No sabemos estar tranquilos, aunque lo ansiamos. Incluso esa
misma ansia se convierte en algo que nos impide estar en calma. Y en una
permanente inquietud pasamos la mayor parte del tiempo. Eso que ahora llamamos
estrés se ha o lo hemos convertido en una «plaga» en y de nuestro pensar-hacer
actual.
Uno oye a niños, tal vez por imitación de los padres, decir
que no tienen tiempo. La intranquilidad se ha hecho parte de nuestra
cotidianidad. Hay gente que piensa o imagina que si no está estresado no es
importante lo que hace, o no es importante como persona. Si uno dice que anda
por allí a la bartola, lo miran raro; como algo que no tiene mucho valor. Lo
importante es andar estresado, eso da status social.
Por otra, ante esta avalancha de intranquilidad y
desasosiego han aparecido una gran cantidad de disciplinas y técnicas de
relajación. Lo cual acusa que algo está pasando y esto no es una buena señal. Pues,
esto significa que estamos cada vez más llenos de intranquilidad, más estresados
y cada día son más las personas que padecen de esta angustia sea real o
autoimpuesta inconscientemente.
Vivimos constantemente en tensión y al límite; tras la búsqueda
de retos. Esta última palabra es el motor que impulsa a mucha gente a la salir
cada día a la calle. La misma se vende como un oxigenante. El reto de cada día,
si no tienes retos eres un don nadie, o sin don. Hubo una década en que se
habló mucho de ser competitivo, la gerencia competitiva, el alumno competitivo…
No sé si existirán las estadísticas de cuántos infartos o accidentes cerebro
vasculares sufrieron esa generación de competitivos.
Por otra parte, hay gente que parece disfrutar del reto del
estrés, no sé si por la adrenalina o por el status social antes mencionado.
Todo el tiempo se les oye decir que están ocupados, haciendo algo, pero uno los
ve horas sentados hablando en el mismo lugar. No obstante, esta tensión, este
estrés llega un momento que hace implosión.
Puede aparecer el insomnio, la alteración de los nervios y,
por supuesto, en la ansiedad descontrolada. Lo cual repercute en el cuerpo convirtiéndose
en hipertensión, en el ámbito laboral se produce el síndrome de desgaste profesional.
También podríamos hablar que se produce un «síndrome de desgaste personal».
Pereciera que para poder considerarnos gente o alguien
importante fuese necesario que vivamos mal o muy mal, en el sentido de la
intranquilidad y la angustia personal. Parece que tuviésemos que llegar a tales
extremos. Después que llegamos allí, no hay nadie a nuestro derredor para
admirarnos. Pues, en ese momento nos convertimos en chatarra humana, listos
para el desaguadero.
¿Para qué tanta angustia? ¿Para complacer a otros? ¿Para
demostrar algo? Eso de responderlo cada quien. Como somos seres contradictorios
entre más buscamos estresarnos más tranquilidad deseamos. Entre más angustia
sentimos más calma aspiramos. Somos una veleta.
Debemos identificar el origen de nuestro estrés. Pues, si
nos estresamos de forma regular y continua debemos fijarnos en nuestro entorno
laboral, social, familiar… Porque somos como esponjas; lo sentimos todo,
absorbemos los estados de ánimo de los demás y, si cuando entorno se alcanza altos
grados de tensión no podemos digerirlo.
¿Deseamos en verdad paz y tranquilidad? O solo es un decir,
porque también está de modo todo eso de vivir relajados. Razón por la cual
abundan todas disciplinas y técnicas de relajación, que mencionamos antes. Cosa
que nos da más intranquilidad. Porque, por una parte, se nos invita o se nos
fuerza a estar estresados y, por otra, se nos predica sobre la paz y la
tranquilidad.
La que sí es realidad, es que al estar en un estado de
permanente angustia e intranquilidad
colapsamos. En este estado se llega a producir un punto de fractura,
como un puente que colapsa y se derrumba. Solo quedan escombros. ¿Es necesario
convertirnos en tal cosa?
La búsqueda de una apacible postura, que nos permita vivir
sin inquietud y con una mirada sin ninguna tensión. Es algo que nos puede
salvar de ese colapso. Aunque no podemos negar la existencia algún suceso que
perturbe la relajada calma de nuestra vida cotidiana. Lo que tenemos que hacer
es fijar nuestra mirada, observa y esperar. Pues, en cuanto identificamos el
motivo de esa inquietud recuperamos la tranquilidad y descansamos.
Por otra, padecemos estrés a posteriori de una situación.
Pues, seguimos rumiando la circunstancia, eso se da por nuestra memoria.
Debemos descartar esa intranquilidad que ya no existe, para volver a nuestra
calma. Debemos desatendernos de esa
perturbación y no dedicarle ni un segundo, como si eso suceso nunca se hubiese
sucedido. Aplicar la desmemoria.
Es necesario que construyamos nuestra existencia en torno al
confort y el bienestar, y que las cosas nos perturben lo menos posible. Debemos
dar cabida a una vida contemplativa que nos permita llevar una buena vida
práctica. Una vida que tolera los cambios imprevistos, pero que vuelve prontamente
al bienestar.
Debemos resolver las situaciones para retornar a nuestra
tranquilidad; expresar contundencia y tesón contra el desagrado; hacer una larga
y repetida manifestación de nuestras necesidades de cuidado y amor. Hacernos
cargo de nosotros mismos, esto quiere decir de nuestra tranquilidad y
bienestar.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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