La posibilidad
es errar es amplia y es parte inherente de todo proyecto de vida. Considerar el
errar como un fracaso es una forma de concebir mi proyecto de vida, otra puede
ser verlo como otra oportunidad de aprendizaje. Muchos de nuestros errores son
conformados por lo que se denomina la “trampa de la inteligencia”.
Tal trampa consiste en que nosotros podemos justificar, prácticamente, cualquier punto de vista. De este modo, cuanto mejor elaboramos un
razonamiento justificable menos necesidad tenemos de indagar sobre la situación
que lo genero, y menos de contrastar nuestros argumentos con otras opiniones o
datos. De esta manera, quedo prisionero en mis propios puntos de
vista, en mis argumentos. Ya que siento la
necesidad, defensiva, de tener la razón, esto es un hecho natural. Pues mi imagen y el status de mi persona dependen de mi grado de inteligencia.
Es difícil profundizar en la búsqueda de
alternativas posibles, aceptar errores, o encontrar soluciones que puedan ser
consideradas incómodas. La postura crítica suele producir una satisfacción más
inmediata que la postura constructiva. Pues al mostrar que estoy de acuerdo con otro, mi rol parece superfluo y subordinado. Y si propongo una idea, me he
puesto en manos de aquellos que tienen ahora la función de juzgar. Si priva la
idea de que mi rol o el de otros es el de juzgar, hemos iniciado toda búsqueda
de alternativas de solución por el camino errado.
Ahora bien, si asumo que mi rol es el de
criticar, parece que yo controlo la situación. Pues prefiero la seguridad del
pensamiento reactivo a la del pensamiento creativo. En el rol del pensamiento
reactivo reacciono ante los datos, los argumentos que me entregan. Este rol lo
puedo ejercer contra mí mismo. Por el contrario, en el pensamiento creativo
tengo que crear, plantear el contexto, los conceptos, los objetivos. Y aquí estoy, aparentemente, a modo de riesgo, estoy expuesto.
Esto depende de cuál es mi concepción sobre cómo afrontar el pensar en la
solución de los problemas.
El pensar
arbitrariamente es lo opuesto al pensar lógico. Pues el primero es impreciso,
no comprueba la veracidad de lo que afirma, no analiza, crea sus propias
reglas, y discurre a saltos. Lo contrario el segundo. No obstante, ambos modos
de pensar son necesarios. Ahora bien, cuando un razonamiento lógico tiene
aspecto de ser válido sin serlo, lo llamamos falacia. Otro son las argumentaciones aparentemente
válidas que pretenden inducir a error, estos se denominan sofismas. Es
necesario estar atentos a estas trampas del pensar lógico. Porque puede suponer
una satisfacción pasajera.
El pensar creativo
contiene sus dificultades, que son las limitaciones y restricciones que nosotros mismos nos imponemos al
intentar resolver un problema. Entre estas
limitaciones tenemos: el síndrome de Herodes, la costumbre de criticar las ideas en el
momento mismo en que éstas se producen, naciendo son asesinadas. Otro aspecto es la resistencia al cambio, ya que éste implica momentos de
desorganización, desconcierto e indefinición, algo que muchas personas le da
miedo. La sumisión sin crítica, esto es, la obediencia ciega a las ideas
dominantes y a las opiniones de los demás, con esto abandonamos nuestras
propias ideas. El miedo personal a cometer errores destruye cualquier
pretensión de un pensar creativo; que se une al miedo a quebrantar las normas
del grupo que traza las normas de la conducta que debo seguir. Muchos de estos
aspectos se fundan en la desconfianza que tengo de mis propias capacidades creativas.
El errar en
nuestros proyectos se da, en muchos casos, al confundir el pensar sistémico con
el pensar mecanicista. El segundo presenta una visión simplista y sesgada de
los hechos, ya que
tiende a fijarse en las partes en una sucesión lineal, sin conexión unas con otras. Algo semejante, en tanto confusión,
ocurre con el pensar optimista y el pensar pesimista. El
pensar pesimista es más aceptado socialmente, como un estado de rebeldía, pero
lo que incuba es una estrategia de defensa en la creencia de conclusiones
catastrofistas.
Muchos de
estos errores del pensar están signados por los mismos sesgos del pensar. Por
ejemplo, en el sesgo de representatividad tenemos una idea previa en nuestra cabeza,
y nos dejamos llevar por esta idea sin tener en cuenta otras posibles
alternativas con relación a la información que se nos proporciona. O el sesgo retrospectivo relacionado con nuestra memoria, a
través del cual modifico
mi opinión en función de los sucesos, es decir, acomodo mi criterio a la
realidad aunque anteriormente haya pensado de otra forma.
O estoy
influenciado por un sesgo de pensamiento grupal, en el cual el grupo muy
cohesivos dirigidos,
generalmente, por un líder directivo. En el cual puede darse un excesivo
optimismo sin fundamento, por lo que infravalora las posibilidades de fracaso,
con lo que produce una ilusión de invulnerabilidad. El grupo puede rechazar de
ideas diferentes, con lo cual cuando algún integrante sugiere alguna idea
diferente es inmediatamente obligado a retractarse de
sus ideas, lo que genera una autocensura.
Dentro de este
conjunto de elementos que nos pueden inducir a errar están asimismo nuestras
oportunidades. Cada error es una experiencia vital para reorganizar nuestro
proyecto de acción, nuestro proyecto de vida, en ese aprende a pensar en la
búsqueda de alternativas de soluciones posibles.
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