El término ética deriva de ethos que significa costumbre. Por lo
que se define la ética como la doctrina de las costumbres. Aristóteles distingue entre virtudes
éticas (morales) y virtudes dianoéticas. Lo cual señala que la preocupación
está puesta en saber si una acción, un modo de ser es o no ético. Las virtudes
éticas son aquellas que se desarrollan en la práctica y que están dirigidas a
la consecución de un fin; por su parte, las virtudes dianoéticas son las
virtudes intelectuales.
Para
Aristóteles, las virtudes éticas sirven para la realización del orden de la vida
en el Estado, es decir, para la justicia, la amistad, el valor... éstas tienen
su origen en las costumbres y en el hábito, son virtudes de hábito o tendencia.
A las virtudes dianoéticas pertenecen las virtudes de la inteligencia o de la
razón, esto es, la sabiduría (sofía)
y la prudencia (phronesis).
La
costumbre es ethos, es decir,
resultado del acostumbrarse. Por esto las normas siempre son aceptadas de
antemano. El poner en duda tales normas no es una cuestión de si son
justificables, sino que son expresión de un cambio de la conciencia con
respecto a aquellas normas. De lo que se trata es que el contenido de las
normas, costumbres ha cambiado, y que
ahora se consideran moralmente correctas. En este aspecto, la filosofía hace
consciente el carácter normativo que corresponde a las normas.
Estamos
entonces ante una fenomenología de los valores. En el sentido, donde lo primero
son las costumbres, en la cual se establece una relación entre el hacer y el
actuar. Que va constituir la preocupación por el bien en la vida humana, es
decir, la conexión entre ethos (costumbre)
y logos (razón), entre la virtud ética
y la virtud dianoética. Que en el caso de los griegos sólo se puede ver dentro
del horizonte de la Estado (polis).
Estamos
ante la filosofía práctica, donde la preocupación por lo humanamente bueno es independiente
los aspectos teóricos y teleológicos. Donde no se funda la filosofía práctica
en la filosofía teórica; es decir, se considera que el propósito de una
explicación a un fin es una decisión moral a favor del bien, y no del bien
hacia lo moral.
La
filosofía práctica está dirigida a participar en cómo el conocimiento de la
naturaleza del ser se puede configurar, para que éste corresponda a la auto-comprensión
del ser humano y a la comprensión humana con miras al bien. En este sentido, el
pensamiento, a través de la filosofía práctica, piensa el ser sólo porque pertenece
al ser y escucha al ser. No ofrece respuestas, sino que abre preguntas.
Es
a través de la elección donde se da la posibilidad de cómo la mujer y el hombre
han de decidirse ante las alternativas de actuar que se le ofrecen. Más la
prudencia (phronesis), que es virtud
dianoética, es el aspecto particular bajo el que se forma y conserva el ethos humano. De esta manera, está
garantizada la unidad de la vida humana en la multiplicidad de sus aspectos, sin
pretender una falsa armonización.
En
esta multiplicidad que conforma la vida, sólo desde su propia historia es posible
comprender y auto-comprenderse el comportamiento singular de una persona, y
sólo desde la historia se puede comprender la sociedad. Por ello, el actuar
sólo se puede entender como historia, ya que como actuantes somos co-autores de
por lo menos una historia.
El
diálogo, en este sentido, es la unidad de cada historia, pues la condición del
habla es dialógica. Quien habla quiere decir algo. Quien escucha al habla que
habla, no sólo escucha lo que otro quiere decir, sino que también habla
conjuntamente con él. Lo que es fundamental es la experiencia del otro. Ya que
éste me constituye y yo, a la vez, lo constituyo. De allí la necesidad de la
comprensión de la vida y de las intuiciones. Esto es tarea de la filosofía
práctica.
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