La génesis del
espacio, en tanto se expande e irradia desde un punto, está reflejada en el
concepto de centro. Las seis direcciones de la extensión espacial —delante,
detrás, izquierda, derecha, arriba y abajo— y las tres divisiones del tiempo
—pasado, presente y futuro— están contenidas en la momentaneidad no dimensional
del centro. Todos los fenómenos, todos los seres y todos los acontecimientos
del espacio-tiempo están contenidos en un centro atemporal, que es siempre un
aquí y ahora.
En efecto, al ser el universo esférico, están todos
los extremos a la misma distancia del centro, por lo que por naturaleza deben
ser extremos de manera semejante. Además, hay que considerar que el centro,
como se encuentra a la misma distancia de los extremos, se halla frente a todos[1].
Lo cosmogónico
es expresado simbólicamente como la figura radial expandida en seis direcciones
desde un punto central. El proceso cosmos–genético está constituido por líneas
que se irradian desde un centro común, estas líneas representan las coordenadas
del mundo sensible, e indican como el espacio-tiempo se despliega desde un
centro y como transcurre desde este punto central. El centro simboliza el
principio que genera al universo, el origen de todas las cosas, ausente de
dimensiones y atemporal. Es el principio de la extensión y la duración.
El Demiurgo
ordenó el universo siguiendo el modelo de las ideas eternas. El cosmos es un
gigantesco ser vivo, divino, que envuelve y encierra a todos los seres vivos
visibles. Es bueno, bello y perfecto.
El centro de la
isla estaba ocupado por una llanura en dirección al mar, de la que se dice era
la más bella de todas, y de buena calidad, y en cuyo centro, a su vez, había
una montaña baja por todas partes[2]
En este
sentido, en la ciudad determinada por un punto central. Al cual asciende el
movimiento que busca la perfección, está configurada por medio de las
elevaciones naturales, las cuales se reservan a los templos y palacios que
ocupan la posición dominante de la ciudad[3].
El centro por
estar más allá de toda limitación espacio-temporal engendra la integridad de la
Totalidad, que es la manifestación universal depende del centro–principio. La
estructura circular revela la concepción del lenguaje mítico-religioso. En
cuanto se presenta como logo-centrismo filosófico en complicidad con lo
religioso y expresión del espacio sacro. La metafísica platónica define la
acrópolis como primer principio; como centro universal de una proposición que
configura el logos-topos sacro.
El palacio dentro de la acrópolis estaba dispuesto de
la siguiente manera. En el centro, habían consagrado un templo inaccesible a
Clito y Poseidón, rodeado de una valla de oro; ese era el lugar en el que al
principio concibieron y engendraron la estirpe de las diez familias reales[4]
La forma
centralizada está constituida por un número de formas secundarias que se
agrupan en torno a una forma–origen central y dominante. La composición
centralizada se asienta en una forma geométrica regular que determina el
dominio visual de ésta. Tal es el caso de la ciudad platónica que posee un
centro aislado de su contexto, el cual constituye el punto dominante y ocupa el
centro del campo visual delimitado. El centro simbólico es el núcleo de la
organización de la ciudad de los Magnetos y de la Atlántida. La posición central
se articula por medio de una forma visualmente dominante, el Templo de Poseidón
y los templos dedicados a Zeus y Hestia[5].
La
representación discursiva configura la noción fenomenológica del lenguaje
urbano-filosófico. En este contexto el discurso muestra la presencia del centro
como un enunciado imperativo que designa específicamente la presencia del logos.
Establecer la ciudad en lo
más céntrico posible del territorio (khora)… Después de esto dividirla en doce
partes, pero estableciendo primeramente un lugar consagrado a Hestia, a Zeus y
Atenea, que será llamado acrópolis y rodeado de cerca circular, a partir de la
cual se divida en doce partes la ciudad misma y con ella el territorio entero[6].
La forma
centralizada da cuerpo a lugares sagrados o nobles, que sirven para conmemorar
acontecimientos importantes u honrar a personajes relevantes[7]. El
punto central no tiene forma ni dimensión ni duración, es el símbolo de la
unidad primordial. El principio de la manifestación primigenia.
La
configuración radial del mundo es la realización existente de los aspectos
virtuales que dormitan dentro de la unidad. El Demiurgo “hizo totalmente
circular a la que como un campo fértil iba a albergar la simiente divina y
llamó a esta parte de la médula cerebro, porque el recipiente alrededor de ella
sería la cabeza de todo ser viviente una vez terminado”[8].
La
configuración radial representa una procesión, que parte de la unidad hacia la
multiplicidad, desde el Uno imperecedero hacia la pluralidad perecedera; esto
es, la desintegración y división del Uno en lo múltiple. De esta manera, el
centro, análogo a lo Uno, esparce y dispersa su luz en la opacidad.
