La idea de la salvación
de uno mismo y de los otros tiene un sentido técnico, esto es, permite pasar de la muerte a la vida. Esta idea es un sistema de
dos elementos que se sitúa en medio de la vida y la muerte, en medio de la
mortalidad y la inmortalidad, en medio del mal y el bien, en medio de este
mundo y el otro.
Tal idea es conformada como operador de
paso y ligada a la dramatización de la temporalidad y la
eternidad. La salvación es una operación compleja que
requiere la presencia del otro, en tanto éste funge como operador de la
salvación de uno mismo. Es una idea religiosa o influenciada por la
religión.
No obstante, esta idea de salvación
funciona como noción filosófica en el propio campo del hacer filosófico. Ya que
aparece como una meta y objetivo de la práctica y de la vida filosófica. El que
se salva es quien está en un estado de alerta, de resistencia, de dominio, y de
soberanía de sí mismo. Esto le permite rechazar los ataques y los asaltos a que
es sometido.
En este sentido, salvarse a uno mismo
significa liberarme de aquella coacción que me amenaza, con lo cual vuelvo a
gozar de mis derechos propios, es decir, me encuentro con mi propia libertad e
identidad. Significa que me mantengo en un estado continuo de dominio de mí
mismo, dominio ante cualesquiera que sean los sucesos que me acontezcan.
Al salvarme constituyo la posibilidad de
acceder a bienes que no poseía en un principio; me beneficio y disfruto de un bienestar
que me otorgo a mí mismo, y que soy yo mismo quien se lo procura. Al salvarme aseguro
mi propia felicidad, mi tranquilidad y mi serenidad.
Salvarse posee significaciones favorables
a mi vida, no envía a la dramatización de un suceso que me permite pasar de lo desfavorable
a lo favorable de mi vida. El término salvación sólo envía a la vida misma. Uno
no se salva con relación a un suceso dramático. La salvación es una actividad
que desarrollo a lo largo de toda mi vida, y el único agente de tal acción es
el propio sujeto, esto es, yo.
La salvación de mi mismo contiene dos temas,
por una parte, la ataraxia o ausencia de preocupaciones, por la otra, la
autarquía o la autosuficiencia que hace que no tenga necesidad de nadie más que
de mí mismo. Éstas constituyen la recompensa por la actividad de salvación que
uno ha desarrollado durante toda su vida.
La salvación de mi mismo es una actividad
permanente sobre mí mismo; en la que encuentro mi recompensa en una relación de
mí mismo, la cual está caracterizada por la ausencia de conflictos y por una
satisfacción que no necesita de nadie más que de mí mismo.
Ésta es una forma vigilante, continua y
acabada de la relación de mí mismo, y que se cierra sobre sí misma. Uno se
salva por sí y para sí. Uno se salva para llegar a ser uno mismo. En esta
salvación, de carácter helenístico y romano, yo constituyo la finalidad de mi
salvación. Esta idea de salvación asegura el acceso a mí mismo; un acceso que
es indisociable del tiempo y de la vida de trabajo que yo realizo sobre mí
mismo.
A partir de esta idea de salvación se
plantea la siguiente interrogante: ¿Qué precio tengo que pagar para tener
acceso a mi salvación? El precio, en cuestión, está inscrito en el sujeto mismo,
bajo la forma de: ¿Qué trabajo debo realizar sobre mí mismo? ¿Qué elaboración
debo de hacer de mí mismo? ¿Qué
modificación del ser debo efectuar para poder acceder a mi salvación?
Platón plantea al respecto el concepto de epistrofé. En éste se distinguen cuatro
elementos, a saber: Alejarse de las apariencias; volver sobre sí comprobando la
propia ignorancia; realizar actos de reminiscencia; y retornar al territorio
ontológico, esto es, al lugar de las esencias, de la verdad y del ser.
Los estoicos romanos transformaron la épistrofe en conversión. A diferencia de la épistrofe
platónica, en la conversión estoica se
trata, en particular, de liberarse de aquello de lo que dependemos, de aquello
que no controlamos; más que de liberarse del cuerpo, en tanto que centro fijo
de una relación cerrada y completa de uno para consigo mismo. También podemos
entender la noción de conversión como una noción contrapuesta a la de procesión,
en particular como lo ha expuesto Plotino.
La conversión
es un proceso largo y continuo, un proceso de auto-subjetivación. Y se plantea
la siguiente pregunta: ¿Cómo establezco una relación adecuada y plena para
conmigo mismo, si me he fijado a mi mismo como objeto de esta relación?
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