El único riesgo que corremos al hacernos cargos de nosotros
mismos es el de prosperar. Prosperar como personas en cuanto al conocimiento,
en cuanto a lo financiero, lo espiritual y la salud. Ese es el riesgo, y más
que un riesgo es una inversión con grandes intereses a la corto y largo plazo.
Somos nuestra propia inversión, esto debemos tenerlo bien claro.
Para hacer lo anterior, nosotros debemos ser nuestro mayor
centro de atención. Porque si estamos distraídos de nosotros mismos nos
perdemos de saber que somos y quienes somos. Yo, en primera persona, debo ser
el centro mi centro de atención. Muchos pueden decir eso es egoísmo enfermizo.
Pues, no. Por el contrario, descuidarnos a nosotros si puede ser una actitud
enfermiza o evitativa para con nosotros mismos. Debemos estar atentos a esto,
pues nos puede causar mucho daño olvidarnos y no atendernos a nosotros mismos.
De lo que hablo es de lo que los antiguos griegos llamaban
«el cuidado de nosotros mismos». Y no es ninguna actitud enfermiza, sino una
actitud responsable para conmigo o para con nosotros. Debemos ser, pues, como
los gatos el centro de nuestra propia atención. Querernos mucho. Incluso
debemos desafiarnos a querernos, a estar atentos de los cuidados que
necesitamos. Esto es el cuido saludable del yo que somos cada uno.
No podemos librarnos de nuestra presencia, porque nos tenemos
y eso es por muchos años. De ahí que empezar a querernos sea algo que va a
durar un buen rato. Incluso los más reticentes con respecto a su yo debiesen
pensarlo, porque no van a poder huir de sí mismo. Estamos con nosotros mismos
todo el tiempo, entonces por qué no dedicar un buen rato a acicalarnos, a
mimarnos.
En tanto somos, seamos el soberano de nuestra casa. Pero para
esto debemos ser, repito, el centro de atención. No el centro de atención de
otros, eso es narcisismo. No, debemos ser el centro de nuestro propio yo.
Tomarnos en cuenta, atender nuestras necesidades afectivas, materiales,
intelectuales… Muchas veces, sin darnos vivimos descuidados y desatentos de
nosotros. Atendemos a los demás y nos tratamos de manera abandonada.
¿Qué hacer para conseguirlo? Otra pregunta, nos hemos
preguntado acaso ¿Qué somos? ¿Nos conocemos realmente? O solo cargamos cada día
con nosotros, sin jamás detenernos a mirarnos ni aunque de reojo. Para eso no
debemos estar frente a un espejo, sino frente o en nuestra reflexión sobre
nuestro pensar-hacer-sentir. Sabemos, acaso, ¿qué es esta biografía que hemos
conformado a lo largo de nuestra vida? ¿Hemos pensado que somos una
construcción de nosotros mismos?
Tenemos que acercarnos a nosotros mismos de manera afectuosa
y amable ofreciéndonos la oportunidad de acariciarnos; dedicándonos mucho
cariño y atención. En esta vida que es la nuestra tenemos que mirarnos de una
vez por todas de frente y concedernos toda nuestra atención, como a alguien que
vemos por primera vez.
Acercarnos afablemente a ese espacio de existencia que por
años hemos conformado y acariciarnos verdaderamente para atraer más nuestra propia
atención sobre nosotros. Esto es un tendernos la mano para alcanzar algo
intangible: un poco de tranquilidad y de serenidad. Un sabernos.
Eso es un mirarnos. Un dejar hacernos, un permitir
sosegarnos; y de allí un sonreírnos cuando por primera vez nos acariciamos. Nos
queremos y somos el centro de nuestra propia atención. ¿Qué hemos hecho para
ser el centro de atención?
Nos hemos ofrecido algo. Nos hemos ofrecido nuestro yo, con
el simple hecho de presentarnos ante nosotros como un regalo tranquilizador,
accesible y que podemos tocar. Nos hemos ofrecido a nosotros mismos como
nuestro propio regalo. Y nos hemos olvidado por un momento de lo que nos rodea.
Hemos dejado de escuchar a los demás y nos escuchamos a nosotros por primera
vez.
¿Por qué? Por la atención que nos hemos dedicado, por el
caudal de vida y reflexión que acabamos de poner al alcance de nosotros; porque
nos hemos tomado de la mano y en ese momento nos hemos sentido más valiosos que
cualquier otra cosa. El mundo, en ese momento, nos resulta algo disparatado.
Para atraer la atención de nosotros mismos debemos ser un
manantial, un centro de gravedad. De esta manera, podremos ofrecer algo a los
demás. Y empieza por conocernos y cuidar de nosotros mismos.
Referencias:
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