Muchas veces estamos muy atentos a lo que los demás dicen de
nosotros, y esto se convierte o es en una actitud de vida. Tal vez, sea por
inseguridad hacia lo que somos o falta de confianza en nuestro pensar-hacer;
tal vez necesitamos que los demás nos reafirmen en sus opiniones o necesitamos
estar bien ante los demás. o quizás, necesitamos identificarnos con la tribu,
con el entorno social en el cual nos desenvolvemos.
Esta falta de confianza o de inseguridad personal es algo
que debemos corregir, pues muestra que somos dependientes de otras personas.
Que dependemos de ellas para movernos en el mundo. En cada acción que
acometemos nos sentimos vigilados: ¿Por el qué dirán? Anteponemos la opinión
del otro a la nuestra, prevalece más lo que la otra pensar pueda pensar o decir
que lo que nosotros pensemos o digamos. En este sentido, permanecemos fuera de
nosotros mismos.
Podemos permanecer, en gran medida, indiferentes a lo que
digan de nosotros. Pero para hacer esto debemos reafirmar nuestro yo, esa
persona que somos, esto es, nuestro pensar-hacer-sentir. Necesitamos un ego
solido, fuerte y valiente. Así mismo debemos saber o tener conocimiento de qué
y quiénes somos, y en esto consiste en saber ese yo que soy. Esto es tener bien
determinada nuestra relación intrapersonal, es decir, saber que nos queremos.
Además, como sujetos sociales debemos saber a quién queremos
y a quién no; y quién nos quiere y quién no. Debemos tener esto bien claro.
Porque el sujeto inseguro busca que lo quieran, ya que necesita ser querido; de
allí su sumisión a la opinión de los demás. Por el contrario, al tener nuestros
quereres interpersonales bien definidos, ya no nos preocupamos por buscar
aceptaciones forzadas. No mendigamos las aceptaciones de la tribu o de los
demás.
Al poseer ese dominio o gobierno de nosotros mismos se
minimiza esa búsqueda de «caer bien o no» a los demás, porque no estamos detrás
de su aceptación. Somos sujetos independientes con nuestras semejanzas y
diferencias, y con esta actitud nos relaciones con el mundo. No con una actitud
prepotente, sino con una actitud bien definida de lo que somos y queremos.
Tal actitud nos permite desarrollar un carácter
independiente, que nos hace consiente de relacionarnos de manera selectiva y juiciosa
con las demás personas. Y nos permite ignorar de forma natural y con gusto la
«opinión y la mirada ajena», a la que de manera irracional solemos conceder una
importancia desmesurada. Importancia que nos hunde en el anonimato de nuestra
personalidad y minimiza nuestro ego.
Lo anterior nos lleva a que tenemos que aprender a arreglar
nuestros asuntos sin esperar o tener esa necesidad de ser queridos, valorados o
aceptados por los demás. Porque como apreciamos, entonces, no tenemos
movimiento propio, ya que dependemos primero de la opinión de los demás para
iniciar alguna acción. Permanecemos paralizados a la espera del asentimiento
ajeno. En tal caso, no somos nosotros sino una mera sombra de los demás.
Al ser nosotros, somos nuestro propio señorío y nos es
suficiente nuestra propia mirada. Pues, la «mirada ajena» se convierte
realmente en eso que es, en algo ajeno. El señorío de nosotros mismos inclina
la balanza de la estima propia y la confianza hacia el lado correcto, es decir,
hacia nosotros. De esta manera, permanecemos en equilibrio con nosotros y con
los demás.
Nuestro señorío carece de la necesidad de «aparentar». Pues
este aparentar también es un síntoma de inseguridad, de la búsqueda de la «opinión
y de la mirada ajena». En ese aparentar queremos convertirnos en un objeto de
culto y todo objeto de culto depende de los otros, nunca del yo propio. Pues,
es estar volcado hacia fuera. De allí, que el aparentar solo es la coronación
del autoengaño.
Aparentar o parecer: estar a la moda, joven, rico listo,
tolerante, divertido, abierto de mente. El aparentar solo es mera apariencia, una
mera sombra; algo insustancial que requiere la «mirada y opinión del otro» para
que lo confirme, nunca es una opinión propia. Necesita ser confirmado. De allí
su inautenticidad. Es un yo falso, un pseudo yo.
El señorío de nosotros mismos no necesita del «parecer» tal
cosa u otra. Porque no necesita auto-convencerse o engañarse, ni necesita «la
mirada ajena» para ser. Por el
contrario, en el «parecer» lo que el sujeto necesita es la complacencia de
sentirse admitido y aceptado por los otros. En tal caso, no es gobierno de sí
mismo y necesita de la afirmación exterior.
En el «parecer» lo que importa es demostrar y aparentar a
los demás. Por el contrario, en el señorío propio lo fundamental es ser lo que
somos; lo que valoramos es nuestro propio pensar-hacer, que nos puede otorgar
grados de éxito y prosperidad.
Tenemos que desprendernos, quitarnos de encima la dictadura
social del «parecer», pasar ante ella de manera olímpica. Debemos fiel a
nosotros mismos, a nuestros deseos, a nuestro carácter y necesidades propias. No
estamos obligados a encajar en un molde social, ni mostrar una determinada
imagen para complacer «la mirada ajena», donde lo más probable es que ésta
carezca de algún punto de referencia.
Tenemos que ser íntegros y fieles con nosotros mismo. Inspirarnos
socialmente en vivir con ideas no homogéneas, no vivir con modos de ser cortadas
con un mismo patrón estéril o con discursos convencionales y repetitivos.
Debemos de una vez por todas conectarnos con nuestro pensar-hacer, con nuestros
deseos. Olvidarnos de las «opiniones
ajenas» y ser nosotros mismos. Para ello es importante oír lo que nos decimos a
nosotros mismos.
Referencias:
Blogger: http://obeddelfin.blogspot.com/
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Twitter: @obeddelfin
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