Este sujeto
que ve, que oye, que toca, que gusta y huele lo que necesita ver, oír, tocar,
gustar y oler lo hace para conservar su vida. El hombre ni vive solo ni es
sujeto aislado, es parte de sociedad, y en esto el individuo no es una
abstracción.
Pensar es
hablar conmigo mismo, y hablo conmigo mismo después de haber tenido que hablar
con los otros. En la vida me acontece, con frecuencia, que llego a encontrar
una idea que buscaba, llego a darle forma, llego a obtenerla sacándola de la
bruma de percepciones oscuras que ésta representa gracias a los esfuerzos que
he hecho para presentarla a los demás.
El pensamiento es mi lenguaje interior; no
obstante, este mi lenguaje interior brota del exterior. De donde caigo en
cuenta que la razón es social y común. Por ello, también me doy cuenta que esa filosofía de la vida es el producto humano de cada sujeto, y
cada sujeto es un hombre de carne y hueso que se dirige a otros hombres y
mujeres de carne y hueso como él.
Y haga yo lo que quiera, no sólo con la
razón, sino también con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los
huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo, lo que
hago para conservar mi vida de sujeto. Pero el sujeto vive para algo más que
para el mero vivir. Vivo y necesito vivir para poder filosofar sobre la vida; para resignarme a
la vida o para buscarle algún sentido, finalidad, o para divertirme y olvidar mis
penas. ¿Qué significa esto que soy?
De este modo, me libero de la
embrutecedora necesidad de tener que sustentarme materialmente. Y si miro bien,
veo que debajo de tantas preguntas no tengo sólo el deseo de conocer un porqué, sino de conocer el para qué, no sólo la causa sino la
finalidad. Quiero
saber de dónde he venido, qué me ha conformado, para así poder averiguar hacia dónde
voy. Ya sabemos que vivir es una cosa y conocer es
otra. Lo primitivo, como dice Unamuno, no es que pienso sino que vivo; porque
también viven los que no piensan.
En esta mi
vida cada día quiero ser yo, cada vez más, aunque no sea consciente de ello. Y
sin dejar de ser este que soy, voy soy siendo además cada vez más los otros;
por ello me adentro a la totalidad de las cosas visibles e invisibles, me
extiendo a lo ilimitado y a lo inacabable del espacio-tiempo. Y sin embargo, en
este espacio-tiempo no
sabemos amarnos. Entonces, ¿cómo pretendo amar al prójimo? El precepto contiene
en sí que primero debo amarme a mí mismo para poder amar al otro. Ámate a ti
mismo y luego amaras al otro como si éste fuese tu mismo.
Cada uno de
nosotros sabemos que nuestro sistema de verdades, postulados, creencias,
valores no está mejor fundado que el de los otros, pero lo sostengo porque este
sistema es el mío. Y me aferro a esa mi verdad individual sólo porque es hambre
espiritual. Y en esta hambre pervivo gruñéndome.
Aunque me
pienso, como decía Hume, jamás me
encuentro con esta idea de mí mismo, sólo me observo deseando, obrando o sintiendo
algo. Porque esa idea de mí mismo soy yo. Porque vivo, por eso soy
absolutamente inestable e ininteligible. Mis pensamientos y sentimientos,
confusos, agitados, desgajados, vertidos en esta vida, arrojados a este mundo
me hacen ser un ser vital, esto es, irracional.
En el fondo de
este mi abismo, encuentro mi desesperación sentimental, volitiva y mi
escepticismo racional frente a frente, que se abrazan como uno solo. Y este es un abrazo trágico,
amoroso, de donde brota mi vida, una vida seria y terrible.
Mi escepticismo,
mi incertidumbre, último lugar a donde llega mi razón ejerciendo su implacable
análisis sobre mí mismo, sobre mi propia validez; este es el fundamento
desesperado de mi sentimiento vital en el cual he de fundar toda mi esperanza.
Tal vez una
conciencia desgraciada y cobarde puede llegar a proponer una fórmula de
arreglo; pero la
vida que es informulable, que vive y quiere siempre vivir, no está para aceptar
fórmulas. La única fórmula de la vida es o todo o nada.
El sentimiento no transige con términos medios. Ese mi
escepticismo esperanzador es la duda, pero es mucho más que la duda.
El conflicto entre la razón y la vida es
algo más que una duda. Porque la duda se podría
reducir a un elemento ambiguo. Me refiero a otra duda, a una duda de
pasión, al conflicto entre razón y sentimiento. Esta duda se funda
sobre el conflicto mismo destruyendo de continuo y, a la vez, continuamente restableciendo.
De continuo, la
voluntad construye la morada de la vida, y asimismo de continuo la razón la
abate con vendavales y huracanes. La trágica historia de nuestras vidas es esta
lucha entre razón y vida. Aquella se empeña en racionalizar a ésta haciendo que se resigne a lo
inevitable; y esta, la vida, se empeña, por su parte, en vitalizar a la razón
obligándola a que sirva de apoyo a sus anhelos vitales.
El sentimiento
de mi mundo, de mi realidad es irremediablemente subjetivo, humano demasiado
humano, señalaría el mostachudo. Porque está constante conformada y en
conflicto por esta duda apasionada, por esta lucha entre lo vital y la
resignación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario