“Lo óptimo, la mesura”
Cleóbulo, el Líndico
Nos pasamos los días yendo de un lado a otro sin parar, en
muchos casos sin ningún sentido. Andamos
apresurados por cualquier cosa, por cosas que no son importantes para nosotros.
Este es el signo de nuestro quehacer.
Somos, muchas veces, incapaces de pararnos un momento por estar
inmersos en una espiral, que en la mayoría de los casos, no nos concierne ni
tiene nada que ver con nuestro hacer. Acumulamos, eso sí, toneladas de estrés;
él cual nos auto-provocamos y con el que andamos a cuesta para todos lados.
Cuando no es por el trabajo, es por los estudios o por los
asuntos de la casa, si no es por éstos nos buscamos algún quehacer que nos quite
la quietud. Porque parece que andar serenos fuese mal visto. Pensamos siempre
en afanarnos con algo. Para ser o estar serenos necesariamente no tenemos que
andar ni ser una escultura o estatua. No es esa la idea. Ahora bien, ¿Qué nos
puede procurar la serenidad en nuestro actuar?
Si nos pudieses observar a nosotros mismos y nuestros
agites, tal vez nos miraríamos de una forma extraña. Viendo como nos movemos de
un lado para otro a toda prisa y sin parar. Posiblemente nos veríamos ridículos
en ese apresuramiento, algo así como esas primeras películas del cine, donde
los personajes parecen un tanto desarticulados.
Posiblemente nos molestaría vernos en esos afanes y en esas
correrías en su mayoría inútiles. Y muchas veces lo hacemos, cuando tiempos después
nos damos cuenta de una perdida de energía por cosas que no se lo merecían. Y en
ese momento nos preguntamos ¿si estaríamos sufriendo en ese entonces una grave
crisis de deplorable estupidez?
Llegados a este punto, debemos coger el mando de nuestro hacer
y establecer un momento de pausa, de sosiego y preguntarnos: ¿Qué estamos
haciendo? Y ¿Para qué lo estamos haciendo? ¿A dónde nos conduce ese desenfreno
de nuestro quehacer? ¿Es importante por qué nos importa a nosotros o por qué
les importa a otros?
Acá comienza el gobierno de nosotros mismos. En ese momento
sentiremos cierto alivio, como si acabásemos de depositar unas pesadas maletas
en el suelo. Seremos conscientes del inútil frenesí en el que nos hemos
enredado en nuestro vivir, del encadenamiento inconsciente entre una jornada y
otra al orbitar en las esferas de la hiperactividad y del nerviosismo.
A partir de allí empezaremos a ordenar un poco nuestro
quehacer, a poner las cosas en su lugar, a hacer las cosas en su momento más apropiado,
sin estrés y de forma relajada. Porque como dice Julián Marías “lo importante
es lo que importa”, lo que nos importa a nosotros y esto no tiene porque llevarnos
a esos afanes innecesarios.
Al tener el gobierno de nosotros, que no es renunciar a nada
de lo que hacemos actualmente, sino a determinar ese nuestro hacer de una
forma tranquila y mesurada. Darle el
verdadero que tiene para nosotros y no para los demás. Por el contrario, si
seguimos con la misma actitud seremos sujetos incorregibles y cargados de estrés.
Paremos por un momento y miremos cómo hacemos las cosas y
por qué las hacemos de esa forma. Dejemos de movernos sin parar. Ya que
eso es un gasto inútil de energía.
Aprendamos a serenarnos para reflexionar. Basta de querer vivir como si fuésemos unos
seres sin sentido ni medida.
Nosotros y los demás nos merecemos un hacer más sosegado,
más sereno. Pero eso tenemos que construirlo nosotros mismos, nadie nos lo va a
dar. Somos nosotros los que decidimos nuestro hacer. Por tanto, debe haber un
momento para reflexionar sobre lo qué hacemos, por qué lo hacemos y cómo lo
hacemos. Antes que la vida nos pase por encima.
Recordemos la máxima citada al inicio “Lo óptimo, la
mesura”.
Referencias:
Blogger:
http://obeddelfin.blogspot.com/
Academia.edu: https://ucv.academia.edu/ObedDelf%C3%ADn
Twitter:
@obeddelfin
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