En
lo sublime kantiano, la finalidad del juicio estético es subjetiva, y la unidad
está dada entre el objeto y el sujeto que lo aprehende. El sentimiento de lo
sublime es incompatible con toda especie de encanto. El ánimo se siente atraído
por el objeto y, a la vez, repelido por éste. Esta satisfacción es un sentimiento
de admiración o de respeto, Kant lo denomina placer negativo.
El
placer negativo, en la estética de lo sublime, proviene de la superación
constante de la parálisis que se produce frente a la naturaleza. Puesto que, lo
sublime “es un placer que sólo surge indirectamente, a saber, de modo tal que
es generado por el sentimiento de un momentáneo impedimento de las fuerzas vitales y de una tanto más
fuerte efusión de ésas inmediatamente consecutiva; por tanto, no parece ser,
como emoción, un juego, sino seriedad en el hacer de la imaginación”[1].
Kant
da el nombre de respeto a este placer que se devela. El sentimiento de lo
sublime rebota en la exterioridad natural, cuya grandeza nunca ocupa el lugar
del todo absoluto, y se vuelve sobre la propia razón como una facultad que
consiste en la exigencia de lo incondicionado. Lo sublime se halla “en un
objeto desprovisto de forma, en la medida que es representada la ilimitación en él o bien a causa de él,
añadiéndosele, empero, el pensamiento de su totalidad”[2].
En
primera instancia, el espíritu siente respeto y dolor por la inadecuación de la
imaginación a lo sensible; Luego cuando entra en juego la razón siente la
elevación de todas las facultades por encima del término ordinario, la cual
excita la fuerza interior que conduce a lo sublime.
La
facultad de juzgar, objeto de la tercera crítica, tiene dos poderes: apreciar
lo bello y lo sublime. Ambos pertenecen a la reflexión estética, aunque haya
variaciones dentro de la misma familia. Lyotard nos advierte que la analítica
de lo sublime es fundamentalmente negativa pues ella no apela ni a las formas
ni a la imaginación.
Es
un placer que se produce al excitarse el sentimiento de una suspensión
momentánea de las fuerzas vitales y de la efusión que la sigue. Esto es, por
tanto, la emoción de algo de más serio producido por la ocupación de la
imaginación. De esta manera, lo sublime se da en tanto manifestación de un
concepto indeterminado de la razón.
Mediante
la intuición, lo humano se dirige hacia algo que es el máximo esplendor
natural. La satisfacción de lo sublime se halla ligada a la representación de
la cuantidad. “De ahí que tampoco sea conciliable con atractivos; y desde que
el ánimo no es sólo atraído por el objeto, sino alternativamente, una y otra
vez repelido también, la complacencia en lo sublime contiene menos un placer
positivo que una admiración o respeto, esto es, algo que merece ser denominado
placer negativo”[3].
Del
mismo modo, el sentimiento sublime es la impresión de un pensamiento, de un
deseo de ilimitación. La naturaleza “despierta las ideas de lo sublime más bien
por su caos o por su desorden y devastación más salvaje, cuando sólo se puede
ver magnitud y poderío”[4].
El pensamiento que es puesta en relación, en el caso de lo absoluto existe sin
relación, pues se prohíbe a sí mismo pensar lo absoluto. De allí que lo sublime
produce un cierto espasmo.
El
sentimiento de lo sublime es, en este sentido, un sentimiento de displacer;
debido a la inadecuación que se da en la imaginación entre la estimación
estética de magnitudes y la estimación por la razón. Es, a la vez, un placer que
despierta sobre la inadecuación de la más grande potencia sensible con ideas de
la razón. Cuando se toma en consideración:
Lo sublime en objetos naturales (lo sublime del arte está,
por cierto, limitado a las condiciones de la concordancia con la naturaleza)… lo
que despierta en nosotros, sin raciocinar sutilmente, sólo en la aprehensión, el
sentimiento de lo sublime, podrá aparecer ciertamente contrario a fin en su
forma para nuestra facultad de juzgar, no conforme a nuestra facultad de
presentación y, por decir así, violentador de la imaginación, aunque sólo para
ser juzgado como algo tanto más sublime[5].
Lo
sublime excita el ánimo por la simple aprehensión que éste tiene de aquel. Lo
sublime agita y mueve el espíritu, causa temor; pues las experiencias nacen de aquello
que es temible, y se convierte en sublime a partir de la inadecuación de las ideas
con la experiencia.
El sentimiento de lo sublime es, pues, un sentimiento de
displacer, debido a la inadecuación de la imaginación en la estimación estética
de magnitudes respecto de la estimación por la razón; y es al mismo tiempo un
placer despertado con tal ocasión precisamente por la concordancia de este
juicio sobre la inadecuación de la más grande potencia sensible con ideas de la
razón, en la medida en que el esfuerzo dirigido hacia ésta es, empero, ley para
nosotros[6].
