Lo sublime es pensando con relación a la naturaleza, de allí que lo colosal sea el
criterio de lo sublime visto desde la perspectiva de la magnitud. Así que:
La vista de una montaña, cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes; la descripción de una tempestad furiosa o la pintura del infierno por Milton producen agrado, pero unido a terror… altas encinas y sombrías soledades en el bosque sagrado son sublimes… La noche es sublime… En la calma de la noche estival, cuando la luz temblorosa de las estrellas atraviesa las sombras pardas y la luna solitaria se halla en el horizonte, las naturalezas que posean un sentimiento de lo sublime serán poco a poco arrastradas a sensaciones de amistad, de desprecio del mundo y la eternidad[1].
Para
que lo sublime se manifieste, en toda su impresión con la fuerza apropiada, es
necesario que el individuo posea en sí el sentimiento de lo sublime. El sentimiento de lo sublime es un sentir
indeterminado; ya que es un placer mezclado con el pesar, un placer que
proviene del placer.
La
relación conforme a la cual se
juzga lo sensible en la naturaleza se denomina sublime. “Lo sublime consiste
solamente en la relación en que lo
sensible en la representación de la naturaleza es juzgado idóneo para un
posible uso suprasensible de aquel”[2].
En agrada inmediatamente por oposición a los sentidos. “Lo sublime es lo que
place inmediatamente por su resistencia al interés de los sentidos”[3].
En
este sentido, lo sublime, como lo describe Kant, despierta la idea de un
absoluto, que sólo puede ser pensado como una idea de la razón, el cual queda
sin intuición sensible; ya que la facultad de presentación, la imaginación, no
logra suministrar una representación conveniente de esta Idea[4].
Aun cuando el sentimiento de lo sublime pertenece a la reflexión, nos dice
Kant.
La naturaleza de lo sublime conmueve, y “la expresión del
hombre dominado por el sentimiento de lo sublime es seria; a veces fija y
asombrada… Lo sublime presenta a su vez diferentes caracteres. A veces le
acompaña cierto terror o también melancolía; en algunos casos, meramente un
asombro tranquilo, y en otros, un sentimiento de belleza extendido sobre una
disposición general sublime[5].
Al
primero lo denomina Kant, lo sublime terrorífico; al segundo, lo sublime noble;
y a lo tercero, lo sublime magnifico. “La cólera de un hombre terrible es
sublime… y por ilícito que pueda ser, produce, al ser referido, una emoción al
mismo tiempo terrorífica y placentera”[6].
La
visión de Kant de lo sublime se remite a lo absolutamente grandioso, y esta
connotación abarca un sentido de tamaño. “Una soledad profunda es sublime, pero
de naturaleza terrorífica… Lo sublime ha de ser siempre grande… Lo sublime ha
de ser sencillo… Un largo espacio de tiempo, es sublime. Si corresponde al
pasado, resulta noble; si se le considera en un porvenir incalculable, contiene
algo de terrorífico”[7].
Para
Kant, lo sublime es un exceso, un desbordamiento; éste desborda la forma, se
dirige al infinito. “Una gran altura es tan sublime como una profundidad; pero
a ésta acompaña una sensación de estremecimiento y a aquella una de asombro; la
primera sensación es sublime, terrorífica, y la segunda, noble”[8].
En
este sentido, lo sublime es el punto donde se pierden las formas; es aquello
absolutamente grande, aquello que es capaz de imaginar el infinito. Es lo que inmediatamente
atrapa por la resistencia que opone al interés de los sentidos.
Lo
sublime kantiano rebasa la capacidad del entendimiento. Lo sublime sobrepasa al
espectador causándole una sensación de displacer, y puede darse únicamente en
la naturaleza, ante la contemplación acongojante de algo cuya mesura sobrepasa
nuestras capacidades.
Lo
sublime es algo súbito y sin porvenir; lo sublime se encuentra en las
vecindades de la demencia. La tragedia excita el sentimiento de lo sublime,
Se nos muestra el magnánimo sacrificio en aras del bien
ajeno, la decisión audaz y la fidelidad probada. El amor es en ella
melancólico, delicado y lleno de respeto; la desdicha de los demás despierta en
el espectador sentimientos compasivos y hace latir su corazón con desdichas
extrañas. Nos sentimos dulcemente conmovidos y vemos íntimamente la dignidad de
nuestra propia naturaleza”[9].
Las
ideas de la razón, en lo sublime, reinan por encima del caos del fracaso de la
imaginación. “La inteligencia es sublime… la audacia es grande y sublime… La
solicitud desinteresada es noble… Las cualidades sublimes infunden respeto…
Aquellos en quienes se dan unidos ambos sentimientos, hallarán que la emoción
de lo sublime es más poderosa que la de lo bello”[10].
Lo sublime se halla en un objeto sin forma, en cuanto en él es representado lo
ilimitado.
Lo
sublime es una proyección del sujeto, un estado del espíritu que se da cuando
la forma sensible sobrepasa la capacidad de aprehensión de la imaginación. La
razón funciona como soporte y extensión de aquélla hasta fusionarse con ella.
En este aspecto, el espíritu excede a las representaciones y se quiebra con los
límites sensibles.
Para Kant, lo sublime no se halla propiamente
en la naturaleza. La sublimidad se encuentra en el espíritu del hombre, que no
puede aprehender ciertos aspectos de la realidad sensible. La infinitud que experimenta
el sujeto en sí mismo capta la potencialidad de expandir la imaginación; la
sensación de desbordamiento, hacia lo infinito, tiene lugar en su interior, y
no en la naturaleza. “Aquello que llamamos sublime en la naturaleza fuera de
nosotros (por ejemplo, ciertos afectos), es representado sólo como un poder del
ánimo para sobreponerse a obstáculos de la sensibilidad mediante principio
humanos, y así llega a ser interesante”[11].
Esta
experiencia, de perplejidad, de pena, de absoluta conmoción nos ubica en la
traducción del sentimiento que surge al concebir lo infinito del mundo
suprasensible. Es la experiencia dada por la potencia de la razón. En el
pensamiento de Lyotard, lo sublime, tanto en su momento moderno (como el germen
de lo posmoderno) como en su momento posmoderno, representa una aporía de la
razón.
[1] I. Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 134.
[4] Cfr. J. F. Lyotard.
Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998,
pp. 102-103.
[5] I. Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 134.
[6] I. Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 137.
[7] I. Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 135.
[8] I. Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 135.
[9] I. Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 136.
[10] I. Kant.
Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial
Porrúa, 1991, p. 136.
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