Muchas veces oímos decir y nosotros mismos terminamos
diciendo que los ancianos son como niños. Esto lo decimos por su condición de
desvalidos, condición que se presenta a partir de cierta edad o por alguna
enfermedad, que les impide valerse por su propio esfuerzo físico en el entorno
de la cotidianidad de su vivir.
Esa condición de sujetos desvalidos acarrea consigo el
primitivo miedo por sobrevivir, que es también propio del bebe. Pero esta emoción
con respecto al anciano no la tenemos en importante consideración. Creo que
incluso la obviamos por considerar que él es un sujeto racional. Y tal vez, en
este miedo es donde más se asemeja el anciano al bebe.
Ahora bien, si el bebe tiene un miedo arracional y no
consciente a morir. Por el contario, el miedo del anciano es racional porque él
es consciente de su posibilidad real de morir o de que le puede pasar algún
accidente y él no posee la capacidad física para responder satisfactoriamente al
mismo, es decir, el anciano está a la deriva y es un naufrago en su vivir.
Una diferencia mayor es que el bebe apenas tiene una
biografía, pues está comenzando su vivir y todo es perdonable. El anciano, por
el contrario, es una biografía casi completada y poca cosas son toleradas en su
comportamiento. Pues, de éste se espera que tenga unas acciones racionales, del
bebe se sabe que todos son instintos.
Sabemos que el miedo es una emoción primitiva y básica. También
es asocial, en el sentido que solo nos hace pensar en nosotros mismos; nos
lleva a asumir actitudes egocéntricas en el peor sentido de la palabra. Reclamamos
toda la atención nuestra y de los demás, por lo cual no damos nada. Observemos
en esto al anciano.
Al sentir miedo, solo estamos nosotros frente a un mundo
amenazador. Así se siente el anciano en su estado de indefensión,
constantemente amenazado. Por eso recurre a ese egoísmo que reclama atención y
expulsa toda consideración por los demás. El miedo del anciano está centrado en
su propio cuerpo, en la posibilidad de no sobrevivir un día más.
El miedo, en general, margina y expulsa toda preocupación por
el otro. Por eso el anciano en su condición temerosa retorna al estado en que
solo puede afirmar su propia existencia, esto lo lleva a asumir
inconscientemente acciones irracionales y egoístas.
La angustia del anciano está determinada por la minusvalía
de sus interacciones con el mundo. Pues todo se hace preocupante sobre su cuerpo
y el estado de salud de éste. No podemos olvidar que el anciano está atento por
sus seres queridos, esto significa que en su «yo expandido» está latente la
preocupante consciencia de un peligro que aparta toda consideración por el
resto del mundo.
El miedo nos convierte, por lo general, en un monarca
absoluto y déspota, a quien no le importa nada ni nadie más. Esa actitud es la
que observamos en el anciano que se encierra en sí mismo. Sin embargo, el anciano
desvalido tiene un solo modo de conseguir lo que quiere: utilizar a otras personas.
Mientras el anciano se sienta desvalido y sea incapaz de
estar solo sin sentir miedo, la reciprocidad y el amor no florecerán. Su
actitud será más huraña, por una parte. Por otra, buscara llamar la atención
para que ser atendido. Se dan dos actitudes opuestas, que por lo general molestan
mucho a quienes lo rodean.
El miedo en el anciano es una reacción a la impotencia de no
ser capaz de hacer nada por sí mismo para solucionar esa mala sensación. Y allí
se enreda en su interacción con los demás, pues los otros, repito, esperan una
actitud racional y ésta no aparece pues el miedo la imposibilita. A menos que
el anciano haya sufrido algún ACV y no se sepa, recordemos que todos los ACV no
dejan secuela física, pero si daño cerebral.
En el anciano se hace presente y palpable la idea de la
muerte. Que es una idea implícita en nuestra respuesta a toda amenaza. El miedo
a la muerte es, en muchas personas, algo aterrador que siempre los envuelve. A
diferencia de otros miedos, para el miedo a la muerte no hay consuelo o
confianza que pueda eliminarlo. Pues, todos somos mortales.
Esa emoción básica y atávica del miedo determina la conducta
del anciano. Lo acorrala y aprisiona en una cárcel estrecha. Solo la compañía y
la atención por parte de los que están con él la pueden mitigar, no eliminar. Es
difícil y problemático interactuar en las situaciones donde el miedo domina tanto
la relación intrapersonal como la interpersonal.
Además de los cuidados físicos del anciano es necesario
estar atentos a la emoción del miedo, pues ella determina los intercambios
entre el anciano y las demás personas. Y repito lo antes expresado, mientras el
anciano se sienta desvalido la reciprocidad y el amor no florecerán.
Referencias:
Blogger:
http://obeddelfin.blogspot.com/
Academia.edu: https://ucv.academia.edu/ObedDelf%C3%ADn
Twitter:
@obeddelfin
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