Para el sujeto y su
verdad existe el concepto antiguo de épiméleia/cura
sui, que significa “el cuidado de uno mismo”. En esta cuestión del sujeto,
sin embargo, se ha planteado asimismo la fórmula délfica del “conócete a ti mismo”, la cual va
acompañada de la exigencia de “ocúpate de ti mismo”.
Entre estos dos
preceptos existe una relación de subordinación. Ya que, “el
conocimiento de uno mismo” es un caso particular de “la preocupación por uno
mismo”, es decir, aquel es una de las aplicaciones concretas que éste conlleva
en sí.
El “ocuparse de uno mismo”
constituye el principio básico de cualquier conducta racional, de cualquier
forma de vida activa que aspira a estar regida por el principio de la
racionalidad ética. Por ello, se hace necesario distinguir en “el cuidado
de uno mismo” tres importantes aspectos, a saber:
En primer
lugar, el concepto “el cuidado de uno mismo” equivale a una actitud general, a un determinado modo
de enfrentarse al mundo, a un determinado modo de comportarse, de establecer
relaciones con los otros. Implica entonces una actitud en relación con uno
mismo, con los otros y con el mundo.
En segundo
término, “el cuidado de uno mismo” es una determinada forma de atención, de
mirada. Preocuparse por uno mismo implica que uno reconvierte su mirada y la
desplaza desde el exterior, desde el mundo, y desde los otros, hacia uno mismo, hacia sí mismo. La preocupación
por uno mismo contiene en sí una cierta forma de vigilancia, sobre lo que uno
piensa, sobre lo que siente o padece; y sobre lo que acontece en el pensamiento,
en las emociones y pasiones.
En tercer
lugar, “el cuidado de uno mismo” designa un determinado modo de actuar, una
forma de comportarse que ejercemos sobre nosotros mismo; a través de la cual uno se
hace cargo de sí mismo, se modifica, se purifica, se transforma o se
transfigura. De aquí se derivan una serie acciones prácticas fundadas en nuestra historia, nuestras
interpretaciones, nuestra moral, nuestra ética y nuestra espiritualidad. Representaciones
que se hacen presentes y configuran nuestra forma de ser.
“El cuidado
de uno mismo”, como he señalado, conlleva a unas prácticas fundadas en nuestra
espiritualidad. Si en este caso, la filosofía práctica es una forma de
pensamiento que se plantea la cuestión de cuáles son las mediaciones que permiten al sujeto tener
acceso a su verdad, esto es, a la ontología de su ser; podemos
señalar que la “espiritualidad” es la búsqueda, la práctica, las experiencias a través
de las cuales el sujeto, es decir, yo, realizo sobre sí mismo las
transformaciones necesarias para tener acceso al conocimiento de mi ser.
La
espiritualidad es el conjunto de mis búsquedas, de mis prácticas y mis experiencias
entre las cuales se encuentro las purificaciones, la ascesis, las renuncias, las
conversiones de mi mirada, las modificaciones de mi existencia que constituyen para
el ser mismo del sujeto que soy, el precio a pagar para tener acceso a mi
verdad, esto es, a saber el ser que soy.
La noción
de “el cuidado de uno mismo” implica, también, un corpus que determina nuestra manera de ser, nuestra actitud, nuestras
formas de reflexión, de tal modo que esta determinación es nuestra historia, nuestras representaciones,
es decir, nuestra subjetividad, o si se prefiere las prácticas del sujeto que
somos.
“El cuidado de mí mismo”
no se reduce a un mero impulso de vivir, a un mero querer, a una simple
vivencia, no es una cosmética. Las vivencias, el vivir, el querer tienen su
raíz en “el cuidado de mí mismo”. Ya que este “cuidado de mí mismo” me define
como sujeto que soy en mí existir, el cual siempre está en riesgo; la realidad
de mi ser consiste en lidiar permanentemente sobre mí mismo, en un proyectarme
sobre mí para poder llegar a ser lo que pretendo ser como sujeto.
El que hayamos privilegiado
“el conocimiento de uno mismo” sobre “la preocupación por uno mismo”, se debe a que “el
cuidado de uno mismo” aparece como algo melancólico, algo cargado de
connotaciones negativas, algo a lo que hay que encerrar en la esfera de lo
privado, algo que no tiene que ver con la ética personal y social. De esta manera, nos
encontramos con la rareza de que “la preocupación por uno mismo” ha significado
más bien egoísmo o repliegue sobre sí mismo. Por el contrario, en la antigüedad
clásica gozó de un significado efectivo y consistente con la existencia
individual y colectiva.
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