Al ir conociendo las cosas de nuestro
entorno articulamos una comprensión de lo que vamos develando. Esta
articulación es nuestra interpretación del mundo. Una articulación originaria y
propia. O mejor dicho, son varias interpretaciones que recogemos en nuestra
concepción del mundo; que estando social como personal.
Nosotros somos algo abierto al mundo, por
ello nos relacionamos con éste. Como personas nos vamos conformando en medio de
nuestro entorno y constituimos relaciones con éste. La distinción sujeto y
objeto es artificiosa, porque nos identificamos con este último; nos
identificamos, por indicar algo, con nuestra vestimenta o con nuestra entorno.
Nuestra interpretación es la elaboración
constitutiva de nuestra relación con los diversos entornos en los cuales nos
desenvolvemos. El entorno familiar, laboral, escolar… Y este mundo nos constituye.
Por otra parte, en estos entornos tenemos cierta «disposición a» o cierta «disponibilidad
a»; con esto me refiero al modo de encontrarnos o de sentirnos de esta o
aquella manera, sea con respecto al ámbito familiar o laboral, por ejemplo. Tal
«disposición a» es la tonalidad afectiva en la cual nos encontramos con
respecto al entorno. Unas veces es de empatía, otras de rechazo. Siempre hay
una tonalidad afectiva, aunque ésta sea de indiferencia.
Nosotros, en nuestro interactuar en el
mundo, tenemos siempre una cierta comprensión de un conjunto de significados, así
como cierta «disposición a». Esto quiere decir, que compartimos con el mundo en
un sentido racional y en una valencia emotiva. En una interpretación y una «disponibilidad
a».
Aunque nos encontramos en una «disposición
a», ésta no necesariamente acompaña nuestra comprensión e interpretación del
mundo. Ya que ambas pueden estar reñidas entre sí. Particularmente, esto se da cuando
rechazamos emocionalmente el entorno en que estamos. Comprendemos los
significados de nuestro entorno laboral, sin embargo mi disposición a éste es
de rechazo. Ambos aspectos chocan entre sí. No hay concordancia.
Nuestra afectividad, en este sentido, es
una especie de pre-comprensión que nos permite establecer relaciones o no con
los demás. Por ello, es más originaria que la comprensión misma, porque abre o
cierra las puertas a nuestras relaciones. La «disposición a» nos abre o no a las
demás personas, eso lo podemos apreciar a diario. Cuando algunas personas
tenemos empatía de manera inmediata, con otras no e incluso sentimos rechazo.
Esta pre-compresión es lo que nos lleva a
estregarnos o no a otra persona, a sentirnos bien en un lugar… Nos abrimos de
brazos para abrazar al mundo cuando nos sentimos bien; en caso contrario nos
retraemos en nosotros mismos. Este encuentro con tal sensibilidad, es posible porque
nosotros estamos originariamente en una situación afectiva. El bebe tiene su
primera comprensión del mundo a través de la afectividad.
Todas nuestras relaciones con nuestro
entorno, en la comprensión e interpretación, es posible gracias a nuestra apertura
con el mundo lo que garantiza nuestra «disposición a». Nuestra «disponibilidad
a» nos abre al mundo en su totalidad, esto hace posible un dirigirse hacia los
amigos, los vecinos, al arte, a la ciudad… De lo contrario, hacemos como el
morrocoy, nos metemos dentro de nuestro caparazón.
No somos nunca un sujeto puro. Porque no somos
espectadores desinteresados de las cosas y de los significados de nuestro
entorno. Estamos involucrados con él; aun cuando tengamos una actitud de
rechazo, ya este rechazo es algo que nos involucra con el entorno, y porque
estamos ansiosos de entrar en otro entorno con el cual deseamos establecer
lazos de afectividad.
El mundo que se nos presente es un mundo definido,
tendencioso, por la afectividad. Cuando comenzamos a comprenderlo nos colocamos
en visión teórica; lo hacemos en un esfuerzo de conocimiento desinteresado. No
obstante, debemos recordar que nuestro mundo nos resulta accesible por la pre-comprensión
que ya tenemos de él. Ahora buscamos una compresión de los significados.
Nuestra «disposición a» nos revela que
nuestro proyecto de vida constituye un proyecto hacia, no pertenece a la
inmediatez. En nuestra «disponibilidad a» nos encontramos tratando de ser.
Estamos tratando de resolver, de concretar nuestro proyecto de vida, porque
éste no tiene acabamiento.
Como el mundo se nos aparece a la luz de
cierta afectividad: alegría, miedo, desinterés, tedio. Todos estos afectos son
posibles en la medida en que como personas tenemos que ir construyéndolas, es
decir, el mundo no se nos da. Nuestro entorno y nosotros mismos somos un
proyecto en permanente construcción. De allí, que tal proyecto es posible en la
medida que la «disposición a» permanece. En caso contrario, se desvanece.
Nuestra «disposición a» nos pone frente
al hecho de que nuestro modo originario de interpretar y comprender el mundo se
nos escapa. Ya que, la afectividad es lo que cada uno de nosotros tiene de más
propio, de más individual y de más cambiante. Es sobre todo este último aspecto
sobre el que construimos nuestro proyecto de vida. En este sentido, nos
desenvolvemos en una filosofía de la existencia; donde somos algo siempre en
construcción.
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