martes, 15 de enero de 2013

KANT: DEL PLACER NEGATIVO


En lo sublime kantiano, la finalidad del juicio estético es subjetiva, y la unidad está dada entre el objeto y el sujeto que lo aprehende. El sentimiento de lo sublime es incompatible con toda especie de encanto. El ánimo se siente atraído por el objeto y, a la vez, repelido por éste. Esta satisfacción es un sentimiento de admiración o de respeto, Kant lo denomina placer negativo.

El placer negativo, en la estética de lo sublime, proviene de la superación constante de la parálisis que se produce frente a la naturaleza. Puesto que, lo sublime “es un placer que sólo surge indirectamente, a saber, de modo tal que es generado por el sentimiento de un momentáneo impedimento  de las fuerzas vitales y de una tanto más fuerte efusión de ésas inmediatamente consecutiva; por tanto, no parece ser, como emoción, un juego, sino seriedad en el hacer de la imaginación”[1].

Kant da el nombre de respeto a este placer que se devela. El sentimiento de lo sublime rebota en la exterioridad natural, cuya grandeza nunca ocupa el lugar del todo absoluto, y se vuelve sobre la propia razón como una facultad que consiste en la exigencia de lo incondicionado. Lo sublime se halla “en un objeto desprovisto de forma, en la medida que es representada la ilimitación en él o bien a causa de él, añadiéndosele, empero, el pensamiento de su totalidad”[2].

En primera instancia, el espíritu siente respeto y dolor por la inadecuación de la imaginación a lo sensible; Luego cuando entra en juego la razón siente la elevación de todas las facultades por encima del término ordinario, la cual excita la fuerza interior que conduce a lo sublime.

La facultad de juzgar, objeto de la tercera crítica, tiene dos poderes: apreciar lo bello y lo sublime. Ambos pertenecen a la reflexión estética, aunque haya variaciones dentro de la misma familia. Lyotard nos advierte que la analítica de lo sublime es fundamentalmente negativa pues ella no apela ni a las formas ni a la imaginación.

Es un placer que se produce al excitarse el sentimiento de una suspensión momentánea de las fuerzas vitales y de la efusión que la sigue. Esto es, por tanto, la emoción de algo de más serio producido por la ocupación de la imaginación. De esta manera, lo sublime se da en tanto manifestación de un concepto indeterminado de la razón.

Mediante la intuición, lo humano se dirige hacia algo que es el máximo esplendor natural. La satisfacción de lo sublime se halla ligada a la representación de la cuantidad. “De ahí que tampoco sea conciliable con atractivos; y desde que el ánimo no es sólo atraído por el objeto, sino alternativamente, una y otra vez repelido también, la complacencia en lo sublime contiene menos un placer positivo que una admiración o respeto, esto es, algo que merece ser denominado placer negativo”[3].

Del mismo modo, el sentimiento sublime es la impresión de un pensamiento, de un deseo de ilimitación. La naturaleza “despierta las ideas de lo sublime más bien por su caos o por su desorden y devastación más salvaje, cuando sólo se puede ver magnitud y poderío”[4]. El pensamiento que es puesta en relación, en el caso de lo absoluto existe sin relación, pues se prohíbe a sí mismo pensar lo absoluto. De allí que lo sublime produce un cierto espasmo.

El sentimiento de lo sublime es, en este sentido, un sentimiento de displacer; debido a la inadecuación que se da en la imaginación entre la estimación estética de magnitudes y la estimación por la razón. Es, a la vez, un placer que despierta sobre la inadecuación de la más grande potencia sensible con ideas de la razón. Cuando se toma en consideración:

Lo sublime en objetos naturales (lo sublime del arte está, por cierto, limitado a las condiciones de la concordancia con la naturaleza)… lo que despierta en nosotros, sin raciocinar sutilmente, sólo en la aprehensión, el sentimiento de lo sublime, podrá aparecer ciertamente contrario a fin en su forma para nuestra facultad de juzgar, no conforme a nuestra facultad de presentación y, por decir así, violentador de la imaginación, aunque sólo para ser juzgado como algo tanto más sublime[5].

Lo sublime excita el ánimo por la simple aprehensión que éste tiene de aquel. Lo sublime agita y mueve el espíritu, causa temor; pues las experiencias nacen de aquello que es temible, y se convierte en sublime a partir de la inadecuación de las ideas con la experiencia.

El sentimiento de lo sublime es, pues, un sentimiento de displacer, debido a la inadecuación de la imaginación en la estimación estética de magnitudes respecto de la estimación por la razón; y es al mismo tiempo un placer despertado con tal ocasión precisamente por la concordancia de este juicio sobre la inadecuación de la más grande potencia sensible con ideas de la razón, en la medida en que el esfuerzo dirigido hacia ésta es, empero, ley para nosotros[6].


Este sentimiento de aflicción nace de la desconveniencia de la imaginación con la estimación racional. Este fracaso suscita un pesar, una especie de disociación en el sujeto entre lo que es capaz de concebir y lo que puede imaginar. Este pesar genera un placer doble, ya que la impotencia de la imaginación, por una parte, aspira a armonizar su objeto con el de la razón, y, por otra, la insuficiencia de las imágenes es un signo negativo de la inmensidad del poder de las ideas[7].

En lo sublime el espíritu se siente movido, en él se da una especie de conmoción.  En lo sublime tiene origen una suspensión momentánea de las facultades vitales, en esta fase de suspensión, el individuo se sustrae de la realidad y de toda conexión con la misma; pierde su estado consciente y entra en un plano del inconsciente. Por lo cual, el sentimiento de lo sublime se muestra inarmónico en cuanto a la facultad de juzgar y la facultad de exhibición.

No podemos decir sino que el objeto es apto para la presentación de una sublimidad que puede ser hallada en el ánimo; pues lo auténticamente sublime no puede ser contenido en ninguna forma sensible, sino que sólo atañe a ideas de la razón; las cuales, si bien no es posible ninguna presentación que les sea conforme son incitadas y convocadas al ánimo precisamente por esta inconformidad que se deja presentar sensiblemente[8].


            Lo que se puede decir es que la sublimidad se halla en el espíritu, ya que la forma sensible no contiene lo sublime. Éste se da en las ideas de la razón, que despiertan en el espíritu una discordancia entre tales ideas y las cosas sensibles. Este desarreglo de las facultades entre sí da lugar a una extrema tensión, la cual caracteriza el pathos de lo sublime[9]. De allí que en el espíritu se determine un sentimiento que es sublime.

La naturaleza despierta principalmente las ideas de lo sublime por el espectáculo de la confusión, del desorden y la devastación, en esto muestra su grandeza y poderío. Donde el poderío de esta experiencia estética invoca nuestra fuerza. La naturaleza es sublime porque eleva la imaginación al ánimo donde puede hacer de lo sensible, por sobre la naturaleza, la propia sublimidad de su destino. De este modo, Kant interpretó la naturaleza como fuerza, y en ésta lo sublime.

En lo sublime el fundamento está en nosotros mismos, señala Kant. En una disposición del espíritu que da a la naturaleza el carácter sublime.  Puesto que las ideas de lo sublime consisten en cierta aplicación que la imaginación hace de sus representaciones; y hace de lo sublime “un apéndice del enjuiciamiento estético de la conformidad a fin de la naturaleza, puesto que a través de ella no es representada ninguna forma particular en ésta, sino sólo es desarrollado un uso conforme a fin que la imaginación hace su representación”[10].

Lo humano, en lo sublime, manifiesta sus sentimientos más profundos, al sentir un gran dolor pero también un inmenso respeto, una mezcla de placer y displacer. Moviliza su interior y procura una aprehensión, contempla las representaciones de lo ilimitado, de lo informe.

La cualidad del sentimiento de lo sublime estriba en que es un sentimiento de displacer acerca de la facultad de juzgar estética relativamente a un objeto, pero que al mismo tiempo es representada conforme a fin; lo cual es posible por el hecho de que la propia impotencia descubre la conciencia de la potencia ilimitada del mismo sujeto, y que el ánimo sólo puede juzgar estéticamente de esta potencia por dicha impotencia[11].


La facultad de juzgar en tanto una finalidad subjetiva para la razón contiene ese sentimiento de desagrado que está unido estéticamente a un objeto, que muestra una impotencia que determina la acción ilimitada del objeto que “es acogido como sublime con un placer que sólo por medio de un displacer es posible”[12]. En este aspecto, la satisfacción de lo sublime es simplemente negativa.

La complacencia en lo sublime de la naturaleza es, por ello, sólo negativa… a saber, un sentimiento de privación de la libertad de la imaginación por parte de sí misma, en la medida en que ella misma es determinada en conformidad a fin de acuerdo con una ley distinta que la del uso empírico. Con esto adquiere una ampliación y un poder que son más grandes que los que sacrifica, pero cuyo fundamento le está oculto a ella misma, a cambio de lo cual siente el sacrificio o la privación y siente, a la vez, la causa a la que está sometida[13].






[1] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 175.
[2] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 175.
[3] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, pp. 175-176.
[4] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 177.
[5] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 176.
[6] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 191.
[7] Cfr. J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 103..
[8] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 176.
[9] Cfr. J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 103.
[10] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, pp. 177-178.
[11] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 193.
[12] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 194.
[13] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 205.

No hay comentarios:

Publicar un comentario