Este
sentimiento de aflicción nace de la desconveniencia de la imaginación con la
estimación racional. Este fracaso suscita un pesar, una especie de disociación
en el sujeto entre lo que es capaz de concebir y lo que puede imaginar. Este
pesar genera un placer doble, ya que la impotencia de la imaginación, por una
parte, aspira a armonizar su objeto con el de la razón, y, por otra, la
insuficiencia de las imágenes es un signo negativo de la inmensidad del poder
de las ideas[7].
En
lo sublime el espíritu se siente movido, en él se da una especie de
conmoción. En lo sublime tiene origen
una suspensión momentánea de las facultades vitales, en esta fase de
suspensión, el individuo se sustrae de la realidad y de toda conexión con la
misma; pierde su estado consciente y entra en un plano del inconsciente. Por lo
cual, el sentimiento de lo sublime se muestra inarmónico en cuanto a la
facultad de juzgar y la facultad de exhibición.
No podemos decir sino que el objeto es apto para la
presentación de una sublimidad que puede ser hallada en el ánimo; pues lo auténticamente sublime no puede ser
contenido en ninguna forma sensible, sino que sólo atañe a ideas de la razón;
las cuales, si bien no es posible ninguna presentación que les sea conforme son
incitadas y convocadas al ánimo precisamente por esta inconformidad que se deja
presentar sensiblemente[8].
Lo que se puede decir es que la sublimidad
se halla en el espíritu, ya que la forma sensible no contiene lo sublime. Éste
se da en las ideas de la razón, que despiertan en el espíritu una discordancia entre
tales ideas y las cosas sensibles. Este desarreglo de las facultades entre sí
da lugar a una extrema tensión, la cual caracteriza el pathos de lo sublime[9].
De allí que en el espíritu se determine un sentimiento que es sublime.
La
naturaleza despierta principalmente las ideas de lo sublime por el espectáculo
de la confusión, del desorden y la devastación, en esto muestra su grandeza y
poderío. Donde el poderío de esta experiencia estética invoca nuestra fuerza.
La naturaleza es sublime porque eleva la imaginación al ánimo donde puede hacer
de lo sensible, por sobre la naturaleza, la propia sublimidad de su destino. De
este modo, Kant interpretó la naturaleza como fuerza, y en ésta lo sublime.
En
lo sublime el fundamento está en nosotros mismos, señala Kant. En una
disposición del espíritu que da a la naturaleza el carácter sublime. Puesto que las ideas de lo sublime consisten
en cierta aplicación que la imaginación hace de sus representaciones; y hace de
lo sublime “un apéndice del enjuiciamiento estético de la conformidad a fin de
la naturaleza, puesto que a través de ella no es representada ninguna forma
particular en ésta, sino sólo es desarrollado un uso conforme a fin que la
imaginación hace su representación”[10].
Lo
humano, en lo sublime, manifiesta sus sentimientos más profundos, al sentir un
gran dolor pero también un inmenso respeto, una mezcla de placer y displacer. Moviliza
su interior y procura una aprehensión, contempla las representaciones de lo
ilimitado, de lo informe.
La cualidad del
sentimiento de lo sublime estriba en que es un sentimiento de displacer acerca
de la facultad de juzgar estética relativamente a un objeto, pero que al mismo
tiempo es representada conforme a fin; lo cual es posible por el hecho de que
la propia impotencia descubre la conciencia de la potencia ilimitada del mismo
sujeto, y que el ánimo sólo puede juzgar estéticamente de esta potencia por
dicha impotencia[11].
La
facultad de juzgar en tanto una finalidad subjetiva para la razón contiene ese sentimiento
de desagrado que está unido estéticamente a un objeto, que muestra una impotencia
que determina la acción ilimitada del objeto que “es acogido como sublime con
un placer que sólo por medio de un displacer es posible”[12].
En este aspecto, la satisfacción de lo sublime es simplemente negativa.
La complacencia en lo sublime de la naturaleza es, por ello,
sólo negativa… a saber, un sentimiento de privación de la libertad de la
imaginación por parte de sí misma, en la medida en que ella misma es
determinada en conformidad a fin de acuerdo con una ley distinta que la del uso
empírico. Con esto adquiere una ampliación y un poder que son más grandes que
los que sacrifica, pero cuyo fundamento le está oculto a ella misma, a cambio
de lo cual siente el sacrificio o la
privación y siente, a la vez, la causa
a la que está sometida[13].
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