En el PNL se habla de saber distinguir
entre el territorio y el mapa. El territorio es la realidad en la cual nos
desenvolvemos a diario. El mapa, por el contrario, son los supuestos, los
juicios, pre-juicios, patrones o esquemas que hacemos de esa realidad. El
territorio es la «res extensa», como diría Descartes. El mapa es la
construcción que hacemos con nuestra «res cogitan», con nuestro pensar.
Ambos se modifican permanentemente. Sin
embargo, nosotros tenemos más inherencia directa sobre el mapa mental, pues
éste lo elaboramos a partir de nuestra realidad circundante. Por lo que podemos
elaborar diversos mapas sobre una misma realidad, o cambiamos tal mapa a medida
que nuestras circunstancias se modifican. El mapa está bajo nuestro poder y
depende de las estrategias que nos planteemos para reconstruirlo.
Como apreciamos, la posibilidad personal
de cambiar está en nosotros. Esto tenemos que entenderlo de manera consciente.
La dirección que le demos a nuestra vida depende, entonces, de nuestro mapa; de
las perspectivas que optemos por llevar adelante. Las posibilidades y las
dificultades sobre nosotros nos las inventamos permanentemente. Y siempre nos
hacen pensar o pensamos que todo cambio es difícil. No obstante, el cambio o no
somos nosotros. La idea que tenemos acerca del cambio es un mapa.
Si
el cambio y el mapa somos nosotros, esto quiere decir que lo podemos modificar
cuando tomemos la decisión y la acción para hacerlo. Si deseo cambiar la
carrera que estudio en este momento, lo que tengo que hacer es tomar la
decisión y hacer las acciones necesarias para empezar a estudiar otra carrera.
Algo semejante a cuando transitamos por una autopista, permanecemos en el mismo
carril o cambiamos de éste. Permanecer o
cambiar es un mapa que nos elaboramos, la autopista está ahí.
Que hay situaciones o determinantes que
nos dificultan hacer el cambio, eso es cierto. Somos una construcción histórica
que se ha ido llenando de prejuicios, limitaciones… Si no deseamos cambiar nada
nos obliga a ello y si, además, es una decisión nuestra no hay ningún problema.
Recordemos, que está de moda hablar mucho del cambio sin preguntarle a la
persona si ella desea cambiar. Se plantea el cambio casi como una obligación,
esto es absurdo.
Si
no nos encontramos a gusto con la situación en que estamos viviendo, y pensamos
debemos cambiar tal cosa. Entonces, debemos saber que tenemos que empezar por
nosotros, es decir, por nuestros mapas. Y aquí hacen su aparición los niveles
lógicos, éstos son herramientas que están a nuestra disposición para realizar
los cambios que deseamos, cuando los niveles lógicos se han desarticulados del
buen engranaje.
Tales niveles son: ENTORNO, son los
factores que constituyen oportunidades o limitaciones externas (dónde, cuándo,
con quién). COMPORTAMIENTO, son las acciones y reacciones que tenemos en
relación con el entorno (qué ocurre). CAPACIDADES, es el conocimiento y
habilidades que poseemos (cómo, cómo hacerlo). CREENCIAS y VALORES, son los
motivadores, prejuicios y juicos que poseemos (por qué). IDENTIDAD, determina
lo que somos, nuestros sentidos y significados (quién). PROPÓSITO, son las
metas que nos planteamos (para qué, para quién).
Como podemos ver cada nivel lógico se
acompaña de un conjunto de interrogantes que debemos responder, para así tomar
las acciones pertinentes que produzcan el cambio. Porque sin acciones no hay
cambio, solo nos quedamos en deseos. En Venezuela, hay un dicho que dice «deseos
no empreñan». Aristóteles nos enseña que el deseo nos mueve, pero debemos pasar
a la razón deliberativa y luego a las acciones prácticas.
Cuando en algunos de los niveles, antes
indicados, hay incongruencias, es cuando nos sentimos a disgusto con nosotros
mismos. Allí están presentes las molestias existenciales, las molestias en el
trabajo, en lo que hacemos. Por lo tanto, debemos revisar y reflexionar el
nivel con el cual nos sentimos a disgusto para interrogarlo, y descubrir que es
lo que tenemos que cambiar. Cuando todos los niveles son congruentes en nuestra
vida nos sentimos como «pez en el agua».
Cuando los niveles son congruentes,
pensamos y sentimos que estamos bien encaminados en nuestro pensar-hacer. Nos
sentimos alegres, satisfechos. Por el contrario, si algún nivel se sale del
engranaje nos sentimos preocupados, insatisfechos. Sentimos como si tuviésemos
«una piedra en el zapato», que ya es bastante molesta. Pero, siempre tenemos la
posibilidad de corregir la anomalía que se presenta, tal anomalía es cosa de
cada día. Recordemos que vivimos en entorno entrópico, el cual tenemos que
estar ordenando permanentemente.
Podríamos pensar que el nivel del
«entorno» es algo que no podemos modificar, porque está fuera e incide en
nosotros, eso es cierto. Sin embargo, si pensamos que nosotros estamos dentro
de éste, entonces podemos imaginarnos que salimos de él. Si estamos en una
fiesta y no nos gusta el ambiente, podemos irnos de la fiesta a un lugar que
nos plazca. Hemos cambiado el entorno. Apreciamos dos mapas diferentes para
analiza el entorno y tomar las acciones requeridas.
Es importante tener presente que siempre
hay cambios. Vivimos en un mundo dinámico. Si amanece un día soleado salimos a
la calle con un traje de verano, pero a mediodía cambia el clima y comienza a
caer un torrencial aguacero, y nos encontramos que no tenemos la ropa adecuada
para afrontar tal aguacero. Así es en nuestro trabajo, en lo familiar, con los
vecinos…
Cuando algún nivel se desarticula debemos
revisar con cuidado ¿cuál es realmente el nivel que amerita cambio? Si tenemos
un desajuste, por ejemplo, en el nivel de capacidades pensamos que es en éste
en el que tenemos que hacer cambios; pero resulta que éste no es el nivel que
amerita modificarse, sino que es el nivel de creencias y valores. Por esta
razón, es que debemos hacer un buen reconocimiento de los diferentes niveles,
para abocarnos a corregir el nivel que en verdad amerita los cambios
necesarios.
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