Las ilusiones
y las emociones tienen tanto valor para dirigir la conducta como lo tiene la
razón, ambas no pueden ir separadas. La imaginación, por su parte, despoja a la
realidad de su carácter de ser realidad; la despoja de todo lo malo y de todo
lo bueno, a la experiencia la convierte en la no-experiencia, lo que le permite
un nuevo re-comenzar.
En el ideal
colectivo se fraguan las coincidencias de muchos individuos en un mismo afán de
imaginación. Una
manera de sentir y de pensar análoga va a converger un ideal común a todas
estas personas. Tal ideal, por ser una creencia,
puede contener una parte de error; en ello mismo le va su carácter de ideal,
está expuesto a ser inexacto. No obstante, lo único malo es carecer de ideales, de
aspiraciones, pues tal apática nos esclaviza a las contingencias de la vida
inmediata.
Nuestras
ideales, nuestras aspiraciones, deseos no siguen un ritmo uniforme en el curso
de la vida individual o social; éstos palpitan dentro de todo esfuerzo realizado
por un hombre o por una comunidad. Sin ideales es inexplicable el desarrollo de los individuos. Ya que los deseos son guías que constituyen el
desarrollo de los individuos y las comunidades. Pues los acontecimientos
cotidianos se transforman al calor de los ideales.
De
allí que el poeta diga “no caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo
porque cumplió 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y
Rubinstein, interpretaba como nadie a Chopin a los 90”
Los hechos de
la vida cotidiana son puntos de partida; los ideales son como soles luminosos
que alumbran y hacen el camino que nos planteamos. La imaginación enciende
nuestros deseos para sobrepasar nuestra experiencia, se anticipa a nuestros
resultados. Los deseos, la imaginación, la razón reflexiva son la fuerza de
nuestro ethos que nos enfrenta a la mediocridad, que paraliza
nuestras aspiraciones y deseos vitales de vivir.
El deseo creativo
y la vida reflexiva dan el impulso hacia delante, hacia la búsqueda de esa
conciencia que nos coloca ante el mundo. Lo que nos hace ver esa experiencia
sumisa, esos prejuicios, esas domesticidades que nos limitan a las meras a las
contingencias de un presente fatuo. El deseo y la razón imaginativa son
indispensables para crear; encienden la chispa que luego la imaginación y la
experiencia lúdico-estética convierte en la realidad en hoguera. La imitación creativa, por su
parte, estructurará en otros aspectos los haceres colectivos.
Los
idealistas, las aspiraciones, los deseos son inquietos, porque son algo que
vive, son algo vivo. La apacible tendencia del conformismo se asienta en la estable inercia de lo
carente de vida. Toda vida es inquieta. El impulso creativo anida en
la vida, como lo hace el calor, el fuego arrebatador. Este impulso ilumina, mira
en trescientos sesenta grados, no está domesticado por
supersticiones ni del pasado, ni del presente, ni del futuro.
El deseo lúdico, creativo es florecimiento, es aurora que trabaja con entusiasmo para el presente que se
convertirá en porvenir. No le da tregua a la molicie. El hombre anhela, se
afiebra por el ideal que lo hace mover; hay que adquirir el fuego de Prometeo,
y sin un ideal no se adquiere.
Pero el ideal no
puede quedarse en el individualismo, porque allí se moriría. El yo inquieto, no
puede vivir en perenne soledad, es en lo social donde se desarrollará su afán
creador, motivador.
Pensar en un yo solitario, individual, es una exageración ilusa. Porque el
ideal sólo se realiza en lo colectivo. Es la vida social quien le da calor al
ideal; en caso contrario, es sólo un ideal muerto, frío, carente de estilo, sin
firma.
La pasión
activa es el atributo necesario para mover esa partícula de virtud, de belleza,
de dignidad, de actitudes ante la vida. Se requiere un esfuerzo violento contra
los prejuicios serviles, que nos conforman de aparentes verdades, de mentiras siempre
aceptadas, de ideales falsos porque no son éticos, los cuales nos llevan a tener un ideal servil de nuestra propia falsa verdad. A través del
cual alimentamos nuestro temperamento acomodaticio, que nos constituye en una
vida guiada por el mero interés que brinda provecho material. Nos convertimos
en seres parasitarios. Porque se vive de la carroña.
El propósito
creativo admite ritmos afectivos, que encarrilan nuestra experiencia con el
otro, los
ideales se convierten así en acciones reflexivas. La
vida, entonces, se hace atenta para no perder la más mínima agitación del mundo que la
solicita. Porque ésta, la vida, es concebida en sus lecciones
de la realidad como un procesos inacabado de educación.
Las
aspiraciones fundadas en una eticidad imponen sus sueños, rompen las barreras
que pone la misma realidad. Se aprende en la vida a distinguir lo que depende y
lo que no depende de nosotros. Se aprender a aprender. Vivir en nuestros propósitos, deseos es
servirnos a nosotros mismos, nadie nos forzará a soñar sueños ajenos que nos impiden ascender hacia
nuestro propio ser. El cual nos llevará a un ethos social como un producto de combinaciones
compartidas de originalidades incesantemente multiplicadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario