No
hay camino que nos conduzca al descubrimiento de la vida. Debemos lanzarnos, queramos o no, a lo inexplorado, esto no debe ni deprimirnos
ni implica ningún acto de arrojo. Cuando queremos descubrir algo nuestro
pensar-hacer tiene que estar dispuesta a ello, aunque el mismo esté abarrotado de
hechos y conocimientos. Para algunos esta acumulación es un estorbo y una
dificultad. Sin embargo, para la mayoría nuestro pensar-hacer está abierto a
todo lo que pueda ser nuevo, a todo lo que existe junto con lo conocido.
Ni el
saber y ni la erudición son obstáculos para quienes quieren buscar, solo son un
aliado. Se usen aquellos adecuadamente o no es otro asunto. Nuestro
pensar-hacer es esa estructura que hemos conformado como resultado del pasado,
que se manifiesta en nuestro presente y se proyecta al futuro. En este
pensar-hacer hay muchos ayeres, muchos hoy y muchos mañanas.
Pensamos
y hacemos por esos muchos; por nuestras reacciones y situaciones condicionadas o no estructuramos nuestro
pensar-hacer. Todo nuestro pensar está conformado por el pasado, el presente y por
la proyección hacia por lo que está por venir.
Nuestras
sensaciones y deseos crean también nuestra experiencia, es lo que configura
nuestro pensar-hacer-sentir. Y ésta aunque es un residuo de lo ya realizado no
es algo inmodificable. De ese conocimiento almacenado surgen respuestas ante
situaciones que se presentan, es una economía de acción. ¿Para qué vamos a
pensar algo nuevo cuando ya hemos resuelto tales cosas? Esto es conocimiento y
acción mecánica. Si tenemos que cambiar una bombilla que se ha quemado, lo
hacemos de manera mecánica; a menos que deseemos introducir algún cambio en el
modo de hacerlo.
Nuestro
proceso consciente de vivir, de pensar-hacer-sentir tiene sus cimientos en ese
conocimiento mecánico, que llamamos experiencia. De ella nos valemos a cada
momento. Sería absurdo querer aplicar a cada acción un pensar nuevo, esto sería
un desgaste sin sentido y una falta de economía.
Con
el proceso del pensar mecánico resolvemos nuestra vida cotidiana, instintiva.
Todos vivimos en esta capa del hacer. Es ahí donde todos estamos activos a
diario; en este nivel es donde se nos plantean los problemas, los conflictos y
los asuntos del diario vivir, y con esta forma de darles solución nos sentimos
satisfechos. No es para menos sentirnos satisfechos, ya que de este modo
resolvemos las cosas en un mundo cotidiano de acciones prácticas.
Ahora
bien, no todo nuestro pensar mecánico o experiencia es adecuada para la
solución de nuestros problemas. Ya que hay problemas que requieren un pensar-hacer
diferente, porque no están en el marco de nuestra experiencia. De allí, que no
podemos hacer uso de ésta, si lo intentamos posiblemente será un fracaso.
Cuando
una situación o un asunto están más allá del conocimiento mecánico y de la experiencia
es cuando, en primer lugar, quedamos desconcertados. No sabemos qué hacer. Esta
una nueva situación requiere de un pensar-hacer diferente, ya que las
herramientas que poseemos no nos sirven. Eso lo hemos vivido muchas veces, y no
tiene que ser en verdad un asunto nada extraordinario.
Sencillamente,
nos encontramos frente a un nuevo panorama, que requiere una solución que no está
acumulada en nuestra experiencia. Por tanto, no puede ser resuelta con nuestro
pensar mecánico o instintivo. En este caso, para resolver algo nuevo el
pensamiento viejo o de experiencia debe cesar momentáneamente. Debemos dejarle
paso a otra forma de ver, de pensar. Por ejemplo, como padres cuando nos enfrentamos
a la situación de los hijos adolescente, allí la experiencia paterna o materna no
funciona, por lo cual debemos realizar una reestructuración de nuestro pensar-hacer.
Debemos
ampliar nuestras miras, decimos a veces. Lo que queremos decir, es que tenemos
que buscar otros enfoques, otros puntos de vista, otra perspectiva. Otra manera
de solucionar el problema. No podemos pretender acercarnos a este nuevo problema
con la estructura que ya poseemos, ni con las herramientas que antes hemos
utilizado. Para abordar la situación con el adolescente no sirve el
conocimiento ni las herramientas aplicadas con el bebe o el niño.
No
prescindimos de nuestra experiencia, ésta queda en pausa para poder entender la
nueva situación o problema. Lo mismo hacemos con nuestras herramientas. ¿Qué
hacer? Mirar al problema como algo nuevo. En este mirar comienza un pensar-hacer
nuevo, una búsqueda incondicionada para tratarlo. Podemos buscar ayuda en otras
personas, es muy válido esto.
La
comprensión de un problema nuevo requiere, para empezar, una mirada nueva. Esto
es fundamental. Porque en la mirada nueva la experiencia y las herramientas
están en pausa, por tanto no interfieren. Esto es algo muy común, como también es
muy común asumir que nos la sabemos todas, porque tenemos treinta años de
experiencia en algo o porque tenemos setenta o cuarenta años de edad.
Asumir
esta última posición es una postura inadecuada a la hora de la solución de un
problema nuevo. Pues, queremos resolver un problema inédito con experiencia que
no tenemos y con herramientas viejas. En este caso, queremos aplicar lo que ya
sabemos, hacer el menor esfuerzo. Sin embargo, esto es errado. Lo más probable
es que terminemos en un fracaso.
Con
respecto a lo anterior, lo que buscamos es la proyección de nuestro deseo de continuidad, es decir, de perpetuar
lo que ya sabemos. Nuestro deseo de estar seguros, intuitivamente sentimos que aplicar
nuestra experiencia es lo correcto. No queremos realizar una inversión nueva en
nuestro pensar-hacer-sentir.
Ante
lo inexplorado, lo que se trata es de saber ¿cómo es posible resolver la nueva
situación? Sin traducir tal situación a nuestro pensamiento mecánico o a
nuestra experiencia. Para comprender esto, debemos dilucidar el problema como
algo nuevo. Debemos ser conscientes de que algo nuevo requiere otra manera de
mirar, para así llegar a la solución. Después de haber solucionado un problema
nuevo, éste se convierte en experiencia, se hace vivencia y lo registramos como
tal. Pero no antes.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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