Heidegger, en la definición del sujeto
como proyecto, tematiza acerca de la distinción entre la existencia auténtica y
la existencia inauténtica. En la cotidianidad de nuestra vida, nuestra
comprensión preliminar del mundo la realizamos de un modo irreflexivo y
acrítico, llena de prejuicios, propensiones y repudios. Esto lo hacemos en el
modo común de ver y juzgar las cosas.
Si nos preguntamos qué significa que
tengamos una cierta comprensión del mundo. La primera respuesta, es que no
encontramos en el mundo a la luz de ciertas ideas y opiniones, que hemos
adoptado del entorno social en el cual nos encontramos viviendo.
Podemos apreciar que no aprendemos a usar
el mundo como una totalidad de instrumentos, al tratar de emplear todos los
instrumentos individuales que poseemos. Vemos como los demás usan los
instrumentos y oímos hablar de ellos. Esta idea del mundo como «totalidad de
instrumentos» nos permite vincularnos al hecho de que nosotros estamos en el
mundo junto con los demás; esto es «estar-con». No estamos solos.
Nosotros somos, por lo común, lo que nos
ocupa y nos preocupa. Esta identificación contiene en sí el carácter del
extravío en la ubicuidad. Porque en la manipulación de las cosas, es que
nosotros estamos siempre juntos con los otros. Por ello, tenemos la tendencia a
comprender el mundo a partir de la opinión común, es decir, a pensar lo que se
piensa; a proyectarnos sobre la base del anónimo, de denominamos la «mentalidad
pública» u opinión colectiva. Por esto, aun cuando somos una personalidad por
lo común permanecemos dentro de los esquemas de lo colectivo. Muchas veces, nos
apartamos de la gran masa porque los demás se apartan de ella.
Asimismo, por lo general, encontramos
escandaloso lo que «se» encuentra escandaloso. En el mundo constituido por el
«se», que es esa opinión colectiva, domina la charla sin fundamento, la
curiosidad y el equívoco. Esto se da, porque nosotros creemos comprenderlo
todo, sin tener ninguna apropiación preliminar de las cosas del mundo. De este
modo, las opiniones comunes la compartimos, no porque las hayamos verificado,
sino porque son comunes. En este comportamiento observamos la mera ampliación y
repetición de lo que se dice.
El hecho de pertenecer nosotros al mundo
de la opinión común o colectiva es un límite negativo. Sin embargo, es algo que
no podemos evitar con una decisión deliberada. Nosotros no podemos sustraernos
a este estado interpretativo cotidiano, en el cual nos hemos desarrollado. En
él, por él y contra él realiza todas nuestras comprensiones e interpretaciones
del mundo, estamos inmersos en él. Por estar arrogados, como dice Heidegger, en
el mundo de la opinión común la existencia es siempre inauténtica.
Estamos siempre dentro de ciertos límites
y entregados a un estado interpretativo de la mentalidad de la opinión
común. En contraposición a este estado
de opinión colectiva, nos preguntamos ¿qué es la autenticidad? Heidegger dice
que nosotros podemos ser auténticos o inauténticos, por cuanto somos nuestra
propia posibilidad. Es decir, que podemos elegirnos, conquistarnos, o bien
perdernos y no conquistarnos de ningún modo.
Por otra parte, la inautenticidad está caracterizada
por nuestra incapacidad de alcanzar una apertura para una verdadera comprensión
e interpretación de las cosas; ya que nos mantenemos en las opiniones comunes.
La autenticidad, por su parte, es concebida por Heidegger a partir de lo que es
propio. En este sentido, lo auténtico es cuando nos apropiamos de nosotros
mismos, es decir, que nos proyectamos sobre nuestras propias posibilidades. Por
el contrario, el individuo inauténtico es incapaz de abrirse verdaderamente a
las cosas; pues no posee la propiedad de ser sí mismo.
Nuestra autenticidad tiene a apropiarse
de las cosas al relacionarnos directamente con ellas. Esto, aunque un poco
vago, está atestiguado por nuestra experiencia común. Cuando decimos hablar con
conocimiento de causa, lo podemos hacer cuando hemos experimentado de un modo
directo aquello de que lo que hablamos. La felicidad de la maternidad cuando ya
la mujer ha sido madre, por ejemplo. Este experimentar se entiende como una
relación compleja, como cuando decimos «hacer una experiencia» o «tener una
experiencia».
Nuestro encuentro directo con las cosas
está vinculado con la apropiación directa de la cosa misma. Encontrarnos con el
mar, es una experiencia directa que se da cuando lo contemplamos o nos metemos
en sus aguas. Como esta experiencia es, a la vez, presencia e instrumento, nos
apropiamos de la cosa cuando la incluimos dentro de nuestro propio proyecto de
existencia.
Desde este punto de vista, la
inautenticidad de la opinión colectiva no es un verdadero proyecto de existencia.
Pues de las cosas que habla no las encuentra en el ámbito de un proyecto
propio, decidido y elegido verdaderamente por alguien. Es decir, en la
inautenticidad no hay ni una elección ni una decisión de proyectar. El proyecto
de lo inauténtico no es decisión de alguien, es solo una especie de trasfondo
del individuo en el cual se destaca, un mero telón.
Al encontrarnos verdaderamente con las
cosas esto implica un cambio en nosotros, pues
asumimos una responsabilidad. Por encarna una elección, una decisión de
un proyecto que nos es propio. En cambio, en el mundo de la opinión colectiva
las cosas se dan solo de manera empobrecida, de un modo que nos son
indiferentes, ajenas, son solo una derivación de un algo empobrecida.
Cuando somos sujetos auténticos somos un
poder ser, una permanente posibilidad. Somos constitutivamente una posibilidad
abierta. Decidimos por lo que nos es propio. Nuestra decisión implica, que las
posibilidades entre las cuales estamos dispersos ahora la elegimos como
propias. Elegirlas como propias, quiere decir que las elegimos como
posibilidades verdaderas y en relación con nuestro de proyecto de existencia.
La decisión que responde a la voz de nuestro pensar-hacer nos hace auténticos.
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