Entre los afanes de la vida está el aprender a delegar. La
ausencia de este aprendizaje es uno de los asuntos que más abruma a los
individuos. Pues, lo queremos hacer todo y nos creemos que somos
imprescindibles, tanto en el trabajo como en la casa. Creemos que somos los
únicos que sabemos hacer las cosas que hay que hacer. Consideramos que más
nadie sabe, por tanto, nosotros tenemos que hacer todo. Esta actitud es una
real estupidez.
Nos cargamos de
trabajo innecesario e improductivo. Terminamos el día y la vida cansados. Y
nadie agradece ese trabajo, porque no significa nada. El trabajo improductivo
solo es un pasivo, porque nos desgasta. Hacemos una desinversión corporal al
realizar trabajo, y como tal no tiene ninguna rentabilidad ni corporal ni
intelectual. Es solo la búsqueda del cansancio y del desengaño. Esto último
vendrá al final de la vida cuando ya las fuerzas físicas se hayan ido, y no
seamos más que un mueble que estorba.
En nuestra vida cotidiana, esa de todos los días, tenemos
que ser astutos y conscientes de qué lo que hacemos, para qué lo hacemos y cómo
lo hacemos. Esto es importante, para no recargarnos con asuntos insignificantes
y de poca monta. Muchas veces, somos de esas personas que estamos excesivamente
pendientes de nuestros familiares, vecinos y amigos; y esto porque nos creemos
que estamos al servicio de la humanidad. Creemos estar al servicio y atender
las exigencias de los demás. Pensamos más en ellos que en nosotros. Un error
garrafal.
Aprender a delegar es la posibilidad real descargar nuestro
día a día, tanto en el trabajo como en la casa. Tenemos que aprender a que los
demás tienen que compartir responsabilidades, haceres y cuidados. La vida
laboral y casera tiene que ser un aprendizaje cooperativo, un hacer entre
varios. Esta es la única posibilidad de llevar una vida placentera y relajada.
Lo contrario, es auto-esclavizarnos.
Este auto-esclavizarnos, es someternos a la indolencia, la
irresponsabilidad, a la dejadez de los demás. En la expresión venezolana,
someternos al «echárselas al hombro» de los otros. No podemos permitir esto. Y
si lo estamos permitiendo tenemos que preguntarnos: ¿Por qué está actitud de
servidumbre ante los demás? ¿Por qué este descuido de nosotros? Debemos buscar
las causas de esa nuestra actitud.
Se trata de una actitud de abyecta humildad, sórdida
modestia que debemos corregir. No podemos estar al servicio de satisfacer todas
las necesidades, caprichos y deseos de hijos, pareja, vecinos, compañeros de
trabajo… Esto es lo menos relajante que existe. Repito esta es una desinversión
que nos llevara a la bancarrota corporal y espiritual.
De allí la necesidad de aprender a delegar. Para realizar el
trabajo en conjunto o que cada quien en su responsabilidad realice el trabajo
que tiene que hacer, que tiene asignado. Por ejemplo, en casa tenemos que empezar
delegando algunas tareas cotidianas. Primero, porque no somos el sirviente de
los hijos o la pareja; segundo, porque a nadie le hace daño que le asignen y
ejecute un tarea determinada. Además, el delegar y la observancia de la
ejecución de la misma fortalece la autonomía y la responsabilidad de los
individuos. Al delegar en los demás algunas tareas garantizamos la marcha compartida
del hogar.
Al delegar salimos ganando en tiempo y eficacia; disminuimos
el cansancio y el estrés. Aprender a delegar es básico para obtener un
funcionamiento más efectivo y adecuado. Delegar consiste en pedir y asignar; dejar
de hacer tal cosa para que otro lo haga, dejar lugar a otros. Tenemos que
olvidarnos «de que para que las cosas se hagan bien tenemos que hacerlas
nosotros», esto es parte de nuestro auto-sometimiento. Hay muchas cosas que los
demás las hacen mejor que nosotros.
Tal vez, no delegamos porque tenemos miedo de parecer
incompetentes, de mostrar que no sabemos hacer tal cosa. O de darnos cuenta que
no somos imprescindibles, que muchos otros nos pueden sustituir. Por eso, tal
vez, nos cuesta confiar y delegar. No comprobamos ni validamos que los otros
pueden hacer eso para lo cual nosotros nos creemos imprescindibles. Negamos la
oportunidad al otro, o el otro es perezoso e indolente y alimentamos su actitud
e irresponsabilidad.
Esa mala costumbre de echarnos todo el trabajo encima se
convierte en un mecanismo de defensa de nosotros y de disminución de la
capacidad de los otros. Los demás, por ejemplo, se podrán sentir tan sobreprotegidos
que necesitarán que les validen el menor detalle de su hacer; con lo cual
fomentamos una actitud débil y pusilánime.
Al no delegar fomentamos la perdida de nuestra autonomía y
nos sobrecargamos de trabajo. Aprender a delegar es ganar tiempo para nosotros,
en vez de ser un esclavo de las necesidades de los demás. Delegar nos permite una
prueba de confianza en nosotros mismos y en los demás, es otra manera de ver
las cosas. Es parte de la confianza en nosotros mismos.
Referencias:
Blogger: http://obeddelfin.blogspot.com/
Wordpress: https://coasfiobeddelfinblog.wordpress.com/
Twitter: @obeddelfin
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