Nuestro vivir la mayoría de las veces lo llevamos, como dice
Ortega y Gasset, contando con las cosas del mundo. Y en particular contando con
nuestro cuerpo, del cual pocas veces reparamos. Contamos con nuestro cuerpo
para nuestro hacer, pero no reparamos en él.
Me voy a referir acá en particular a contar con el cuerpo
sano, ese que no causa mayores problemas con malestares. Al cual pocas veces
tomamos en cuenta. El cual su presencia nos pasa casi desapercibida, incluso
hasta para el más narcisista. Solo nos damos cuenta de él cuándo nos enfermamos
de una gripe, o nos damos algún golpe más o menos serio. De resto nuestro
cuerpo es un algo que está ahí.
Pocas veces pensamos en él, pocas veces lo tomamos en
cuenta. Creo que incluso para quienes trabajan con él, por ejemplo los modelos
de pasarela, el cuerpo solo es algo con que se cuenta. Es algo que vemos porque
somos ese cuerpo. Pero no nos preguntamos ¿Qué es este cuerpo que veo con mis
ojos, que palpo con mis manos, con el cual me desplazo unas veces despacio otras
de prisa?
Mientras pensamos en las cosas del mundo no nos ocupamos de
este cuerpo con el cual contamos, porque es tan evidente que siempre hemos sido
ese cuerpo. Y mientras no nos ocupamos de este cuerpo, él nos sirve y gracias a
él hacemos lo que tenemos que hacer. No reparamos en él, si nos enfermamos lo
cuidamos pero apenas nos recuperamos nos desentendemos de él nuevamente, porque
volvemos a contar con él con el amable servicio que nos presta al estar viviendo.
Por eso el cuerpo, para la mayoría de nosotros, no es nada
en nuestra vida de sujetos sanos. Porque la realidad de nuestro cuerpo es la
corporalidad. Entonces, tenemos derecho a decir que primordialmente el cuerpo no
es sino su pura y presente actuación. El cuerpo me luce, me da presencia y esto
es todo.
Pero, de pronto, el cuerpo se envejece o enferma y nosotros que
nos estábamos ocupando del mundo y no del cuerpo detenemos esa ocupación y nos ponemos
a ocuparnos de este cuerpo con que hasta hace poco contábamos. En ese momento, cuando
el lucir y la presencia del cuerpo comienzan a cesar nosotros seguimos necesitando
de él y, entonces, ese nuestro cuerpo se nos niega en su servicio habitual.
Nuestra vida que es hacer corporal queda perturbada, anulada
por la falta o escases de cuerpo; y nos convertimos en otro ahora, en otra
situación. Nos convertimos en otra vida constituida, ahora, por no poder hacer
uso pleno de nuestro cuerpo, a causa de no haber un cuerpo lozano. El cuerpo
hace patente su negación.
Incluso el registro mental de ese hacer es diferente al
corporal, por ejemplo, muchas veces creemos mentalmente que podemos subir la
pierna hasta cierta altura, pero cuando lo intentamos resulta que no es así.
Esta negación de nuestro cuerpo es algo que encontramos como
algo nuevo en nuestro vivir. Este no poder contar el cuerpo que necesitamos ser,
esto es, un cuerpo viril. Nos hace caer en cuenta de que no coincidimos con la
circunstancia en que estamos. Que ésta es distinta a la exigencia que hacemos de
nuestro cuerpo, es decir, que ya no podemos contar con él. El cuerpo nos es
ajeno, extraño; en suma, lo extrañamos.
Al fallar nuestro cuerpo es cuando lo sentimos como extraño,
como otra cosa que nosotros. Y cuando nos falla es cuando en verdad reparamos
en él. Al apagarse la vitalidad corporal es cuando volvemos a él nuestra
atención y debemos preguntarnos: ¿Qué es este cuerpo? ¿Qué le pasa a este
cuerpo? Para entenderlo ahora que no podemos contar con él plenamente.
El cuerpo ya no luce y, sin embargo, necesitamos que luzca. Ahora
no podemos hacer lo que veníamos haciendo y con lo cual nos sentíamos cómodo.
Ahora el cuerpo hace algo nuevo con nosotros: nos incomoda y al incomodarnos debemos
preguntarnos por él. No llenarlo de ungüentos anestésicos.
Si nuestro cuerpo siguiera siendo cómodo no repararíamos en
él. No sentiríamos esta circunstancia como una nueva circunstancia, seguiríamos
considerando al cuerpo como algo extraño a nosotros, seguiríamos creyendo que
el cuerpo era algo con lo que podíamos contar por siempre. Ahora el cuerpo opone
resistencia, niega el hacer corporal. Esto nos da a pensar que nuestro cuerpo
ya no nos pertenece, que no es nuestro. Que nos traiciona.
El asunto es que seguimos necesitando de nuestro cuerpo,
pero ya no podemos contar con él de la misma manera. Pues, nos incomoda y lo
sentimos extraño, ajeno. Cada cosa en nuestro vivir ha cambiado, porque nuestro
cuerpo, en primer lugar, ha cambiado.
Nuestra vida que era un conjunto de comodidades e
incomodidades corporales. Ahora se ha convertido casi exclusivamente en
incomodidades. Cada cosa nos incómoda, y esta incomodidad debe llevarnos a
interrogarnos: ¿Qué es este cuerpo que necesitamos y que ahora no es cómodo? ¿Cómo
podemos hacer uso de este cuerpo con el que ahora no contamos? ¿Cómo hacer con
algo que nos falta?
El cuerpo ahora que nos falta empieza a tener un ser. Por lo
visto, el ser es lo que falta en nuestra vida. La enorme necesidad de nuestro
cuerpo nos debe llevar a pensar en él; hacer el atrevimiento de llenar ese
vacío que va dejando el cuerpo. Para entenderlo y poder lidiar en y con su
incomodidad.
Referencias:
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