La vida, esa desconocida
en que existo, para comunicarse conmigo utiliza las experiencias que tienen
sentido para mí. Así cuando quiero saber algo la vida me lo dice, aunque muchas
veces no comprenda su mensaje. En esto radica la gracia de la vida, que siempre
me está diciendo algo. Me habla a través de las experiencias que he vivido;
utiliza, en particular, la metáfora de alguna experiencia anterior para
indicarme algo de esto que ahora vivo.
Mis experiencias son el
lenguaje establecido que permite enterarme de asuntos nuevos; si deseo mirar con
atención dentro de mí o el entorno que hábito debo ver y comprender ese
lenguaje que está allí diciendo algo. De este modo, la vida me habla en
términos que yo puedo entender. Todas mis vivencias, mis ideas, mis símbolos,
todo lo que para mí tiene sentido constituye parte de ese lenguaje que se da
entre los dos. A través de éste voy recibiendo cierta información que en la
mayoría de los casos es acertada. Lo que ocurre es que no siempre sé cómo leer
ese lenguaje, no siempre sé lo que eso significa, ni qué sentido tiene.
Si quiero entender los
mensajes de la vida me va dando debo tener tiempo para poder llevar a cabo las
lecturas que van apareciendo, es decir, he de prestar atención a mí vida, debo
dejar de ser descuidado con ésta. Pues la vida, como señala Rolf, comienza hablándome
en voz baja y cariñosa, sino atiendo en el escuchar o no entiendo, o no quiero
escuchar, entonces ella me habla más alto hasta llegar a gritarme. Esta
experiencia del grito, que he provocado por no prestar atención o no ser
receptivo a sus mensajes, es la dolencia.
El propósito fundamental
de la vida es dar, lo más importante que puedo tener ante este propósito es mi
atención y actitud reflexiva y creativa. El desafío es doble, por una parte,
consiste en utilizar mi imaginación creativa de forma consciente y generosa.
Por otra, es organizar la calidad y cantidad de mi tiempo y de mi vida, esto
significa que siempre tengo algo que aportar a mí y a los otros, y tal
aportación la debo hacer con placer y entusiasmo.
Si dejo pasar
inadvertidos los mensajes que mi vida me da a cada momento no estaré al tanto
de aquel compromiso con la vida, ni del desafío que tengo en ella. De todos
esos mensajes, hay un reducido grupo a los que les prestamos más atención, por
lo general son los que corresponden a mi cuerpo; aunque la mayoría de las veces
no es una atención consciente.
Cada parte de mi cuerpo,
porque soy cuerpo, representa un área de mi vida. Dentro de este contexto
simbólico, cada parte de este cuerpo que soy intenta dirigir mi atención hacia
alguna área de mi vida. Mi sistema de asentimientos es el resultado de las
opiniones que he generado a partir de mis experiencias, algunos de estos asentimientos
me han sido impuestos, otros los tengo por mera costumbre. No obstante, es
necesario que conforme mis propios asentimientos a través de mi percepción
sobre la sucesión de acontecimientos que vivo.
Mis asentimientos son
mis construcciones, de allí que vea el mundo a partir de éstos, y veo lo que
espero ver, pues no puedo escapar de éstos. Llevo puestos sin asentimientos,
con ellos y a través de ellos constituyo mi realidad, mi vida. Esta mirada con
la cual leo mi vida la construyo a través de mis adhesiones, estoy constituido
por redes de consentimientos, de verdades.
Ahora bien, estos
asentimientos, que me conforman, los puedo cambiar por opción o por compromiso;
puedo cambiarlos por mi voluntad, por mi capacidad reflexiva y emotiva. La
forma más rápida y efectiva de cambiar un asentimiento es cuando me doy cuenta que
estoy equivocado, me doy cuenta que ese asentimiento, esa verdad no es tal o no
funciona como yo creía. Examinar y producir cambios de mis asentimientos es también
parte de mi naturaleza como sujeto.
En algunos casos, puedo
tardar años en cambiar mismas adhesiones, mis creencias u opiniones o, tal vez,
no cambiarlas nunca. Pero está la posibilidad que sí. Lo cierto es que soy yo
quien le da forma a mi propia realidad física y emotiva, según el poder con que
asuma mi propia vida.
Cuando observo las
distintas áreas que constituyen mi vida, mis experiencias y mis verdades con el
uso de mi intuición, de mi reflexión, de mi emotividad me doy cuenta, por
ejemplo, que un acontecimiento que se presenta o presentaba como agradable o
desagradable está realmente conformado por el sentido que le doy o le he dado a
mi vida. En estos sentidos que doy a las cosas radica la cuestión en la cual me
apoyo o no para conducir mi vida.
Lo que llamo cargas en
mi vida, son aquellas cosas que me han pasado y que considero desagradables,
hechos que me han dejado marcas porque creo que lo hice mal, que me equivoque,
que todavía no llego a comprender por qué ocurrió tal cosa. Estas cargas,
muchas veces, me hacen sentir triste y decaído, me impiden vivir el aquí y el
ahora, pues me ancla en el pasado haciéndome infeliz y me nubla el futuro. Todo
lo contrario son los triunfos; pero muchas veces prefiero vivir a través de las
cargas de mi vida, en una autocomplacencia de la tristeza que me aleja día a
día de la felicidad.
Para darle sentido a mi
vida, debo ir descubriendo reflexiva y emotivamente cómo una a una de todas
estas cosas que me ocurren en el aquí y el ahora se relacionan con el propósito
de mi vida; cuáles tienen sentido y cuáles no, cuáles encajan y de qué modo en
el contexto en que me he planteado para vivir y ser. Y ahora me pregunto: ¿Cuál
es el propósito de mi vida?
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