Cada uno de
nosotros en nuestro vivir somos la totalidad de la vida. Con esto no expreso
ninguna concepción filosófica, sino la simple forma en que llevamos nuestro
vivir; esa forma de expresar universal y absoluta de manifestar ese «elan»
vital que nos conforma.
Cada uno de
nosotros vive toda la vida. Esto lo hacemos independientemente de cualquier
otro ser que existe. No importa si uno vive en New York o en el caserío más
pequeño del planeta; si es el presidente de la nación más poderosa o uno más
del vecindario que unos pocos conocen. Siempre vive esa totalidad como si
fuésemos toda la vida.
El más famoso o
el más desconocido hacen lo que hacen, sienten lo que sienten, piensan lo que
piensan… como si fuesen el centro de la vida misma. Hablamos de política, de
arte, de medicina… como si estuviésemos el escenario de la vida solo estuviese
para cada uno de nosotros.
Cada uno somos el
actor principal de la representación universal del existir. No importa que los
científicos nos digan y os muestren el tamaño infinito del universo, nosotros
seguimos viviendo como lo que somos la totalidad de la vida. Eso debe pasarle a
todos los vivientes, supongo.
Sin embargo, no
somos conscientes de esa extraña particularidad. Ni siquiera el gato, que es
tan individual, sabe que el vive la vida total de todos seres vivos. Atendamos
a las cosas que hacemos y nos daremos cuenta que así vivimos. Si nos ocurre una decepción amorosa, nuestra
pena y desgarramiento es todo el desgarramiento del mundo, no una parte
individual.
Si me baño en la
playa, todo este bañarse y disfrutar del mar es la totalidad de los vivientes.
Así es con la alegría, la tristeza. Si nos graduamos de algo, toda la alegría
nuestra es la alegría del mundo. No importa si hay otros cuatrocientos
graduando, cada alegría individual se vive como la alegría absoluta. Sí
vivimos.
Por eso, hablamos
como si fuésemos lo único que habla, o lo único que siente. Es extraño, pero
muy interesante esta forma de ser. Si un familiar muy cercano se nos muere, ese
dolor que sentimos es todo el dolor de la vida. Nuestro desamparo es todo el
desamparo del existir. Vivimos la universalidad de la vida.
O la soledad, es
toda la soledad. Y para este vivir no construimos ninguna teoría filosófica,
solo vivimos esa totalidad. Que no es individualismo malo, pues intercambiamos
desinteresadamente con muchos otros; pero esos otros también tienen y poseen
ese vivir absoluto. Lo sienten de esa manera.
Solo hablo de
vivir, simple y llanamente de eso que es vivir. Acá no hay ningún constructo
intelectual. Cuando uno de nosotros sufre, sufre todo el sufrimiento de la
vida. Así mismo es con la alegría, disfruta toda la alegría de la vida. No hay
padecemos la mitad de la alegría y reservamos la mitad para el resto de lo que
viven, no. Toda esa alegría es nuestra, nos reímos hasta que se nos salen las
lágrimas, sin imaginar que hay otro que está alegre o que está triste. Ni
siquiera nos importa, esto no es egoísmo malsano. Sencillamente así vivimos.
Es interesante
atender a esta característica de nuestro vivir, porque nos permite ver el mundo
de otra manera. No vernos como egoístas malos, sino como totalidades que
interactúan, que interactuamos. Que compartimos con otros. No obstante,
actuamos, pensamos y sentimos como seres absolutos en nuestro vivir.
Este vivir como
una totalidad es la característica primordial y más básica de nuestra vida. Por
eso no necesita de ninguna teoría. La vida es solo vivir. Y cada uno la vive de
esa manera total. No hay medias vidas, ni se vive ha medias. Vivimos una
totalidad.
No importa lo que
cada uno de nosotros hagamos. Si somos el artista más famoso o un obrero más;
si somos importantes en algún ámbito o meros desconocidos. Todos por igual, sin
tener en cuenta el entorno, vivimos como vivientes absolutos. Por eso cada uno
de nosotros somos la totalidad de la vida.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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