El centro geométrico en la concepción político-social
de Platón señala que:
A la ley no le interesa nada que
haya en la ciudad una clase que goce de particular felicidad, sino que se
esfuerza porque ello le suceda a la ciudad entera, y por ello introduce armonía
entre los ciudadanos… no para dejarles que cada uno se vuelva hacia donde
quiera, sino para usar ella misma de ellos con miras a la unificación del
Estado[9]
La ciudad
circular de Platón permanece libre en su contexto, con la finalidad de mostrar
su forma perfecta. El punto central produce todas las cosas permaneciendo
inalterado; semejante a la Unidad produce lo múltiple, sin ser modificada o
afectada en su esencia. El centro es la unidad, el número primero y prístino,
lo Uno; éste es el punto de origen del cual emanan todas las cosas y a la cual
retornan todas las cosas.
El centro en
el círculo divide cada sección en partes iguales, éste es el punto en el que
los extremos se reconcilian y juntan en perfecto equilibrio; es el lugar en el
que todos los contrarios se unifican y todas las oposiciones se resuelven. El
centro representa la génesis y creación de una dialéctica cósmica, que
establece la formulación arquetípica del despliegue de los contrarios. Así “la
revolución del universo al incluir a los elementos es circular y por naturaleza
tiende a retornar sobre sí misma, los mantiene juntos y no permite nunca que
quede un espacio vacío”[10].
Este es el lugar en el cual quedan subsumidas las oposiciones, ya que se
combinan en una fusión coincidente y concurrente.
El centro
geométrico contiene en sí el concepto de emanación y conversión de toda acción urbana.
Los individuos dependen del centro urbano en todo lo que ellos son, por lo cual
están sometidos a retornar a él. La forma centrípeta es representada, en la
ciudad platónica, por medio de la orientación ritual, la cual dirige a la ciudad
hacia un centro, hacia la imagen terrestre y sensible del verdadero centro del
cosmos. La ubicación del templo en Critias
y Leyes significa el devenir de
la existencia desde y hacia el centro, materializa el propósito de un retorno
al centro primigenio.
El centro es concebido como la
morada de tranquilidad, en el cual las antinomias se trascienden y las
dualidades inherentes a la existencia se resumen en la unidad; es el lugar en
el que todo mal, sufrimiento, angustias e inquietudes desaparecen dentro del
reposo de la fusión central. Además, el centro es un foco de intensidad
dinámica, en el cual todas las energías y fuerzas se concentran, en el que
todas las oposiciones inherentes al cosmos coexisten.
Esta es la ordenación que a
tales conviene: ha de haber doce aldeas, una en medio de cada una de las doce
partes, en cada aldea han de erigirse primero templos y ágora para los dioses y
para los genios que les son inmediatos. Ya sean dioses locales de los Magnetos,
ya haya monumentos de otras divinidades antiguas guardadas en el recuerdo, hay
que otorgarles los mismos honores que les otorgaron los antiguos hombres;
además, construir templos en todas partes a Hestia, a Zeus, a Atenea, y al que
de los otros dioses sea patrono de cada uno de los dozavos. La construcción ha
de empezarse en torno de estos templos, donde el lugar sea más elevado, lo
mejor cercado posible para refugio de la guarnición[11].
El centro se
erige en un espacio compuesto revelando toda la similitud y simetría de la
ciudad. El centro de la polis expresa
la igualdad, la homogeneidad e igualdad de los ciudadanos. No obstante, en la
ciudad teocrática el centro revela la diferencia y la jerarquía. En el centro
se instalan las actividades más nobles y decisivas, en él se levantan los
edificios más representativos[12].
Los templos han de
disponerse en torno al ágora y de la ciudad entera en círculos, en los lugares
más altos, para que estén bien guardados y puros. Juntos a ellos las sedes de
las autoridades y juzgados, en que, cual lugar sagrado, se reciba y de
justicia; algunos de éstos por lo sagrado, otros por ser domicilio de los
dioses; y en estos estén los juzgados en que se haga justicia por asesinato y
por cuantos crímenes sean merecedores de muerte[13].
El modelo
concéntrico de la ciudad platónica es establecido como un paradigma, que describe
un proceso de la estructura de un todo, como las ondas expansivas que se producen
al arrojar una piedra al agua. El movimiento que “se produce en un solo lugar
es fuerza que se mueva en derredor de un centro, a la manera de las ruedas
labradas a torno, y que sea al mismo tiempo el que se acomode y asemeje todo o
cuanto es posible al giro de la inteligencia”[14].
Este movimiento conforme a una proporción y un orden único es comparable “a la
rotación de una esfera hecha a torno”[15].
[3] Cfr. Paulo Novaes. Ciudad y Recursos humanos,
Montevideo, Cinterfor, 1976, p. 15.
[4] Platón. Critias 116 c.
[5] Platón. Leyes 745 b.
[6] Platón. Leyes 745 b. Paréntesis nuestro.
[7] Cfr. Francis Ching. Arquitectura: forma,
espacio y orden, México, Editorial Gustavo Gili, 1998, p. 59.
[8] Platón. Timeo 73 c.
[10] Platón. Timeo 58 a .
[11] Platón. Leyes 848 d – 849 a .
[12] Cfr. Jean Remy y Liliane Voyé. La ciudad y la urbanización, Madrid, Instituto
de Estudios de Administración Local, 1976, pp. 48-49.
[13] Platón. Leyes 778 c-d.
[14] Platón. Leyes 898 a .
[15] Platón. Leyes 898 a .
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