viernes, 18 de enero de 2013

PLOTINO: LO BELLO Y LO UNO


La metafísica de lo Bello está signada por la relación entre lo Bello y lo Uno. No obstante, dicha relación es problemática. En el sentido, que la exposición de esta relación se convierte en una odisea, la cual, en su conjunto, se hace brumosa. Ya que la problemática de esta relación no queda resuelta del todo, mucho girones a atar. Si nos atenemos al orden cronológico de los tratados apreciaremos que el periplo plotiniano en torno a esta cuestión es un peregrinaje impreciso, a través del cual una veces considera lo Bello como lo Uno, y otras veces no.
Tal periplo está conformado por tres periodos cronológicos. El periodo inicial está conformado por Enéada I 6 (1). El intermedio, por Enéada VI 9 (9), Tratado  V 8 (31), Tratado V 5 (32) y Tratado VI 7 (38). El último periodo, por Enéada VI 2 (43) y el tratado I 8 (51). 
En la Enéada I, 6, “Sobre la belleza”, el filósofo expone su tesis inicial sobre el tema en cuestión.

Por eso se dice con razón que, para el alma, el hacerse buena y bella consiste en asemejarse a Dios, porque de él nacen la Belleza y la otra porción de los seres… también en Dios son la misma cosa bondad y beldad, o mejor, el Bien y la Beldad[1]


Según el pasaje ambos son análogos o la misma cosa, esto es, lo Uno. De esta manera continúa la tradición clásica de lo bello-bueno. Lo divino es simultáneamente Belleza y Bien. Por esto la Belleza-Bien debe colocarse en la primera hipóstasis; de ésta emana la Inteligencia divina que posee la belleza como atributo divino. Los restantes seres son bellos por esta belleza.
Más adelante, agrega: “así, lo primero de todo hay que colocar a la Beldad, que es lo mismo que el Bien, De éste procede inmediatamente la Inteligencia en calidad de lo bello”[2]. Coloca lo bello en la primera hipóstasis. Se trata de una belleza que lo abarca todo para que no haya nada que se encuentre privada de ésta. Es la causa productora superior cualitativamente a lo producido.
Esta afirmación contiene ciertos elementos a considerar, a saber: si lo bello es lo Uno, entonces éste no sería ni género ni categoría. Pues lo Uno está fuera de los géneros; supuesto que éstos, que son iguales entre sí, reciben su ser de aquel. No puede ser género porque su unidad quedaría destruida. Asimismo, lo bello estaría allende de toda determinación, definición y distinción. Sería anterior a la esencia. Por tanto, sería supra-categorial.

Siendo la naturaleza del Uno engendradora de todas las cosas, no es en modo alguno ninguna de las cosas que engendra. No es algo que pueda tener cualidad y cantidad; ni es por otra parte inteligencia o alma, ser en movimiento o en reposo, ser en el lugar o en el tiempo. Es simple por sí misma, y mejor aún, algo sin forma que está antes de toda forma, antes de todo movimiento y de todo reposo[3]


Lo que determinaría que lo Bello fuese algo supra-bello. Lo que convertiría a la metafísica de lo bello en una metafísica de lo inenarrable, de lo no predicable excluyendo todo discurso racional de la misma. Lo que daría como resultado una metafísica negativa, esto es, que lo bello tendría su fundamento en lo que no es. En el mismo sentido de una teología negativa.  
Lo bello sería unidad. Principio y devenir de toda cosa bella. Eterno. Lo bello sería real e idéntico a sí. No afectado ni por generación ni por corrupción. Se encontraría por entero en todo lugar, ya que poseería una razón que se daría en todas partes en sí misma. Unidad que se correspondería a sí misma.
Lo bello, en efecto,

