Muchas veces miramos o nos
encontramos con alguien que nos gusta, que nos atrae o que termina gustándonos
por lo corporal, lo intelectual o por lo que sea… Lo que importa acá es que establecemos
una relación con esa persona que nos atrae, relación que puede perdurar o no. Esto
último dependerá de las circunstancias en que se desenvolverá la relación, con
los altibajos propios de la misma.
Así mismo sabemos que en una
relación cada uno de nosotros es un yo, una personalidad propia. Y cuando la
relación se establece hay muchas cosas que nos gustan de la otra persona, por
ejemplo, cómo piensa, como es, como se desenvuelve, lo que hace, sus
aspiraciones presentes y futuras… Hasta acá todo parece o es muy normal y
natural. Incluso entrecruzamos aspiraciones, y cada uno nos sentimos
entusiasmado por la afinidad con el otro. Nos identificamos mutuamente, eso nos
parece realmente maravilloso.
A medida que la relación se va
desenvolviendo uno o los dos sujetos de la relación vamos sintiendo la
necesidad de hacer algo con esa realidad que es la otra persona. Sentimos la
necesidad de sacar o producir del otro algo que creemos que él o ella siente,
que consideramos es manifiesto o que pensamos necesita hacerse patente. No
obstante, lo que realmente intentamos hacer, consciente o inconscientemente, es
no dejar que la otra persona sea en lo que es, no dejarla en su pensar-hacer. Intentamos
interrumpir el ser que esa persona es.
Resulta que la intervención que hacemos
sobre la otra persona consiste en alterar la realidad de lo que ella es. Alterar
su pensar-hacer, que antes tanto nos gustaba. Intentamos hacerla ser otra
persona, ponerla en nuestra mismidad. Forzarla a nuestras aspiraciones o
miedos. Convertirla en nuestro proyecto excluyéndola de su propio proyecto de
vida. Pensamos que con esto la estamos poniendo en su mismidad o autenticidad,
pero lo que hacemos es lo contrario.
Consideramos que nuestra mismidad es
también la de la otra persona, que ella es nuestro mismo pensar-hacer. Pensamos
que nuestro pensar es el de ella. Sin embargo, ella es otra persona. Nuestra
verdad, no es la de ella. Suponemos esto porque ni siquiera preguntamos qué es
lo en verdad ella quiere. Nos proyectamos y queremos construir sobre la otra
persona algo que ella no es; lo cual requiere que esa persona abandone su yo,
su personalidad. Como sospechamos esto es motivo de tantos conflictos en las
parejas, del «tú no me entiendes», del «yo quiero lo mejor para ti»… y un largo
etcétera lleno de conflictos inter e intrapersonales.
Estas acciones, repito conscientes o
inconscientes, que se dan entre las personas que conforman una pareja conducen a suprimir la realidad del
otro y permiten poner a la otra persona en nuestra verdad, no en la de ella.
Porque su verdad queda ignorada. Pretendemos poseer la realidad del otro, y nos
afanamos en conferir a la realidad de la otra persona lo que es propio de
nuestra mismidad y verdad. Lo que intentamos con estas acciones es hacer nula a
la otra persona. Y lo peor es que muchas veces es con lo mejor de nuestras
intenciones, o por lo menos eso decimos.
Estas
acciones son una forma muy usada y nada insólita en las relaciones, acciones
que producimos entre nuestra realidad y la realidad de la otra persona; entre
nuestra verdad y la verdad de la otra persona. Las cuales negamos. Con esta
negación lo que pretendemos es duplicar nuestro proyecto de vida en la otra
persona.
Pretendemos hacer una copia de nosotros, de
nuestros deseos. Aunque no parezca evidente. Negamos en la otra persona la
realidad que ésta necesita para ser efectivamente lo que es; negamos lo que le
corresponde de suyo. Y pretendemos hacer de esa persona un espejo de nosotros.
En esa dialéctica nosotros necesitamos de esa otra verdad para ser lo que
somos, lo que propiamente pretendemos ser. Hay una doble negación, sin afirmación posible.
Por el contrario, lo que necesitamos
es permitir que la realidad de la otra persona se haga manifiesta; para eso es
preciso dejarla ser lo que es. Nuestras acciones, como intervención
interpersonal, deben tener como resultado que la realidad de la otra persona no
sea alterada, dejar que ella misma sea; contribuir a que se conforme en su propia
mismidad y autenticidad. En la verdad de su proyecto de vida.
La
acción honesta y productiva tiene que permitir a la otra persona acceder a su
verdad, a su verdadero ser, esto es, a su propio pensar-hacer. Para que pueda
poseer su realidad, para que sepa a qué atenerse respecto a ella. Cada persona necesita
hacer lo que le confiera a su realidad su propia mismidad y verdad. Lo que en
sí misma necesita para ser efectivamente lo que ella es, y desea ser según su
proyecto de vida.
Necesitamos,
cada cual, esa posibilidad para en verdad llegar a ser lo que nos es
propiamente. Lo que pretendemos ser, puesto que la vida de cada uno de nosotros
no nos es dada hecha, sino que tenemos hacerla, configurarla. De esta manera,
es que establecemos conexiones entre nosotros y las circunstancias en que nos
encontramos, y así hacemos funcionar la autenticidad de nuestro pensar-hacer.
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