Por lo general, muchos de nosotros no sabemos imponer
nuestra persona, nuestro carácter ante los demás; por lo cual nos dejamos
arrastrar por las opiniones y los haceres de los otros. Esto termina
convirtiéndose en un problema porque no reivindicamos nuestra posición ni con
nosotros mismos ni en nuestras relaciones interpersonales. En este sentido,
andamos perdidos de nosotros mismos, somos una mera apariencia de algo.
Esto nos llevaba a querer imitar modelos estereotipados o a
copiar las formas de ser de alguna persona que tomamos como referente posible. No
somos nosotros, no somos el señorío de nosotros mismos. De allí, que ocupemos
un lugar cualquiera. Es necesario, demandarnos una mejor posición, un lugar
auténtico de lo que somos y hacemos.
Sea porque padecemos de timidez o falta de confianza, a
muchos de nosotros nos cuesta reafirmarnos ante los demás, esto es algo cierto
en muchas personas. Por eso, nos hacemos a un lado, o nos callamos, o no nos atrevemos
a emitir nuestra opinión creyendo que los otros son intelectualmente superiores;
o que son sujetos muy seguros de sí mismos y por eso pueden aplastar al resto
con su presencia, sus conocimientos... Nuestra timidez o falta de confianza hace
que construyamos imaginarios interpersonales y sociales, que terminan afectando
nuestra personalidad. Sin embargo, son imaginarios.
En medio de estos imaginarios nos preguntamos ¿quiénes son
«os demás? Y nos olvidamos de preguntarnos: ¿Quién soy yo? ¿Cuáles son mis
fortalezas? ¿Mis actitudes y aptitudes? Semejantes supuestos los enfocamos más
en los demás que en nosotros mismos; en vez de mirarnos a nosotros perdemos el
tiempo construyendo ficciones sobre los otros. Los demás terminan ocupan más
espacio en nuestra vida que nosotros mismos.
Esto ha sido posible porque nosotros mismos lo hemos permitido, nos hemos
ignorados y degradados. Esto también es un imaginario, pero sobre nosotros
mismos.
Ante estos imaginarios que nos construimos debemos pensar en
aquella frase de Sartre: “El hombre no es otra cosa sino lo que hace de sí
mismo”. Si hacemos de nosotros mismos un trapo eso seremos. Resulta perturbador
que en lo humano sea más fácil dejarnos arrastrar por la vida; que dar nuestra
propia pelea ante ella porque acá está comprometida nuestra responsabilidad.
Dejamos que los demás invadan libremente y sin oposición nuestro
espacio. Creo que incluso les abrimos la puerta para que hagan eso a su antojo.
Nos dejamos pisotear sin oponer resistencia, no entregamos pasivamente al
mundo. Pasamos nuestra vida sin darnos cuenta, o no asumiendo, que nuestros
problemas provienen de nuestra incapacidad para ser dueños de nosotros. Y no
pensamos seriamente en ello, sino que buscamos justificaciones porque éstas son
más fáciles de cargar.
No podemos dejar que otro nos pise. Debemos sacar las garras
y enfrentarlos, es nuestro deber y derecho. No podemos permitir que a uno le pasen por
encima. Si le hemos otorgado ese
derecho, por timidez o por falta de confianza, a los demás no podemos dejar que
sigan imponiéndose de esa manera.
Los otros solo deben disponer del espacio que nosotros les
concedemos, hasta allí ha de llegar su presencia. Solo deben estar en el nivel
de nuestro consentimiento y de la tolerancia que queramos darles. Si no hacemos
valer nuestro señorío porque carecemos de éste nos pisarán el pie, luego seguirá
la cabeza y terminarán hundiéndonos bajo el agua.
Debemos estar atentos a que existe una diferencia entre que
alguien sea carismático y tenga una fuerte personalidad, a que este alguien nos
quiera utilizar como títeres para imponerse él. No somos marionetas de nadie, a
menos que queramos serlo. De querer serlo, esa es una decisión personal y
responsable.
Como personas debemos apropiarnos del espacio que nos pertenece,
sin pretender aplastar al otro. Ese espacio que es nuestro, que nos pertenece.
No podemos soportar que nadie invada nuestro territorio. Debemos imponernos con
serenidad, no ser un tirano; pues estaríamos
haciendo el mismo papel que hemos criticado. Aunque no merecemos ser una
marioneta.
Debemos ser el señorío de y para nosotros mismos, no meros
figurantes. Debemos aprender a imponernos de forma tranquila y serena; defender
nuestro espacio ante la primera amenaza de injerencia. Erradicar esos
imaginarios absurdos en los cuales nos hundimos en un sin sentido.
Debemos señores y amos de nosotros mismos. Debemos ser el
principio de nuestro pensar-hacer. De nuestra libertad y nuestra
responsabilidad para con nosotros mismos y los demás. Solo somos amos de
nosotros mismos cuando asumimos nuestra libertad y nuestra responsabilidad, y
sabiendo que los demás tienen las suyas.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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