¿Cuáles valores guían nuestras acciones? ¿Tenemos una
actitud crítica hacia nuestro saber? ¿Somos responsables al emitir opiniones y
juicios? ¿Somos capaces de reconocer los límites de nuestros conocimientos? ¿De
reconocer nuestros errores? Estas interrogantes las vamos a abordar desde la
perspectiva de Kant, para ver en qué nos puede ayudar este filósofo en nuestra
vida cotidiana.
Nuestra época está convulsionada por una multitud de
información que circula a través de internet, convivimos con un universo virtual
que determina cambios de paradigmas e influye en nuestros juicios y valores. Por
otra parte, esta época tiene desconfianza de que la razón pueda servir para el
desarrollo de la humanidad. En este contexto debemos reflexionar sobre cómo determinar
el alcance de nuestro pensar-hacer.
Kant nos dice que nuestra relación con las cosas y con el
mundo está mediada por nuestros sentidos; esto quiere decir, que sentimos lo
que nuestros sentidos nos dejan percibir. Además, lo que sentimos se da en un
espacio-tiempo determinado, por ejemplo, el árbol que está en el jardín se le
caen las hojas por causa de la sequia. Solo conocemos los fenómenos que suceden
en nuestro espacio-tiempo, por nuestra sensibilidad y así se da nuestro
entendimiento.
Por lo cual, tenemos un conocimiento mediado por el
espacio-tiempo, los sentidos y nuestro propio saber: si solo poseemos métodos
cuantitativos nuestra realidad será únicamente de números, o si medimos nuestro
hacer por calidad de servicio todo lo que percibiremos será la satisfacción de las
demás personas. Conocemos nuestro entorno por nuestra forma de acceder a él, con
esto el resto de la realidad tiende a desaparecer de nuestro universo de
interés.
La manera como tanteamos nuestras circunstancias determina
lo que vemos como realidad, y a partir de allí tomamos las decisiones que
tomamos. Además de observar los modos disponibles con los que estructuramos
nuestro hacer, Kant nos pedirá poner atención a nuestros procesos de análisis y
de toma de decisiones; pues éstos determinan el valor, la calidad y la orientación
de nuestro saber y de nuestras acciones.
Si nuestro análisis es pobre, nuestros resultados serán
espurios, las decisiones malas y las acciones confusas; si nuestro análisis se
desliga de los datos y solo sigue teorías abstractas nuestras decisiones serán
desajustadas al entorno; o si nuestro análisis es solo intuitivo las
conclusiones serán débiles. En nuestro hacer debemos asegurar que los mecanismos
de acción respondan a la manera en que queremos acercarnos a la realidad, que nuestro
análisis y toma de decisiones sean efectivos y se mantengan apegados a la
información adquirida. Es necesario mantener contacto con la realidad para sacar
conclusiones con base en pruebas empíricas, es lo que nos recomendaría Kant.
Ahora bien, al reconocer que el saber se adecua a las formas
y categorías de cada sujeto en particular, tenemos que aceptar que hay distintos
puntos de vista con el cual las personas se relacionan con su realidad; hay múltiples
inteligencias que permiten ver unas cosas y otras no. Esta perspectiva establece
el valor de la diversidad con que cada persona adquiere y expresa su saber. Por
lo cual, debemos aceptar, combinar y aprovechar las distintas miradas que los sujetos
poseen con respecto al entorno en que se desenvuelven. De esta manera, podemos combinar
miradas cuantitativas y cualitativas, información racional y emocional, entre
otras más, para que los procesos productivos sean más favorables.
Esta diversidad implica que tenemos diferentes formas de
recoger información, organizarnos para interactuar con la realidad, acercarnos
a la toma de decisiones y asumir nuestra voluntad para encarar la cotidianidad;
estas diferencias determinan nuestras fortalezas y nuestras áreas de desarrollo.
Esto implica que el conocimiento productivo se alcanza al combinar múltiples perspectivas
de conocimiento.
Con todo lo anterior, es importante el cuidado, la
responsabilidad y la manera en que emitimos nuestros juicios, ya que éstos determinan
la solidez de nuestro conocimiento y de nuestra acción. Si concluimos, tomemos
el ejemplo, que una persona es irresponsable porque llegó tarde a un compromiso,
cometemos el error de generalizar a partir de un solo hecho. Por lo mismo, no
podemos confundir nuestra intuición emocional con nuestra certeza racional, pues
convertimos solo nuestro sentir en el principio que regula nuestra realidad; o si
actuamos creyendo que poseemos la realidad y la verdad absoluta configuramos un
mundo rígido y autoritario, el cual queremos imponer a los demás.
Al reconocer cuál es
el origen de nuestras opiniones, cuál es el grado de certeza que éstas ofrecen
y cuáles son sus límites nos hace personas responsables para con nosotros y los
demás.
Consultoría
y Asesoría Filosófica Obed Delfín
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