lunes, 14 de enero de 2013

PLOTINO: LA ALEGORÍA DE AFRODITA Y EROS


Así, pues, el dios (Cronos) se aparece encadenado para mantenerse siempre idéntico a sí mismo, concediendo a su hijo (Zeus) el gobierno de este mundo. Porque no va con su carácter el abandonar el dominio del mundo inteligible para ir en busca de otro más nuevo e inferior, siendo así que él mismo posee la plenitud de la belleza. Dando de lado a esta preocupación, fija a su padre (Urano) en sí mismo y se eleva a la vez hasta él; pero fija también, en otro sentido, lo que tiene un comienzo después de él y a partir de su hijo; de modo que se mantiene entre ambos, diferenciado de su padre por su propia mutilación hacia arriba e impedido de dirigirse hacia abajo por la ligadura que le retiene con su hijo. Esto es, se halla entre su padre, que le supera, y su hijo, que es inferior a él. Pero como su padre es todavía mejor que la belleza, él mismo puede ser considerado como la belleza primera subsistente. También el alma es, indudablemente, bella, pero él posee una belleza mayor. El alma será como su huella, por la cual resulta bella por naturaleza; pero aún más bella si dirige su mirada al mundo inteligible. Pues, para hablar de una manera más clara, el alma del universo, que es la misma Afrodita, es bella, ¿qué belleza le corresponderá a él? Porque si ella tiene la belleza de sí misma ¿cuánta no será la de él? Y si la tiene de otro, ¿de quién podrá tener el alma esta belleza, que es para ella algo extraño, incorporado, sin embargo, a su naturaleza? Pues para nosotros el ser bellos es encontrarnos en nosotros mismos, en tanto el ser feos es cambiar a otra naturaleza. Somos bellos cuando nos conocemos a nosotros mismos; somos, en cambio, vergonzantes cuando nos desconocemos. Lo bello, pues, allí su asiento y de allí proviene. Basta, por tanto, con lo dicho para llegar a una clara comprensión del lugar inteligible. ¿O convendrá volver de nuevo sobre el tema, siguiendo ya otro camino?[1]

El mito en cuestión es narrado por Hesíodo en la Teogonía[2], de allí lo toma, aparentemente, Plotino.
Según el mito, Cronos instado por Gea, su madre, castra a Urano, que es su padre, y lanza al mar los genitales del dios, de cuya carne inmortal brota una blanca espuma, esperma, de la cual nace Afrodita.
   Plotino hace uso del mito para simbolizar, por una parte, las hipóstasis divinas. Urano, dios padre, representa lo Uno. Cronos, la Inteligencia (Nous). A Zeus se le concede el gobierno del mundo, que como expusimos corresponde a la Providencia, quien mantiene la armonía y el orden del cosmos.

El uso del mito, por parte de Plotino,  contiene varios problemas, a saber:
§  Urano (lo Uno) es un dios castrado, por tanto incompleto. Lo cual está en contradicción con la completitud y sobreabundancia de lo Uno. En este sentido, el uso del mito es inaceptable.
§  No obstante, a Plotino lo que le interesa con respecto a Urano es su condición de dios de los cielos, esto es, de lo celestial, de lo que está arriba. Por ello, el acto ominoso de la castración está excluido del optimismo plotiniano.
§  Al ser Afrodita hija de Zeus. Plotino sigue a Homero y no a Hesíodo. Mezcla la Iliada y la Teogonía. Para construir la metáfora del Alma.
§   Cronológicamente el filósofo reforma en su conjunto el mito, para darle mayor coherencia.
§  Urano, padre de los dioses. Zeus nieto de Urano. No hay secuencia lógica con respecto a la emanación. Pero es la manera de poder determinar que Afrodita es el Alma del cosmos. Razón por la cual Cronos es desplazado de la secuencia del mito.

Afrodita, por su parte, es el Alma del universo, tercera hipóstasis. “La celeste, que cuentan que nació de Crono —que es el Intelecto, hijo de aquél—, es un Alma divinísima que nacida directamente —pura de pura— de la Inteligencia”[3]. Antes ha señalado: “hay dos Afroditas  y decimos que la celeste es descendiente de Urano (Cielo) y que la otra nació de Zeus y de Dione”[4], según narra Homero en el canto V de la Iliada.
Afrodita es tributada como dos diosas diferentes. Por una parte, Afrodita Urania nacida de la esperma de los genitales de Urano; ésta figura como la diosa celestial que representa el amor del alma e intelectual. Por otra, Afrodita Pandemos, la diosa de todo el pueblo, nacida de Zeus y Dione; ésta está asociada con el amor físico, erótico.

