Ese
poder deriva toda su sublimidad del terror con el que generalmente es
acompañado. El terror y lo inconcebible, todo lo que es de alguna manera capaz
de excitar las ideas de dolor y peligro, todo lo que de algún modo es terrible,
o versa acerca de objetos terribles, y que opera por el poder.
No conozco nada sublime, que no sea una modificación del
poder… La idea de poder, a primera vista, parece de la clase indiferente, pero
también pertenece al dolor o al placer. Pero, el afecto que surge de la idea de
gran poder, está muy alejada de ese carácter neutral. Para las primeras, hay
que recordar, que la idea del dolor, en su más alto grado, es mucho más fuerte
que el más alto grado de placer, y que conserva la misma superioridad a través
de todas las gradaciones especiales[1].
Lo sublime aparece unido al poder en
tanto encierra la amenaza del dolor y el peligro, es puesto como terror
psicológico. No hace falta que el peligro sea real, basta con que la amenaza
del mismo pueda causar el sentimiento de lo sublime. En el fondo es una desesperanza,
una especie de grito imposible que ronda lo figural
como una escritura no escrita.
El poder no se deja dar forma, es
campo de tensión. El poder en tanto sublime excede toda medida de los sentidos.
“El dolor es siempre infligido por un poder de alguna manera superior, porque
nunca nos sometemos a dolor de buena gana. Así que la fuerza, la violencia, el
dolor y el terror, son ideas que se apresuran en la mente juntos”[2].
Se trata de una idea producida por la
mente, la más terrible que ésta pueda percibir.
Lo que está en juego en Burke es la
posibilidad de redefinir lo político, abandonando el plano teórico que pretende
hegemonizar el discurso de la acción. “Ese poder deriva el terror con que
generalmente está acompañado, aparecerá evidentemente en su efecto en los muy
pocos casos en que es posible considerar su capacidad de hacer daño con su
fuerza”[3].
Se trata es de mostrar los límites
de una filosofía política que pretende legitimar las proposiciones que intenta
restablecer una unidad histórico-político exigida por la angustia ante lo
inconmensurable.
El poder que surge de la institución en Reyes y los
comandantes, tiene la misma conexión con terror. Soberanos se tratan con
frecuencia con el título de la siniestra Majestad. Y se puede observar que las
personas jóvenes, poco familiarizado con el mundo, y que no se han utilizado
para hombres de enfoque en el poder, comúnmente se golpeó con un temor que
quita el libre uso de sus facultades[4].
El poder restablece la unidad de lo
histórico-político. La idea de inconmensurabilidad que sirve en el pensamiento para el dominio. “De
hecho las ideas de dolor y, sobre todo, de la muerte, son tan que afectan,
mientras seguimos en presencia de lo que se supone que tiene el poder de
infligir a cualquiera, es imposible ser perfectamente libre de terror”[5].
El poder expresado como terror
configura la experiencia de lo sublime, al ser inaccesible está vinculado al
interior de la conciencia. Ya que se establece la relación entre el sujeto y el
interior de lo que no percibe como objeto, por otra parte el sujeto se toma a
sí mismo como objeto de observado.
Debemos recordar, que la idea de dolor, en su más alto
grado, es mucho más fuerte que el mayor grado de placer; y que conserva la
misma superioridad a través de todas las graduaciones subordinadas. De ahí es
que cuando las posibilidades de igual grado de sufrimiento o disfrute en
cualquier tipo de igualdad, la idea del sufrimiento debe prevalecer[6].
En la medida en que se mueven las
reglas, que tienden a establecer las paradojas y el azar, están se convierten
en lo bastante sutiles para extraer el interior de las cosas; esa capacidad
para imponerse a la naturaleza humana descubre lo incierto que ante el poder se
encuentra ésta.
Cuando contemplamos a Dios, sus atributos y su funcionamiento
vienen unidos a la mente y forman una especie de imagen sensible, que como tal
es capaz de afectar la imaginación… al
mismo tiempo que contemplamos un objeto tan vasto de la omnipotencia, que se
encuentra en todas partes con su omnipresencia, nos resistimos a la pequeñez de
nuestra propia naturaleza, y en cierto modo aniquilado antes que él… Si nos
regocijamos, nos regocijamos con temblor, y al mismo tiempo que estamos
recibiendo los beneficios, no podemos dejar de estremecernos ante un poder que
puede conferir beneficios de importancia tan poderosa[7].
El poder genera una incertidumbre de
queda sin análisis; una perplejidad que pierde las condiciones de un proceso que
no recupera las cosas de sí misma.
[1]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 55.
[2]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 55.
[3]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, pp. 55-56.
[4]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 57.
[5]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 55.
[6]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 55.
[7]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 58.
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