni por corrupción. Se
encontraría por entero en todo lugar, ya que poseería una razón que se daría en
todas partes en sí misma. Unidad que se correspondería a sí misma.
Lo
bello, en efecto,
Es algo así como el brillo que resplandece de la
idea, no se ofrece idénticamente en todos los seres y se da con posterioridad
al ser. Si, en cambio, no es otra cosa que la esencia, lo afirmado de la
esencia se aplicará a lo bello. Pero aún cabe considerarlo de otro modo: por
ejemplo, en referencia a la afección particularísima que produce en nosotros
cuando somos sus contempladores. Este acto es entonces un movimiento; acto que
tiende realmente hacia aquél, pero que es en verdad un movimiento[4]
Lo bello, según el pasaje, está determinado por los
géneros. Es esencia y movimiento. Por otra parte,
Si, pues, uno viera a aquel que surte a todos pero
que da permaneciendo en sí mismo y no recibe nada en sí mismo, si perseverara
en la contemplación de semejante espectáculo y gustara de él asemejándose a él,
¿de qué otra belleza tendría ya necesidad? Y es que, como ésta misma es la
Belleza en sí por excelencia y la primaria[5]
Todo
se comenzaría por lo Bello y se tendería también hacia lo Bello. Ya que todo se
comienza por el uno y se tiende también hacia lo uno. Por lo cual, éste sería
principio y fin de todas las cosas. Unidad de ser en sí y ser él mismo.
De
lo Uno, señala Plotino: “Porque lo propio de quien no lo ha visto todavía, es
el desearlo como Bien; pero propio de quien lo ha visto, es el maravillarse por
su belleza”[6]. Lo
Bello sería la unidad absoluta, lo idéntico a sí mismo, lo indivisible.
Poseería una razón que se abarcaría a sí mismo.
No
obstante, el filósofo indica “mas a lo que está más allá de ésta, lo llamamos
la naturaleza del Bien, que tiene antepuesta la Belleza por delante de ella”[7].
Lo que está más allá de la Inteligencia es el Bien, que tiene antepuesta la
belleza. La belleza aparece como un velo que cubre el Bien, algo entre la
Inteligencia y éste. Lo cual no es posible.
Asimismo,
quien “se expresa imprecisamente, dirá que es la Belleza primaria; pero si
distingue bien los inteligibles, dirá que la Belleza inteligible es la región
de las Formas”[8]. La
belleza primaría e inteligible es la misma, es la belleza que corresponde a la
Inteligencia. Porque la belleza inteligible es la belleza de la Inteligencia; en
cambio, lo Uno se encuentra más allá de ésta.
El
filósofo, concluye “el Bien es lo que está más allá, fuente y principio de la
Belleza, so pena de identificar el Bien con la Belleza primaria. En todo caso,
la Belleza está allá”[9].
La afirmación final vuelve a introducir la ambigüedad de si la belleza está en
la Inteligencia o en lo Uno. Lo cual no contribuye a aclarar la cuestión.
Sin embargo, en Enéada VI 9,
Plotino establece de manera concluyente la relación entre lo Bello y lo Uno. Al
determinar “porque lo Bello es posterior al Uno y viene del Uno”[10].
Con esta afirmación inaugura el filósofo el segundo periodo de la metafísica de
lo bello. Signado por la ruptura con la tradición de lo bello-bueno.
Plotino indica en otro
tratado que “el Bien es más antiguo y anterior a lo bello… el Bien no tiene
necesidad de lo bello, lo bello, en cambio, sí tiene necesidad de Aquél”[11].
Antigüedad y necesidad ontológica. El Bien es ontológicamente anterior a lo
bello; por lo cual se genera la necesidad de la emanación para existir. Ya que
en el mundo inteligible “el color que transparece sobre todo es la belleza…
porque lo bello no es algo diferente que florezca por encima de él”[12].
Del mundo inteligible mismo.
