Las dos primeras son emociones básicas, la tercera es una
situación emocional. Al sentirnos derrotados por una causa ajena a nosotros desarrollamos
estas emociones que nos pueden ayudar a seguir adelante en un proyecto de vida
sensato.
La impotencia, por lo general, es producto de una causa que
está fuera de nuestro control. Nos hace sentir que hemos perdido el poder sobre
nosotros y no podemos controlar lo que nos pasa. Es la negación de nuestra
potencia para actuar sobre algo.
Esa negación es lo que nos produce esa situación emocional.
Al vernos disminuidos ante lo que nos ocurre y nos sobrepasa. La situación nos
desequilibra, nos pone en un punto X sacándonos de nuestro centro. Es nuestra
propia negación, la pérdida de nuestro propio poder. El no poder hacer nada,
decimos.
Lo que tenemos que intentar hacer es volvernos a centrar.
Salir del punto x en que nos ha colocado esa situación no deseada. Volver a
tomar las riendas de nuestra vida para poder hacer algo. Aunque este algo sea
comprender lo que nos pasa, entender qué es y por qué de esa impotencia.
El miedo es la emoción natural a algo desconocido, a un
ataque repentino, a algo que no entendemos. Con éste nos defendemos de modo
pasivo. El miedo nos pone alerta ante el mundo. Es una de las emociones que nos
permite sobrevivir. Lo contrario sería la insensatez.
Esta emoción hace que nos cuidemos a nosotros y a otros. Al
sentir miedo buscamos refugio, nos cuidamos con más esmero. Es una emoción
adecuada porque nos permite atendernos, por medio de ella procuramos la cura.
Es fundamental para sobrevivir. Si no sintiéramos miedo
haríamos actos arriesgados y peligrosos poniendo nuestra vida en peligro.
Actuaríamos de manera irracional. El niño pequeño que no conoce el miedo a los
vehículos intenta cruzar la calle sin poner ninguna atención.
El miedo nos ayuda a estar atentos a nuestro cuidado
corporal, a no producirnos daño. A seguir las prescripciones médicas, a guardar
los reposos indicados y seguir, en general, las recomendaciones del médico. En
caso de enfermedad. O de la madre y el padre en nuestras interacciones
sociales.
Es valiente quien actúa atendiendo al miedo. Lo otro es
imprudencia. La prudencia aunque no es guiada por el miedo nos permite asumir
decisiones adecuadas en nuestras relaciones interpersonales y en las
circunstancias que se nos presentan. El miedo nos hace prudentes y reflexivos.
Medimos lo que vamos a hacer y a decir por miedo a las
consecuencias. Más miedo sentimos cuando nuestra vida está en riesgo. Debemos
atender que nos aconseja esta emoción a la hora de actuar. Muchas veces es buena
consejera, nos hace cautos y alertas.
La rabia nos hace agitar contra el mundo. Heráclito quien
dijo que «la guerra es padre de todas las cosas» debía saber que la guerra se
fundamenta en la rabia. Con ésta defendemos lo que más queremos, nos
enfrentamos al mundo luchando con los dientes y a arañazos. Es una
supervivencia activa.
Un atisbo de rabia debe sentir el neonato en su primer
llanto y con ese se gana la entrada a este mundo. Es importante esta emoción
porque con ella nos agarramos a la vida y no la soltamos. Defendemos nuestro
derecho a vivir.
La rabia es fundamento de todo luchar. Sin ella nada seríamos.
La madre defiende al hijo con una rabia enconada, lo mismo hacemos a diario
para vivir. Si la vida no nos da cuartel respondemos y actuamos con rabia, pero
actuamos. No nos quedamos paralizados.
Es el motor de toda lucha y más por vivir. Si ésta nos abandona
nos entregamos. Nos hace guerreros. Con ella hemos alcanzado muchas cosas sin
saberlo, salir del marasmo de la adolescencia, alcanzar algunas metas, pasar de
un día al otro.
Debemos desechar esa vocinglera catequesis de que la rabia y
el miedo son emociones negativas. Son solo emociones y muy adecuados en muchas
circunstancias. Cuando tenemos que salvar nuestra circunstancia para salvar
nuestro yo ellas dos son fundamentales y relevantes. Hay que atenderlas con
pensamiento crítico para saber cuándo son adecuadas y nos sirven a nuestros
fines.
Referencias:
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