Unas de las cosas buenas que nos legaron los sofistas, y hay
que agradecerles, es habernos abierto los ojos sobre el hecho de que tenemos
que lograr acuerdos justos sobre los honorarios a cobrar por las asesorías
filosóficas. Vieron que el conocimiento tiene su valor monetario y eso es
justo, no eran ningunos remilgados en este aspecto.
Otra cosa que nos enseñaron fue apreciar y saber manejar el
poder de las palabras, de los gestos y las emociones, el poder que éstas tienen
para influir, convencer y movilizar a los demás en diversos ámbitos de la vida.
Saber utilizar el poder de las palabras es algo importante en el diario vivir,
sino sabemos esto vamos a la deriva. Porque nunca sabremos cuando nos utilizan
con ellas y nosotros no sabremos hacer uso de las mismas.
A través de esta perspectiva pragmática y relativista reconocemos
que las personas tienen distintas visiones e interpretaciones del mundo,
ninguna es más verdadera que otra y cada interpretación se relaciona con los
intereses, deseos y perspectivas de cada quien. Esta es una realidad porque los
clientes, por ejemplo, tienen una visión particular de una organización, los
trabajadores otra y los propietarios tienen otra.
Lo relevante es comprender que tales visiones e
interpretaciones son la realidad de cada persona y grupo, y éstas nacen de sus intereses
particulares y necesidades, las cuales se transforman en formas de actuar,
sentir y pensar. Esto es lo que debemos tener en cuenta para sortear la
complejidad de nuestras relaciones interpersonales.
Lo anterior nos hace entender que lo relevante para que
nuestras ideas sean consideradas dentro de una organización, un grupo o por una
persona, es que las mismas interpreten correctamente el universo de interés de
quienes toman las decisiones que tengan capacidad para implementar los
proyectos. Lo que determina el éxito de una idea no es la racionalidad sino el
poder de convencimiento y realización fundado en un universo de intereses.
Lo que queremos lograr y nuestros objetivos están enmarcados
en un conjunto de interpretaciones y de intereses, así mismo sucede con las
demás personas, los grupo, las organizaciones; cada quien debe influir, crear
su proyecto y estar dispuesto a movilizarse de acuerdo a ese universo de
interés. A partir de ahí se contará con la capacidad de movilizar recursos,
decisiones y acciones a partir del poder de las palabras.
Para los sofistas ni lo absoluto, ni lo permanente ni lo
trascendente existen; cuestionan la posibilidad de un conocimiento objetivo y
dudan de que la comunicación se funde en una comprensión plena. Para ellos, cada
persona o grupo tiene su forma particular de ver el mundo, la comunicación se fundamente
en la capacidad de convencer y el entendimiento mutuo es un dato inseguro, por
lo cual el resultado de nuestras interacciones interpersonales son resultado
del esfuerzo de comprensión.
En el plano de la dirección de personas, los sofistas
señalarían que la incapacidad de acción y las barreras de ejecución se
encuentran en las historias que las personas se cuentan a sí mismas y sobre los
otros como si éstas fuesen verdades absolutas: etiquetamos o clasificamos a una
persona o un asunto como difícil y así lo tratamos de ahora en adelante sin
averiguar si en verdad es así o no; de esas verdades proviene la inoperatividad
de nuestras acciones.
Nuestra resistencia a los procesos de cambio sean
personales, grupales, tecnológicos… tiene su raíz en qué pensamos, en qué sentimos
y cómo evaluamos el proceso que atravesamos más allá de las características del
sistema que se implementa. En estos casos, la función del liderazgo está en la
construcción de relatos capaces de dar dirección, sentido y capacidad de acción
a las personas en función del universo de intereses en que éstas se encuentran
inmersas.
A partir de lo anterior, la principal preocupación de los
sofistas sería conocer cuáles son las claves desde las cuales nos contamos
nuestra historia, proyectamos nuestro futuro y vivimos el presente, pues en ese
relato se juegan nuestras posibilidades futuras.
Los sofistas exigirían una definición clara de nuestros intereses
y expectativas dentro de una organización y en nuestro vivir: ¿Hacia dónde queremos
ir? ¿Cuál es el camino que debemos seguir para lograrlo?... La actitud con
respecto a nuestras historias personales debe estar dirigida a investigar el
poder de acción que emerge de ellas. No podemos estar interesados en ser
condescendientes ni complacientes con lo banal, tenemos que enfocarnos en
mejorar nuestros indicadores, renunciar a esas historias inadecuadas que solo
nos sirven para justificar lo que no pasa y nos restan capacidad de acción.
Consultoría
y Asesoría Filosófica Obed Delfín
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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