Desde hace tiempo nuestro vivir se concibe como sometido a
un permanente cambio, comprendemos nuestra vida personal y organizacional a
partir de este supuesto; creemos que el cambio y la incertidumbre constituyen las
características distintivas de nuestro hacer.
Tal creencia se ha generalizado y estamos seguros de que el
éxito está en la capacidad de adaptarnos a los cambios y las incertidumbres, está
en la velocidad que tengamos para cambiar de paradigmas, de poner a un lado lo
que ha caducado y asumir lo nuevo.
Pensar que el cambio y la incertidumbre es lo verdadero se explica
por tres aspectos dados en el pensamiento moderno.
Primero, se dejó de conversar con la historia del
pensamiento olvidando que desde Heráclito una de las preguntas fundamentales
era la comprensión del cambio.
Segundo, se dio la incomprensión de la estructura de la
realidad, donde el cambio es condición de todo lo sensible; todo en la
naturaleza está sujeto al ciclo de nacimiento, vida y muerte, esta es la condición
esencial de lo vivo: la transformación.
Tercero, se produjo la desconexión total con una “verdadera
realidad” que trasciende al mundo sensible y es la que le da existencia,
sentido y comprensión.
Estos tres aspectos serían indicios para Platón de que
estamos sumidos en la caverna viendo solo sombras de la realidad, y nos
reprocharía el filósofo que por estar tan asombrados con la idea del cambio nos
hemos olvidado que a pesar de todas las transformaciones que nos ocurren a lo
largo de nuestra vida seguimos siendo humanos y que las organizaciones, por su
parte, aunque sufren muchos cambios siguen siendo las mismas.
Para Platón, la verdadera realidad la constituye el
inmutable mundo de las Ideas. Desde esta perspectiva, nuestras frustraciones e
impotencias se deben a que buscamos en el mundo sensible realizar actos y tener
relaciones ajustadas a la realidad del mundo de las ideas, y olvidamos que
nuestros actos y relaciones solo participan en diversos grados de ese mundo y
nunca serán expresión plena de él, porque vivimos en mundo imperfecto y
sometido a cambios.
La perspectiva platónica nos lleva, en primer lugar, a comprender
que nunca habrá total plenitud ni perfección en cualquiera de nuestros actos y
relaciones. Debemos asumir esta realidad, pues por el contrario nos generaremos
frustraciones. En este mundo nunca lograremos el matrimonio soñado, ni el
producto final perfecto ni el jefe inigualable ni la satisfacción plena de
nadie.
En segundo término, Platón nos hace comprender que al aceptar
nuestras limitaciones nuestras acciones estarán orientadas hacia el mundo
ideal, esto es, hacia el mundo de las Ideas: bello, lo verdadero, lo bueno y lo
justo. Porque la imperfección de nuestras acciones y relaciones tienden hacia
la búsqueda de lo ideal.
En tercer lugar, el filósofo nos hace ver que al liderar
organizaciones y equipos humanos siempre estamos ante las amenazas de la
decadencia y la descomposición de éstos. Por tanto, la función crítica y esencial
de un líder es evitar la desintegración del equipo y la organización[1].
Las organizaciones al tener políticas de comportamiento, de
compromisos y atención a los valores en las relaciones interpersonales, su
cultura se degrada más lentamente porque se busca lo ideal. En esta búsqueda se
tratan de evitar malas prácticas, malas comunicaciones, el desorden del poder,
la falta de calidad y la ausencia de valores, todo esto porque en nuestro hacer
tendemos al mundo de las Ideas platónicas.
El rol del líder es administrar el presente, con sus
problemas y urgencias, llevando a la organización al ideal proyectado. Un ideal
que debe ser satisfactorio para todos los miembros por ser justo y querer
alcanzar una meta perfecta y admirable; de esta manera las acciones del líder y
de los miembros se acercan a las propiedades del mundo de las Ideas.
Por el contrario, si solo nos dedicamos a lidiar con el día
a día, a resolver metas inmediatas, es decir, lo urgente, estaremos encerrados
en la caverna viendo y gestionando sombras. Y nos olvidamos de lo que es realmente
importante, cuya misión —en sentido platónico— sería construir un ideal personal,
de equipo y de organización.
Aunque estamos en mundo de contingencias, de cambios y
mutaciones, nuestras acciones y actos se dirigen a alcanzar unos ideales que
están más allá de los cambios permanentes. Son estos ideales los nortes que
guían nuestros haceres. Por ello, ante nuestro hacer Platón nos preguntaría
¿Cuál es la idea de organización justa, armónica y buena que orienta nuestra
gestión? ¿Qué Idea dirige nuestro hacer? ¿Cómo organizamos ésta?
Consultoría
y Asesoría Filosófica Obed Delfín
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
[1]
Entendamos que una organización
puede ser una empresa, una familia, un matrimonio, un grupo de amigos…
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