Es algo así como el brillo que resplandece de la idea, no se ofrece idénticamente en todos los seres y se da con posterioridad al ser. Si, en cambio, no es otra cosa que la esencia, lo afirmado de la esencia se aplicará a lo bello. Pero aún cabe considerarlo de otro modo: por ejemplo, en referencia a la afección particularísima que produce en nosotros cuando somos sus contempladores. Este acto es entonces un movimiento; acto que tiende realmente hacia aquél, pero que es en verdad un movimiento[4]


Lo bello, según el pasaje, está determinado por los géneros. Es esencia y movimiento. Por otra parte,

Si, pues, uno viera a aquel que surte a todos pero que da permaneciendo en sí mismo y no recibe nada en sí mismo, si perseverara en la contemplación de semejante espectáculo y gustara de él asemejándose a él, ¿de qué otra belleza tendría ya necesidad? Y es que, como ésta misma es la Belleza en sí por excelencia y la primaria[5]


Todo se comenzaría por lo Bello y se tendería también hacia lo Bello. Ya que todo se comienza por el uno y se tiende también hacia lo uno. Por lo cual, éste sería principio y fin de todas las cosas. Unidad de ser en sí y ser él mismo.
De lo Uno, señala Plotino: “Porque lo propio de quien no lo ha visto todavía, es el desearlo como Bien; pero propio de quien lo ha visto, es el maravillarse por su belleza”[6]. Lo Bello sería la unidad absoluta, lo idéntico a sí mismo, lo indivisible. Poseería una razón que se abarcaría a sí mismo.
No obstante, el filósofo indica “mas a lo que está más allá de ésta, lo llamamos la naturaleza del Bien, que tiene antepuesta la Belleza por delante de ella”[7]. Lo que está más allá de la Inteligencia es el Bien, que tiene antepuesta la belleza. La belleza aparece como un velo que cubre el Bien, algo entre la Inteligencia y éste. Lo cual no es posible.
Asimismo, quien “se expresa imprecisamente, dirá que es la Belleza primaria; pero si distingue bien los inteligibles, dirá que la Belleza inteligible es la región de las Formas”[8]. La belleza primaría e inteligible es la misma, es la belleza que corresponde a la Inteligencia. Porque la belleza inteligible es la belleza de la Inteligencia; en cambio, lo Uno se encuentra más allá de ésta.
El filósofo, concluye “el Bien es lo que está más allá, fuente y principio de la Belleza, so pena de identificar el Bien con la Belleza primaria. En todo caso, la Belleza está allá”[9]. La afirmación final vuelve a introducir la ambigüedad de si la belleza está en la Inteligencia o en lo Uno. Lo cual no contribuye a aclarar la cuestión.  
Sin embargo, en Enéada VI 9, Plotino establece de manera concluyente la relación entre lo Bello y lo Uno. Al determinar “porque lo Bello es posterior al Uno y viene del Uno”[10]. Con esta afirmación inaugura el filósofo el segundo periodo de la metafísica de lo bello. Signado por la ruptura con la tradición de lo bello-bueno.
Plotino indica en otro tratado que “el Bien es más antiguo y anterior a lo bello… el Bien no tiene necesidad de lo bello, lo bello, en cambio, sí tiene necesidad de Aquél”[11]. Antigüedad y necesidad ontológica. El Bien es ontológicamente anterior a lo bello; por lo cual se genera la necesidad de la emanación para existir. Ya que en el mundo inteligible “el color que transparece sobre todo es la belleza… porque lo bello no es algo diferente que florezca por encima de él”[12]. Del mundo inteligible mismo.

