La vida en tanto relación es asimismo un proceso
que nos auto-revela a nosotros mismos. Cuando no dejamos que sea así,
auto-reveladora, la vida se convierte en una mera actividad que nos satisface. Por
eso cuando hacemos uso de la relación tan solo para nuestra propia seguridad,
la interrelación engendra confusión y antagonismo.
Vivimos llenos de cosas, incluso abrumados por
éstas. Y esas cosas son esencialmente
ideas sobre lo que debemos ser y sobre lo que no debemos ser. En este roce resultan
inevitables nuestras disputas, luchas y miserias internas y externas. Para
evitar estos roces buscamos levantar o imponer barreras, nos disciplinamos o
nos entregarnos a la anarquía, nos reprimimos o damos rienda suelta a nuestros
instintos; pero nunca nos buscamos a nosotros mismos.
Tales acciones nos resultan difíciles, porque no es
mediante la mera determinación, la práctica o la disciplina, que podemos
intervenirnos o no a nosotros; solo dejaremos de intervenirnos cuando tengamos
comprensión de nuestro propio proceso. Solo entonces será posible que existan relaciones
libres de contienda y de discordia con nosotros y con los otros.
Muchas veces, pensamos la vida más que vivirla. En
este caso, el saber y la erudición se convierten en impedimentos para la
comprensión de nuestro pensar-hacer-sentir. Puede ser que sepamos meditar,
reflexionar de manera extraordinaria, sin embargo, esto no nos asegura que seamos
conscientes de nuestro vivir.
La mayoría de nosotros sabemos que la erudición se puede
convertir en una afición, y creemos que por el mero hecho de saber podemos
conocernos a nosotros mismos. Debemos recordar que nuestra mente está repleta
y, a veces, ahogada por los hechos, los conocimientos. Lo cual nos impide recibir
algo nuevo, ya que nuestra mente está repleta de lo conocido y no queda espacio
para recibir algo desconocido. Nuestro saber es de lo conocido y con éste tratamos
de comprender lo desconocido.
Leemos innumerables libros y procuramos imaginarnos
o sentir lo que es esa experiencia ajena. Sin embargo, solo podemos pensar en
algo que conocemos. Sin embargo, creemos que comprendemos más si poseemos más
información, más libros, más hechos, más material impreso. Y en parte es
cierto, pero esta es una comprensión erudita, de por sí necesaria. Ahora bien,
la vida necesita ser vivida, sentida plenamente.
Para darnos cuenta de algo que no sea la proyección
de lo que conocemos, tenemos que dejar de lado lo conocido para abocarnos a la
comprensión de lo desconocido. Aunque siempre nos aferramos siempre a lo
conocido, por ser esto parte de la seguridad que buscamos. Lo desconocido nos
asusta y es natural, pero debemos exponernos a ello.
Construimos certidumbres y seguridades es parte de
nuestra naturaleza, la cual se asienta en lo conocido. Más que concebir o
imaginar lo desconocido debemos vivirlo. Pues, cuando lo conocido lo comprendemos,
a la vez, lo disolvemos y desechamos, en ese momento nos arriesgamos a lo
desconocido.
No es tan difícil, porque ya antes tenemos experiencias
de lo desconocido. Porque para construir nuestra seguridad hemos tenido que
pasar por lo desconocido. Lo que hemos
hecho es traducir lo conocido en algo sólido. Lo que tenemos que hacer es que
dejar abierta cada experiencia y no traducirla a lo inmediatamente conocido. No
e pongamos nombre, ni la clasifiquemos ni la registremos. Dejamos el saber como
actividad permanente. De este modo, ni lo conocido ni la erudición se
convierten en un obstáculo.
Para vivir la vida no necesitamos que lo nos pasa
al frente esté subtitulado, ni tiene una introducción explicativa, solo salimos
a la calle con un bagaje que poseemos, el cual de sentido y significación a
nuestra vida. Sin embargo, podemos dejar proyectarnos en las situaciones y solo
observarlas como algo nunca antes visto. Asombrarnos con lo que vemos como un
gato curioso.
Porque de lo contrario, la erudición y nuestro
saber se convierten en un impedimento, en un estorbo, porque comenzamos a
categorizar todo con lo que ya conocemos. Algo así como aquellas pinturas
renacentistas que hacían los pintores europeos de América cuando los
conquistadores describían este continente. Pintaban lo que ya conocían, no lo
que se les describía.
No estamos negando nuestros conocimientos técnicos,
por ejemplo, cómo conducir un vehículo, cómo hacer funcionar una máquina; este
es un conocimiento eficiente. Lo que tenemos es que dejar que la vista vea, el
oído oiga, la nariz huela, el pensamiento piense. Esto es ese sentimiento de
felicidad productiva que el conocimiento mecánico nos puede ofrecer.
En este sentido, el proceso de conocimiento
descubre cualquier cosa nueva, y este descubrir empieza por nosotros mismos.
Por tanto, la comprensión se realiza al estar despojados de ese conocimiento
que nos da seguridad. Es fácil tener experiencias a partir de nuestras
creencias y de nuestro saber; pero estas experiencias son el producto de la
proyección de lo que sabemos.
Por lo que tal experiencia es algo falsa e
ilusoria. Si tenemos que descubrir lo desconocido, es decir a nosotros mismos,
se hace necesario mirarnos como algo nuevo, algo nunca antes visto. Quitarnos
el uso del saber como autoprotección, como seguridad. Porque si buscamos protegernos a nosotros mismos por medio del saber, entonces no
estamos buscando lo que nos auto-revele.
En el proceso productivo estamos libres de lo que obscurece
el presente. Nos liberamos de la información, de las experiencias ajenas, de lo
que alguien haya dicho, y tratamos de aproximarnos a eso que está allí delante
de nosotros como la madre cuando toma en sus manos y mira por primera vez al
recién nacido.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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