En los bordes
de mi vida se forman fisuras que se oponen entre mis libertades posibles y mis opciones
concebibles. Tales fisuras se desgarran entre mis
aspiraciones y mis restricciones; a través de la belleza cultivada de mi
personalidad trato de producir un modo distintivo de operar en mí y para mí.
Aprisionado
por mis historias y mi biografía que pueden estar condenadas a lo artificial y
a los conformismos, yo aprendiz de ética puedo convertirme un puro
objeto y
pretender escapar, quien sabe por cuánto tiempo, a las voluptuosidades de
construirme a mí mismo como sujeto soberano. Lo
trágico, en este caso, está dado en no saber que mi singularidad se construye
sobre abismos, entre
bloques de miseria puestos en el vacío de un yo.
De ahí las posibles probabilidades de mi fracaso,
de mi desintegración cuando pretendo mi expansión. Sólo me es posible saber que mi realidad es compleja, arbitraria y artificial, puesta
sobre una especie de aparentes coherencias, ya que mi vida es caos, desorden y
fragmento. Reina la división y con ésta la fragmentación de mi ser.
La percepción de mi mismo es nómada y
parcelaria. En tanto sujeto soy una fracción, un fragmento
incompleto, que
sólo conoce sus angustias, sus carencias, y no sé si mis deformaciones. Sólo a
través de mi sagacidad me imagino como un conjunto coherente y autónomo, en
medio de una vaga tentación que es mi subjetividad.
Es siempre en
medio de ese caos que soy donde tengo que buscar, para encontrar las fisuras y
fallas en las que encuentran mis libertades, donde se inscriben mis voluntades
y se constituyen mis individualidades. Acá es donde
mis temperamentos
y mis caracteres se conforman de esas fuerzas que circulan por tales fisuras y
fallas; en donde yo, este sujeto que soy, me
configuro a modo alquimista transformando esa fuerza no empleada en energía que
dispongo en mí mismo.
En esta alquimia sólo tengo como único
caldero mi determinación, es la relación más fuerte contra la violencia, porque la energía es lo contrario de la violencia. La violencia
aparece cuando la fuerza desborda e ignora las formas que pueden absorberla o
nutrirse de ella. Pues la violencia es el desborde de
una fuerza que se resuelve en la destrucción y la negación, ésta desea el desorden y el
retorno a lo informe, actúa bajo el estímulo y el mandato de Tánatos. Su lógica
es la reducción a la nada.
Por el contrario, la energía apunta al
orden, a la vida y a lo afirmación; la eficacia de ésta vale por su capacidad
para estar en una instancia que la contiene. La energía es dinamizada por Eros,
que es una potencialidad luminosa. Dionisio sin Apolo no es deseable; lo
contrario, tampoco.
Una figura alquímica se distingue en el
arte de equilibrar esas dos instancias evitando los detrimentos de los extremos.
No me planteo sólo bacanales orgiásticas, ni sólo mortificaciones ascéticas. Es
necesario fijar a una distancia adecuada. La tarea es demiúrgica; ya que se
basa en acciones que necesitan de destrezas audaces y de actitudes delicadas. Pues
se trata de convertir la fuerza en una energía genésica.
La figura simbólica de Hércules expresa
estas cualidades. Este semidiós conoce el arte de conducir carros y domar
caballos, dominador de ardores que se exasperan. Él es un demiurgo de la
proporción y la contención; es un orfebre en el arte de alcanzar sus objetivos
y dominar el tiempo. Representa la virtud del propio hacerse, del propio
construirse.
En esta virtud que es incandescente. He de
mostrar mi capacidad de realizar una acción con brío, elegancia y eficacia.
Implica la excelencia y la manifestación de mi personalidad, de mi forma única
de proceder; debo ser talentoso y hábil en mis actos y gestos. Con mi arte virtuoso
marco mi realidad con su impronta, imprimo un estilo y revelo caminos que no
había emprendido nunca.
Las cualidades de mi virtud son la
capacidad de innovar en mi construcción. Esto supone coraje y determinación, voluntad
y personalidad, por ello mi virtuosismo debo llevarlo a su punto máximo. Pues el
gesto virtuoso comunica.
Con el gesto virtuoso me otorgo porte y
fundamento, saco de la nada haciendo que mi identidad surja. Con él se esfuma
el desorden, desaparece el caos de mi vida apareciendo el orden, el sentido y
la forma. El arte virtuoso en la construcción de mi mismo es formador de
estructura, con él impongo coherencia y morfología, sustituyo la materia bruta y
lo tosco de mi ser.
Virtuosismo ético es el alumbramiento de
mí ser. Se trata de hacer parir, con la
práctica de la audacia reflexiva y emotiva, la majestad de mi voluntad y
la fuerza de mi cautela. Mi identidad. Ese que soy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario