Las
expresiones tal y como las usamos en el lenguaje cotidiano no son claras y
precisas. En muchos casos, no son inteligibles. Por dos causas al menos.
Primero, porque en toda
conversación hay al menos dos hablantes; quienes, a la vez, son dos intérpretes
de sus propios mundos, constituidos por historias, hábitos y costumbres.
Segundo, en toda conversación hay muchos significados siendo éstos verbales y
corporales, además de los supuestos intangibles.
¿Cómo llevar a
cabo un diálogo sin esas dos causas? Es imposible. La estrategia para que una
conversación sea lo más inteligible posible, para ambas partes, consiste en
erigir un lenguaje cuyas oraciones sean claras, libres de ruidos,
de ambigüedades, para que
lo que se habla sea lo más inequívoco posible. De
este modo, el diálogo se hallará lo más seguro posible. Pero nunca a salvo.
En la
conversación se dan dos elementos, lo que se dice y lo que se implica en la
misma. Por una
parte, el «decir» se haya relacionado con el
significado convencional de las palabras, de las oraciones que alguien ha
proferido. Por la otra, la «implicación», cualesquiera que sea, depende de uno
de los términos singulares de la oración pronunciada.
Esta implicación tiene que ver con dos
máximas. En algunos casos, el significado convencional de las palabras usadas
determinará lo que se implicó; Grice la denomina «implicación convencional». Además,
ésta nos ayuda a identificar lo que se dijo. Como un hecho
fundamental de todo diálogo, yo, el hablante-oyente, me comprometo
con el significado de mis palabras, con la expresión de un antecedente y un consecuente. Pues he
dicho algo que puede ser que implique o indique algo. De allí mi compromiso.
Nuestras
conversaciones son habitualmente sucesiones de observaciones conexas. Además,
éstas son esfuerzos cooperativos, en el que cada participante, hablante-oyente,
percibe que hay en ellas un propósito común, un conjuntos de propósitos comunes, una
dirección, al menos, mutuamente aceptada. En esto consiste, lo que Grice
denomina el «Principio Cooperativo» conversacional.
Este principio de cooperación
conversacional determina que en la conversación, en función de su mejor
consecución, se plantee desde el inicio el propósito o dirección del
diálogo proponiendo, de una vez, el tema de discusión o a discutir; aunque éste
puede evolucionar en el transcurso de la conversación; tal propósito puede
estar muy bien definido o dejar margen a introducir otras posibles direcciones.
Para bien del diálogo, se excluirán las «contribuciones conversacionales» que
sean inadecuadas y estorben. Asimismo, es recomendable formular un principio general de lo que se espera de la
conversación en sí, y de lo que se espera de cada dialogante.
Para
conformación de la conversación y sus implicaciones, Grice propone cuatro
categorías constitutivas del «Principio Cooperativo», las cuales, a su vez,
están conformadas por «máximas conversacionales». Las categorías en cuestión
son: categoría
de cantidad, categoría de cualidad, categoría
de relación y categoría de modo. Las tres primeras categorías tienen que ver «con lo que se dice».
La última tiene que ver «cómo se dice lo que se dice».
La «categoría
de cantidad» tiene que ver con la cantidad de información a proporcionar en la
conversación. Las máximas de esta categoría son: Primera, «Haga que su contribución sea
tan informativa como sea necesario» esto en función de los objetivos de la
conversación. Segunda, “Haga que su
contribución resulte más informativa de lo necesario”, en ésta la supra-información podría ser
una pérdida de tiempo, ya que puede generar confusión al introducir «contribuciones
conversacionales» inadecuadas que no contribuyen a nada.
La «categoría
de cualidad» está constituida por tres máximas, a saber: Primera, «Trate que su contribución
sea verdadera». Segunda, «No diga lo crea que es falso». Tercera, «No diga aquello de lo cual carezca de
pruebas adecuadas». Como apreciamos esta categoría tiene componentes de
moralidad y eticidad.
La «categoría
de relación» se refiere a la relevancia y precisión de lo que se va a decir o
se dice. La máxima que la conforma es: «Vaya al grano», es decir, sea preciso en y
con la información que va a dar o intercambiar.
La «categoría de modo» tiene que ver, como
señalamos antes, «cómo se dice lo que se dice». Las máximas de esta categoría
son: Primera, «Sea claro, transparente». Segunda, «Evite ser oscuro al
expresarse». Tercera, «Evite ser ambiguo al expresarse». Cuarta, «Sea escueto y
evite ser innecesariamente prolijo». Quinta, «Proceda con orden».
Las «máximas
conversacionales», así como las implicaciones relacionadas con éstas, están vinculadas con los objetivos
particulares de la conversación y con los intercambios habidos en ella. Las máximas, además, de tener el propósito
central de intercambiar información, tienen los objetivos generales de gobernar e
influir en la conducta de los demás. Recordemos que la conversación es una
relación de poder, en el sentido foucaultiano.
Estas máximas constituyen
los supuestos fundamentales de las que dependen las implicaciones a través de las cuales los
hablantes-oyentes se conducen en términos generales. Este es un hecho empírico que
constituye la base de nuestras conversaciones y el fundamento de nuestra
usual práctica conversacional, se han convertido en una manera
cuasi-contractual de hablar.
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