El sujeto se
distingue por su actitud; éste observa, comprueba, mide la situación, planea,
decide y pasar a la acción. Su modo de actuar en la vida es dinámico y marca una inscripción en la
movilidad de su espacio-tiempo. No obstante, las palabras son dichas al vuelo,
en cualquier instante. No hay agudeza en ello, de este modo provoca movimientos
desorientados hacia nuevas direcciones, a partir de ellas los datos son
modificados.
Tácticas y estrategias en las palabras del
sujeto producen efectos desconcertantes,
encantadores, seductores, rematadores, muestran al menos que una disposición de
medios para plegarse a la realidad a su voluntad. Lo mismo sucede con sus gestos y sus
actos, cuyos efectos residen en la producción de un poder de atracción o
repulsión.
Hay que
desconfiar de las palabras porque, a menudo, sirven para enmascarar la
realidad. Entre la palabra, ese arte de pintarse y conocerse en sus rasgos, en
sus formas, en sus múltiples aspectos, el sujeto debe aprehender las múltiples
situaciones en las que se encuentra, considerar sus reacciones posibles y evaluar
las oportunidades antes de encarar cualquier acción.
El sujeto domador de energía y acompañante del tiempo se inscribe dentro de unas
relaciones con lo fuera, que lo transforma en individuo que obedece una palabra exterior a él, y le
otorga una base a sus acciones. Al aceptar someter sus deseos y sus instintos a
una trascendencia está optando por encontrar un orden fuera de él mismo.
Ese trayecto lo
lleva fuera de sí mismo donde abandona su soberanía; consintiendo así a una servidumbre
voluntaria, se transforma en la piel de un otro. Dócil
y sumiso aspira al mimetismo y la inmovilidad. Su goce consiste en encontrar en el espejo
una cara conocida, que no es la suya; su principio es pasivo y reactivo espera
que la información de su energía llegue del exterior de acuerdo con leyes ya
experimentadas.
Por qué optar
por el estatismo, por la reproducción, por la repetición que es optar por la
muerte del sujeto. Sumido
siempre en lo idéntico, en lo anónimo, forma de lo neutro y lo muerto. La
pérdida de identidad, del olvido de sí mismo, el deseo de
irresponsabilidad e inocencia son versiones del desprecio por uno mismo.
El sujeto
complacido está en fusionarse en lo unidimensional es una triste figura del
parecer, un
simulacro, una sombra de sujeto. Copia de una infinidad de
duplicaciones desprovistas de valor. Es un sujeto de la periferia, de un punto
X diría Heidegger. Un sujeto de los desaires del movimiento, es mera difracción en las modalidades de su aparición.
Sujeto ciego e impulsivo condenado, tal vez, al desorden. Destinado al vaivén y la adecuación de
cada instante, a los caprichos de otra realidad. Al no tener espacio-tiempo,
sus impulsos son producto de la casualidad, del error. Pues, no dicta su ley, no la postula, no la crea, ni
la desea.
En su inestabilidad es un yo desgarrado,
una conciencia desventurada, diría Hegel; un espejo mentiroso que se devuelve
contra sí mismo una imagen diferente, practica una psique de reflejo fiel, del desequilibrio, de la desarmonía realizada entre la energía y la forma
que la contiene.
El
sujeto-demiurgo anhela la dinámica y el cambio; su placer reside en la transformación, en el
riesgo de su ser, en la vida; en el descubrimiento de
situaciones y emociones; el compromiso consigo mismo es
activo y voluntario; desea lo otro en tanto ese otro lo conforma como sujeto
propio, se inventiva y experimenta sobre nuevas formas de pensarse, de
reflexionarse, de sentirse, de vivirse.
Este demiurgo
propone el amor a sí mismo, se considera una obra potencial. Desestructuración que se celebra, se construye a sí mismo en una perspectiva de cohesión, armonía y
estructura. Este sujeto-demiurgo es una virtud, una actitud en acto,
coincidencia con su propia voluntad. Examina su realidad y le da forma, hace surgir de ésta volúmenes éticos y densidades reflexivas-emotivas. Es una forma de sujeto.
Es fuerza, es
voluntad creadora, determinación y plenitud ético-estética señalará
Onfray. Es elegancia, alegría; este
sujeto es un artista cuyo objeto principal es el triunfo de su vida entendido
éste como una lucha contra el desorden, lo informe, contra las facilidades superfluas
en todos los órdenes.
En contrario al abandono y la flaccidez,
al relajamiento, a la compañía de otros sin distinción. Sus conquistas son la firmeza y la tensión de la voluntad. Su hacer es una obra de
arte que transformar
el caos en formas, expresar un vivir, produce un gesto
posible en sí mismo y en el otro. Un escultor de su propia
estatua, esto es, de su propia vida, de su propio hacer. Es la posibilidad de
sí mismo, y la posibilidad del otro. Es un artesano, un demiurgo constructor de
sí mismo, y por esta razón de lo otro.
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