lunes, 14 de enero de 2013

KANT IMMANUEL: LA EMOCIÓN DE LO SUBLIME

Lo sublime es pensando con relación a la naturaleza, de allí que lo colosal sea el criterio de lo sublime visto desde la perspectiva de la magnitud. Así que:


La vista de una montaña, cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes; la descripción de una tempestad furiosa o la pintura del infierno por Milton producen agrado, pero unido a terror… altas encinas y sombrías soledades en el bosque sagrado son sublimes… La noche es sublime… En la calma de la noche estival, cuando la luz temblorosa de las estrellas atraviesa las sombras pardas y la luna solitaria se halla en el horizonte, las naturalezas que posean un sentimiento de lo sublime serán poco a poco arrastradas a sensaciones de amistad, de desprecio del mundo y la eternidad[1].


Para que lo sublime se manifieste, en toda su impresión con la fuerza apropiada, es necesario que el individuo posea en sí el sentimiento de lo sublime.  El sentimiento de lo sublime es un sentir indeterminado; ya que es un placer mezclado con el pesar, un placer que proviene del placer.

La relación conforme a la cual se juzga lo sensible en la naturaleza se denomina sublime. “Lo sublime consiste solamente en la relación en que lo sensible en la representación de la naturaleza es juzgado idóneo para un posible uso suprasensible de aquel”[2]. En agrada inmediatamente por oposición a los sentidos. “Lo sublime es lo que place inmediatamente por su resistencia al interés de los sentidos”[3].

En este sentido, lo sublime, como lo describe Kant, despierta la idea de un absoluto, que sólo puede ser pensado como una idea de la razón, el cual queda sin intuición sensible; ya que la facultad de presentación, la imaginación, no logra suministrar una representación conveniente de esta Idea[4]. Aun cuando el sentimiento de lo sublime pertenece a la reflexión, nos dice Kant.

La naturaleza de lo sublime conmueve, y “la expresión del hombre dominado por el sentimiento de lo sublime es seria; a veces fija y asombrada… Lo sublime presenta a su vez diferentes caracteres. A veces le acompaña cierto terror o también melancolía; en algunos casos, meramente un asombro tranquilo, y en otros, un sentimiento de belleza extendido sobre una disposición general sublime[5].


Al primero lo denomina Kant, lo sublime terrorífico; al segundo, lo sublime noble; y a lo tercero, lo sublime magnifico. “La cólera de un hombre terrible es sublime… y por ilícito que pueda ser, produce, al ser referido, una emoción al mismo tiempo terrorífica y placentera”[6].

La visión de Kant de lo sublime se remite a lo absolutamente grandioso, y esta connotación abarca un sentido de tamaño. “Una soledad profunda es sublime, pero de naturaleza terrorífica… Lo sublime ha de ser siempre grande… Lo sublime ha de ser sencillo… Un largo espacio de tiempo, es sublime. Si corresponde al pasado, resulta noble; si se le considera en un porvenir incalculable, contiene algo de terrorífico”[7].

Para Kant, lo sublime es un exceso, un desbordamiento; éste desborda la forma, se dirige al infinito. “Una gran altura es tan sublime como una profundidad; pero a ésta acompaña una sensación de estremecimiento y a aquella una de asombro; la primera sensación es sublime, terrorífica, y la segunda, noble”[8].

En este sentido, lo sublime es el punto donde se pierden las formas; es aquello absolutamente grande, aquello que es capaz de imaginar el infinito. Es lo que inmediatamente atrapa por la resistencia que opone al interés de los sentidos.
Lo sublime kantiano rebasa la capacidad del entendimiento. Lo sublime sobrepasa al espectador causándole una sensación de displacer, y puede darse únicamente en la naturaleza, ante la contemplación acongojante de algo cuya mesura sobrepasa nuestras capacidades.

Lo sublime es algo súbito y sin porvenir; lo sublime se encuentra en las vecindades de la demencia. La tragedia excita el sentimiento de lo sublime,

Se nos muestra el magnánimo sacrificio en aras del bien ajeno, la decisión audaz y la fidelidad probada. El amor es en ella melancólico, delicado y lleno de respeto; la desdicha de los demás despierta en el espectador sentimientos compasivos y hace latir su corazón con desdichas extrañas. Nos sentimos dulcemente conmovidos y vemos íntimamente la dignidad de nuestra propia naturaleza”[9].


Las ideas de la razón, en lo sublime, reinan por encima del caos del fracaso de la imaginación. “La inteligencia es sublime… la audacia es grande y sublime… La solicitud desinteresada es noble… Las cualidades sublimes infunden respeto… Aquellos en quienes se dan unidos ambos sentimientos, hallarán que la emoción de lo sublime es más poderosa que la de lo bello”[10]. Lo sublime se halla en un objeto sin forma, en cuanto en él es representado lo ilimitado.

Lo sublime es una proyección del sujeto, un estado del espíritu que se da cuando la forma sensible sobrepasa la capacidad de aprehensión de la imaginación. La razón funciona como soporte y extensión de aquélla hasta fusionarse con ella. En este aspecto, el espíritu excede a las representaciones y se quiebra con los límites sensibles.       

            Para Kant, lo sublime no se halla propiamente en la naturaleza. La sublimidad se encuentra en el espíritu del hombre, que no puede aprehender ciertos aspectos de la realidad sensible. La infinitud que experimenta el sujeto en sí mismo capta la potencialidad de expandir la imaginación; la sensación de desbordamiento, hacia lo infinito, tiene lugar en su interior, y no en la naturaleza. “Aquello que llamamos sublime en la naturaleza fuera de nosotros (por ejemplo, ciertos afectos), es representado sólo como un poder del ánimo para sobreponerse a obstáculos de la sensibilidad mediante principio humanos, y así llega a ser interesante”[11].

Esta experiencia, de perplejidad, de pena, de absoluta conmoción nos ubica en la traducción del sentimiento que surge al concebir lo infinito del mundo suprasensible. Es la experiencia dada por la potencia de la razón. En el pensamiento de Lyotard, lo sublime, tanto en su momento moderno (como el germen de lo posmoderno) como en su momento posmoderno, representa una aporía de la razón.



[1] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 134.
[2] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 202.
[3] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 203.
[4] Cfr. J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, pp. 102-103.
[5] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 134.
[6] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 137.
[7] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 135.
[8] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 135.
[9] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 136.
[10] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 136.
[11] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 208.

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