Lo que no me
es extraño, por rutina en esta vida, es ese de sujeto de carne y hueso que soy;
que una vez nació, que sufre, que tarde o temprano morirá —sobre todo que un
día cualquiera morirá—, ese que come, que bebe, juega, duerme, piensa y quiere;
ese sujeto que veo y que oigo. Ese yo, ese sujeto es el verdadero humano, no
otro.
Ese sujeto de
carne y hueso; yo, tú, ella, aquel u aquella otra de más allá. Somos este
hombre, esta mujer concreta de carne y hueso; somos el sujeto, y a la vez, el
objeto de toda filosofía de los asuntos humanos, se quiera o no.
La filosofía de
los asuntos humanos responde a la necesidad de formarnos una concepción del
mundo y de la vida; como consecuencia de esta concepción, se engendra en nosotros un sentimiento, una actitud, una
acción. No obstante, aquel sentimiento, antes de ser consecuencia de esa concepción, es causa de ella.
Nuestro modo de comprender o de no
comprender el mundo y la vida brota de nuestro sentimiento respecto a la vida
misma. Y ésta como todo lo que es afectivo tiene múltiples raíces conscientes, subconscientes,
inconscientes, sociales, a saber. De allí, que no son
nuestras ideas las que nos hacen optimistas o pesimistas; es nuestro optimismo
o nuestro pesimismo, de origen filosófico o patológico, el que hace nuestras
ideas.
El hombre se
decía es un animal racional; ahora que es un animal del habla, del logos. Pero el hombre, sí ese yo que
soy, es un animal afectivo y sentimental. Además, de todo lo anterior. Y lo que nos une y nos
diferencia de los otros es ese sentimiento, esa razón, ese hablar. Por eso, el problema vital que más profundo nos atañe a nosotros mismos siga
siendo el problema del alma. Y en particular su inmortalidad; no nos resignamos a morir del todo,
ni a quienes queremos.
Si somos ese conjunto de cosas que antes
he señalado, entonces esa nuestra realidad es irracional, y es mi razón la que
se construye sobre mis irracionalidades. Mi esencia,
y la de cada otro hombre y mujer, es el conato, el esfuerzo que me pone en
seguir siendo hombre o mujer; y este nuestro anhelo de vivir es nuestra esencia
actual.
Lo que me determina
como sujeto, lo que me hace un hombre particular y no otro, es un principio de unidad
y un principio de continuidad. Un principio de unidad en el espacio-tiempo en
el cual mi cuerpo se da, luego en la acción y en el propósito. Cuando camino mis pies van
hacia adelante. En cada momento de mi vida tengo un propósito, y a éste contribuye
la sinergia de mis acciones. Aunque pueda, en un momento dado, cambiar de
propósito.
Y en cierto sentido, soy más yo, más
sujeto de mí mismo, cuanta más unitaria sea mi propia acción. Aunque en mi vida sólo persiga un solo propósito. El que hoy soy
proviene, por ser un continuo estado de conciencia, del que era en mi cuerpo
hace veinte años o más, depende cuan larga sea mi vida.
Cada cual
defiende su personalidad, la haya construido o no; y sólo acepta un cambio en su modo de pensar
o de sentir en cuanto este cambio puede entrar y
encajar en la unidad y la continuidad que él es. En cuanto este cambio puede armonizarse e
integrarse con todo el resto de mi modo de ser, de pensar y sentir es aceptado
como admisible. Por el contrario, todo lo que en mí conspira
a romper mi unidad y la continuidad de mi vida, conspira a destruirme y a
destruirme. Así el mundo lo hago para mi conciencia, para cada conciencia.
Al afirmar la
mujer o el hombre su yo, su conciencia personal afirma al sujeto concreto y
real que es. Al
afirmarse se afirma la conciencia. Porque la única conciencia de que tenemos
conciencia de ser un sujeto. No estoy hablando de una conciencia desventurado,
ese es otro asunto.
En esta mezcla
que somos sólo vivimos de y en contradicciones, y por éstas la vida es
tragedia, y la tragedia es perpetúa lucha sin victoria ni esperanza; sencillamente
es contradicción. Se trata de un valor afectivo, y contra los valores afectivos
no valen razones. Porque
las razones no son nada más que razones, esto es, ni siquiera son verdades.
Lo más santo
de la vida es que ésta es el lugar común en el cual se llora. Y como hemos
llorado en común, algo nos une irremediablemente. Diría Unamuno, nos une el
sentimiento trágico de la vida.
En nuestra vida llevamos toda una
concepción de la vida misma y del universo, toda una filosofía más o menos formulada, más o menos consciente. Este sentimiento, esta
concepción la tienen los sujetos individuales y los pueblos enteros. Y este
sentimiento la determinan las ideas y las ideas son determinadas por este
sentimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario