Nunca somos de una honestidad absoluta, ya que siempre nos
reservamos algo para nosotros. Esto no es nada del otro mundo, pues debe formar
parte de nuestro contenido de sobrevivencia, dado en medio de nuestras
relaciones intrapersonales y con el entorno en que nos desenvolvemos.
Los seres humanos ocultamos sentimientos por una u otra
razón. Eso lo debemos hacer a partir de cierta edad, cuando aprendemos que no
podemos ser una entidad totalmente abierta. Lo hacemos como un mecanismo de
interacción con el mundo; aprendemos a matizar y, muchas veces, a administrar
nuestros sentimientos para con los otros y para con nosotros mismos. De allí
que sea un mecanismo de sobrevivencia.
Lo anterior no es un acto de deshonestidad sino de
precaución. Este mecanismo debe tener su fundamento en la emoción del miedo, en
cualquiera de sus vertientes y grados. Por ello, hemos señalado que es un acto
de sobrevivencia. No obstante, debemos tener cuidado que esto no se vuelva un
estado patológico o enfermizo. La administración, la economía del miedo y de
los actos de sobrevivencia son necesarios en nuestro estar en el mundo.
Lo preocupante es que no sepamos distinguir los límites del
miedo y de la sobrevivencia; y no sepamos entonces entregarnos al placer y al
disfrute de nuestro vivir, que involucra necesariamente lo sentimental. Porque
en ese replegar deshonesto de nuestros sentimientos, puede darse el caso que
seamos nosotros los primeros en sufrir las consecuencias al no aprender ni
saber amarnos.
En esa situación podemos volvernos deshonestos con nosotros
mismos, sin darnos cuenta, al negarnos los sentimientos que nos corresponden.
Pues, las posturas que asumimos con nuestros sentimientos pueden terminar por
no satisfacernos; por el contrario, terminan por incomodarnos, nos hacen sentimos
menospreciados y poco orgullosos de nosotros mismos.
Si esto es con nosotros con los demás puede ser más grave,
en dos sentidos por lo menos. En un primer sentido, en el alejamiento que nos
imponemos contra las demás o con las personas más cercanas, o contra quienes
buscan establecer alguna relación con nosotros. En un segundo lugar, que se
produzca en nosotros una enajenación con respecto a otra persona, y entonces
ciegamente nos ponemos en la otra persona sin ningún sentido ni medida. Ambas
son medidas desgarradoras.
Al ocultarnos nuestro estado de ánimo, nuestros sentimientos
y nuestros deseos terminamos por oscurecer nuestro vivir. Por el contrario, debemos
ser transparentes y coherentes con nosotros mismos, con nuestro
pensar-sentir-hacer. Debemos ser honestos cuando tratamos con nuestros
sentimientos sea para con nosotros y con los demás.
Tiene que ser de esa forma y no de otra. Pues, actuar de una
forma deshonesta para con nosotros mismos es absurdo y, a la larga, dañino. Tenemos que actuar, pensar y sentir de forma honesta
para con nosotros y los demás. Ya que es la manera más sencilla de ser y hacer.
Al ser sinceros con nosotros mismos, no entramos en falsos juegos
ni fingimos nada, ni nos acorazamos en ninguna mentira emocional. Por tanto, debemos
mantenernos en guardia para evitar las deshonestidades de nuestros
sentimientos, o evitar una actitud derivada de algo que hemos presumido sin ser
coherentes con nosotros y nuestro entorno.
Ser deshonestos emocionalmente ha de ser agotador. Pues, se
vive en un pseudo-vivir. Por otra parte, permanecer alerta en esa deshonestidad
es vivir en un estado de angustia y mentira. Además, más pronto que tarde la
deshonestidad nos golpea y se cobra su parte. Por otra parte, el juego de la
deshonestidad sentimental cada día se vuelve más difícil de sostener, ya que
todo se ramifica y se vuelve más complejo en el entorno que falsamente hemos creado,
tanto a lo interno y lo externo.
Para acabar con la deshonestidad tenemos que construirnos el
camino de la honestidad y la transparencia emocional, para con nosotros mismos
y los demás. De esta manera, ganamos en
carisma y credibilidad. Ser honestos para con nosotros reafirma nuestra propia confianza
en nosotros y en los demás. Asimismo sabremos depositar en nosotros la tranquilidad
mental y la estima personal necesarias.
Al ser honestos emocionalmente con nosotros mismos tenemos
mucho que ganar y nada que perder.
Referencias:
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