Porque todos sabemos que Afrodita no está sin Eros; si, pues, Afrodita fuese una, uno sería también Eros; mas, puesto que Afrodita es dos, tendrá que haber dos eros. Pero, ¿cómo no van dos este par de diosas?: la una, la antigua y veneranda, no nacida de madre, hija de Cielo, que por esto la llamamos celestial; la otra, más reciente: la hija de Zeus y de Dione, a la que denominamos popular. Es, por consiguiente necesario y correcto llamar popular al Eros que con la segunda colabora[5]

Por otra parte, a “Zeus no hay que identificarlo con el Alma, una vez que hemos identificado con ella a Afrodita”[6]. No obstante, Zeus ha de ser identificado con el principio superior, porque éste es “causa y es, además, el principio regio y el principio rector síguese que Zeus ha de ser idéntico a la Inteligencia, mientras que Afrodita, que es su hija, nacida de él y con él, habrá de ser identificada con el Alma”[7]. Plotino desplaza a Cronos como la Inteligencia (Nous) colocando a Zeus como esta hipóstasis. Además, establece que Afrodita es hija de este dios conservando ésta su lugar como tercera hipóstasis. En este aspecto, Plotino sigue a Homero y no a Hesíodo.
Con respecto a Afrodita, que antes ha expresado que hay dos. Señala:

Puesto que el alma es diferente a Dios, pero proviene de Él; necesariamente lo ama; cuando se encuentra en la región inteligible lo ama con un amor celestial, más cuando se encuentra aquí lo ama con amor vulgar. Allá tenemos a la Afrodita de los cielos, en tanto aquí se halla la Afrodita vulgar que se presta al oficio de cortesana[8]

Tal modificación del mito responde a que “toda alma es una Afrodita y eso es lo que viene a decir el nacimiento de Afrodita y el nacimiento de Eros”[9]. Porque el alma es bella y está enamorado de todo lo superior. Así el “Amor, comenzó a existir necesariamente y por siempre, nacido de la aspiración del Alma a la superior y al Bien, y así es como existió por siempre desde que el Alma existe”[10]. Este es el amor superior. Ya que ésta es cosa mixta. Por cuanto el “Amor es alguien afín a la materia, y este Amor es un demon nacido del Alma en cuanto desprovista del Bien, pero deseosa de él”[11].
En el co-nacimiento de Afrodita-Eros. La Afrodita Urania, figura femenina, emana de la pura Inteligencia, eternamente unida a él. Eros, amor primordial, nace con el alma bella, deseo recíproco en el que cada uno ve su propio reflejo en el otro, para la generación de cosas.
Alma y amor están entroncados en la metafísica de lo bueno-bello de Plotino, que como tal se erige como una metafísica de la libertad. Porque sólo lo bello-bueno puede ser libre.

El alma ama naturalmente a Dios y a Él quiere unirse, igual que haría una virgen que amase honestamente a su padre honesto; pero cuando llega a dar a luz seducida por una promesa de matrimonio se entrega al amor de un ser mortal y queda arrancada violentamente del amor de su padre. De nuevo, si siente el horror por esta violencia, se purifica de las cosas de este mundo para volver llena de alegría al regazo de su padre[12]

El Eros es el impulso vital para la conversión hacia lo bello y la libertad. Porque sin éste el alma no se movería en pos de nada. De allí la necesidad de Plotino de determinar al Alma (Psyché) como la divina Afrodita Urania, para posteriormente hacerla emanar en la Afrodita Pandemos, que da aliento al cosmos inferior; y junto a Eros dan vida a lo viviente haciéndolo doble, pleno y menesteroso. Porque también lo viviente será como hijo de Póros y Penía.
Por esto la belleza es lo que se ama, porque está llena del resplandor de Eros. Y Eros es la gracia y el resplandor que la ilumina, en ella se ve la belleza de la forma que hace amarla.
En medio de esta plenitud y pobreza se despliega la vida de lo viviente, que anhela la libertad y, en consecuencia, lo bello. Ya que contemplar lo Bello es contemplar el todo, sin que nada permanezca oculto al alma. Porque lo Bello es:

Diáfano y nada hay oscuro o resistente. Todo lo contrario, es claro para todos, todo, incluso en su intimidad; es la luz para la luz. Cada uno tiene todo en sí mismo y lo ve todo en los demás, de manera que todo está en todas partes, todo es todo, cada uno es también todo y el resplandor de la luz no conoce límites[13]      

Afrodita por la belleza y el amor alienta al alma libre, y conserva en ella el estado de sobrecogimiento. El Alma asentada en la razón y el deseo verdadero se hace diáfana. Su existencia es la claridad. Produce ésta otra alma suficiente que busca lo perfecto, porque ha sido engendrada esta alma encarda por la razón amorosa llegada a su plenitud. El Alma es una razón amorosa pura. Eros depende del Alma como de su principio permaneciendo en sí mismo. Eros, por su parte, es potencia del Alma.
Lo bello supremo da luz y vida a Afrodita, porque está presente en todo. De allí sale la imagen que se muestra a la contemplación. A la belleza amorosa, creativa-comunicativa de lo Uno. El Alma se muestra por la exigencia del amor.

