La práctica de
mi para conmigo mismo va desde ignorarme hasta la crítica de mi mismo, de los
otros, del mundo... La
práctica de mi mismo, por lo general, se impone sobre
un fondo de errores, sobre un fondo de malos hábitos, sobre un fondo de
deformaciones, de dependencias establecidas y solidificadas; esta práctica que
se impone sobre un fondo de ignorancia que se ignora a sí misma, de ésta es
preciso desembarazarse.
El
conocimiento de mi mismo frente a mis acontecimientos, más que de la formación
de un saber abstracto, se trata de algo que tiene que ver con la corrección,
con la liberación que me da la formación de llegar a saber lo que soy . Es en este saber en el que se
desarrolla la práctica de mi mismo. Convertirme en
algo que nunca he sido es uno de los temas fundamentales de esta práctica del sujeto sobre sí mismo.
En la relación conmigo mismo, en tanto práctica reflexiva de mí mismo, aparece la relación con el otro como mediador de esta práctica. El otro —el, ella— es indispensable en la
práctica de la formación de mi mismo, porque de esta manera tal práctica
alcanza efectivamente su objeto, es decir, llegar a ser lo que deseo ser.
En esta
práctica en la que el otro es indispensable se dan tres tipos de modos de relacionarse con el otro. A saber, la práctica del ejemplo de los grandes hombres y de la tradición en tanto modelos de comportamiento; segundo, la práctica de la capacitación, de la
transmisión de saberes, comportamientos y principios; y por último, la práctica del
desasosiego, de ponerse al descubierto ante el otro,esto es, la mayéutica socrática, el arte de parirme a mí mismo.
Estas
prácticas reposan en el hecho que la ignorancia no es capaz de salir de sí, por lo cual es necesaria la mediación del otro. A través de tales prácticas, yo tiendo
hacia un saber que en ningún momento de mi vida había llegado a conocer, y
tiendo a un status de sujeto que sustituye el no-sujeto que he
sido. Este nuevo status de sujeto que
soy es determinado por la plenitud de la
relación para conmigo mismo. En la constitución de este nuevo sujeto
que soy o que llegaré a ser es que interviene el otro como mediador. En esta
mediación, el otro es un operador que
participa en mi co-reforma, en mi co-formación de mi ser.
Para salir de la ignorancia de mi mismo,
me es preciso atender al cuidado de mi mismo. La ignorancia, en este caso,
corresponde a un estado de mala salud, pues en ésta soy no-sujeto, un estulto. La estulticia es el otro extremo de la práctica de uno mismo,
señalará Séneca. En
primer lugar, porque ésta es una apertura indistinta a las influencias del mundo
exterior, recepción absolutamente acrítica de las representaciones. En segundo
lugar, el estulto es aquel que se dispersa en el
tiempo, que se deja llevar, el que no se ocupa de nada, que deja que su vida
discurra sin más, el que no dirige su voluntad hacia ningún fin; su existencia transcurre sin
memoria ni voluntad. Es aquel que cambia sin cesar su
vida.
En esta
apertura carente de sentido, el estulto no es capaz de querer de un modo
adecuado; su voluntad
es una voluntad que no-es-libre, es una voluntad que no-siempre-quiere, es una
voluntad que no-es-una-voluntad absoluta.
Porque querer
libremente es querer
sin ninguna determinación provocada por cualquier representación, por cualquier
hecho o inclinación; querer de forma absoluta significa no querer poseer
diferentes cosas al mismo tiempo, por ejemplo una
vida tranquila y al mismo tiempo marcada por la preocupaciones. Querer significa siempre no
querer con inercia o pereza, querer siempre del mismo modo. El objeto propio de mi voluntad soy yo mismo. Uno mismo es aquello que uno
quiere siempre de forma absoluta y libremente, esto es algo que es propio del ser del sujeto.
Pero el
estulto no se quiere a sí mismo. Pues en la estulticia se da una desconexión entre
la voluntad y uno mismo, una no-conexión, una no-pertenencia. Salir
de la estulticia consiste en actuar de tal forma que yo pueda quererme en tanto sujeto que soy; que yo pueda tender hacia el ser que soy, como si fuese el único objeto que puede
quererse siempre de forma libre y absoluta.
En la estulticia no puedo querer este
objeto que soy como sujeto. Ya que lo que caracteriza al estulto es
precisamente que no-lo-quiere, ésta se define por
la no-relación-con-uno-mismo. Salir de la estulticia es algo que el propio sujeto no puede llevar a cabo por sí mismo, de allí la necesidad del otro como mediador en ese proceso de conformación.
La constitución de mi mismo como sujeto permanente de mi voluntad sólo puedo lograrla por la
mediación del otro. Ya que entre el estulto y el individuo sapiens es necesario el otro. En este sentido, entre
el individuo que no se quiere a sí mismo y el sujeto que desea conseguir una
parcela de su propio dominio, que intenta ser su propia posesión, que busca ser el placer de sí mismo, se hace necesaria la intervención del otro como mediador.
En la carencia de voluntad caracteriza al estulto éste es incapaz ocuparse de sí mismo. Por tanto, en el cuidado y en el conocerme a mí mismo es preciso la presencia y la intervención del otro.
En la carencia de voluntad caracteriza al estulto éste es incapaz ocuparse de sí mismo. Por tanto, en el cuidado y en el conocerme a mí mismo es preciso la presencia y la intervención del otro.
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