En el mundo inteligible la potencia sólo posee el ser y la belleza; porque, ¿dónde podría encontrarse lo bello si se le privase del ser? ¿Y dónde estaría el ser si se le privase de la belleza? En el ser que ha perdido la belleza se da igualmente la pérdida del ser. Por ello, el ser es algo deseado, porque es idéntico a lo bello, y lo bello es a su vez amable precisamente porque es ser[13]


Cuando aparentemente se ha superado la tradición de lo bello-bueno, al diferenciar el Bien de lo Bello. Plotino expone acerca de la belleza lo siguiente:

El generador de la Belleza tiene que ser algo que fascina. Potencia, pues, de toda belleza es esplendor y belleza que produce belleza; y porque genera lo bello y lo hace más bello por la sobreabundancia de belleza que posee, de manera que es principio y fin de belleza. Pero siendo principio de Belleza hace bello a aquello de lo que es principio, y produce lo bello no en una forma, sino que lo que también ha generado es carente de forma, pero en forma desde otro punto de vista. Porque lo que se dice forma en otro es sólo esto determinado, pero en sí misma ella es amorfa. En definitiva, lo que participa de la Belleza tiene una forma, no la Belleza. Por esto también cuando se dice Belleza es mejor prescindir de una forma determinada, y no construirla ante los ojos, para no caer de lo Bello hacia lo que es llamado bello por una participación confusa. Pero lo Bello es una realidad sin forma[14]


El filósofo retorna a identificar lo Bello con el Bien, al señalar que lo bello es una realidad sin forma. Por lo cual, éste no es un inteligible, y no puede estar en la Inteligencia sino en lo Uno. Determina, por otra parte, que lo Bello genera la belleza por sobreabundancia de belleza, atributo que Plotino ha concedido a lo Uno. Cuando ha señalado que la emanación se da por sobreabundancia de éste. En este pasaje lo Bello es concebido como una entidad plena, no otro inteligible.
Asimismo señala “la Inteligencia debe contemplar por encima de la variedad, la belleza total, verdaderamente variada y sin variedad… convendrá aceptar sin lugar a dudas que la naturaleza primera de lo Bello es una naturaleza sin forma”[15]. La Inteligencia contempla lo Uno, no tiene otro objeto de contemplación. Entonces, si la Inteligencia contempla una belleza total una naturaleza sin formas. Esto quiere decir que tal belleza está más allá de la Inteligencia. Está en lo Uno y es lo Uno. Lo Uno es concebido como lo Bello-Bien. Co esto Plotino retorna a la tradición de lo bello-bueno.
Mientras que en la Enéada I 8 (51) indica: “El Bien es aquello de que están suspendidas todas las cosas… dando de sí inteligencia, esencia, alma, vida y actividad centrada en la inteligencia. Y hasta aquí todas las cosas son bellas, porque él mismo es superbello”[16]. Lo bello entonces es absoluto, porque no se contiene en algo que no es bello en sí mismo.
Desde esta perspectiva, lo Bello, junto al Bien, es ontológicamente lo anterior. Por tanto, lo Bello es aprehensible en el arrobamiento místico. Que “transforma en bellos a sus enamorados y los hace dignos de ser amados… ése es el motivo de todo nuestro esfuerzo por no quedarnos sin tener parte en la contemplación más eximia”[17].


[1] Plotino. Enéada I 6, 6, 19-24.
[2] Plotino. Enéada I 6, 6, 26-27.
[3] Plotino. Enéada VI 9, 3.
[4] Plotino. Enéada VI 2, 17, p. 118
[5] Plotino. Enéada I 6, 7, 26-30.
[6] Plotino. Enéada I 6, 7, 15-16.
[7] Plotino. Enéada I 6, 9, 37.
[8] Plotino. Enéada I 6, 9, 40.
[9] Plotino. Enéada I 6, 9, 42-43.
[10] Plotino. Enéada VI 9, 4, 5.
[11] Plotino. Enéada V 5, 12, p. 137.
[12] Plotino. Enéada V 8, 10, pp. 173-174.
[13] Plotino. Enéada V 8, 9, p. 172.
[14] Plotino. Enéada VI 7, 32, 1-20.
[15] Plotino. Enéada VI 7, pp. 321-323.
[16] Plotino. Enéada I 8, 2, 2-8.
[17] Plotino. Enéada I 6, 7, 32-33.

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