Entonces el alma, en cuanto recibe en su interior el arroyuelo que procede de Aquél, experimenta una conmoción, es arrastrada en el vértigo de la pasión y estimulada por la añoranza; entonces se convierte enteramente en exigencia amorosa[14]

La Afrodita Urania cuya visión es el amor contempla por ésta a la Inteligencia. Un anhelo puro sin intermediario entre las dos hipóstasis. Alcanza satisfacción con la visión plena del Logos del cosmos. Se establece el vínculo necesario y permanente entre el Alma y la Inteligencia. Una inquietud sin determinación. El Alma, imagen inmutable, con el deseo constante y real que contempla la Inteligencia y lo Uno. Este anhelo imperturbable es un deseo divino. Eros, en este sentido, es el grado superior de amor y deseo.
Eurípides que exaltan la fuerza de Eros, como supremo dios de los hombres que conocen la belleza. Así lo expresa:

 Todo aquel que no juzgue fuerte a Eros
 y omnipotente entre los dioses
necio es, o, inexperto en la belleza,
ignora al dios supremo de los hombres[15]


Afrodita es la aparición de la luz que no es vista fuera. En ésta, lo Bello se revela como un dentro-fuera, iluminación súbita no cegadora. Un sentir de quietud deliciosa. Afrodita se despliega en su mismidad para mostrarse en toda su plenitud. Se hace posibilidad para el cosmos inferior.
Esta metafísica de lo Bello que nos coloca ante una erótica libre de contingencia, de la belleza invulnerable. Que culmina en un ideal divino, situado en el cosmos supra-celeste, alejado de la fragilidad del alma encarnada. La verdad última de Afrodita y Eros se encierra en la visión enamorada de lo Bello en sí.
La belleza es objeto de amor, prosecución de lo Bello-Bien. En Afrodita se unen, por el Eros, el Bien y lo Bello; así lo ha visto el alma. La belleza produce la pasión amorosa, esencial para mover al alma hacia el Bien-Bello. Bello y Bueno es lo que el alma ama y contempla con una mirada interior y profunda.
Por ello Afrodita es el acontecer que abre el lugar y las condiciones para el alma amante, que aprehende serenamente las cosas inteligibles. Condición fundamental para la dimensionalidad del alma toda. Con Afrodita, la presencia abre su posibilidad. La continuidad es contenida ahora por el alma bella. En la posibilidad para el retorno a lo interior y a lo Uno.
Así el hombre entra a realizar todas las cosas cognoscibles. Llega a semejarse lo divino, en la conciencia de su propio ser. El camino hacia el encuentro, para el retorno ha quedado abierto. La unidad con el origen se hará a través de la belleza. Porque Eros conduce el alma hacia arriba, hasta  lo supremo. La belleza es la experiencia que permite ver develar la realidad amada.
La belleza es ese deseo de lo Bello, que se adivina tras cada alma enamorada. Porque en esta alma hay un movimiento, un estallido que la hace desear y la convierte en deseable, sin el cual aquella belleza permanecería indiferente.


[1] Plotino. Enéada V 8, 13. Texto integro.
[2] Hesíodo. Teogonía, Barcelona, Editorial Iberia, 1972, pp. 100-101.
[3] Plotino. Enéada III 5, 2, 19-21.
[4] Plotino. Enéada III 5, 2, 15-16.
[5] Platón. Banquete 180 d-e.
[6] Plotino. Enéada III 5, 8, 5.
[7] Plotino. Enéada III 5, 8, 14-15.
[8] Plotino. Enéada VI 9, 9, p. 401.
[9] Plotino. Enéada VI 9, 9, p. 401.
[10] Plotino. Enéada III 5, 9, 40-41.
[11] Plotino. Enéada III 5, 9, 56-57.
[12] Plotino. Enéada VI, 9, 9, p. 401.
[13] Plotino. Enéada V 8, 4.
[14] Plotino. Enéada VI 7, 22, 18.
[15] Eurípides. Fragmento 269.

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