¿Qué es lo que
está entre el sujeto que soy y el saber de mí mismo? La filosofía, como guía para todos los
individuos, en cuanto se refiere a las cosas que convienen a nuestra propia
naturaleza. Esto es, el conjunto de principios y
prácticas con las cuales puedo contar y están a la disposición de los demás,
para ocuparme adecuadamente del cuidado de mí mismo y del cuidado de los otros.
En esta
filosofía integrada a la vida cotidiana y a los problemas de los individuos, el filósofo tiene el papel de
consejero de la existencia. Cuanta más necesidad
tengo en esta práctica del cuidado de mí mismo de un consejero para mí, más
necesidad tengo de recurrir al otro para buscar su asistencia. Más se afirma
entonces la necesidad de la filosofía.
En esta
necesidad de buscar la asistencia del otro, se amplía la función propiamente
filosófica del filósofo, éste aparece como un consejero de la existencia capaz
de proporcionar una mayéutica y consejos circunstanciales respecto a la vida
privada, a los comportamientos familiares y sobre los haceres ciudadanos. La filosofía y los filósofos se
van integrando en el modo de ser cotidiano, el cual nunca debieron abandonar.
La práctica de
la filosofía se convierte entonces en una práctica social. Que incluye a
individuos que no pertenecen, en sentido estricto, al oficio propio del
filósofo. Pues es necesario practicar, difundir, desarrollar la práctica de uno
mismo fuera del marco de la institución filosófica, y convertir esta práctica filosófica
en una relación entre iguales.
Transformar la práctica filosófica en una
formación, un desarrollo, un fundamento para el individuo, transformarla en una
relación conmigo mismo y con el otro en la cual va a encontrar su punto de
apoyo, su mediación, en un otro que ha de poseer nociones filosóficas indispensables.
En este
sentido, la práctica de mí mismo entra en interacción con mi hacer social, esta
relación para conmigo mismo se ramifica en las relaciones con el otro. Al
conocimiento de mí mismo como forma del cuidado de mí mismo lo
acompaña el
conocimiento de mi mismo que me conduce a la catarsis.
El
conocimiento de mí mismo es un aspecto del imperativo fundamental y general del
ocúpate de ti mismo.
En este sentido, al ocuparme de mí mismo me voy convirtiendo en alguien capaz
de ocuparse de los otros; ya que se da una relación entre ocuparme de mi mismo y ocuparme de los otros. Me ocupo de mi mismo para poder ocuparme
de los otros. Existe indudablemente una relación de reciprocidad.
En esta reciprocidad se constituye el
bienestar de la ciudad, su recompensa y su garantía. Me salvo en la medida en
que la ciudad se salva; en esta reciprocidad se despliega toda la posibilidad
con el otro, que es una implicación esencial.
En este ocuparme de mí mismo descubro lo que soy, lo que sé, lo que pretendo; esto es, descubro, a la
vez, mi ser y mi saber. Develo lo que soy y lo que he contemplado a través de la reflexión,
práctico la catarsis.
No obstante, la separación entre el
cuidado de mi mismo y el cuidado de los otros ya se ha dado holgadamente. El yo
mismo se ha convertido en el objetivo definitivo y único de la preocupación de
mi mismo. Que ha llevado a una absolutización del yo mismo en tanto que objeto
de toda preocupación. También nos encontramos ante la auto-finalidad del yo
para-consigo-mismo, en una práctica que es la mera preocupación por mí mismo.
Esta práctica no puede ser considerada como
una apertura a la preocupación por los otros. Pues es una actividad que sólo
está centrada en mi yo, es una actividad que sólo encuentra su realización y su
satisfacción en el yo mismo, en la auto-actividad que ejerzo sobre mí.
Sólo me preocupo de-mí-para-mí-mismo, y en
esta preocupación por mi mismo es donde encuentro mi propia recompensa. En el
cuidado de mi mismo soy mi propio objeto de cuidado, soy mi propio fin. Estamos
en la absolutización del uno mismo como objeto de preocupación y también una
auto-finalidad. Primero yo, segundo yo, tercero yo… uno mismo con uno mismo, en
la absoluta pureza.
Entre el hacer de mi existencia y el hacer
de mi mismo se produce una auto-identificación; yo=yo. ¿Cómo sabe el yo cómo se
debe de vivir? ¿Cómo hace el yo en lo
que debe ser? ¿Cómo soy yo sin los otros?
Se ha producido entonces una cultura jerarquizada del yo-mismo, del yo
universal, del yo inaccesible. Yo soy yo, dijo el dios.
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