En el mundo inteligible la potencia sólo posee el
ser y la belleza; porque, ¿dónde podría encontrarse lo bello si se le privase
del ser? ¿Y dónde estaría el ser si se le privase de la belleza? En el ser que
ha perdido la belleza se da igualmente la pérdida del ser. Por ello, el ser es
algo deseado, porque es idéntico a lo bello, y lo bello es a su vez amable
precisamente porque es ser[13]
Cuando
aparentemente se ha superado la tradición de lo bello-bueno, al diferenciar el
Bien de lo Bello. Plotino expone acerca de la belleza lo siguiente:
El generador de la Belleza tiene que ser algo que
fascina. Potencia, pues, de toda belleza es esplendor y belleza que produce
belleza; y porque genera lo bello y lo hace más bello por la sobreabundancia de
belleza que posee, de manera que es principio y fin de belleza. Pero siendo
principio de Belleza hace bello a aquello de lo que es principio, y produce lo
bello no en una forma, sino que lo que también ha generado es carente de forma,
pero en forma desde otro punto de vista. Porque lo que se dice forma en otro es
sólo esto determinado, pero en sí misma ella es amorfa. En definitiva, lo que
participa de la Belleza tiene una forma, no la Belleza. Por esto también cuando
se dice Belleza es mejor prescindir de una forma determinada, y no construirla
ante los ojos, para no caer de lo Bello hacia lo que es llamado bello por una
participación confusa. Pero lo Bello es una realidad sin forma[14]
El filósofo retorna a identificar
lo Bello con el Bien, al señalar que lo bello es una realidad sin forma. Por lo
cual, éste no es un inteligible, y no puede estar en la Inteligencia sino en lo
Uno. Determina, por otra parte, que lo Bello genera la belleza por
sobreabundancia de belleza, atributo que Plotino ha concedido a lo Uno. Cuando
ha señalado que la emanación se da por sobreabundancia de éste. En este pasaje
lo Bello es concebido como una entidad plena, no otro inteligible.
Asimismo señala “la
Inteligencia debe contemplar por encima de la variedad, la belleza total,
verdaderamente variada y sin variedad… convendrá aceptar sin lugar a dudas que
la naturaleza primera de lo Bello es una naturaleza sin forma”[15].
La Inteligencia contempla lo Uno, no tiene otro objeto de contemplación.
Entonces, si la Inteligencia contempla una belleza total una naturaleza sin
formas. Esto quiere decir que tal belleza está más allá de la Inteligencia. Está
en lo Uno y es lo Uno. Lo Uno es concebido como lo Bello-Bien. Co esto Plotino
retorna a la tradición de lo bello-bueno.
Mientras que en la Enéada I
8 (51) indica: “El Bien es aquello de que están suspendidas todas las cosas…
dando de sí inteligencia, esencia, alma, vida y actividad centrada en la
inteligencia. Y hasta aquí todas las cosas son bellas, porque él mismo es
superbello”[16]. Lo
bello entonces es absoluto, porque no se contiene en algo que no es bello en sí
mismo.
Desde
esta perspectiva, lo Bello, junto al Bien, es ontológicamente lo anterior. Por
tanto, lo Bello es aprehensible en el arrobamiento místico. Que “transforma en
bellos a sus enamorados y los hace dignos de ser amados… ése es el motivo de
todo nuestro esfuerzo por no quedarnos sin tener parte en la contemplación más
eximia”[17].
[1] Plotino. Enéada I 6, 6,
19-24.
[2] Plotino. Enéada I 6, 6,
26-27.
[3] Plotino. Enéada VI 9, 3.
[4] Plotino. Enéada VI 2,
17, p. 118
[5] Plotino. Enéada I 6, 7,
26-30.
[6] Plotino. Enéada I 6, 7,
15-16.
[7] Plotino. Enéada I 6, 9,
37.
[8] Plotino. Enéada I 6, 9,
40.
[9] Plotino. Enéada I 6, 9,
42-43.
[10] Plotino. Enéada VI 9, 4,
5.
[13] Plotino. Enéada V 8, 9,
p. 172.
[14] Plotino. Enéada VI 7,
32, 1-20.
[15] Plotino. Enéada VI 7,
pp. 321-323.
[16] Plotino. Enéada I 8, 2,
2-8.
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